jueves, 29 de noviembre de 2012

Microrrelatos II

Anticlimax

-Bueno, entonces decidido- dijo el espermatozoide- esta vez no salimos ninguno a por el óvulo. 

Todos asintieron, nerviosos. 

-Ya debe estar a punto- comentó otro. 

-Sí, lo siento en los huesos- comentó un tercero. 

La presión empezó a aumentar hasta que, acompañado de un gemido de éxtasis, se abrieron las puertas. Hubo un segundo extrañamente denso en el que nada pasó. Y entonces alguien echó a correr. 

-¡Eh, traidor!- gritó otro, mientras echaba a correr también, seguido de los demás. 

Y así, la vida sigue. 

Antagonistas

Ante el enorme dilema moral en el que me encontraba, aparecieron (por generación espontánea) mi ángel y mi demonio personales. 

-¿Qué debo hacer?- les pregunté. 

-Actúa conforme a tus propios intereses, sin pensar en el bienestar de los demás- me recomendó el demonio. 

-No, actúa de forma que tus acción sea lo más beneficiosa posible para la mayor cantidad de gente, aunque eso no te beneficie- me instó el ángel. 

-Ese es el problema- comenté- mis intereses coinciden con la acción más beneficiosa para la sociedad. 

Ambos se quedaron callados, mirándome. Luego se miraron entre ellos. Aquello iba para largo. 

Despeña-perros

¡Oh, no! ¡Un perillo y un gatito están a punto de despeñarse por un mortal precipicio! ¡Y solo tengo tiempo de salvar a uno! Corro a por el perro (por lo de mejor amigo del hombre y tal) y consigo salvarlo justo a tiempo. <Guau> dice, agradecido. <No hay de que> respondo. 

<Miau> comenta alguien a mi espalda. Me giro. Es el gato, que se ha salvado él solo. Me mira con una sonrisilla de gatuna autosuficiencia. <Miau> me dice con desdén. <Eso tu madre> le respondo. Maldito seas, gato, por quitarle simbolismo a mis acciones. 


Segunda ley de la termodinámica

La visita de las instalaciones no iba mal y como el guía, me alegraba de ello. <¿Qué es eso que hace tanto ruido?> preguntó uno de los críos. <La turbina al girar> respondí. <¿Y para que gira la turbina?> preguntó. <El giro de la turbina se transmite a un sistema de bobinas que al girar generan energía eléctrica. <¿Y por qué generáis energía eléctrica?> preguntó. <Para no tener que obtenerla del suministro eléctrico nacional, que nos saldría más caro><¿Y para que usáis la electricidad?> preguntó. <Para calentar la caldera de agua>. <¿Y para que calentáis la caldera de agua?> preguntó. <Para generar vapor> respondí. <¿Y para que usáis el vapor?> preguntó el niño. <Para hacer girar la turbina> respondí. <¿Y para que gira la turbina?> preguntó el niño. Me paré un instante a pensar. <Para hacer ruido> descubrí. 


Los problemas de la empatía

La gacela no tropezó cuando se suponía que debía hacerlo (no es que lo hubiesen pactado, es que era el lugar donde la leona suponía que debía tropezar la gacela), por lo que sus esperanzas de atraparla se esfumaron. 

-¡Espera!- rugió, mientras se detenía. 

La gacela siguió a toda velocidad, pero al ver que su perseguidor se había parado, se acercó hasta una distancia prudente. 

-¿Qué pasa?- preguntó recelosa. 

-Déjate capturar- le rogó la leona. 

La gacela entrecerró los ojos 

-¿Estás de broma?- le respondió. 

-Venga, tengo cachorros que alimentar- insistió la leona. 

La gacela meneó la cabeza y se alejó al trote. 

-Que poquita solidaridad queda- refunfuñó la cazadora- realmente poca.

martes, 20 de noviembre de 2012

Contracorriente


Los pequeños pueblos de montaña se desperdigaban por aquí y por allá, sin ninguna distribución aparente. Había cierta comunicación puntual, pero se trataba, en suma, de pequeñas autarquías, recelosas de los foráneos, aunque apenas distaran sus orígenes un par de kilómetros. La vida no era fácil, pero aquellas gentes no se desesperaban: soportaban el frío invierno y disfrutaban del tórrido verano. Los encargados de suministrar alimento a la comunidad eran dos: los cazadores y los recolectores. Los cazadores no necesitan presentación: era todo aquel que matara animales para obtener de ellos recursos. Recolectores englobaba a los demás: agricultores y ganaderos. Y, como siempre ocurre en las sociedades, sean grandes o pequeñas, se despreciaban unos a otros, tal como ocurre entre estudiantes de ciencias y letras, ingenieros y científicos puros, novelistas y poetas y, en general, cualquier pareja de ocupaciones que implique cierta rivalidad. 

