Me
encuentro mal. Llevo arrastrando este malestar varias semanas ya y tengo la
impresión de que me va a acompañar toda la vida.
Es
temprano, muy temprano, pero no puedo dormir. Tampoco me siento capaz de
permanecer en cama aunque estoy cansado, por lo que estoy en la cocina
bebiendo agua con la esperanza de ahogar mis pesares. Fui al médico, pero tras
realizarme multitud de pruebas no pudieron más que aconsejarme que reposara.
No he podido cogerme la baja, pues no sufro ninguna dolencia, así que he tenido
que emplear días de vacaciones, por lo que depende cuanto dure esto, perderé
el verano y puede que incluso las navidades. A mí me mujer le he dicho que estoy
de baja, porque no quiero que se alarme ni me incordie; no me siento con fuerzas
para discutir algo así.
Muy despacio, bebo otro trago de agua
pero sigo sintiendo la garganta seca. Tamborileo con los dedos en el mármol de
la cocina; siento un gran abatimiento ante la posibilidad de que sea algo
crónico. Sacudo la cabeza para quitarme el mal pensamiento pero solo consigo
sentir una profunda jaqueca. Dejo el vaso aún medio lleno en la pila con
cuidado de que no haga ruido; no quiero despertar a mi mujer, que aún duerme,
por una torpeza. Salgo de la cocina con paso tambaleante con dirección al
dormitorio, dispuesto a vencer a la vigilia. Pero algo llama mi atención. La
puerta de la entrada se abre sin hacer ruido alguno. Y entra por ella, también
en absoluto silencio, una figura oculta bajo una gruesa túnica negra. La puerta
se cierra a sus espaldas sin necesidad de su intervención. Me sobreviene un
escalofrío, pero no por la enfermedad. La figura porta una enorme guadaña y su
rostro queda oculto por una capucha y la oscuridad antinatural que se aglutina en
ella.
-Vengo por ti- dice la Muerte, con voz
neutra.
El terror me impide contestar, siquiera
moverme, mientras contemplo como se va aproximando lentamente sin generar
ningún sonido.
-Tu tiempo se ha agotado- proclama
mientras alza su arma.
Con un soberano esfuerzo, consigo dar un
paso atrás.
-Joder- logro articular.
Pero la Parca no se detiene y casi ha
alcanzado mi posición.
-No es justo- murmuro- aún quiero vivir.
Esa
idea toma fuerza en mi mente. Quiero seguir vivo.
-¡No
me lleves!- grito, pero luego recuerdo que mi mujer duerme y bajo el tono-
quiero vivir.
No
hay respuesta, mi destino avanza inexorable. Súbitamente, supero
el terror que me paraliza y corro hacia la cocina, jadeando por el esfuerzo; la
enfermedad que no es tal me ha debilitado mucho. La alcanzo a duras penas y
tengo que apoyarme en la encimera para no caer al suelo; todo me da vueltas. Me
giro y veo que mi perseguidor ya se ha adentrado en la cocina, aún con la
guadaña en alto.
-Es
inevitable- dice la Muerte con un suave susurro.
Cuando
ya casi la tengo encima, en un arranque de locura y terror, cojo el vaso del
fregadero y se lo echo encima. El agua salpica su túnica y se desliza,
chorreando, hacia el suelo. La Muerte se
detiene, contemplando el agua que se escurre por el suelo.
-Mierda-
masculla mientras baja la guadaña y se aleja del pequeño charco formado bajo
sus pies.
Me
mira, o por lo menos la oscuridad insondable tras su capucha lo hace. Yo
permanezco atónito, sin saber bien que decir.
-Me
has tirado agua encima- se queja.
Trato
de decir algo pero solo consigo un balbuceo inconexo.
-¿Dónde
tienes el papel de cocina?- me pregunta, agresivo.
Le
señalo un cajón, que se abre solo y el papel levita hasta él. Arranca un trozo
y empieza a frotarlo contra la mancha de humedad.
-Se
me va a decolorar, ya verás- se queja.
Permanezco
de pie, observando como la Muerte tratar de secar su túnica, sin éxito. Finalmente
desiste, tira el papel al suelo, con furia, y da media vuelta.
-Suficiente-
dice con voz ronca- me lo dejo.
Empieza
a caminar hacia la salida, empleando la guadaña a modo de bastón. Me invade un
sentimiento extraño, mezcla entre alivio y culpabilidad. Siento que tengo que
decir algo.
-¿Cómo
que te lo dejas?- consigo preguntar al fin.
