Caminaba directo al trabajo. No había podido ducharme porque el calentador de agua había dejado de funcionar; me sentía sucio. Miré el reloj, no llegaba tarde, pero tampoco tenía mucho margen. Me fijé en la fecha y fruncí el ceño: se acercaba el cumpleaños de mi hermana y no le había comprado nada, ni siquiera sabía que iba a comprarle. Normalmente era mi cuñado quien se encargaba de elegir un regalo conjunto, pero este año me había dicho que quería regalarle un viaje romántico y en consecuencia no podía participar, así que tendría que devanarme los sesos para escoger algo que fuese de su agrado.
Levanté la vista, tratando de relegar todos esos pensamientos a un segundo plano. Arrugué la nariz al ver a tres hombres con bastante mala pinta que avanzaban en mi dirección. Charlaban tranquilamente, pero les miré con desagrado. Uno de ellos se percató de que los estaba observando y desvié la vista rápidamente. Apreté el paso mirándome los pies, sintiendo un frío perturbador en la nuca. El hombre que estaba más cercano a mí, que es el que me había mirado, me dio un empujón con el hombro. Trastabillé y casi me caí, pero conseguí mantener el equilibrio a duras penas. El hombre se rió y los otros dos le hicieron el coro. Me quedé mirándole, sintiendo una mezcla de indignación y miedo.
De pronto dejaron de reír y me devolvieron una seria mirada. Uno de ellos dio un paso adelante y quedó frente a frente conmigo. Era más grande que yo y también parecía más en forma.
-¿Qué coño miras?- me preguntó casi gritando.
Tragué saliva, sin saber bien que decir. Entonces pasó algo raro. No sé explicar que fue, pero algo cambió dentro de mí. Se oscurecieron el pasado y el futuro, solo quedó el presente. Y, simplemente me dejé llevar. Agarré con fuerza las llaves que llevaba en el bolsillo. Tenían un llavero de la torre Eiffel que me había traído mi sobrina después de un viaje a Francia con el colegio. Di un paso adelante. Supongo que nadie esperaba algo así, porque no hubo reacción. Saqué el llavero todo lo rápido que pude y le lancé un golpe al ojo. No esperaba acertar, pero lo hice. Sentí la leve resistencia del globo ocular y después oí el grito de dolor del hombre. Dio un paso atrás mientras se llevaba la mano al ojo, yo di un paso adelante. Traté de apuñalarle de nuevo: le acerté en la mano con la que se protegía y le hice un corte.
Sentía una euforia que me impedía pararme a pensar en lo que estaba haciendo. Lancé un tercer golpe. Pero esta vez mi agresión no llegó a buen puerto, uno de los hombres me sujetó la muñeca y me apartó un poco del herido, que gemía mientras se presionaba el ojo. Di un tirón a la mano que me sujetaba, pero no logré soltarme. Conseguí sin embargo que la levantara lo suficiente como para poder morderle. Al instante me soltó el brazo, pero yo no le liberé de mi mordisco. Me golpeó con la rodilla en el estómago, pero eso solo consiguió que apretara con más fuerza. Como volvía a tener la mano libre, le lancé una puñalada con el llavero hacia la cara. No sé exactamente donde el di, pero sin duda le abrí una herida.
Entonces sentí el metal frío pegado a mi garganta y un leve corte.
-Suéltale o te juro por Dios que te mato- amenazó con voz ronca el único que no había sufrido heridas.
Y, tan rápido como había venido, el frenesí me abandonó. De pronto solo era un tipejo con la boca llena de sangre ajena frente a tres matones mucho más grandes que yo e indudablemente furiosos. Retrocedí torpemente y me paré por primera vez a contemplar la escena. Al primero le goteaba sangre de la mano, tanto por la herida en ella como por la que cubría. El segundo se inspeccionaba la mano con ojos vidriosos. El tercero estaba muy pálido y me apuntaba con una navaja.
-Eres un puto chalado- murmuró el tercero.
El sabor de la sangre me produjo una profunda náusea y vomité. Ninguna trató de aprovechar la situación para atacarme, cosa que agradecí.
-Me has dejado tuerto- dijo el primero- me has jodido la vida.
No supe que decir. Sentía que tenía que disculparme, pero también recordaba claramente que habían sido ellos los que habían provocado todo esto. Hice, por tanto, lo único que me pareció mínimamente satisfactorio: salí corriendo. Volví a mi casa, me enjuagué la boca, me duché, tiré toda la ropa a lavar y llamé al trabajo para decir que estaba indispuesto y no iba a ir. Con mucho esfuerzo conseguí eliminar todo rastro de sangre de la torre Eiffel.
Me serví un vaso de zumo de naranja y me senté en la cocina a tomármelo, con calma. Ya no había ninguna prueba de que la pelea hubiera tenido lugar. Tampoco iba a contárselo a nadie, por mucha confianza que le tuviese. Había sido un momento de debilidad, una vuelta a unos orígenes que se suponían superados. Al fin y al cabo, la humanidad había dejado atrás su etapa animal e instintiva; llegando a la era de la palabra y la razón.