De entre los dos grupos, eran los cazadores los más orgullosos, pues además de suministrar alimento, se encargaban de defender el pueblo de las alimañas y grandes depredadores como lobos y osos, traer criaturas exóticas, vigilar las inmediaciones y, en última instancia, defender a todos de los peligros del exterior. 

Pero no todo era un lecho de rosas para los cazadores. También entre ellos había discrepancias, dependiendo de si cazaban pájaros, pequeños animales peludos, jabalíes o ciervos. No se solían poner de acuerdo entre ellos en casi ningún tema. Pero había algo que era unánime: los cazadores de menor categoría eran los pescadores, los cazadores de peces. 

No era algo arbitrario. Para ser cazador “terrestre”, se requería mucha sangre fría, pues en ocasiones tocaba degollar un ciervo que luchaba frenéticamente por liberar su pata de una trampa, o acabar con un tejón que defendía con desesperación su tejonera mientras escuchaban los quejidos lastimeros de sus crías y hacerte a la idea que luego les tocaba a ellos. Desde luego, no era fácil y no todo el mundo podía dedicarse a ello, a pesar de todo el respeto que la profesión conllevaba. Por eso, los cazadores eran gente extremadamente orgullosa: necesitaban escuchar los agradecimientos de sus vecinos para apartar de su mente la sangre y muerte de la que eran responsables. 

Ser pescador, simplemente era otra cosa. Sí, atrapabas animales salvajes y aprovechabas sus recursos, pero no era lo mismo. A la caza solo se dedicaban hombres duros e implacables, mientras que pescador podía ser cualquiera con un poco de paciencia y que no le tuviese miedo al agua. Por eso no es de extrañar que los cazadores se burlaran de los pescadores siempre que podían: de nuevo, también les hacía falta desmerecer la aportación de ellos, porque se enfrentaban a peces, criaturas viscosas, escurridizas, feas, demasiado diferentes de nosotros para poder sentir empatía por ellas, y por tanto la carga que soportaban era infinitamente menor. Y una carga menor tenía que implicar, por justicia, un menor reconocimiento. 

Despectivamente, los cazadores empezaron a llamar a los pescadores “truchas”, pues era el pez que más comúnmente obtenían, mientras se hacían llamar a sí mismos “lobos”, “zorros” u “osos” (aunque no fuera lo que en más abundancia cazaban). Y, como ha pasado siempre, los comentarios hirientes y despectivos arraigaron rápidamente mientras que los halagadores no llegaron a cuajar. Pronto, y gracias a la gran admiración que sentían todos por los cazadores, el término “trucha” fue adoptado por todos, pero no para referirse a los pescadores, sino para su equivalente: cualquier profesión que quien empleara la palabra despreciara: así los herreros llamaban truchas a los carpinteros, los que cultivaban fruta a los que cultivaban cereales, los que tocaban la guitarra y los que tocaban el laúd entre ellos y la lista seguía interminablemente. No es de extrañar que poco tiempo después, se llamara “trucha” simplemente a quien se despreciaba, independientemente de su profesión. 

¿Y a quienes despreciaban, indistintamente de su profesión, el grueso de los hombres? Todos conocéis la respuesta. A los hombres afeminados, hombre pequeños, delicados y débiles que no representaban lo que un hombre debía ser, pues carecían de físico o voluntad para serlo. Y, contrariamente a lo que había pasado con anterioridad, ahora el uso se especializó y poco a poco los únicos que eran llamados “truchas” eran los afeminados, los homosexuales. Hubo un inconsciente consenso colectivo. 

Y así hasta nuestros días. 

//Quiero hacer una aclaración, porque puede haber malentendidos. Todo lo que he dicho es ficción, no tengo ni idea de porque trucha significa gay. Es más, lo he buscado, pero no he encontrado nada. Así que he puesto la mente a trabajar y se me ha ocurrido esto. Casi con toda seguridad no es por esto, pero a falta de una explicación mejor (y si alguien sabe la verdad por favor que me lo diga), me quedo con la mía//.

miércoles, 10 de octubre de 2012

Vagina y probeta

En teoría hoy no debía ir al laboratorio porque estoy de vacaciones, pero me habían llamado muy excitados pidiéndome que fuera, que era importantísimo y que bien podía perder una mañana de rascarme la tripa en el sofá para ver aquello. Se habían negado a entrar en detalles, pero según habían dicho, era “un bombazo”. Para que nos entendamos, en mi laboratorio no suele haber “bombazos”. No es que estemos de brazos cruzados, pero nos dedicamos a una investigación muy aplicada, por lo que los resultados no suelen ser sorprendentes. Esperas que salga tal y cual, y cuando lo consigues, pasas a otra cosa. No es una revolución tecnológica lo que buscamos, perseguimos una progresión lenta y segura, en la que he depositado toda mi confianza, pues los cambios paulatinos suelen ser bien recibidos, mientras que los “bombazos” suelen dar bastantes problemas. 