La
Muerta vuelve un poco la cabeza, sin detenerse.
-Que
renuncio, que dimito- explica- que ya no quiero ser la Muerte.
A
pesar de que esta decisión acaba de salvarme la vida siento que no es lo
correcto.
-¿Y
quién te sustituirá?- pregunto.
-Ni
lo sé ni me importa- contesta- pero más le vale estar preparado, porque es un
trabajo muy poco agradecido.
Sin
esperar contestación, la Muerte se vuelve hacia mí.
-Yo
solo trato de hacer mi trabajo- comenta, resentido- y todo el mundo se queja, me insulta,
me llora, diciendo que no me los lleve y
me tiran un puto vaso de agua. Ni un «gracias por mantener el equilibrio del
mundo». Con que no entorpecieran mi cometido me conformaría. Solo pido eso. Pero
no hay manera. Hasta tú, que estás terminal y la vida solo te acarrea
sufrimiento me pones trabas. Imagínate los que están bien como se ponen.
La
voz de la Muerte es amarga, pero habla con fluidez, estoy seguro que lleva
tiempo queriendo compartir sus penas.
-Y
si muestro piedad, rompo el statu quo
y todo se va al carajo- gruñe- pero claro, eso nadie lo tiene en cuenta.
-Pero…-
trato de decir, pero la Muerte levanta la mano y me interrumpo.
-Y
ahora me vendrás con algo como «¡Oh, pero yo aprecio mucho tu trabajo!»- dice,
tratando de imitar mi voz- pero solo cuando no es a ti, ¿eh?
Esto
último lo dice casi gritando, enfadado. Desvío la mirada, incómodo. Se abre la
puerta de mi habitación y sale mi mujer, frotándose los ojos.
-¿Qué
pasa?- pregunta, casi en un gemido.
Cuando
ve a la Muerte, se queda boquiabierta, con los ojos como platos.
-Buenos
días- la saludo, nervioso.
Como
un rayo, mi mujer se interpone entre la Muerte y yo, con los brazos extendidos,
tratando de protegerme con su cuerpo.
-¡No
te lo lleves!- implora- ¡Ten piedad!
La
Muerta suelta una carcajada seca y no puedo evitar avergonzarme.
-¿Ves?-
dice, señalándola- a esto me refería. Y si te llevo, se pondrá a insultarme o
me tirará cosas; o me pedirá que la lleve en tu lugar o una cosa así. Esta no es
forma de trabajar.
Mi
mujer frunce el ceño, confusa.
-¿De
qué habla?- me pregunta.
-Dice
que se lo deja- contesto- que ya no quiere ser la Muerte.
-¡¿Por
qué?!- pregunta, alarmada.
-Porque
no se valora su trabajo- respondo amargamente.
Ella
se gira y mira a la sombría figura. Ya no parece asustada, aunque aún está
pálida.
-¿Por
qué tiene la túnica mojada?- inquiere, sorprendida.
-Tu
marido me ha tirado un vaso de agua encima- informa sin vacilación la Muerte.
Ella
me mira con cara de reproche y baja los brazos.
-Ahora
te traigo una toalla- contesta, mientras se dirige al baño.
Se
produce un incómodo silencio, en el que trato de no mirar a la funesta figura.
-Deberías
sentirte orgulloso- comenta, de pronto- no todos se interponen para evitar lo
inevitable
Aflora
en mí una sonrisa de orgullo. Nunca sobran las demostraciones de amor.
-Pero
vamos, que tampoco sois los únicos- matiza, al ver mi excesiva alegría.
Vuelve
mi mujer con la toalla, vacila un segundo, pero finalmente se la tiende. La
Muerte la coge y empieza a frotar las zonas húmedas.
-No
te lo puedes dejar- dice mi mujer con determinación.
-Pues
es precisamente lo que voy a hacer- replica sin dejar de frotar.
-Será
un desastre- murmura ella- el mundo se sumirá en el caos.
-Ya os
apañaréis- comenta la Muerta a modo de respuesta.
-¿Y
si no?- inquiere ella.
-Entonces
entenderéis lo mucho que me necesitabais y que no deberíais habérmelo puesto
tan difícil- dice con amargura.
-Valoramos
tu trabajo- protestó ella.
-No
lo suficiente- puntualiza la Parca- o no estaría empapado.
Mi
mujer me mira con enfado y yo desvío la mirada, realmente incómodo y
sintiéndome enfermo.
-Tampoco
te atormentes- me consuela la Muerte- solo ha sido la gota que colma el vaso,
ya lo tenía en mente desde hacía un tiempo.
