jueves, 8 de diciembre de 2011

Farándula

//Cuarta parte de "Excursión"//.


“Hace ya bastante años, cuando yo era joven y, a pesar de que no sabía casi nada, creía saberlo casi todo, vine al bosque. No me apasionaba la naturaleza, pero me parecía un lugar agradable, lejos de mi hábitat usual. Me acompañaba quien fue durante muchos años mi marido, Joaquín. Ninguno de los dos había ido apenas de excursión y por supuesto no sabíamos nada de orientación a excepción de que la brújula apunta siempre al norte, pero puesto que no llevábamos brújula, no sabíamos nada de orientación.

Aún no entiendo que nos impulsó a caminar sin rumbo, internándonos en la espesura cada vez más. Cuando nos quisimos dar cuenta, nos habíamos perdido. El problema de perderse en el bosque es que avanzar en línea recta se vuelve prácticamente imposible si no tienes experiencia. Al principio, nos lo tomamos como un juego, nos preguntábamos donde apareceríamos, que encontraríamos… Pero pronto nos empezó a invadir la inquietud, pues la comida iba menguando y no parecía haber progresos.

Y, sin venir a cuento, encontramos este poblado. Son totalmente autosuficientes, tienen un pozo, ganado y obtienen el resto del bosque. No necesitan nada más y por tanto son reacios a cualquier cambio. Nuestra llegada no fue bien recibida, éramos extraños, invasores para sus ojos. Nos prohibieron la entrada al poblado, dejando claro que recurrirían a lo que hiciese falta para lograr que dicha prohibición se cumpliese. No nos atrevíamos a alejarnos de allí, apenas teníamos comida y estábamos cansados. Entonces se nos ocurrió ofrecerles dinero, o cualquier cosa, con tal de ganarnos su favor. Por supuesto, rechazaron el dinero, pues en su pequeña comunidad carecía de utilidad… Pero abrieron mucho los ojos cuando vieron la cámara de fotos, el teléfono móvil, incluso el mechero. No entendían su funcionamiento, y puesto que no eran capaces de imitarlo, lo consideraron sobrenatural. Y ya que nosotros portábamos dichos Instrumentos, forzosamente poseíamos algo de sobrenatural.

Puede que parezca inmoral aprovecharse de la ignorancia de aquella gente tan simple, pero fueron ellos mismos los que empezaron a llamarnos “hechiceros”, nosotros solo tuvimos que callar y recibir cobijo y alimento. Por supuesto, teníamos detractores; no muchos, pero alguno había. Y en una comunidad tan pequeña, podía resultar un problema. Así que hicimos una exhibición de nuestros poderes. Llevábamos un repelente de insectos, que junto con el mechero nos permitió realizar la llamarada que tanto gusta a los jóvenes. También les dimos calambres, les deslumbramos con el flash, les asustamos con la vibración del móvil y alguna otra cosa de la que no me siento especialmente orgullosa.

No tardamos mucho en convencer a todos de nuestra superioridad. Joaquín empezó a crear una elaborada historia, que cogía un poco de aquí y un poco de allá. Su objetivo era que no fuese necesario realizar demostraciones periódicas, pues sabía que tarde o temprano no podríamos emplear la mayoría de nuestra mágica tecnología. El plan dio buen resultado, en parte por la predisposición del pueblo al misticismo, en parte por el entusiasmo que le ponía Joaquín a la historia. Al poco, teníamos el templo, lo que impedía a los lugareños saber que hacíamos, aumentando más el respeto que se tenía por nosotros. Incluso aprendieron nuestra lengua y fueron paulatinamente dejando de emplear la suya. Esto es algo que aún no comprendo. Tal vez pensaban que de este modo arañaban un poco de nuestro poder.

Yo quería volver a casa, al mundo real, pero Joaquín no parecía querer hacerlo. De todos modos, no sabíamos dónde estábamos ni como regresar y aquella pobre gente tampoco, desconocían incluso la existencia del exterior, pensaban que el bosque lo abarcaba todo. Le rogué a Joaquín que nos fuéramos, que cuanto más tardásemos en desaparecer, peor.

Y, un día, cuando me desperté, no estaba. Había una nota en la que me pedía que dijera que estaba realizando un conjuro muy importante y que no se iba a mostrar en algún tiempo. Le busqué por todas partes, pero había desaparecido. Me había abandonado, o eso creía. Pensé en huir, pero no sabía a dónde. Me sentía sola, así que empecé a hablar con los lugareños individualmente y no solo para pedirles cosas: quería saber cómo eran, que aspiraciones tenían, cuáles eran sus miedos… De mis conversaciones con ellos entendí algunas cosas. Entre ellas, que todo el esfuerzo de Joaquín había sido en vano, las demostraciones de “magia” habían sido suficiente para ellos, la historia no era más que un añadido al que no prestaban demasiada atención. También descubrí que, al contrario de lo que yo pensaba, ellos no deseaban aprender a utilizar los Instrumentos: eran sagrados, solo los hechiceros debían emplearlos. Y, lo que más me asombró de todo: se alegraban de tenernos en el pueblo, a pesar de que no aportaban nada tangible al pueblo. Lo consideraban un honor.

Empecé a sentir remordimientos por estar allí. Decidí contarles la verdad, aunque sabía que no me iba a suponer nada bueno. Pero no pude hacerlo, pues contra todo pronóstico, Joaquín volvió; y trajo consigo nuevos aparatos, todos con efectos muy pintorescos: el que más gustó al pueblo fue un pequeño coche teledirigido, que contemplaban absortos, sin comprender. Además, trajo muchas pilas y una dinamo, además de transformadores y adaptadores, con lo que pudimos cargar la cámara y los móviles. Joaquín me dijo que su intención era hacer viajes periódicos a la ciudad y traer cosas nuevas con las que impresionar a “sus súbditos”, como empezó a llamarlos. Le rogué que nos fuéramos, pero no me hizo caso. Tampoco me explicó como había salido del bosque, a pesar de que se lo pedí insistentemente. En su siguiente viaje trajo el ordenador, aunque no consiguió que funcionase nunca. Y, en su tercer y último viaje, no regresó.

Pasado un tiempo, los lugareños empezaron a preocuparse y tuve que soltarles una especie de cuento heroico, en el que Joaquín debía sacrificarse por el bien de todos y no volver jamás. Lo creyeron a medias, pero el hecho de tener un único hechicero y no dos les turbaba, así que les dije lo que querían oír, que aparecería otro hechicero en sustitución de Joaquín…”

-Y aquí estás tú- acabó Raquel.

4 comentarios:

  1. traidor, dijiste que acababas... y ahora a esperar el desenlace otra semana...

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  2. Pues eso, que eres un traidor, que no cumple lo que promete.
    De todas formas está bien, Felipe, podremos esperar una semana más. Supongo.

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  3. Como Si sólo fuese traidor en la escrituraaa.....
    Mucho escribir pero para las cosas importantes no tiene tiempo....o mejor dichooo finge no tenerlo.

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  4. ¬¬ te voy a sacrificar mamonazo, al final q, otra más? pues preparate el lunes en clase para, avnaza, avanza, avanza xdd

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