-Pásame la sal.
Ese fue el primer comentario que se oyó durante la cena, pero no era una
novedad: Las conversaciones se reducían a breves peticiones de utensilios
culinarios o el cambio de canal en el televisor; alguna vez, y sin que se
convirtiera en costumbre, comentaban alguna noticia, o contaban alguna anécdota
que habían oído. Pero que se recordara, nunca había habido nada similar a una
verdadera conversación. Pero eso no suponía un problema, ninguno de los allí
presentes le daba importancia al asunto, siempre había sido así, no conocían
otra cosa, y no les iba mal con ello, si se tenían que decir algo importante,
ya se lo dirían cuando no tuvieran la boca llena de comida.
La mesa estaba presidida (a pesar de ser cuadrada) por el cabeza de
familia, el siempre jovial Esteban, a excepción de sus puntuales ataques de
suprema seriedad, en la que salía su yo oculto, temido y respetado a partes
iguales. A su derecha, su mujer, Clara, con la habilidad de convencer a
cualquier miembro de la familia de casi cualquier cosa, no se podía discutir
con ella sin acabar cediendo; y no es que utilizara un tono autoritario ni
nada, lo decía todo con una sonrisa, como si todo aquello no fuera con ella. A
la izquierda de Esteban se sentaba Antonio, el hijo pequeño, pasaba por la
etapa en que aún no eres adolescente, pero ya no eres del todo un niño, y
empiezas a darte cuenta de que pasta está hecha el mundo. Por supuesto, nadie
le llamaba Antonio, ni siquiera sus profesores, él era Toni, que había heredado
los puntuales ataques de su padre, pero en vez de ser de extrema seriedad eran
de deslumbrante lucidez. Le venían de pronto, sin importar que estuviera
haciendo, levantaba la cabeza, ponía un gesto de asombro, y soltaba una de sus
joyas, con la que todo el mundo se quedaba mudo. Y en el otro extremo de la
mesa cuadrada, Raquel, la primogénita, que se parecía a su madre como si fuera
su reflejo, a excepción de que su pelo era más claro, y que siempre guardaba
unas profundas ojeras, fruto de trasnochar y madrugar siete días a la semana,
ya que tenía que estudiar duramente, pero no quería desperdiciar su juventud
delante de un libro de texto, quería exprimir hasta la última gota de su edad
de oro. -“Dormiré más cuando acaben los exámenes” –decía, pero surgía algo
después, como un trabajo a tiempo parcial, o vacaciones en casa de alguna
amiga, o como le sucedía ahora, el carné de conducir, ya que se negaba a
posponerlo a verano, y ni siquiera su madre fue capaz de hacerla entrar en
razón.
-Puff, ese portero podría tener muñones en vez de manos, y haría lo mismo-
dijo Esteban mientras observaba el televisor de reojo, más para si mismo que
para sus interlocutores.
Raquel asintió mecánicamente, parecía absorta en su mundo. Clara sonrió, y
siguió con lo suyo. Toni no hizo gesto alguno de haberlo oído, daba vueltas con
el tenedor a una longaniza, sin decidirse a empezarla.
-¿No tienes hambre, cariño?- le preguntó su madre- Se te va a quedar fría.
Toni asintió, cortó un trozo y empezó a comer, masticaba sin gana.
-¿Te pasa algo? No tienes buena cara- inquirió su madre
-Estaba pensando que…- pero calló, así quedó la frase, y siguió comiendo
El padre perdió interés en la televisión, y miró a su hijo
-¿En que pensabas?-preguntó su padre, con tono despreocupado, sin lugar a
dudas, era la conversación más larga que habían tenido ese mes.
-Pues…- Toni dudaba, desde luego, parecía preocupado, y esa preocupación se
contagió rápidamente a sus padres.
-¿Te encuentras mal? ¿Te duele algo? ¿Te sientes enfermo?
-No…
-¿Has cateado algún examen y no sabes como decírnoslo?- preguntó su padre,
con tono desenfadado, obviamente no era eso, Toni era listo, no iba apurado en
el colegio.
-No- dijo con una media sonrisa
-¿Te has peleado con un amigo o con alguien de tu colegio?
-Mas o menos…- dijo Toni, sin demasiado convencimiento
-Si tienes problemas con algún matón, debes decírselo a tu profesor- le
aconsejó su madre.
-Nadie me está pegando, mamá- dijo Toni, algo ofendido
-¿Pues que te pasa?- esta vez fue Raquel quien habló, no había participado
antes, pero si seguía la conversación.