jueves, 27 de septiembre de 2012

Contenedores y costes

Un día, mientras andaba por la calle, Sofía Pobs decidió, al ver aparcado un coche delante de un paso de cebra, estrellar contra dicho coche un contenedor de basura. Tuvo mala suerte, hay que reconocerlo, porque el contenedor se partió, desperdigando desperdicios de olor más o menos nauseabundo por todas partes. Fue acusada de alterar el orden público y de dañar propiedad municipal por la destrucción del contenedor (sin hablar de la demanda que le endilgó el propietario del coche, dicho sea de paso). No vamos a entrar en si fue correcta o no la actuación de la señorita Pobs, pues no viene al caso. Lo que nos interesa es el castigo que se estableció para ella.

Al parecer, el contenedor valía 1000 euretes, que por supuesto debían ser abonados por ella. O igual valía menos y el resto era el cargo por la multa de desorden público, no está claro. También debía realizar cierta cantidad de horas de trabajo comunitario. La cantidad mínima de horas era 1, y podía ampliar su servicio a cambio de un descuento de la multa. En total, el castigo que debía cumplir era el siguiente:

1000 = nº de horas de trabajo comunitario x € abonados

Para que nos entendamos, podía trabajar 1 hora y pagar 1000€, trabajar 2 horas y pagar 500€, trabajar 4 horas y pagar 250€, y así sucesivamente. He confeccionado esta tabla por si alguien lo entiende así mejor:

Horas trabajadas
Dinero a pagar
1
1000
2
500
4
250
8
125
16
63
32
31
64
16
128
8
256
4
512
2
1025
1

El horario es muy flexible, puede trabajar el número de horas que quiera, cuando quiera hacerlo, aunque por supuesto no vale írselo dejando para más adelante y acabar por no hacer nada. No. Pero vamos, el caso es que no te impide trabajar para ganar el dinero que luego canjearas por productos de primera necesidad y bagatelas.

Así que Sofía se puso a pensar. No era una decisión fácil, sin duda. Primero pensó en por qué el tiempo mínimo era una hora. Realmente no habría hecho falta establecer un tiempo mínimo, ya que empleando la fórmula se puede calcular la cantidad de dinero a pagar para cualquier cantidad de tiempo:

Dinero a pagar = 1000 / Horas trabajadas

Por supuesto, si no trabajas nada hay un problema con la ecuación, ya que tendrías que pagar por tanto infinito dinero. Como comprenderéis, no sale a cuenta. Tampoco sale a cuenta trabajar 1 segundo, por ejemplo. Veréis:
1 segundo = 1/3600 horas

Dinero a pagar = 1000/(1/3600)=3.600.000€

Es decir, tendrías que pagar más de tres millones de euros, y es improbable que incluso alguien que se pueda permitir semejante pastón lo haga. Así que, para evitar problemas de este tipo, se establece 1 hora como tiempo mínimo y fuera problemas. Además, así nos evitamos trabajar con fracciones, joder.

Volvamos a Sofía, que sigue a lo suyo. La decisión es sin duda ESPINOSA, porque aunque hay opciones que está claro que son absurdas, la correcta (si se puede hablar de correcta) no está clara. Os explico mi razonamiento:

Puedes trabajar 1 hora y pagar 1000€. Si trabajas una hora extra, te ahorras 500€. Es como si cobraras 500€ la hora de trabajo, sin duda está muy bien. Si trabajas 2 horas más, te ahorras 250€ con respecto al anterior, lo que supone un salario de 125€ la hora. ¿Quién no firmaba ese salario para un trabajo? Yo lo firmaba. Bueno, para no seguir con la explicación, os cuelo otra tabla:

Horas trabajadas
Dinero a pagar
Ahorro (€/hr)
1
1000
-
2
500
500
4
250
125
8
125
31,25
16
63
7,813
32
31
1,953
64
16
0,488
128
8
0,122
256
4
0,031
512
2
0,008
1025
1
0,002

Simplemente mirando el ahorro, parece fácil… ¿no? 7,813 €/hora no está mal, pero 1,925€/hora es una estafa. Aunque 31,25€/hora está mucho mejor, y solo serían 8 horas, en una semana o dos lo tendría finiquitado…

¿O tal vez los datos no reflejan la realidad?

