Me levanto una mañana como otra cualquiera. Supongo que tiene algo de especial, anqué su relevancia sea mínima. Voy, amodorrado, a prepararme el desayuno y encuentro en mi sitio de la mesa de la cocina una enorme tostada recubierta de algo que no puedo identificar. Justo en frente, hay otro plato con otra tostada y un café humeante.
-Hola –saluda quien ha preparado ambos desayunos.
No respondo de inmediato. No es que no tuviera ganas, es que mi cerebro trataba de procesar toda la información simultáneamente, y eso me deja poco margen de acción. Aquí hay cosas que no encajan.
En primer lugar, en mi casa no tengo un pan adecuado para hacer tostada y mucho menos dispongo de aquella extraña sustancia que no me atrevo a calificar de mermelada por no poder relacionar el color con ninguna fruta. En segundo lugar, vivo solo, por lo que nadie me debería haber hecho el desayuno. Y, en tercer lugar, porque quien me ha saludado… soy yo. O mejor dicho, alguien exactamente igual que yo.
-Hola- respondo con un hilo de voz.
Mi otro yo me hace un gesto para que me siente y obedezco mecánicamente, aún sin pleno control de mí mismo.
-Prueba la tostada –sugiere- Te gustará.
Miro mi plato y no puedo evitar que unas arrugas de asco se formen en torno a mi nariz. Miro a mi interlocutor enarcando una ceja, pero él sonríe ampliamente y da un mordisco a la suya con confianza. Creo saber distinguir cuando alguien finge que le gusta una comida y este no parecía el caso. Miro de nuevo mi tostada y tras unos segundos de vacilación, la cojo con cuidado de no mancharme los dedos con la salsa que, aunque no llega a desparramarse, cubre casi por completo la superficie del pan. Un examen olfativo no me revela nada, el alimento despide un olor neutro. En realidad, esto es bueno, una gran parte del sabor proviene del olor. Si no huele mal, tampoco tendría porque saber mal.
Doy un bocado tímido y me sorprendo al descubrir que la salsa es caliente y no fría como había supuesto; el pan está más bien frío, por lo que no ha sido accidental, aquel mejunje se sirve caliente. Trago y me doy cuenta de que no he realizado mi veredicto, demasiado sorprendido por las condiciones térmicas como para percatarme de nada más. Mi acompañante me mira expectante y hace un gesto de cabeza, como diciendo: “¿Qué tal? ¿Te gusta?”. Finjo que me lo pienso y doy otro bocado. El pan es bastante dulce y la salsa, sea lo que sea, es un poco salada. Al principio mis papilas rechazan la combinación, pero acaban por pedir más.
Termino la tostada ante la complacida mirada de mi mismo. Con ayuda de la lengua, acabo con los restos que me han quedado adheridos a los dientes.
-Estaba rico –comento. Lo cierto es que está mucho mejor que lo que suelo desayunar normalmente.
-Ya sabía que te iba a gustar –dice.
Trato de pensar que es un comentario casual y no una especie de mensaje con doble sentido insinuando que es mi yo del futuro.
-Soy tu yo del futuro –proclama, tornando vanos mis esfuerzos.
No respondo de forma inmediata. De nuevo, sobrecarga de información. Y eso que solo ha sido una frase. Al cabo del rato, me repongo.
-¿Y qué haces aquí?- le pregunto.
-Pues traerte esa tostada –explica- Sin mi ayuda, habrías tardado años en descubrirla.
Le miro. No parece más viejo que yo, aunque en el “Mundo del Mañana” eso puede no significar nada.
-Pues muchas gracias –digo- La verdad es que ha sido de lo mejor que he desayunado nunca.
Mi otro yo asiente, alagado. Se acaba su café y se levanta perezosamente.
-¿Te vas? –le pregunto, sorprendido- ¿No me vas a contar nada sobre el futuro?
Durante un segundo parece meditarlo, pero niega suavemente con la cabeza.
-Te aburrirías- confiesa- Mejor ves descubriéndolo tú.
Quiero protestar, pero no me da tiempo. Mi yo futuro se esfuma en el aire. Me pregunto si se ha levantado solo para hacer ver que se iba o realmente le era forzoso hacerlo. Supongo que tarde o temprano lo sabré.
Recojo los platos y los aclaro en la pila. Rasco un trozo de aquella substancia que aún me es desconocida de uno de los platos y los dejo a remojo.
Tal como había supuesto, el resto del día resulta de lo más anodino. Me consuelo sabiendo que al día siguiente podré desayunar esas deliciosas tostadas con…
Me quedo paralizado.
-¡Mierda! –mascullo- Me olvidé de preguntarle que era.
Mientras, en el futuro:
-¡Mierda! –masculla el viajero del tiempo- Me olvidé de decirle que era.
Extraordinario, Felipe, posiblemente sea lo mejor que te he leído. Genial la idea, el remate, el detallismo hasta la insignificancia de la tostada y sus cualidades y de cómo la toma, el diálogo justo y medido, las reacciones del personaje (me recordaba un poco al extranjero de Camus. Casi de 10 (a lo mejor quitando alguna falta ortográfica, sobre todo de acentuación, y algún anacronismo en el uso de los tiempos verbales - mezcla de pasado y futuro -) sería perfecto.
ResponderEliminarMe encantan estas situaciones de viajes en el tiempo!
ResponderEliminarEl único problema es que ahora tú estás obligado a viajar al pasado algún día y repetir esta situación (consciente además de que no vas a desvelar el misterio de la tostada).
Pero eso es un poco lioso, porque tu yo del futuro ha venido a verte porque cuando él estaba en tu "tiempo", su yo del futuro vino y se lo enseñó, y así sucesivamente hasta llegar al primer felipe, pero por ser el primero no tuvo a nadie que volviera al pasado para enseñárselo.
Hay dos formas de entender el viaje en el tiempo.
ResponderEliminarLa primera es la que tú consideras y que aparece, por ejemplo, en "Los cronocrímenes" o "Harry Potter y el prisionero de Azkaban". Esta visión consiste en que solo existe una línea temporal inalterable y que por tanto todo lo que tu yo futuro haga irremediablemente tu lo acabarás haciendo.
La segunda considera infinitas líneas temporales y aparece, por ejemplo, en "El efecto mariposa" o en el capítulo de los Simpson en el que Homer viaja a la era de los dinosaurios y lo cambia todo. Esta visión considera que el viajero del tiempo altera el pasado y en consecuencia el futuro se altera con él, generando una nueva realidad.
Personalmente, soy partidario de esta segunda visión, y en consecuencia mi historia trabaja con ella. El Felipe futuro nunca recibió una visita, pero eso no le impidió a él realizar una.
Espero que te haya quedado claro mi punto de vista.
Ah, y muchas gracias por leerme y comentarme, significa mucho para mí.
Felipe, genial, me ha encantado. Aquello que se lee y te hace ir imaginando exactamente lo que se está narrando es una genialidad. Aquél que te adentra en la historia para hacerte sentir que la estás viviendo es el genio. Eso me ha pasado con esta historia tuya.
ResponderEliminarCuanto más te leo más me te conozco. cuanto más te leo más te quiero.
Un premiazo, guapo.