El Emperador del Mal permanecía en su trono, expectante. Había seguido el progreso del Héroe, al principio con indiferencia y paulatinamente con más y más preocupación. Según los oráculos, aquel joven estaba destinado a acabar con su reinado, pues era el Elegido de los Dioses. El Emperador había empleado bastantes recursos en tratar de acabar con él pero siempre había conseguido superarlos y salir no solo airoso, sino reforzado. Le ponía enfermo saber que, independientemente de lo que hiciera, aquel joven iba a destruir todo por lo que había trabajado tanto. Pero todo formaba parte de la profecía, incluso su ascenso al trono, no había nada que hacer.
-¡El Héroe y sus compañeros están aquí!- gritó el esbirro que estaba vigilando desde una ventana.
El Emperador aspiró y expiró lentamente, tratando de dejar la mente en blanco: todo acabaría pronto.
-Acabad con ellos- gruñó a su Guardia de Élite.
Estos asintieron fríamente y salieron de la Sala del Trono en perfecto orden. Se sentía muy orgulloso de su guardia. Habían entrenado muchísimo para ser unos guerreros temibles. Además estaban muy unidos y sabían trabajar en equipo. Sentía una profunda pena porque había llegado a trabar amistad con algunos y sabía que no iban a salir vivos. Pero todo había acabado. Ni siquiera había tenido tiempo de gobernar a gusto, había dedicado todos sus esfuerzos a sofocar sublevaciones y, en última instancia, a tratar de detener en inexorable avance del Héroe.
-¿Cómo les va?- preguntó al vigía- ¿Les puedes ver?
Este negó con la cabeza. Estaba incluso más tenso que él.
-Seguro que les va bien- murmuró el vigía- son los mejores… Si ellos no pueden…
No acabó la frase, pero no hacía falta.
-¿Y si huimos?- sugirió uno de los pocos esbirros que quedaban en la sala del trono.
-¿A dónde?- preguntó el Emperador, amargamente- no tenemos aliados ni donde ocultarnos.
-Pero…- trato de decir el esbirro, pero enmudeció bajo la gélida mirada del Emperador.
Ya se empezaba a oír el barullo del combate, no quedaba mucho para que llegaran hasta él.
-¿Dónde está mi maza?- inquirió el Emperador, levantándose.
Un esbirro se la entregó rápidamente y se retiró.
El ruido fue aumentando, daba la impresión que la batalla se estaba librando al otro lado de la puerta. Y de pronto, alguien soltó un alarido y se hizo el silencio. Todos en la sala permanecieron expectantes. De un momento a otro, entrarían el Héroe con sus camaradas y se libraría la batalla final.
-Luchad hasta la muerte- ordenó el Emperador con la maza ya en alto.
La puerta se abrió lentamente. Y entró por ella uno de los Guardias de Élite, con su armadura cubierta de sangre.
-Hemos ganado- informó, satisfecho.
La sala se llenó con suspiros aliviados de los esbirros, pero el Emperador permaneció inmóvil sin dejar de mirar al guardia.
-¿… lo habéis matado?- preguntó.
El Guardia asintió y se quitó el casco. Le sonaba su cara, como la de todos los otros, pero no recordaba cómo se llamaba.
-¿Ha escapado alguno?- insistió.
-No, les cortamos la retirada y acabamos con todos- respondió el guardia.
El Emperador se derrumbó en su trono. Estaba en shock.
-¿Algo va mal, señor?- preguntó el guardia, alarmado.
-Según la profecía debía derrotarme y acabar con mi reinado- musitó el Emperador.
El guardia cambió el peso de pierna, incómodo.
-Con todos mis respetos a los oráculos, pero las profecías son una estupidez- dijo- nosotros éramos más y estábamos mejor entrenados, me parece normal que les hayamos derrotado.
-Se que tiene sentido- tuvo que admitir el Emperador- pero sigo pensando que algo no ha salido como debería.
El guardia no respondió. Echó un rápido vistazo a su alrededor, buscando a los esbirros en la sombra.
-¿Podríamos hablar a solas?- pidió el guardia.
El Emperador también buscó a los esbirros vagamente y asintió.
-Salid todos- ordenó- ayudad en las tareas de limpieza y fortificación. Y no volváis hasta que os llame.
Al poco tiempo, solo ellos dos estaban en la sala.
-¿Y bien?- dijo el Emperador con la vista clavada en su guardia.
-No quería que nadie escuchase lo que estoy a punto de preguntarle- explicó el guardia- ¿no confiaba en que fuésemos a vencer?