Veréis, el ahorro es siempre respecto al primero. Es decir, que si trabajas 8 horas, la primera hora es obligatoria, en la segunda te ahorras 500€, en la tercera y cuarta 125€ en cada una y de la quinta a la octava te ahorras 31€ y pico la hora. ¿No sería mejor calcular el ahorro medio por hora en función de las horas que trabajas? Pues por eso os traigo otra tabla más:

Horas trabajadas
Dinero a pagar
Ahorro medio (€/hr)
1
1000
-
2
500
500
4
250
250
8
125
125
16
63
63
32
31
31
64
16
16
128
8
8
256
4
4
512
2
2
1025
1
1

Parece una broma, ¿no? Las dos columnas tienen los mismos números… ¡Pues es simplemente aplicar la fórmula! Observad (advierto, es un desarrollo matemático, y aunque es sencillo, mucha gente lo encontrará aburrido, así que lo podéis saltar alegremente):
Tenemos dos ecuaciones:

1000 = Tiempo trabajando x lo que pagas

Y la ecuación del ahorro, que se define como el dinero que dejas de pagar respecto al máximo frente al número de horas extra que trabajas:

Ahorro = (Pago máximo-lo que pagas)/tiempo extra

El tiempo extra es el tiempo total que trabajas menos la hora obligatoria, y el pago máximo es de 1000€, así que:

Ahorro = (1000-lo que pagas)/(Tiempo trabajando-1)

Ahora, sabemos que 1000 es la primera ecuación, así que lo sustituiremos en la segunda ecuación:

Ahorro = ((Tiempo trabajando x lo que pagas) - lo que pagas)/(Tiempo trabajando-1)

Sacamos factor común:

Ahorro = (lo que pagas x (Tiempo trabajando-1))/(Tiempo trabajando-1)

Ya que multiplicas y divides por lo mismo, puedes eliminarlo de la ecuación y te queda:

Ahorro = lo que pagas

Y por eso en la tabla el dinero a pagar y el ahorro son iguales.

HASTA AQUÍ EL DESARROLLO MATEMÁTICO.

La cosa cambia con esta segunda tabla, ¿eh? Ahora tal vez a Sofía le interese trabajar 64 horas, cuando antes 8 parecía la mejor opción. ¿Cómo es posible tanto cambio? ¿No sería lo mejor elegir un tiempo a boleo y no calentarse tanto la cabeza? No. ¡NO! Hay que buscar la solución óptima siempre, aquella que resulta más beneficiosa… Aunque claro, para obtener el beneficio máximo habría que definir cuánto vale una hora de trabajo de Sofía, si considera 8€ la hora una estafa o un salario adecuado. Digamos que menos de 8€ la hora le parece poco, así que 8€ la hora sería el valor límite. ¿Pero se refiere Sofía a que de media le paguen 8€ la hora o que en una hora concreta le paguen como mínimo 8€? Porque sin duda no es lo mismo. También os recuerdo, por si lo habíais olvidado, que nadie verá un céntimo de ese supuesto salario, pues solo es un dinero figurado, una reducción de la deuda.

Sofía se rasca la cabeza, mira su reloj y se da cuenta que en el rato que lleva pensando, podía haber estado trabajando y haberse ahorrado cierto dinero, así que decide concluir con el razonamiento. Decide pagar 1000€, pues así se asegura que reinstauren el contenedor, y exige que su trabajo comunitario consista en recoger basura. Se pasa la hora entera recogiendo basura que almacena en el contenedor recién comprado.

Cuando pasa la hora, el contenedor está lleno y ha saldado su deuda con la sociedad.

Así que, satisfecha, estrella el contenedor de nuevo contra el mismo coche.

sábado, 18 de agosto de 2012

Orden frenético

Llegué a casa después de un día bastante tranquilito, me quité los zapatos y me lancé sobre la cama. Estuve un rato así, sin hacer nada. Luego me levanté, sacudí un poco la cabeza y me hice la cena.

Cuando aún hacía poco que había acabado, alguien de la televisión dijo “así es como son las cosas”. Fruncí el ceño e internamente me negué a aceptarlo. Me sacudí las migas de la ropa, me desnudé y tiré la ropa a lavar. Vi entonces que tenía pendiente una montaña de ropa.

“¿Desde cuándo está esto aquí?” pensé. Pues seguramente tanto que había pasado a formar parte de mi normalidad. Así es como eran las cosas… Lamentablemente para el montón, aquel día estaba rebelde, así que lo llevé al medio del salón (que es donde más espacio había) y me puse a clasificarlo. Montón de camisetas cortas aquí. Largas allá. Pantalones cortos en la silla. Los largos me los puse encima del hombro. Calcetines en la cesta, tendría que hacer una segunda clasificación de estos. Calzoncillos en el sofá.

Entonces me quedé mirando con cara de tonto lo que quedaba. Guantes. ¿Cuándo puñetas había llevado yo guantes? Varios pares, además. Como para no acordarse. Los dejé encima de la nevera, así seguro que no me olvidaba de nuevo.

Entré al instante en un frenesí clasificatorio, en los que solo había cajones engullendo calzoncillos, perchas sosteniendo camisas y calcetines dentro de más calcetines. Acabé sudado, con dolor en la espalda y las rodillas de tanto agacharme.

