En ningún otro momento se había sentido tan absolutamente convencido de que iba a ganar. Prácticamente ya lo consideraba un hecho. Sentía una euforia creciente mientras se le tensaban todos los músculos. Preparados… Listos…
Un año antes había ido a animar a un amigo suyo que participaba en «La conquista del gigante», una recién inaugurada competición local de escalada en la que se buscaba alcanzar la cima de una montaña cercana en el menor tiempo posible. La iniciativa estaba promovida por el gobierno de la provincia, que quería dar a conocer las zonas verdes de los alrededores después del terrible incendio que había asolado el bosque más célebre de la zona y las desafortunadas declaraciones sobre la poca importancia de la naturaleza que hizo un miembro del ejecutivo posteriormente, que redujeron notablemente la buena imagen del partido electo.
Tal vez la propaganda no había sido suficiente, porque no hubo demasiados participantes. Un organizador se le acercó y le animó a unirse a la competición. «Se lo pasará bien, ya verá», le dijo. A pesar de que no era atlético, tampoco se veía incapaz de realizar el esfuerzo, así que aceptó. Durante la carrera, se sintió parte de unos antecesores que vivían entre los árboles y no guarecidos en cuevas de hormigón y acero. Le gustó esa sensación. Para su sorpresa no quedó último, aunque tampoco se podía decir que hubiese obtenido un buen resultado.
Entonces lo decidió. No era una persona demasiado competitiva, ni tampoco se podía decir que tuviese una determinación firme e inquebrantable, pero mientras aún trataba de recuperar el aliento por el esfuerzo, decidió que al año siguiente volvería a participar, pero esa vez ganaría. Y como si se tratase del precepto que guiase su existencia, había entrenado concienzudamente, dejando de lado prácticamente todo lo demás. Fue un año extraño, al tratar de evocar lo que había hecho, los recuerdos se le mezclaban en una sucesión inconexa de sensaciones, como si hubiese permanecido mucho tiempo bajo el efecto de una potente droga que nublara su raciocinio.
¡Ya!
Con una fuerza inusitada, arrancó a correr y descubrió complacido que se había colocado en cabeza. Había observado la condición de algunos participantes: muchos no se habían preparado en absoluto, pero había alguno que se notaba atlético, aunque no sintió preocupación alguna, creía firmemente en su superioridad.
Para asegurarse de que nadie se aprendiese el recorrido óptimo y que fuesen explorando los agradables rincones de la montaña, se había decidido cambiar la montaña a conquistar, manteniendo oculta cual sería la elegida hasta el último momento. Las zonas que presentaban un riesgo potencial habían sido señalizadas para que los corredores las evitaran o, por lo menos, que fueran más cuidadosos. Esto no le importaba, simplemente no había que dejar de ascender hasta llegar a la cima, eligiendo siempre el camino más rápido.
Tras un periodo de ascensión sin sobresaltos en el dejó atrás a todos sus perseguidores, se encontró con una pared rocosa de varios metros de alto. Tenía una señalización de advertencia, en la que se recomendaba evitar la escalada si no se contaba con preparación y la ropa adecuada. Sacó de una ligera mochila que llevaba en la espalda unas rodilleras y coderas, para evitar rozaduras y empezó trepar. Sintió como iba ganando terreno al resto de participantes que tenían que dar un rodeo para evitar la ascensión vertical y rugió, eufórico. Fue cuidadoso de no asirse a nada que pudiese desprenderse, tanto para no caer como para evitar que cayera sobre los pocos que pudieran decidir imitarle. Llegó arriba, exhausto y feliz. Se permitió entonces contemplar lo que quedaba atrás. La pared rocosa era bastante ancha y dudaba que ninguno de los que había decidido rodearla tuviese alguna posibilidad. Se quitó el equipo de escalada, que le entorpecía al correr.