-El profesor me ha reñido…- confesó finalmente
Los hombros de su madre se relajaron, y su padre se reclinó en la silla, y
volvió a mirar el fútbol, pero sin perder el hilo de la conversación.
-¿Qué has hecho?- preguntó suavemente su madre.
Toni parecía al borde del llanto, y se mantuvo unos segundos totalmente
inmóvil, centrando todos sus esfuerzos en no derramar ni una lágrima.
-Le he hecho una pregunta… -dijo entrecortado- y se ha enfadado.
-Pues vaya profesor de mierda- dijo Esteban, algo enfadado- si no puede
resolver dudas, no vale para profesor.
La conversación concluyó allí, aunque todos querían saber que había
preguntado Toni, no querían que empezara a llorar, y era lo más probable si
seguían presionándolo.
La cena acabó sin mayores percances, aunque Toni se dejó casi todo, su
madre no se lo echó en cara, siempre que uno de sus hijos sufría alguna
desgracia, era especialmente permisiva con ellos ese día.
Esa noche hacían un programa que milagrosamente gustaba a toda la familia;
como ninguno coincidía en gustos, pocas veces se sentaban todos juntos en el
sofá a ver la televisión, y menos en época de exámenes, cuando Raquel se
encerraba en su cuarto o salía, y no se la volvía a ver hasta el desayuno. Pero
el día que hacían ese programa, era sagrado, todos debían ir a verlo, sin
importar otras obligaciones. -“Tampoco dura tanto, puedo estudiar cuando acabe”-
era la reflexión de Raquel, y su excusa para pasar un breve rato en familia.
Cuando aún faltaba un cuarto de hora para que empezara el programa, ya
estaban todos reunidos delante del televisor, observando impasibles el final
del programa anterior. Cuando acabó, Esteban pulsó el botón de “Mute” y la
televisión enmudeció.
-Toni, si quieres puedo ir a hablar con tu profesor, no puede ser que se
niegue a contestar a tus dudas.
-No hace falta… Me dijo que esa clase de preguntas no las podía resolver un
profesor, que le tenía que preguntar a mis padres…- Toni miraba fijamente las
imágenes insonorizadas que se sucedían, como si aquella conversación no le
afectara.
La tentación y la curiosidad se aliaron con la lengua, y traicionaron al
cerebro de Raquel
-¿Qué le preguntaste?
Clara y Esteban enmudecieron, deseaban tanto como su hija saberlo, pero no
se habían atrevido a formular la cuestión.
Toni vaciló, y tragó saliva instintivamente
-Pues… Le pregunté si merece la pena seguir viviendo.
Todos se quedaron estupefactos, ni siquiera se dieron cuenta de que el
programa había empezado y Toni, el único que miraba fijamente la pantalla, no
parecía tener ninguna intención de avisarles.
-¿Qué?-preguntó Raquel bruscamente, con tono de total incredulidad
Toni no dejó de mirar el televisor, como si evitando el contacto visual
pudiera evitar enfrentarse a las preguntas de sus padres.
Clara le hizo un gesto imperativo a Raquel, esta suspiró, algo irritada, y
se levantó.
-Me voy a estudiar
Toni levantó la cabeza rápidamente, tenía los ojos muy abiertos, había
entrado en su estado de lucidez.
-¿Por qué vas a estudiar?-preguntó. No preguntaba por curiosidad, eso los
quedaba claro a todos, quería demostrar algo.
Raquel vaciló unos segundos, no podía acostumbrarse a los repentinos
cambios de su hermano, al igual que tampoco podía acostumbrarse a los cambios
de su padre: Habían llevado a Toni al psicólogo, pero este había determinado,
después de una extensa charla con él y con sus padres, que no sufría ningún
trastorno mental, no era una enfermedad lo que tenía, y bromeando afirmó que a
él también le gustaría la habilidad de tener momentos de genialidad. Ni a Toni
ni a su padre parecían acomplejarlos lo más mínimo tener esos “ataques”, así
que, aunque eran extraños, no se les daba una gran importancia, había aprendido
a convivir con ellos.
-Va a estudiar porque quiere ir a la universidad- le explicó Clara, en
vista del mutismo de Raquel.