La precaución de la nevera fue innecesaria, no me olvidé de los guantes ni un segundo. Mientras colocaba tal y cual cosa en el cajón de turno, iba tomando nota mental para agenciarle un hueco bien apartado a los guantes, desde el que nunca más volvieran a ver la luz. Y eso hice, el maldito peor cajón de toda la historia estaba en mi casa, así que no hubo problemas para asignarle un puesto de honor a los guantes: El cajón chocaba contra el marco de la ventana de la habitación, por lo que había que abrir la ventana cada vez que querías abrir el armario. Y nunca abría la ventana, por lo que el polvo hacía de ella su hogar y reaccionaba con furia si se lo perturbaba.

Protegido con un impermeable (no me sentí ridículo, estaba en mi casa y allí hacía lo que me daba la gana) abrí la ventana y así pude acceder al cajón. Estaba prácticamente lleno de trastos inútiles que no me había atrevido a tirar en el pasado, ni me atreví entonces. Conté los guantes: eran diez, cinco pares. Solo había espacio para hacer dos montones.

“Dos montones, diez guantes. Cinco guantes en cada montón”

Error. No podía desparejar un par de guantes, no era ético.

“Un montón con tres pares y otro con dos”.

No, inconcebible. ¿Qué habría pasado con la simetría y el equilibrio? Pecado mortal.

Permanecí delante del cajón, con los cinco pares de guantes entre las manos, simulando posible escenarios, pero no me gustaba ninguno.

“¿Y si me deshago de un par?”

Aquello sí que me pateo los mismísimos (no literalmente, un guante como mucho podría aspirar a palmeármelos o a darme un buen guantazo)… ¿¡Tirar unos guantes en perfecto estado por estética!? Jamás. Jamás de los jamases.

Al final conseguí hacer los dos montones iguales, y no tuve que comprar otro par para igualar las cosas, me parecía un derroche.

Cerré el cajón y después la ventana, consciente de que aquel perfecto orden se conservaría por toda la eternidad.

Aquella noche dormí como un zapato.

Y por eso ahora siempre llevo guantes.

domingo, 24 de junio de 2012

La historia de tu nombre


-Pásame la sal.

Ese fue el primer comentario que se oyó durante la cena, pero no era una novedad: Las conversaciones se reducían a breves peticiones de utensilios culinarios o el cambio de canal en el televisor; alguna vez, y sin que se convirtiera en costumbre, comentaban alguna noticia, o contaban alguna anécdota que habían oído. Pero que se recordara, nunca había habido nada similar a una verdadera conversación. Pero eso no suponía un problema, ninguno de los allí presentes le daba importancia al asunto, siempre había sido así, no conocían otra cosa, y no les iba mal con ello, si se tenían que decir algo importante, ya se lo dirían cuando no tuvieran la boca llena de comida.

La mesa estaba presidida (a pesar de ser cuadrada) por el cabeza de familia, el siempre jovial Esteban, a excepción de sus puntuales ataques de suprema seriedad, en la que salía su yo oculto, temido y respetado a partes iguales. A su derecha, su mujer, Clara, con la habilidad de convencer a cualquier miembro de la familia de casi cualquier cosa, no se podía discutir con ella sin acabar cediendo; y no es que utilizara un tono autoritario ni nada, lo decía todo con una sonrisa, como si todo aquello no fuera con ella. A la izquierda de Esteban se sentaba Antonio, el hijo pequeño, pasaba por la etapa en que aún no eres adolescente, pero ya no eres del todo un niño, y empiezas a darte cuenta de que pasta está hecha el mundo. Por supuesto, nadie le llamaba Antonio, ni siquiera sus profesores, él era Toni, que había heredado los puntuales ataques de su padre, pero en vez de ser de extrema seriedad eran de deslumbrante lucidez. Le venían de pronto, sin importar que estuviera haciendo, levantaba la cabeza, ponía un gesto de asombro, y soltaba una de sus joyas, con la que todo el mundo se quedaba mudo. Y en el otro extremo de la mesa cuadrada, Raquel, la primogénita, que se parecía a su madre como si fuera su reflejo, a excepción de que su pelo era más claro, y que siempre guardaba unas profundas ojeras, fruto de trasnochar y madrugar siete días a la semana, ya que tenía que estudiar duramente, pero no quería desperdiciar su juventud delante de un libro de texto, quería exprimir hasta la última gota de su edad de oro. -“Dormiré más cuando acaben los exámenes” –decía, pero surgía algo después, como un trabajo a tiempo parcial, o vacaciones en casa de alguna amiga, o como le sucedía ahora, el carné de conducir, ya que se negaba a posponerlo a verano, y ni siquiera su madre fue capaz de hacerla entrar en razón.
 
-Puff, ese portero podría tener muñones en vez de manos, y haría lo mismo- dijo Esteban mientras observaba el televisor de reojo, más para si mismo que para sus interlocutores.

