//He tenido unos días de bloqueo, narrativamente hablando. Ya me había dado por vencido y estaba resignado a no publicar nada esta semana cuando me ha venido una idea. Esta historia es fruto de esa idea. Espero dejaros con un interrogante//.
Era finales de diciembre. Carlos pasaba las páginas del periódico, leyendo rápidamente los titulares y deteniéndose puntualmente para leer algunos párrafos sueltos de alguna noticia que le llamaba la atención, cuando llamaron firmemente a su puerta. Bajó el periódico, molesto: odiaba que golpearan la puerta de su despacho con fuerza, siempre le daba la impresión que la iban a echar abajo.
-Adelante- masculló.
Un hombre enorme entró a su despacho. Debía medir dos metros y era realmente fornido. Durante un segundo, temió que viniese a darle una paliza, pero sus facciones y su indumentaria no casaban con las de un matón.
-Buenas tardes- dijo con voz grave- ¿es usted el detective?
Carlos asintió mecánicamente mientras doblaba el periódico y lo metía en un cajón.
-Me gustaría contratar sus servicios- continuó- inmediatamente.
Aquello lo pilló con la guardia baja y su medida indiferencia desapareció.
-¿Inmediatamente?- repitió Carlos. Aquello sonaba emocionante.
-Así es- confirmó el hombre- quiero que siga a mi mujer durante su paseo. Lo haría yo mismo, pero llamo demasiado la atención.
Suspiró, algo decepcionado y volvió a relajarse. Un caso como otro cualquiera, nada especial. El cambio de actitud de Carlos no pasó desapercibido para el hombre, que frunció el ceño.
-¿No le interesa?- inquirió.
-Sí, sí- se apresuró a decir Carlos- seguiré a su mujer y veré si le está siendo infiel o lo que sea.
-No estoy preocupado por eso- replicó el hombre- Verá, hace un par de semanas que empezó a salir a pasear. Nunca lo había hecho ni había dado muestras de querer hacerlo. Tampoco me ha pedido que la acompañe y no me ha dado ninguna explicación, aunque yo tampoco se la he pedido.
Carlos asintió y realizó algunas anotaciones menores en un pequeño bloc que llevaba siempre encima.
-¿Cuándo saldrá a pasear?- preguntó.
-Dentro de media hora- respondió el hombre, mientras le daba un mapa con un punto marcado- quiero que marque el recorrido que haga en este mapa. Tal vez pase cerca de lugares que para usted no signifiquen nada, pero para mí sí.
Carlos asintió, complacido por la enorme iniciativa que estaba demostrando el hombre, lo que facilitaba bastante su trabajo. Le entregó una foto en la que aparecían él y su mujer. No era muy bonita y a su lado parecía una niña, pero poco importaba.
-Volveré aquí en cuanto su mujer acabe el paseo- dijo- ¿volverá a venir o prefiere esperarme?
-Esperaré- respondió el hombre- si no le importa.
Carlos respondió que no le importaba, se puso una gruesa cazadora y salió a la calle. Hacía frío, pero al parecer no lo suficiente para disuadir a la gente de salir a la calle para realizar sus apresuradas compras navideñas. La marea de gente le serviría de escondite, aunque debía andarse con ojo de no perder su objetivo de vista.
No tardó ni veinte minutos en llegar a su destino, un bloque de apartamentos como otro cualquiera. Consultó su reloj, tendría que esperar un poco. Se sentó en un banco que daba aspecto de recién pintado en la acerca contraria y esperó. No apartó la vista de la puerta de los apartamentos ni un instante, expectante. Nadie le habló ni reparó en él. Y, algo antes de la hora prevista, la mujer salió del edificio, protegida por un gorro de lana y un anorak rojo. Sin esperar ni un segundo, echó a andar con paso ligero. Carlos se levantó del banco sin prisa y comenzó a seguirla. No resultaba muy difícil distinguirla gracias al anorak, cosa que agradecía.