-¿Y por que quiere ir a la universidad?- inquirió Toni
-Porque necesita ir a la universidad para poder trabajar en lo que le
guste- continuó su madre
Toni miró a Raquel fijamente, y puso un gesto de no entender nada
-¿Te gusta trabajar? Pero si es un rollo…
Raquel sonrió, cuantas veces se había cuestionado ella el funcionamiento
del mundo... Pero jamás había expresado su disconformidad en voz alta.
-No es que me guste trabajar-dijo Raquel, lentamente- pero necesito
trabajar para vivir. Y ya que tengo que trabajar, al menos que sea en algo que
me parezca entretenido…
-¿Trabajar para vivir? ¿Si no trabajas te morirás?-continuó Toni con el
ataque.
Raquel se enfadó, pero no podía concretar porque, toda aquella conversación
en general la irritaba.
-Joder Toni, no eres idiota, sabes a que me refiero.
Toni sonrió, complacido. Aquello no era propio de él, ellos dos nunca
discutían, tenían poco en común, y Raquel estaba casi siempre fuera, así que se
veían poco.
-Raquel se refiere a que necesitas dinero para vivir, y para ganar dinero
necesitas un trabajo- dijo Clara, sustituyendo rápidamente a la alterada Raquel.
-Pero el dinero no ha existido siempre, ¿Cómo vivían antes de tener dinero?
¿Morían porque no tenían dinero?
Clara sonrió, desde su etapa universitaria no había tenido una conversación
de ese tipo, en los “debates” que se formaban a veces en algunas clases. Ella
había estudiado una carrera “de letras” sin tener muy claro en que iba a
trabajar. No llegó a acabar su carrera, y se puso a trabajar de dependienta en
una librería. No le apasionaban los libros, pero leía de vez en cuando, que es
mucho más de lo que se podía decir de muchos de sus compañeros. Algunos años
después conoció a Esteban, que trabajaba en una empresa, pero nunca le había
querido decir de que: “Eso no importa”-le había dicho-“El trabajo es para ganar
dinero y ya está. Sinceramente, no entiendo a esos que se obsesionan con su
trabajo”. A ella le pareció una filosofía poco productiva, pero decidió no
preguntar, y seguía sin saber exactamente en que trabajaba su marido. Hacía
algunos años que la librería había cerrado, pero ya no le vio sentido a buscar
un nuevo trabajo, Esteban ganaba dinero suficiente para vivir sin despilfarrar,
y aunque a veces se sentía nostálgica de
su etapa universitaria o laboral, no se sentía desgraciada en absoluto.
-Me recuerdas a mi cuando era joven- comentó Esteban, mientras miraba
extrañado a su mujer, que se había quedado en las nubes- Tampoco entendía el
mundo, no entendía porque tenía que trabajar…
Sonrió y miró a su hijo, que había vuelto a mirar al televisor, Raquel se
fue a su cuarto, visiblemente ofendida, y Esteban sonrió.
-¿Y que hiciste papá?-preguntó Toni.
-No quería trabajar porque me daba pereza, pero cambiar el mundo para que
no tuviera que trabajar me daba más pereza aún-dijo Esteban, sonriente. Nunca
le había comentado esto a nadie, ni siquiera a su mujer… En el pasado, había
sentido reparo en decir eso, por aquello de que pensaran los demás, pero ya le
traía sin cuidado. No era infeliz, no disfrutaba con su trabajo, pero no era
infeliz. Le gustaba cada momento que pasaba con su familia, tenía miedo de que
si se distanciaba de ellos y dejaba de cuidar su relación, su vida quedara
vacía, así que se esforzaba por hacer actividades familiares tanto como podía,
y para su entender, funcionaba bastante bien, se sentía orgulloso de su trabajo
como padre.
-Eso no lo sabía- dijo Clara, con su sonrisa típica, imposible distinguir
si era forzada o real.
-¿Y al final que decidiste, papá?
-Pues trabajar, naturalmente… Fui a la universidad, trabajé duro por sacar
buenas notas, y conseguí un buen trabajo. Me casé con tu madre, y tuvimos dos
hijos, supongo que no hace falta que te diga como se llaman.
-¿Por qué me llamo como me llamo?
-Es cierto, nunca se lo hemos dicho- le dijo Esteban a Clara.
Esta asintió, y Esteban entendió que su turno de palabra había acabado.
-¿Llamo a Raquel?-preguntó Toni. Ya no estaba tenso, ni parecía a punto de
romper a llorar.
-Pregúntale si quiere venir, pero no la obligues.
Toni se levantó de un salto, y se fue corriendo por el pasillo.