-No- admitió el Emperador- estaba convencido de que el Héroe iba a llegar hasta mí y combatiríamos a muerte.
El guardia se pasó la mano por el pelo, pensativo.
-¿Y se suponía que el mocoso iba a matarle, señor?- preguntó, vacilante.
El Emperador lo pensó detenidamente. Podía imaginar con claridad como el Héroe entraba en la sala. Y el duro combate… Pero no la victoria, ni nada posterior.
-Sí, se suponía que iba a morir hoy- respondió el Emperador del Mal- y la verdad es que no se qué hacer.
-Pero si ahora empieza lo bueno- se sorprendió el guardia- quiero decir, ya no hay Héroe, ni sublevación, ni nada. ¡Ahora puede reinar sin oposición!
El Emperador balanceaba su maza y daba unos suaves golpecitos en el lateral del trono.
-Ya…- murmuró- y me ha costado mucho llegar hasta aquí…
-¿Entonces?- preguntó el guardia- ¿Cuál es su plan a partir de ahora?
Aún recordaba perfectamente el ansia de poder que le había empujado a iniciar todo aquello. La determinación inquebrantable que le había ayudado a seguir adelante cuando parecía que todo se venía abajo. Y el deseo de imponer su voluntad a todo el mundo. Solo que, ahora que podía imponerla, no se le ocurría nada concreto. Estaba claro que podía gozar de un nivel de vida incomparable al de ningún otro, pero para conseguir eso no hacía falta hacer todo lo que él había hecho. Tenía que emplear su poder para que todos cumplieran su voluntad y sus deseos. Pero, simplemente, no sabía que quería.
-Pues no sé, tendría que pensarlo- refunfuñó el Emperador- he estado muy ocupado últimamente.
El guardia se quedó boquiabierto un par de segundos, pero consiguió recomponerse rápidamente.
-¿Está diciendo que no ha pensado en que va a hacer ahora que tiene el poder supremo?- preguntó el guardia sin poder ocultar su incredulidad.
-Pues no, la verdad- dijo el Emperador, molesto- pero ya se me ocurrirá algo.
-Según tengo entendido, el joven se había adentrado hasta el corazón del Bosque Negro para pedir ayuda a los sabios, y estos le habían prometido aconsejarle siempre que fuese preciso- le reprochó el guardia- él ya sabía que iba a hacer si alcanzaba el trono.
El Emperador le lanzó una fría mirada, pero el guardia no se inmutó. Era un hombre duro y el Emperador no pudo evitar sentirse orgulloso de él.
-¿Insinúas acaso que él era más capaz que yo?- preguntó el Emperador.
-No, por supuesto que no- contestó el guardia con sinceridad- los métodos y estrategias que habéis utilizado para obtener el poder han sido brillantes, sois un hombre muy hábil. Pero gobernar una nación no es cosa de inspiración y tomar decisiones sobre la marcha. Hace falta un plan muy estructurado. Y me sorprende que no lo tengáis, teniendo en cuenta lo magnifica que ha sido vuestra trayectoria hasta este momento.
El Emperador gruñó, pensativo. Se sentía un poco estúpido.
-¿Y qué se supone que debo hacer?- preguntó - ¿Qué harías tú?
El guardia se encogió de hombros.
-No tengo ni idea de cómo gobernar- contestó- yo me limito a hacer mi trabajo, que es lo que sé hacer. Por eso nunca he conspirado para obtener el poder, porque no sabría como emplearlo.
El guardia se le quedó mirando fijamente. El mensaje estaba claro, no hacía falta ser muy listo para captarlo. El Emperador suspiró, cansado.
-Está bien, renuncio.
Y así el mal fue derrotado por el sentido común.
-¡El Héroe y sus compañeros están aquí!- gritó el esbirro que estaba vigilando desde una ventana.
El Emperador aspiró y expiró lentamente, tratando de dejar la mente en blanco: todo acabaría pronto.
-Acabad con ellos- gruñó a su Guardia de Élite.
Estos asintieron fríamente y salieron de la Sala del Trono en perfecto orden. Se sentía muy orgulloso de su guardia. Habían entrenado muchísimo para ser unos guerreros temibles. Además estaban muy unidos y sabían trabajar en equipo. Sentía una profunda pena porque había llegado a trabar amistad con algunos y sabía que no iban a salir vivos. Pero todo había acabado. Ni siquiera había tenido tiempo de gobernar a gusto, había dedicado todos sus esfuerzos a sofocar sublevaciones y, en última instancia, a tratar de detener en inexorable avance del Héroe.