Después de respirar hondo un par de veces, reanudó la marcha. La pendiente allí era muy suave y podía correr sin demasiado esfuerzo. El olor a naturaleza le envolvió, no recordaba haberse sentido tan feliz en ningún momento. Súbitamente, su pie se hundió en un agujero oculto por el mar de hierba y plantas, y perdió el equilibrio. Una afilada roca se le hundió en la rodilla y un dolor intenso le azotó. Se dejó caer de lado, con la rodilla ensangrentada en alto. Se llevó ambas manos a la herida y trató de hacer presión para evitar perder mucha sangre, pero el dolor era demasiado fuerte y tuvo que desistir. Se quedó allí tendido, acurrucado, implorando para que el dolor pasara.
Después de lo que le pareció una eternidad, se atrevió a examinarse. No había sangrado tanto como había creído inicialmente y tampoco parecía tener ningún hueso roto. Trató de estirar la pierna y el dolor fue soportable. Muy lentamente fue incorporándose. Sacó de su mochila agua oxigenada y la roció sobre la herida mientras gemía por el escozor. Se colocó un precario vendaje y, cojeando, reanudó la marcha. A pesar del tiempo perdido, aún se sentía convencido de la victoria, pues no había visto a nadie adelantarle. Adoptó un ritmo asombrosamente rápido dadas las circunstancias y pronto volvió a dejarse llevar por la emoción de la competición, relegando la herida y el dolor a un plano secundario. Tuvo que realizar una segunda escalada, que consiguió superar a duras penas.
El recorrido acababa, ya no quedaba mucho, y aún no había visto a nadie. La cima ya estaba cerca.
-¿Se encuentra bien?
Se sobresaltó al escuchar otra voz. Miró a su alrededor y pudo ver a un hombre algo mayor que él, con la camiseta empapada de sudor, que observaba su herida con preocupación. Era otro corredor y aún estaba un par de metros por debajo suya; no podía perder tiempo. Sin previo aviso, reanudó la marcha al ritmo más veloz que le permitían las condiciones. El otro dio un respingo y empezó a perseguirle. La meta estaba cerca, lo presentía. Tras subir una pequeña elevación, pudo verla: aún no había llegado ningún participante, pero un pequeño comité de bienvenida gritó, emocionado, al verles llegar. Con una determinación febril, siguió adelante, forzando la pierna herida más de lo debido, sintiendo un agudo dolor a cada paso. Oyó un jadeo junto a su oído y, veloz como un rayo, el otro le sobrepasó. Apenas se diferenciaron por un par de segundos, pero no fue él quien conquistó al gigante.
Su celebración duró poco, pronto todos se percataron del feo aspecto de su herida y eso acaparó prácticamente toda la atención. Entre jadeos relató cómo se había herido y que había decidido continuar de todos modos. Muchos se impresionaron con la determinación que había mostrado al no solo completar la carrera en tan precario estado, sino llegar en segundo lugar incluso. También el ganador le felicitó y le aseguró que si no hubiese sido por la herida, no habría tenido ninguna posibilidad de ganar.
Estaba allí inmortalizando todo lo sucedido la televisión local. Una joven reportera le preguntó al campeón si esperaba la victoria.
-No, la verdad- admitió con una amplia sonrisa- apenas había entrenado y estuve a punto de no venir. Ha sido una grata sorpresa.
Le apuntó entonces a él la cámara. La reportera, con una sonrisa cristalina, le preguntó si se sentía satisfecho, dadas las circunstancias. No tuvo fuerza ni ánimo para responder, simplemente se encogió de hombros. La joven parecía decepcionada, pero no le echó en cara su mutismo. Perdió interés en él y se dirigió al alcalde de la localidad con el que estuvo hablando, interrumpiéndose puntualmente para grabar la llegada de algún corredor.
La competición terminó. Su caso ganó popularidad y salió en la televisión y periódico nacionales, e incluso se le hizo mención en alguna emisora extranjera. Tuvieron que darle varios puntos y se pasó un par de semanas con la pierna escayolada, andando con muletas.
Únicamente se daba un premio, el de «Conquistador del gigante, II edición», que el ganador de la carrera le cedió amablemente, pues creía que merecía tenerlo más que él. Pero no pudo aceptarlo, a pesar de que se había esforzado enormemente para obtenerlo. Mucho más que cualquier otro.