-Nos ha salido filósofo el chico- comentó Esteban
-Eso parece- respondió Clara, algo aliviada, aunque la frase aún resonaba
en su cabeza “¿Merece la pena seguir viviendo?”.
Al cabo de unos segundos, Toni volvió y se sentó.
-¿Viene?
-Dice que ahora vendrá, que tiene que terminar la página.
Esteban miró el televisor, ya estaba en los anuncios de la mitad del
programa, y nadie se había percatado, sonrió complacido, ni en sus mejores
sueños había pensado que podían tener una noche en familia contando historias
de cuando eran pequeños… Apagó la televisión del mando, y la imagen de una
joven sosteniendo un frasco de colonia se desvaneció. Nadie se dio cuenta.
Todos permanecieron callados, y hubo un breve momento de tensión.
-Han dicho que mañana lloverá- comentó Esteban, maldiciéndose por hacer uso
de el tiempo, el tópico más grande de entre los tópicos.
-Pues habrá que sacar los impermeables del armario-continuó la vana
conversación su mujer.
Llegó Raquel, arrastrando los pies, y se sentó en el suelo, apoyando la
espalda contra la pared. Miró a su madre, expectante. También Toni miraba a su
madre, así que fue ella la que empezó a hablar.
-Lo siento por ti, hijo, pero tu nombre no tiene mucha historia… No
sabíamos como llamarte, y desde luego no iba a aceptar el nombre que sugirió la
madre de Esteban.
Esteban resopló, pero no tuvo más remedio que sonreír, Clara tenía razón,
ni siquiera se había planteado darle aquel nombre…
-¿Qué nombre era?- preguntó Raquel, con un punto de malicia
Clara sonrió, y Esteban también: De mutuo acuerdo, habían decidido hace ya
muchos años que JAMÁS le dirían a su hijo aquel nombre. Pero de negarle aquel
derecho a su hija no habían hablado…
Clara se levantó con esfuerzo, y se aproximó a su hija, le hizo un gesto
para que se acercara más, y le susurró algo al oído. Su hija abrió mucho los
ojos, y empezó a reír a carcajada limpia.
-¿En serio ese es el nombre que jamás ibas a aceptar?
La madre asintió, algo avergonzada
-A mi no me parece tan feo- comentó Esteban, algo molesto- Mi madre lo dijo
con toda su buena intención.
-Es un nombre feísimo- dijo Raquel, con una media sonrisa.
Esteban hizo un gesto de desdén con la mano, y cruzó los brazos.
-¿Y porque Antonio?-preguntó Raquel, más animada que nunca- No es un nombre
muy original.
-En esa época, sacaron un libro que se volvió muy famoso, el autor se
llamaba Antonio… Y de ahí tú nombre.
Toni sonrió
-Entonces no tengo un nombre común, tengo nombre de escritor- comentó,
alegre.
-¿Y que hay de mí?-preguntó Raquel: Había pasado de una muda indiferencia a
un entusiasmo infantil.
Clara sonrió, nostálgica.
-Parece que eso sea de otra vida… Raquel era mi mejor amiga cuando era
pequeña, y una vez nos prometimos que si alguna vez teníamos hijas, las
llamaríamos con el nombre de la otra… Perdimos el contacto ya hace mucho, pero
me pareció que ponerte Raquel te convertía en la representante de mi infancia-
Clara la miró con ternura- Aunque ya no eres una niña, que digamos.
Raquel asintió, tenía la mirada iluminada, se levantó como un resorte.
-Es momento de que me vaya a estudiar- declaró- Pero espero que esto se
repita alguna vez, ha sido…
-¿Guay?- sugirió Esteban
-Suena extraño en tu boca- dijo Raquel- pero supongo que algo así.
Se despidió con un movimiento de dedos, y se fue a su cuarto.
-Tu también a la cama- le dijo Clara a Toni.
Este asintió, y acompañado por su madre, se dirigió a su habitación.
Esteban encendió la televisión, el programa ya había acabado, y había empezado
un debate sobre… Bueno, la verdad es que no le importaba lo más mínimo, se
sentía satisfecho.
-Que duermas bien, hijo- dijo Clara.
Toni sonrió, cansado, y se acurrucó entre las sábanas.
-Iré a hablar con tu profesor mañana- sentenció la madre.
-Realmente no hace falta
-¿Y eso por que?
Toni sonrió
-No le pregunté nada.
-¿Qué? ¿Entonces por que…?
Toni la miró, sorprendido
-Para que pasara lo que ha pasado… ¿No?