Aún así, si pudiera volver atrás, no cambiaría nada.
Levanté la vista, tratando de relegar todos esos pensamientos a un segundo plano. Arrugué la nariz al ver a tres hombres con bastante mala pinta que avanzaban en mi dirección. Charlaban tranquilamente, pero les miré con desagrado. Uno de ellos se percató de que los estaba observando y desvié la vista rápidamente. Apreté el paso mirándome los pies, sintiendo un frío perturbador en la nuca. El hombre que estaba más cercano a mí, que es el que me había mirado, me dio un empujón con el hombro. Trastabillé y casi me caí, pero conseguí mantener el equilibrio a duras penas. El hombre se rió y los otros dos le hicieron el coro. Me quedé mirándole, sintiendo una mezcla de indignación y miedo.
De pronto dejaron de reír y me devolvieron una seria mirada. Uno de ellos dio un paso adelante y quedó frente a frente conmigo. Era más grande que yo y también parecía más en forma.
-¿Qué coño miras?- me preguntó casi gritando.
Tragué saliva, sin saber bien que decir. Entonces pasó algo raro. No sé explicar que fue, pero algo cambió dentro de mí. Se oscurecieron el pasado y el futuro, solo quedó el presente. Y, simplemente me dejé llevar. Agarré con fuerza las llaves que llevaba en el bolsillo. Tenían un llavero de la torre Eiffel que me había traído mi sobrina después de un viaje a Francia con el colegio. Di un paso adelante. Supongo que nadie esperaba algo así, porque no hubo reacción. Saqué el llavero todo lo rápido que pude y le lancé un golpe al ojo. No esperaba acertar, pero lo hice. Sentí la leve resistencia del globo ocular y después oí el grito de dolor del hombre. Dio un paso atrás mientras se llevaba la mano al ojo, yo di un paso adelante. Traté de apuñalarle de nuevo: le acerté en la mano con la que se protegía y le hice un corte.
Sentía una euforia que me impedía pararme a pensar en lo que estaba haciendo. Lancé un tercer golpe. Pero esta vez mi agresión no llegó a buen puerto, uno de los hombres me sujetó la muñeca y me apartó un poco del herido, que gemía mientras se presionaba el ojo. Di un tirón a la mano que me sujetaba, pero no logré soltarme. Conseguí sin embargo que la levantara lo suficiente como para poder morderle. Al instante me soltó el brazo, pero yo no le liberé de mi mordisco. Me golpeó con la rodilla en el estómago, pero eso solo consiguió que apretara con más fuerza. Como volvía a tener la mano libre, le lancé una puñalada con el llavero hacia la cara. No sé exactamente donde el di, pero sin duda le abrí una herida.
Entonces sentí el metal frío pegado a mi garganta y un leve corte.
-Suéltale o te juro por Dios que te mato- amenazó con voz ronca el único que no había sufrido heridas.
Y, tan rápido como había venido, el frenesí me abandonó. De pronto solo era un tipejo con la boca llena de sangre ajena frente a tres matones mucho más grandes que yo e indudablemente furiosos. Retrocedí torpemente y me paré por primera vez a contemplar la escena. Al primero le goteaba sangre de la mano, tanto por la herida en ella como por la que cubría. El segundo se inspeccionaba la mano con ojos vidriosos. El tercero estaba muy pálido y me apuntaba con una navaja.
-Eres un puto chalado- murmuró el tercero.
El sabor de la sangre me produjo una profunda náusea y vomité. Ninguna trató de aprovechar la situación para atacarme, cosa que agradecí.
-Me has dejado tuerto- dijo el primero- me has jodido la vida.
No supe que decir. Sentía que tenía que disculparme, pero también recordaba claramente que habían sido ellos los que habían provocado todo esto. Hice, por tanto, lo único que me pareció mínimamente satisfactorio: salí corriendo. Volví a mi casa, me enjuagué la boca, me duché, tiré toda la ropa a lavar y llamé al trabajo para decir que estaba indispuesto y no iba a ir. Con mucho esfuerzo conseguí eliminar todo rastro de sangre de la torre Eiffel.
Me serví un vaso de zumo de naranja y me senté en la cocina a tomármelo, con calma. Ya no había ninguna prueba de que la pelea hubiera tenido lugar. Tampoco iba a contárselo a nadie, por mucha confianza que le tuviese. Había sido un momento de debilidad, una vuelta a unos orígenes que se suponían superados. Al fin y al cabo, la humanidad había dejado atrás su etapa animal e instintiva; llegando a la era de la palabra y la razón.
Aún así, si pudiera volver atrás, no cambiaría nada.
Desconcertante, Felipe. Tiene algo de tus personajes habitualmente contradictorios, que piensan de una forma y actúan de otra, pero en el resto se me hace difícil reconocerte. Buen trabajo.
ResponderEliminar,No esperaba tanta violencia, pero esta muy bien.Sigue ,te leo siempre con impaciencia .Ya sabes quien soy.
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