Le dijeron que nadie lo merecía más que él, dada la valentía y fortaleza que había demostrado, pero aún así se negó a aceptarlo. No podía hacerlo. Podía ser que a ojos de los hombres fuese merecedor del título.
Pero no ante los de los gigantes.
Un año antes había ido a animar a un amigo suyo que participaba en «La conquista del gigante», una recién inaugurada competición local de escalada en la que se buscaba alcanzar la cima de una montaña cercana en el menor tiempo posible. La iniciativa estaba promovida por el gobierno de la provincia, que quería dar a conocer las zonas verdes de los alrededores después del terrible incendio que había asolado el bosque más célebre de la zona y las desafortunadas declaraciones sobre la poca importancia de la naturaleza que hizo un miembro del ejecutivo posteriormente, que redujeron notablemente la buena imagen del partido electo.
Tal vez la propaganda no había sido suficiente, porque no hubo demasiados participantes. Un organizador se le acercó y le animó a unirse a la competición. «Se lo pasará bien, ya verá», le dijo. A pesar de que no era atlético, tampoco se veía incapaz de realizar el esfuerzo, así que aceptó. Durante la carrera, se sintió parte de unos antecesores que vivían entre los árboles y no guarecidos en cuevas de hormigón y acero. Le gustó esa sensación. Para su sorpresa no quedó último, aunque tampoco se podía decir que hubiese obtenido un buen resultado.
Entonces lo decidió. No era una persona demasiado competitiva, ni tampoco se podía decir que tuviese una determinación firme e inquebrantable, pero mientras aún trataba de recuperar el aliento por el esfuerzo, decidió que al año siguiente volvería a participar, pero esa vez ganaría. Y como si se tratase del precepto que guiase su existencia, había entrenado concienzudamente, dejando de lado prácticamente todo lo demás. Fue un año extraño, al tratar de evocar lo que había hecho, los recuerdos se le mezclaban en una sucesión inconexa de sensaciones, como si hubiese permanecido mucho tiempo bajo el efecto de una potente droga que nublara su raciocinio.
¡Ya!
Con una fuerza inusitada, arrancó a correr y descubrió complacido que se había colocado en cabeza. Había observado la condición de algunos participantes: muchos no se habían preparado en absoluto, pero había alguno que se notaba atlético, aunque no sintió preocupación alguna, creía firmemente en su superioridad.
Para asegurarse de que nadie se aprendiese el recorrido óptimo y que fuesen explorando los agradables rincones de la montaña, se había decidido cambiar la montaña a conquistar, manteniendo oculta cual sería la elegida hasta el último momento. Las zonas que presentaban un riesgo potencial habían sido señalizadas para que los corredores las evitaran o, por lo menos, que fueran más cuidadosos. Esto no le importaba, simplemente no había que dejar de ascender hasta llegar a la cima, eligiendo siempre el camino más rápido.
Tras un periodo de ascensión sin sobresaltos en el dejó atrás a todos sus perseguidores, se encontró con una pared rocosa de varios metros de alto. Tenía una señalización de advertencia, en la que se recomendaba evitar la escalada si no se contaba con preparación y la ropa adecuada. Sacó de una ligera mochila que llevaba en la espalda unas rodilleras y coderas, para evitar rozaduras y empezó trepar. Sintió como iba ganando terreno al resto de participantes que tenían que dar un rodeo para evitar la ascensión vertical y rugió, eufórico. Fue cuidadoso de no asirse a nada que pudiese desprenderse, tanto para no caer como para evitar que cayera sobre los pocos que pudieran decidir imitarle. Llegó arriba, exhausto y feliz. Se permitió entonces contemplar lo que quedaba atrás. La pared rocosa era bastante ancha y dudaba que ninguno de los que había decidido rodearla tuviese alguna posibilidad. Se quitó el equipo de escalada, que le entorpecía al correr.