-¿Cómo les va?- preguntó al vigía- ¿Les puedes ver?
Este negó con la cabeza. Estaba incluso más tenso que él.
-Seguro que les va bien- murmuró el vigía- son los mejores… Si ellos no pueden…
No acabó la frase, pero no hacía falta.
-¿Y si huimos?- sugirió uno de los pocos esbirros que quedaban en la sala del trono.
-¿A dónde?- preguntó el Emperador, amargamente- no tenemos aliados ni donde ocultarnos.
-Pero…- trato de decir el esbirro, pero enmudeció bajo la gélida mirada del Emperador.
Ya se empezaba a oír el barullo del combate, no quedaba mucho para que llegaran hasta él.
-¿Dónde está mi maza?- inquirió el Emperador, levantándose.
Un esbirro se la entregó rápidamente y se retiró.
El ruido fue aumentando, daba la impresión que la batalla se estaba librando al otro lado de la puerta. Y de pronto, alguien soltó un alarido y se hizo el silencio. Todos en la sala permanecieron expectantes. De un momento a otro, entrarían el Héroe con sus camaradas y se libraría la batalla final.
-Luchad hasta la muerte- ordenó el Emperador con la maza ya en alto.
La puerta se abrió lentamente. Y entró por ella uno de los Guardias de Élite, con su armadura cubierta de sangre.
-Hemos ganado- informó, satisfecho.
La sala se llenó con suspiros aliviados de los esbirros, pero el Emperador permaneció inmóvil sin dejar de mirar al guardia.
-¿… lo habéis matado?- preguntó.
El Guardia asintió y se quitó el casco. Le sonaba su cara, como la de todos los otros, pero no recordaba cómo se llamaba.
-¿Ha escapado alguno?- insistió.
-No, les cortamos la retirada y acabamos con todos- respondió el guardia.
El Emperador se derrumbó en su trono. Estaba en shock.
-¿Algo va mal, señor?- preguntó el guardia, alarmado.
-Según la profecía debía derrotarme y acabar con mi reinado- musitó el Emperador.
El guardia cambió el peso de pierna, incómodo.
-Con todos mis respetos a los oráculos, pero las profecías son una estupidez- dijo- nosotros éramos más y estábamos mejor entrenados, me parece normal que les hayamos derrotado.
-Se que tiene sentido- tuvo que admitir el Emperador- pero sigo pensando que algo no ha salido como debería.
El guardia no respondió. Echó un rápido vistazo a su alrededor, buscando a los esbirros en la sombra.
-¿Podríamos hablar a solas?- pidió el guardia.
El Emperador también buscó a los esbirros vagamente y asintió.
-Salid todos- ordenó- ayudad en las tareas de limpieza y fortificación. Y no volváis hasta que os llame.
Al poco tiempo, solo ellos dos estaban en la sala.
-¿Y bien?- dijo el Emperador con la vista clavada en su guardia.
-No quería que nadie escuchase lo que estoy a punto de preguntarle- explicó el guardia- ¿no confiaba en que fuésemos a vencer?
-No- admitió el Emperador- estaba convencido de que el Héroe iba a llegar hasta mí y combatiríamos a muerte.
El guardia se pasó la mano por el pelo, pensativo.
-¿Y se suponía que el mocoso iba a matarle, señor?- preguntó, vacilante.
El Emperador lo pensó detenidamente. Podía imaginar con claridad como el Héroe entraba en la sala. Y el duro combate… Pero no la victoria, ni nada posterior.
-Sí, se suponía que iba a morir hoy- respondió el Emperador del Mal- y la verdad es que no se qué hacer.
-Pero si ahora empieza lo bueno- se sorprendió el guardia- quiero decir, ya no hay Héroe, ni sublevación, ni nada. ¡Ahora puede reinar sin oposición!
El Emperador balanceaba su maza y daba unos suaves golpecitos en el lateral del trono.
-Ya…- murmuró- y me ha costado mucho llegar hasta aquí…
-¿Entonces?- preguntó el guardia- ¿Cuál es su plan a partir de ahora?
Aún recordaba perfectamente el ansia de poder que le había empujado a iniciar todo aquello. La determinación inquebrantable que le había ayudado a seguir adelante cuando parecía que todo se venía abajo. Y el deseo de imponer su voluntad a todo el mundo. Solo que, ahora que podía imponerla, no se le ocurría nada concreto. Estaba claro que podía gozar de un nivel de vida incomparable al de ningún otro, pero para conseguir eso no hacía falta hacer todo lo que él había hecho. Tenía que emplear su poder para que todos cumplieran su voluntad y sus deseos. Pero, simplemente, no sabía que quería.