Raquel asintió mecánicamente, parecía absorta en su mundo. Clara sonrió, y siguió con lo suyo. Toni no hizo gesto alguno de haberlo oído, daba vueltas con el tenedor a una longaniza, sin decidirse a empezarla.

-¿No tienes hambre, cariño?- le preguntó su madre- Se te va a quedar fría.

Toni asintió, cortó un trozo y empezó a comer, masticaba sin gana.

-¿Te pasa algo? No tienes buena cara- inquirió su madre

-Estaba pensando que…- pero calló, así quedó la frase, y siguió comiendo

El padre perdió interés en la televisión, y miró a su hijo

-¿En que pensabas?-preguntó su padre, con tono despreocupado, sin lugar a dudas, era la conversación más larga que habían tenido ese mes.

-Pues…- Toni dudaba, desde luego, parecía preocupado, y esa preocupación se contagió rápidamente a sus padres.

-¿Te encuentras mal? ¿Te duele algo? ¿Te sientes enfermo?

-No…

-¿Has cateado algún examen y no sabes como decírnoslo?- preguntó su padre, con tono desenfadado, obviamente no era eso, Toni era listo, no iba apurado en el colegio.

-No- dijo con una media sonrisa

-¿Te has peleado con un amigo o con alguien de tu colegio?

-Mas o menos…- dijo Toni, sin demasiado convencimiento

-Si tienes problemas con algún matón, debes decírselo a tu profesor- le aconsejó su madre.

-Nadie me está pegando, mamá- dijo Toni, algo ofendido

-¿Pues que te pasa?- esta vez fue Raquel quien habló, no había participado antes, pero si seguía la conversación.

-El profesor me ha reñido…- confesó finalmente

Los hombros de su madre se relajaron, y su padre se reclinó en la silla, y volvió a mirar el fútbol, pero sin perder el hilo de la conversación.

-¿Qué has hecho?- preguntó suavemente su madre.

Toni parecía al borde del llanto, y se mantuvo unos segundos totalmente inmóvil, centrando todos sus esfuerzos en no derramar ni una lágrima.

-Le he hecho una pregunta… -dijo entrecortado-  y se ha enfadado.

-Pues vaya profesor de mierda- dijo Esteban, algo enfadado- si no puede resolver dudas, no vale para profesor.

La conversación concluyó allí, aunque todos querían saber que había preguntado Toni, no querían que empezara a llorar, y era lo más probable si seguían presionándolo.

La cena acabó sin mayores percances, aunque Toni se dejó casi todo, su madre no se lo echó en cara, siempre que uno de sus hijos sufría alguna desgracia, era especialmente permisiva con ellos ese día.
Esa noche hacían un programa que milagrosamente gustaba a toda la familia; como ninguno coincidía en gustos, pocas veces se sentaban todos juntos en el sofá a ver la televisión, y menos en época de exámenes, cuando Raquel se encerraba en su cuarto o salía, y no se la volvía a ver hasta el desayuno. Pero el día que hacían ese programa, era sagrado, todos debían ir a verlo, sin importar otras obligaciones. -“Tampoco dura tanto, puedo estudiar cuando acabe”- era la reflexión de Raquel, y su excusa para pasar un breve rato en familia.
Cuando aún faltaba un cuarto de hora para que empezara el programa, ya estaban todos reunidos delante del televisor, observando impasibles el final del programa anterior. Cuando acabó, Esteban pulsó el botón de “Mute” y la televisión enmudeció.

-Toni, si quieres puedo ir a hablar con tu profesor, no puede ser que se niegue a contestar a tus dudas.

-No hace falta… Me dijo que esa clase de preguntas no las podía resolver un profesor, que le tenía que preguntar a mis padres…- Toni miraba fijamente las imágenes insonorizadas que se sucedían, como si aquella conversación no le afectara.

La tentación y la curiosidad se aliaron con la lengua, y traicionaron al cerebro de Raquel

-¿Qué le preguntaste?

Clara y Esteban enmudecieron, deseaban tanto como su hija saberlo, pero no se habían atrevido a formular la cuestión.

Toni vaciló, y tragó saliva instintivamente

-Pues… Le pregunté si merece la pena seguir viviendo.

Todos se quedaron estupefactos, ni siquiera se dieron cuenta de que el programa había empezado y Toni, el único que miraba fijamente la pantalla, no parecía tener ninguna intención de avisarles.

-¿Qué?-preguntó Raquel bruscamente, con tono de total incredulidad

Toni no dejó de mirar el televisor, como si evitando el contacto visual pudiera evitar enfrentarse a las preguntas de sus padres.

Clara le hizo un gesto imperativo a Raquel, esta suspiró, algo irritada, y se levantó.

-Me voy a estudiar

Toni levantó la cabeza rápidamente, tenía los ojos muy abiertos, había entrado en su estado de lucidez.

-¿Por qué vas a estudiar?-preguntó. No preguntaba por curiosidad, eso los quedaba claro a todos, quería demostrar algo.