Al llegar a la esquina de la manzana, la mujer giró a la derecha y Carlos la perdió de vista durante unos segundos, pero pronto volvió a localizarla. Pasó lo mismo en la esquina de la siguiente calle, otra vez giró a la derecha y el detective la dejó de ver. Trotó un poco, pues temía que se esfumara sin motivo alguno, pero al doblar la esquina allí estaba ella, con su anorak rojo. En la siguiente esquina, dobló a la izquierda y siguió su camino como si tal cosa. Carlos miró hacia la derecha y pudo ver el bloque de apartamentos. Frunció el ceño, habían dado una vuelta tonta. Trazó su recorrido actual en el mapa: una “C” que podía haber sido cómodamente una “I” si la mujer hubiese seguido recta. Guardó el mapa, contrariado. Se fijó en una enorme pancarta que abarcaba varios metros de balcones en un bloque de apartamentos: “Feliz fin de vuelta al Sol”. Sonrió y se preguntó a quien se le habría ocurrido la idea. Cayó de pronto en la cuenta que se había despistado, pero tras unos segundos de pánico, distinguió el anorak rojo no muy lejos de él. Suspiró aliviado y se hizo prometer a si mismo máxima concentración.
Durante un buen rato, siguieron recto. La mujer no se paraba a contemplar ningún escaparate ni entraba en ninguna tienda a comprar nada. Solo andaba con paso decidido. Llegaron a una rotonda. La mujer la rodeó de izquierda a derecha y siguió su recorrido por la calle paralela a por la que había entrado. Carlos frunció el ceño. No era necesario emplear el camino más eficiente, al fin y al cabo era un paseo, pero, ¿por qué bordear la rotonda por el exterior, en vez de cruzar a la calle paralela por una de las muchas calles secundarias que había superado? Sacudió la cabeza y completó un trozo más del recorrido en el mapa.
Ahora parecían desandar lo andado, pues permanecieron por la calle paralela, andando sin detenerse ni desviarse. Carlos había optado por no buscar significado al itinerario y limitarse a cumplir lo que le habían encomendado: seguirla. Descendieron durante un buen trecho, hasta que pudieron volver a ver de nuevo la pancarta de “Feliz fin de vuelta al Sol”. Entonces giró a la izquierda. Carlos se detuvo un segundo y trazó la línea pertinente, para segundos después reanudar la marcha. Horrorizado comprobó que la había perdido de vista. Avanzó mirando en todas direcciones, pero ni rastro. Corrió hacia donde ella debía haberse dirigido, y llegó a un cruce. Podía seguir recto, ir a izquierda o derecha o desandar lo andado. Le pareció ver fugazmente algo rojo desapareciendo por la derecha, por lo que corrió hacia allí. De nuevo, llegó a un cruce: Ahora se le presentaban izquierda y derecha. Casi gritó de euforia al descubrir al anorak rojo caminando por la calle derecha. Carlos jadeaba un poco, pero continuó el seguimiento, ahora más atento que nunca. Se dio cuenta de que se encontraba en la misma calle de la que había partido y que iban en dirección a la casa.
Efectivamente, la mujer continuó recta hasta llegar a su casa. Se quedó parada frente al portal, se dio la vuelta y pareció buscar algo. Sonrió, o por lo menos eso lo pareció a Carlos, antes de desaparecer tras la puerta.
Carlos se dejó caer pesadamente en el mismo banco con aspecto de recién pintado en el que no hacía tanto había esperado. Sacó de nuevo el mapa y completó el recorrido. Durante un segundo, no vio nada. Pero de golpe, lo vio. Abrió mucho los ojos, sorprendido. Guardó el mapa en un bolsillo y consultó su reloj digital.
Se rió.
Caso resuelto.
El ojo de una cerradura?
ResponderEliminarPone la hora en la que llega a su casa?
ResponderEliminarUna llave. No sé de qué, ni que tiene que ver con la vuelta del Sol, pero es una llave seguro.
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