//Perdón por la tardanza. De nuevo, hay que darle a "leer más"//.
Llevamos ya mucho tiempo en este barco.
Yo, entre otros infelices, me enrolé en un navío, con la esperanza de escapar de un futuro poco halagüeño en mi tierra y en busca de aventura y el motivo de mi existencia. No sabía nada de barcos, pero supuse que aprendería sobre la marcha lo que hiciese falta.
El comandante de la nave, un tal Helter, se mostró implacable desde el primer momento: mandó azotar al primero que le replicó hasta que suplicó piedad. Al parecer, había sufrido con su anterior tripulación un motín, del que únicamente había salido vivo por capricho de sus subalternos, que habían decidido dejarle a su suerte en un bote previamente decorado con toda la inmundicia disponible en el barco. Esta vez se había cuidado de contratar a su propia escolta, dos gigantescos mercenarios que no dudaban en partir algún hueso cuando recibían una mirada levemente hostil y que recibirían el salario acordado una vez finalizada la travesía. Así que cuando pasaba Helter y sus perros, todos nos encogíamos y rogábamos por parecer eficientes.
El principio fue sin duda lo peor. Nunca había navegado más que en botes y pequeños barcos de pesca, y eso en contadas ocasiones, por lo que el bamboleo del barco me impedía pensar más que en contener las náuseas y en no desfallecer por el exceso de sol y la falta de sueño. Una semana después y con un ojo aún hinchado por haber vomitado en cubierta, mi malestar pasó y mi cuerpo empezó a mecerse con las olas en vez de tratar de resistirse a ellas. Gané musculatura y mi piel se tostó. Aprendí a manejar la espada, el remo y la fregona. Me sentía a gusto conmigo mismo, aunque había días que deseaba estar muerto debido al exceso de trabajo. Puede que parezca extraño, pues en la vida en tierra mis ocupaciones eran mucho menos agotadoras, pero la sensación del trabajo bien hecho solo la alcanzaba en el barco de Helter.
A partir de cierto punto, perdí la noción del tiempo más allá de noche, día, mañana y ayer, por lo que no sé exactamente cuando me planteé por que había desembarcado el “Vanguardia” (pues así se llamaba el barco). Hasta ese momento, me había limitado a cumplir con mis tareas sin pensar que fin perseguían en conjunto. Pregunté a mis allegados, que me dieron explicaciones vagas e imprecisas que habían deducido ellos mismos, a cada cual más inverosímil. Teníamos miedo de preguntarle a Helter, pues parecía que cualquier cosa que salía de nuestras bocas lo ofendía o/y enojaba enormemente.
Esta cuestión quedó relegada a un segundo plano poco después, cuando una brutal tormenta causó desperfectos por todo el barco; la vela se llevó la peor parte y quedó inutilizable hasta nueva orden, por lo que se añadieron dos tareas: arreglar el barco y remar. Antes de la tormenta únicamente remábamos cuando no había viento y en turnos bien distribuidos, pero debido a la acumulación de trabajo que provocó el incidente meteorológico, los turnos de remo resultaban interminables. Por lo menos, nadie nos fustigaba.
Después de una eternidad, la vela volvió a estar operativa y las jornadas volvieron a la normalidad, por lo que mi cerebro volvió a sus maquinaciones. Realicé pesquitas más arriesgadas entre simpatizantes de Helter y gente que me era desconocida o indiferente. No obtuve nada, salvo un labio partido cuando alguien interpretó erróneamente mis educadas preguntas como flirteo. En vista de los resultados, desistí, pues aunque me picaba la curiosidad podía seguir realizando mi rutina indefinidamente sin saberlo. Ya lo descubriría cuando llegara.
Pero pasó mucho tiempo. A pesar de no tener una concepción corriente del paso del tiempo, se que transcurrió mucho. Y aún así el destino del viaje no parecía más cercano: los ánimos no variaron y Helter siempre se mostraba frío e indescifrable. Con el paso del tiempo, la curiosidad se fue convirtiendo en una obsesión, hasta que no me fue posible contenerme más tiempo. Me armé de valor y, a pesar de las miradas de horror de los que ya podía llamar amigos, me presenté frente a Helter. No estaban sus guardias, por lo que respiré aliviado.
-¿Qué quieres?- me preguntó tajantemente. En el fondo ya sabía que desde el mismo instante en que había puesto un pie en su camarote el final inexorable eran azotes hasta que me sangraran la espalda o las nalgas.
-Quisiera saber el destino del navío- respondí con voz quebrada y asustada.
Helter se me quedó mirando impasible e inmóvil, como si de pronto una maldición lo hubiese convertido en piedra. Al cabo de unos minutos que se me hicieron interminables, tensó la mandíbula y parpadeó un par de veces.
-¿Te resulta pesada tu tarea, chico?- me preguntó con un tono menos duro.
-Sí, señor- respondí mecánicamente, aunque con sinceridad.
-¿Tan pesada como para querer abandonar el barco?- prosiguió.
-No, señor.
-¿Preferirías volver a tu anterior vida en tierra firme?- inquirió.
-No, señor- respondí- mi vida es este barco.