-¿Puedes
nombrar un sucesor, al menos?- pide mi mujer, algo desesperada.
-No
voy a hacer nada- sentencia la Muerte tajantemente.
Mi
mujer frunce el ceño, contrariada.
-¿Y
si te pide disculpas y acepta irse contigo sin protestar?- sugiere ella- está
muy arrepentido.
Abro
mucho los ojos, alarmado.
-¡¿Qué?!-
exclamo.
La Muera deja de frotarse la mancha y se
lo piensa.
-Pues mira, eso me gustaría bastante-
confiesa- si lo dice de corazón, me lo llevo.
Mi mujer se gira y me mira severamente.
Nunca la había visto tan ansiosa.
-Discúlpate ahora mismo- me ordena- y más
te vale que quede emotivo.
-¿O qué?- respondo amargamente- ¿me
matarás sino?
Mi mujer me da una bofetada. Me quedo
atónito, sin entender que ha pasado.
-Mira,
el futuro de la humanidad está en tus manos- dice muy seriamente- además estás
terminal, si la Muerte está aquí es porque ha llegado tu hora, no le des más
vueltas.
-Pero
el médico dijo…- digo, casi sollozando.
-Le
pedí expresamente que no te dijera nada- me confiesa sin pizca de ternura-
porque no quería que pasaras tus últimos momentos atormentándote con la certeza
de que eran los últimos.
Me
llevo la mano a la mejilla, que me escuece de la bofetada. Aún a pesar del dolor y del tono autoritario, no puedo evitar sentir un profundo afecto por ella y por todo lo que ha hecho por mí.
-¿Y
por qué te interpusiste?- le pregunto, confuso- si sabías que había llegado mi
hora, ¿por qué no dejaste que todo siguiese su curso?
-Porque
te quiero- contesta, aunque su tono no revela ningún afecto- te quiero muchísimo y no puedo imaginarme la vida sin ti.
Pero ahora está en juego algo más importante que tú y yo.
-Pensé
que el amor lo podía todo- murmuro agriamente.
-No
digas gilipolleces- me pide- y acepta tu destino.
Suspiro,
consternado.
-Estoy
esperando- recuerda la Muerte.
Mi
mujer me hace un gesto de cabeza. «Venga». Vacilo, pero finalmente la aparto de
mi camino y me planto cara a cara frente a la Muerte. Trago saliva.
-¿…si?-
dice, suavemente.
Mis
ganas de huir son prácticamente incontenibles y tengo que realizar un enorme
esfuerzo para no quedarme embobado mirando la guadaña, que produce reflejos
siniestros.
-Siento
haberte tirado agua, espero que me perdones- digo con voz ronca- aprecio mucho
la labor que haces por nosotros. Sin ti, estaríamos perdidos. Así que…
Pierdo
la voz por un segundo. Trago saliva. La Muerte no parece contrariada.
-Así
que… por favor… llévame.
Oigo
un «muy bien» a mis espaldas y pongo una mueca amarga. La bofetada aún me
duele.
-Muchas
gracias- murmura la Muerte con sinceridad- significa mucho para mí.
Pongo
una sonrisa cansada. La Parca me tiende la mano, dispuesta a guiarme a un lugar
del que no podré volver. Me giro. Mi mujer me mira con ojos enrojecidos.
-Adiós-
digo con voz quebrada.
Ella
me despide agitando levemente la mano, sin dejar de mirarme. Me vuelvo hacia la
Muerte.
Suspiro.
Lo
que tiene que hacer uno por amor.
me tienes alucinada , la muerte es un puntal en tu escritura.Pero me gusta. Tu fan n 2
ResponderEliminarLa muerte es uno de los grandes misterios, por eso me gusta dedicarle líneas, porque lo merece. Pero eso no signifique que esté obsesionado con la muerte o morirme. Simplemente es un tema al que resulta sencillo dedicarle cierto tiempo.
ResponderEliminarGracias por leerme y comentarme.
es para mi un alivio,porque era una preocupacion.Gracias por aclararlo .?Sabes quien soy ?
EliminarME GUSTA QUE LO HAYAS ACLARADO.ES UN ALIVIO GRACIAS
EliminarSí, claro que se quien eres.
EliminarOlé. Me ha encantado, no puedo decir mas. Lo pongo en mi top.
ResponderEliminarBien llevado, Felipe, y aún mejor acabado. Y los diálogos muy fluidos. No sé, por cierto, si es la misma Muerte de Linealidad, lo que sí parece es igual de frágil que entonces, más frágil que la vida.
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