-Pues no sé, tendría que pensarlo- refunfuñó el Emperador- he estado muy ocupado últimamente.
El guardia se quedó boquiabierto un par de segundos, pero consiguió recomponerse rápidamente.
-¿Está diciendo que no ha pensado en que va a hacer ahora que tiene el poder supremo?- preguntó el guardia sin poder ocultar su incredulidad.
-Pues no, la verdad- dijo el Emperador, molesto- pero ya se me ocurrirá algo.
-Según tengo entendido, el joven se había adentrado hasta el corazón del Bosque Negro para pedir ayuda a los sabios, y estos le habían prometido aconsejarle siempre que fuese preciso- le reprochó el guardia- él ya sabía que iba a hacer si alcanzaba el trono.
El Emperador le lanzó una fría mirada, pero el guardia no se inmutó. Era un hombre duro y el Emperador no pudo evitar sentirse orgulloso de él.
-¿Insinúas acaso que él era más capaz que yo?- preguntó el Emperador.
-No, por supuesto que no- contestó el guardia con sinceridad- los métodos y estrategias que habéis utilizado para obtener el poder han sido brillantes, sois un hombre muy hábil. Pero gobernar una nación no es cosa de inspiración y tomar decisiones sobre la marcha. Hace falta un plan muy estructurado. Y me sorprende que no lo tengáis, teniendo en cuenta lo magnifica que ha sido vuestra trayectoria hasta este momento.
El Emperador gruñó, pensativo. Se sentía un poco estúpido.
-¿Y qué se supone que debo hacer?- preguntó - ¿Qué harías tú?
El guardia se encogió de hombros.
-No tengo ni idea de cómo gobernar- contestó- yo me limito a hacer mi trabajo, que es lo que sé hacer. Por eso nunca he conspirado para obtener el poder, porque no sabría como emplearlo.
El guardia se le quedó mirando fijamente. El mensaje estaba claro, no hacía falta ser muy listo para captarlo. El Emperador suspiró, cansado.
-Está bien, renuncio.
Y así el mal fue derrotado por el sentido común.
PIENSO QUE HAY UN MENSAJE SUBLIMINAL. ¿no se si esta bien dicho?ADELANTE
ResponderEliminarTodas y cada una de mis historias tiene un mensaje, que es lo que quería transmitir cuando la escribí. Todas.
EliminarMuy conseguido, Felipe. Bien dialogado y un buen final. Sólo dudo si es el pragmatismo como relatas lo que vence al mal, o es la Lógica (la Lógica entendida en este caso como Sentido Común). Pero está bien, sobre todo porque tú no eres nada pragmático.
ResponderEliminarGracias por el comentario.
EliminarLa verdad es que tuve mis dudas sobre si poner "pragmatismo", "realismo" o "sentido común". Entiendo por pragmatismo la forma de pensar que valora por encima de todo en la toma de decisiones que las consecuencias sean útiles o eficaces.
Por tanto, y bajo esta concepción de pragmatismo, el renunciar al trono porque no se va a realizar una buena gestión creo que es una decisión pragmática, ya que se lo que busca es mejorar la situación general... aunque bien es cierto que puede resultar más útil para el emperador permanecer en el trono, por los beneficios que la posición otorga.
Después de informarme un poco, creo que el utilitarismo encaja bastante mejor que el pragmatismo, ya que lo que persigue es el bienestar general y no el particular. De todos modos creo no hace falta ser tan escrupuloso, así que voy a poner sentido común.
Creo que está también bien como estaba, Felipe, como dices tampoco hace falta ser tan escrupuloso. Lo cierto es que defines bien pragmatismo, pero a mí me chocó - algo - al leerlo porque asocio el pragmatismo en efecto a un sentido utilitario de las accciones en función de las consecuencias que pueda tener, pero renunciando de alguna forma a algún principio o convicción, es decir, priorizando la utilidad sobre la creencia o el principio. De alguna forma es lo antagónico al dogmatismo, donde uno mantiene sus creencias por encima de todo, incluídas las consecuencias de un acción o el contexto en el que se desarrolla. Pero, pensándolo bien, también tu Emperador tiene principios, o más convicciones que principios, o sea que tampoco está mal traído el palabro.
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