Helter relajó su expresión, lo que en el resto de la humanidad equivalía a sonreír.
-Es decir, a pesar de que tu tarea es pesada, no te resulta desagradable, ¿es así?- sugirió.
-Es así- corroboré.
-¿El resto de la tripulación comparte estas opiniones?
-Uhm- dudé- no lo sé señor.
Helter me miró fijamente, “no lo sé” no era una respuesta válida.
-Sí, señor- rectifiqué- creo que casi todos estarían de acuerdo conmigo.
Helter permaneció callado, de nuevo petrificado, durante otro breve lapso de tiempo.
-En ese caso –dijo- hemos llegado a nuestro destino.
Eché un rápido vistazo por la escotilla del camarote, pero solo vi vasto océano por todas partes. Tragué salivo y me armé de valor para realizar la pregunta que estaba destinada a condenarme.
-Pero aquí no hay nada, señor.
Y Helter rió. Ver reír a un hombre al que no creías capaz resulta inquietante, por lo que esperé a que acabara sin realizar acción alguna, conteniendo las ganas de huir.
-Sí que hay algo- puntualizó mientras señalaba vagamente con la mano todo el camarote- nosotros, este barco.
-¿Entonces el destino…?- dudé.
-Es el viaje en sí- concluyó Helter- nunca volveremos a puerto. Navegaremos para siempre.
Abrí mucho los ojos. No me habría importado continuar el viaje indefinidamente, incluso hasta el fin de mis días. Pero para siempre es mucho tiempo. Retrocedí un paso, espantado, y sentí como alguien me aprisionaba desde atrás. Por la presión que ejercía, deduje que se trataba de uno de los mercenarios.
-Lo veo en tus ojos- dijo Helter sin dejar de escrutarme- la eternidad te horroriza. Eras feliz, ¡sí, feliz! mientras desconocías mis propósitos, pero ahora que los conoces, sientes rechazo y miedo. ¿Pero qué ha cambiado? ¡Nada! ¡Nada en absoluto!
Temblé de terror. Era poseedor de una información demasiado peligrosa y Helter no era famoso por su compasión.
-Dentro de algún tiempo lo comprenderás- dijo mientras hacía un gesto con la mano.
Me taparon la nariz y la boca y me dieron una fuerte sacudida. Creo que perdí el conocimiento. Desperté con un dolor tan intenso como si me estuviesen arrancando el alma. Traté de gritar, pero una gruesa gasa bloqueaba por completo mi boca. Helter estaba en una silla de madera frente a la cama en la que estaba tumbado, a su espalda estaban los dos mercenarios.
-Ya no tienes lengua- me informó.
Horrorizado, comprobé que no podía sentirla. Toda la boca me sabía a dolor y sentía unas profundas náuseas. La gasa de la boca estaba empapada en bilis, saliva y sangre. Traté de quitármela, pero tenía las manos atadas a la cama.
-Si te la quitas, te desangrarás- dijo Helter- las heridas en la boca no cauterizan bien.
Luché por liberarme de mis ataduras, pero me sentía extremadamente débil, de nuevo como si me hubiesen arrebatado el alma. Lloré por la parte de mí mismo que había perdido, la llames como la llames, durante largo rato, hasta que no me restaron fuerzas ni para eso.
Helter había permanecido paciente mientras me desahogaba. Una vez acabé, se levantó, se alisó las arrugas del pantalón y me miró con seriedad.
-No informes a nadie de lo que has descubierto- amenazó- si descubro que tratas de aprender a escribir para suplir tu impedimento, perderás los ojos.
Asentí con un último esfuerzo y volví a desvanecerme.
Al cabo de un tiempo, cuando la herida sanó lo suficiente, me liberaron y pude volver con la tripulación. Se informó de que había perdido la lengua por insolente y que era mejor no hablar del tema. Todos me trataron con la mayor delicadeza de la que fueron capaces, cosa que agradecí.
Irónicamente, se produjo un motín y fue precisamente mi brutal silenciamiento la gota que colmó el vaso. Los dos mercenarios cayeron luchando, pero Helter fue apresado vivo. Esta vez no hubo piedad y aunque su muerte no fue indolora, tampoco fue cruel.
Los nuevos comandantes de la nave decidieron continuar con el rumbo establecido, llegar al destino y relatar una historia vagamente verosímil sobre la muerte de Helter. Por supuesto, yo sabía que dicha precaución era innecesaria. Pero no informé a nadie. Podía haberlo intentado, pero no lo hice.
Porque, tal como había predicho el difunto comandante, lo comprendí. ¿Qué sentido tiene diferenciar entre ayer y mañana cuando ya tienes lo que deseas?
Así que sí, llevamos ya mucho tiempo en este barco.
Desconcertante el final, Felipe. Y rápido, muy rápido (¿tenías sueño?). Creo que el desenlace podría haber dado un poco más de sí, y completar una idea más redonda. Pero está bien desarrollado el concepto de que muchas veces sabe ó no el por qué de las cosas no cambia nada, y sólo crea infelicidad.
ResponderEliminarno es mi relato preferido . sera que soy mujer y no me gustan los piratas. pERO sigue soy fan tuya. ADELANTE
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