Llegué a casa después de un día bastante tranquilito, me quité los zapatos y me lancé sobre la cama. Estuve un rato así, sin hacer nada. Luego me levanté, sacudí un poco la cabeza y me hice la cena.
Cuando aún hacía poco que había acabado, alguien de la televisión dijo “así es como son las cosas”. Fruncí el ceño e internamente me negué a aceptarlo. Me sacudí las migas de la ropa, me desnudé y tiré la ropa a lavar. Vi entonces que tenía pendiente una montaña de ropa.
“¿Desde cuándo está esto aquí?” pensé. Pues seguramente tanto que había pasado a formar parte de mi normalidad. Así es como eran las cosas… Lamentablemente para el montón, aquel día estaba rebelde, así que lo llevé al medio del salón (que es donde más espacio había) y me puse a clasificarlo. Montón de camisetas cortas aquí. Largas allá. Pantalones cortos en la silla. Los largos me los puse encima del hombro. Calcetines en la cesta, tendría que hacer una segunda clasificación de estos. Calzoncillos en el sofá.
Entonces me quedé mirando con cara de tonto lo que quedaba. Guantes. ¿Cuándo puñetas había llevado yo guantes? Varios pares, además. Como para no acordarse. Los dejé encima de la nevera, así seguro que no me olvidaba de nuevo.
Entré al instante en un frenesí clasificatorio, en los que solo había cajones engullendo calzoncillos, perchas sosteniendo camisas y calcetines dentro de más calcetines. Acabé sudado, con dolor en la espalda y las rodillas de tanto agacharme.
La precaución de la nevera fue innecesaria, no me olvidé de los guantes ni un segundo. Mientras colocaba tal y cual cosa en el cajón de turno, iba tomando nota mental para agenciarle un hueco bien apartado a los guantes, desde el que nunca más volvieran a ver la luz. Y eso hice, el maldito peor cajón de toda la historia estaba en mi casa, así que no hubo problemas para asignarle un puesto de honor a los guantes: El cajón chocaba contra el marco de la ventana de la habitación, por lo que había que abrir la ventana cada vez que querías abrir el armario. Y nunca abría la ventana, por lo que el polvo hacía de ella su hogar y reaccionaba con furia si se lo perturbaba.
Protegido con un impermeable (no me sentí ridículo, estaba en mi casa y allí hacía lo que me daba la gana) abrí la ventana y así pude acceder al cajón. Estaba prácticamente lleno de trastos inútiles que no me había atrevido a tirar en el pasado, ni me atreví entonces. Conté los guantes: eran diez, cinco pares. Solo había espacio para hacer dos montones.
“Dos montones, diez guantes. Cinco guantes en cada montón”
Error. No podía desparejar un par de guantes, no era ético.
“Un montón con tres pares y otro con dos”.
No, inconcebible. ¿Qué habría pasado con la simetría y el equilibrio? Pecado mortal.
Permanecí delante del cajón, con los cinco pares de guantes entre las manos, simulando posible escenarios, pero no me gustaba ninguno.
“¿Y si me deshago de un par?”
Aquello sí que me pateo los mismísimos (no literalmente, un guante como mucho podría aspirar a palmeármelos o a darme un buen guantazo)… ¿¡Tirar unos guantes en perfecto estado por estética!? Jamás. Jamás de los jamases.
Al final conseguí hacer los dos montones iguales, y no tuve que comprar otro par para igualar las cosas, me parecía un derroche.
Cerré el cajón y después la ventana, consciente de que aquel perfecto orden se conservaría por toda la eternidad.
Aquella noche dormí como un zapato.
Y por eso ahora siempre llevo guantes.
Cuando aún hacía poco que había acabado, alguien de la televisión dijo “así es como son las cosas”. Fruncí el ceño e internamente me negué a aceptarlo. Me sacudí las migas de la ropa, me desnudé y tiré la ropa a lavar. Vi entonces que tenía pendiente una montaña de ropa.
“¿Desde cuándo está esto aquí?” pensé. Pues seguramente tanto que había pasado a formar parte de mi normalidad. Así es como eran las cosas… Lamentablemente para el montón, aquel día estaba rebelde, así que lo llevé al medio del salón (que es donde más espacio había) y me puse a clasificarlo. Montón de camisetas cortas aquí. Largas allá. Pantalones cortos en la silla. Los largos me los puse encima del hombro. Calcetines en la cesta, tendría que hacer una segunda clasificación de estos. Calzoncillos en el sofá.
Entonces me quedé mirando con cara de tonto lo que quedaba. Guantes. ¿Cuándo puñetas había llevado yo guantes? Varios pares, además. Como para no acordarse. Los dejé encima de la nevera, así seguro que no me olvidaba de nuevo.