Raquel vaciló unos segundos, no podía acostumbrarse a los repentinos cambios de su hermano, al igual que tampoco podía acostumbrarse a los cambios de su padre: Habían llevado a Toni al psicólogo, pero este había determinado, después de una extensa charla con él y con sus padres, que no sufría ningún trastorno mental, no era una enfermedad lo que tenía, y bromeando afirmó que a él también le gustaría la habilidad de tener momentos de genialidad. Ni a Toni ni a su padre parecían acomplejarlos lo más mínimo tener esos “ataques”, así que, aunque eran extraños, no se les daba una gran importancia, había aprendido a convivir con ellos.

-Va a estudiar porque quiere ir a la universidad- le explicó Clara, en vista del mutismo de Raquel.

-¿Y por que quiere ir a la universidad?- inquirió Toni

-Porque necesita ir a la universidad para poder trabajar en lo que le guste- continuó su madre

Toni miró a Raquel fijamente, y puso un gesto de no entender nada

-¿Te gusta trabajar? Pero si es un rollo…

Raquel sonrió, cuantas veces se había cuestionado ella el funcionamiento del mundo... Pero jamás había expresado su disconformidad en voz alta.

-No es que me guste trabajar-dijo Raquel, lentamente- pero necesito trabajar para vivir. Y ya que tengo que trabajar, al menos que sea en algo que me parezca entretenido…

-¿Trabajar para vivir? ¿Si no trabajas te morirás?-continuó Toni con el ataque.

Raquel se enfadó, pero no podía concretar porque, toda aquella conversación en general la irritaba.

-Joder Toni, no eres idiota, sabes a que me refiero.

Toni sonrió, complacido. Aquello no era propio de él, ellos dos nunca discutían, tenían poco en común, y Raquel estaba casi siempre fuera, así que se veían poco.

-Raquel se refiere a que necesitas dinero para vivir, y para ganar dinero necesitas un trabajo- dijo Clara, sustituyendo rápidamente a la alterada Raquel.

-Pero el dinero no ha existido siempre, ¿Cómo vivían antes de tener dinero? ¿Morían porque no tenían dinero?

Clara sonrió, desde su etapa universitaria no había tenido una conversación de ese tipo, en los “debates” que se formaban a veces en algunas clases. Ella había estudiado una carrera “de letras” sin tener muy claro en que iba a trabajar. No llegó a acabar su carrera, y se puso a trabajar de dependienta en una librería. No le apasionaban los libros, pero leía de vez en cuando, que es mucho más de lo que se podía decir de muchos de sus compañeros. Algunos años después conoció a Esteban, que trabajaba en una empresa, pero nunca le había querido decir de que: “Eso no importa”-le había dicho-“El trabajo es para ganar dinero y ya está. Sinceramente, no entiendo a esos que se obsesionan con su trabajo”. A ella le pareció una filosofía poco productiva, pero decidió no preguntar, y seguía sin saber exactamente en que trabajaba su marido. Hacía algunos años que la librería había cerrado, pero ya no le vio sentido a buscar un nuevo trabajo, Esteban ganaba dinero suficiente para vivir sin despilfarrar, y aunque a veces  se sentía nostálgica de su etapa universitaria o laboral, no se sentía desgraciada en absoluto.

-Me recuerdas a mi cuando era joven- comentó Esteban, mientras miraba extrañado a su mujer, que se había quedado en las nubes- Tampoco entendía el mundo, no entendía porque tenía que trabajar…

Sonrió y miró a su hijo, que había vuelto a mirar al televisor, Raquel se fue a su cuarto, visiblemente ofendida, y Esteban sonrió.

-¿Y que hiciste papá?-preguntó Toni.

-No quería trabajar porque me daba pereza, pero cambiar el mundo para que no tuviera que trabajar me daba más pereza aún-dijo Esteban, sonriente. Nunca le había comentado esto a nadie, ni siquiera a su mujer… En el pasado, había sentido reparo en decir eso, por aquello de que pensaran los demás, pero ya le traía sin cuidado. No era infeliz, no disfrutaba con su trabajo, pero no era infeliz. Le gustaba cada momento que pasaba con su familia, tenía miedo de que si se distanciaba de ellos y dejaba de cuidar su relación, su vida quedara vacía, así que se esforzaba por hacer actividades familiares tanto como podía, y para su entender, funcionaba bastante bien, se sentía orgulloso de su trabajo como padre.

-Eso no lo sabía- dijo Clara, con su sonrisa típica, imposible distinguir si era forzada o real.

-¿Y al final que decidiste, papá?

-Pues trabajar, naturalmente… Fui a la universidad, trabajé duro por sacar buenas notas, y conseguí un buen trabajo. Me casé con tu madre, y tuvimos dos hijos, supongo que no hace falta que te diga como se llaman.

-¿Por qué me llamo como me llamo?