Entré al instante en un frenesí clasificatorio, en los que solo había cajones engullendo calzoncillos, perchas sosteniendo camisas y calcetines dentro de más calcetines. Acabé sudado, con dolor en la espalda y las rodillas de tanto agacharme.
La precaución de la nevera fue innecesaria, no me olvidé de los guantes ni un segundo. Mientras colocaba tal y cual cosa en el cajón de turno, iba tomando nota mental para agenciarle un hueco bien apartado a los guantes, desde el que nunca más volvieran a ver la luz. Y eso hice, el maldito peor cajón de toda la historia estaba en mi casa, así que no hubo problemas para asignarle un puesto de honor a los guantes: El cajón chocaba contra el marco de la ventana de la habitación, por lo que había que abrir la ventana cada vez que querías abrir el armario. Y nunca abría la ventana, por lo que el polvo hacía de ella su hogar y reaccionaba con furia si se lo perturbaba.
Protegido con un impermeable (no me sentí ridículo, estaba en mi casa y allí hacía lo que me daba la gana) abrí la ventana y así pude acceder al cajón. Estaba prácticamente lleno de trastos inútiles que no me había atrevido a tirar en el pasado, ni me atreví entonces. Conté los guantes: eran diez, cinco pares. Solo había espacio para hacer dos montones.
“Dos montones, diez guantes. Cinco guantes en cada montón”
Error. No podía desparejar un par de guantes, no era ético.
“Un montón con tres pares y otro con dos”.
No, inconcebible. ¿Qué habría pasado con la simetría y el equilibrio? Pecado mortal.
Permanecí delante del cajón, con los cinco pares de guantes entre las manos, simulando posible escenarios, pero no me gustaba ninguno.
“¿Y si me deshago de un par?”
Aquello sí que me pateo los mismísimos (no literalmente, un guante como mucho podría aspirar a palmeármelos o a darme un buen guantazo)… ¿¡Tirar unos guantes en perfecto estado por estética!? Jamás. Jamás de los jamases.
Al final conseguí hacer los dos montones iguales, y no tuve que comprar otro par para igualar las cosas, me parecía un derroche.
Cerré el cajón y después la ventana, consciente de que aquel perfecto orden se conservaría por toda la eternidad.
Aquella noche dormí como un zapato.
Y por eso ahora siempre llevo guantes.
UN SER ECUANIME Y QUE LE GUSTE LA ESTETICA ?NO LO PUEDO CREER,PERO ME GUSTA. F2
ResponderEliminarLa estética no es caos. Digamos que cada cosa sigue su orden interno, por lo que "arreglado" y "desastrado" dependen del tema sobre el que estés hablando y el criterio de cada uno.
EliminarDe todos modos, esta historia no va de estética. Trata de como a veces lo que nosotros consideramos correcto y ordenado choca con nuestros intereses. Trata de alguien que prefiere llevar guantes todos los días (a pesar de que son un incordio) antes de sentir que está generando caos. Trata de la importancia de la paz de espíritu, la buena conciencia, sobre el beneficio propio.
O por lo menos eso pienso yo. Si me dices que trata sobre alguien que limpia su casa, pues también.
Originalísimo, Felipe. A pesar de tu prolongado descanso, sigues siendo un "contador" de cosas brillante. Muy especialmente de cosas que no parecen tener trascendencia, pero tú se la acabas dando.
ResponderEliminarPor cierto, yo que soy un poco más cartesiano y me gusta encontrar una explicación racional a las cosas (cosa que por cierto no es siempre fácil con tus finales), ¿la explicación final es que para poder hacer 2 montones iguales tiene que prescindir de meter el 5º par en el cajón, y por eso los debe llevar encima, y así preservar su "orden" establecido?
Exactamente. Y por eso digo que se impone un beneficio psicológico frente a uno físico, la sensación de orden es más importante para el personaje que el no llevar guantes a diario.
Eliminarya no puedo juzgar. Mi mente ya no es capaz de encontrar una solucion correcta.ANONIMO gracias por el quinto par.f2
ResponderEliminarTenia mono de relatooooooooo
ResponderEliminarEl próximo no tardará tanto, lo prometo.
EliminarGracias a ti, fan nº2, que tienes tanta pasión (y tan justificada, por otra parte) por este blog. Aquí seguiremos mano a mano disfrutando.
ResponderEliminarY a tí, Felipe, ¿tenia explicación cartesiana o no este final? ¿Por qué no contestas?
GRACIAS ANONIMO POR SER TAN GENEROSO.F2
Eliminar