-Es cierto, nunca se lo hemos dicho- le dijo Esteban a Clara.

Esta asintió, y Esteban entendió que su turno de palabra había acabado.

-¿Llamo a Raquel?-preguntó Toni. Ya no estaba tenso, ni parecía a punto de romper a llorar.

-Pregúntale si quiere venir, pero no la obligues.

Toni se levantó de un salto, y se fue corriendo por el pasillo.

-Nos ha salido filósofo el chico- comentó Esteban

-Eso parece- respondió Clara, algo aliviada, aunque la frase aún resonaba en su cabeza “¿Merece la pena seguir viviendo?”.

Al cabo de unos segundos, Toni volvió y se sentó.

-¿Viene?

-Dice que ahora vendrá, que tiene que terminar la página.

Esteban miró el televisor, ya estaba en los anuncios de la mitad del programa, y nadie se había percatado, sonrió complacido, ni en sus mejores sueños había pensado que podían tener una noche en familia contando historias de cuando eran pequeños… Apagó la televisión del mando, y la imagen de una joven sosteniendo un frasco de colonia se desvaneció. Nadie se dio cuenta. Todos permanecieron callados, y hubo un breve momento de tensión.

-Han dicho que mañana lloverá- comentó Esteban, maldiciéndose por hacer uso de el tiempo, el tópico más grande de entre los tópicos.

-Pues habrá que sacar los impermeables del armario-continuó la vana conversación su mujer.

Llegó Raquel, arrastrando los pies, y se sentó en el suelo, apoyando la espalda contra la pared. Miró a su madre, expectante. También Toni miraba a su madre, así que fue ella la que empezó a hablar.

-Lo siento por ti, hijo, pero tu nombre no tiene mucha historia… No sabíamos como llamarte, y desde luego no iba a aceptar el nombre que sugirió la madre de Esteban.

Esteban resopló, pero no tuvo más remedio que sonreír, Clara tenía razón, ni siquiera se había planteado darle aquel nombre…

-¿Qué nombre era?- preguntó Raquel, con un punto de malicia

Clara sonrió, y Esteban también: De mutuo acuerdo, habían decidido hace ya muchos años que JAMÁS le dirían a su hijo aquel nombre. Pero de negarle aquel derecho a su hija no habían hablado…
Clara se levantó con esfuerzo, y se aproximó a su hija, le hizo un gesto para que se acercara más, y le susurró algo al oído. Su hija abrió mucho los ojos, y empezó a reír a carcajada limpia.

-¿En serio ese es el nombre que jamás ibas a aceptar?

La madre asintió, algo avergonzada

-A mi no me parece tan feo- comentó Esteban, algo molesto- Mi madre lo dijo con toda su buena intención.

-Es un nombre feísimo- dijo Raquel, con una media sonrisa.

Esteban hizo un gesto de desdén con la mano, y cruzó los brazos.

-¿Y porque Antonio?-preguntó Raquel, más animada que nunca- No es un nombre muy original.

-En esa época, sacaron un libro que se volvió muy famoso, el autor se llamaba Antonio… Y de ahí tú nombre.

Toni sonrió

-Entonces no tengo un nombre común, tengo nombre de escritor- comentó, alegre.

-¿Y que hay de mí?-preguntó Raquel: Había pasado de una muda indiferencia a un entusiasmo infantil.

Clara sonrió, nostálgica.

-Parece que eso sea de otra vida… Raquel era mi mejor amiga cuando era pequeña, y una vez nos prometimos que si alguna vez teníamos hijas, las llamaríamos con el nombre de la otra… Perdimos el contacto ya hace mucho, pero me pareció que ponerte Raquel te convertía en la representante de mi infancia- Clara la miró con ternura- Aunque ya no eres una niña, que digamos.

Raquel asintió, tenía la mirada iluminada, se levantó como un resorte.

-Es momento de que me vaya a estudiar- declaró- Pero espero que esto se repita alguna vez, ha sido…

-¿Guay?- sugirió Esteban

-Suena extraño en tu boca- dijo Raquel- pero supongo que algo así.

Se despidió con un movimiento de dedos, y se fue a su cuarto.

-Tu también a la cama- le dijo Clara a Toni.

Este asintió, y acompañado por su madre, se dirigió a su habitación. Esteban encendió la televisión, el programa ya había acabado, y había empezado un debate sobre… Bueno, la verdad es que no le importaba lo más mínimo, se sentía satisfecho.

-Que duermas bien, hijo- dijo Clara.

Toni sonrió, cansado, y se acurrucó entre las sábanas.

-Iré a hablar con tu profesor mañana- sentenció la madre.

-Realmente no hace falta

-¿Y eso por que?

Toni sonrió

-No le pregunté nada.

-¿Qué? ¿Entonces por que…?

Toni la miró, sorprendido

-Para que pasara lo que ha pasado… ¿No?