Después de respirar hondo un par de veces, reanudó la marcha. La pendiente allí era muy suave y podía correr sin demasiado esfuerzo. El olor a naturaleza le envolvió, no recordaba haberse sentido tan feliz en ningún momento. Súbitamente, su pie se hundió en un agujero oculto por el mar de hierba y plantas, y perdió el equilibrio. Una afilada roca se le hundió en la rodilla y un dolor intenso le azotó. Se dejó caer de lado, con la rodilla ensangrentada en alto. Se llevó ambas manos a la herida y trató de hacer presión para evitar perder mucha sangre, pero el dolor era demasiado fuerte y tuvo que desistir. Se quedó allí tendido, acurrucado, implorando para que el dolor pasara.
Después de lo que le pareció una eternidad, se atrevió a examinarse. No había sangrado tanto como había creído inicialmente y tampoco parecía tener ningún hueso roto. Trató de estirar la pierna y el dolor fue soportable. Muy lentamente fue incorporándose. Sacó de su mochila agua oxigenada y la roció sobre la herida mientras gemía por el escozor. Se colocó un precario vendaje y, cojeando, reanudó la marcha. A pesar del tiempo perdido, aún se sentía convencido de la victoria, pues no había visto a nadie adelantarle. Adoptó un ritmo asombrosamente rápido dadas las circunstancias y pronto volvió a dejarse llevar por la emoción de la competición, relegando la herida y el dolor a un plano secundario. Tuvo que realizar una segunda escalada, que consiguió superar a duras penas.
El recorrido acababa, ya no quedaba mucho, y aún no había visto a nadie. La cima ya estaba cerca.
-¿Se encuentra bien?
Se sobresaltó al escuchar otra voz. Miró a su alrededor y pudo ver a un hombre algo mayor que él, con la camiseta empapada de sudor, que observaba su herida con preocupación. Era otro corredor y aún estaba un par de metros por debajo suya; no podía perder tiempo. Sin previo aviso, reanudó la marcha al ritmo más veloz que le permitían las condiciones. El otro dio un respingo y empezó a perseguirle. La meta estaba cerca, lo presentía. Tras subir una pequeña elevación, pudo verla: aún no había llegado ningún participante, pero un pequeño comité de bienvenida gritó, emocionado, al verles llegar. Con una determinación febril, siguió adelante, forzando la pierna herida más de lo debido, sintiendo un agudo dolor a cada paso. Oyó un jadeo junto a su oído y, veloz como un rayo, el otro le sobrepasó. Apenas se diferenciaron por un par de segundos, pero no fue él quien conquistó al gigante.
Su celebración duró poco, pronto todos se percataron del feo aspecto de su herida y eso acaparó prácticamente toda la atención. Entre jadeos relató cómo se había herido y que había decidido continuar de todos modos. Muchos se impresionaron con la determinación que había mostrado al no solo completar la carrera en tan precario estado, sino llegar en segundo lugar incluso. También el ganador le felicitó y le aseguró que si no hubiese sido por la herida, no habría tenido ninguna posibilidad de ganar.
Estaba allí inmortalizando todo lo sucedido la televisión local. Una joven reportera le preguntó al campeón si esperaba la victoria.
-No, la verdad- admitió con una amplia sonrisa- apenas había entrenado y estuve a punto de no venir. Ha sido una grata sorpresa.
Le apuntó entonces a él la cámara. La reportera, con una sonrisa cristalina, le preguntó si se sentía satisfecho, dadas las circunstancias. No tuvo fuerza ni ánimo para responder, simplemente se encogió de hombros. La joven parecía decepcionada, pero no le echó en cara su mutismo. Perdió interés en él y se dirigió al alcalde de la localidad con el que estuvo hablando, interrumpiéndose puntualmente para grabar la llegada de algún corredor.
La competición terminó. Su caso ganó popularidad y salió en la televisión y periódico nacionales, e incluso se le hizo mención en alguna emisora extranjera. Tuvieron que darle varios puntos y se pasó un par de semanas con la pierna escayolada, andando con muletas.
Únicamente se daba un premio, el de «Conquistador del gigante, II edición», que el ganador de la carrera le cedió amablemente, pues creía que merecía tenerlo más que él. Pero no pudo aceptarlo, a pesar de que se había esforzado enormemente para obtenerlo. Mucho más que cualquier otro.
Le dijeron que nadie lo merecía más que él, dada la valentía y fortaleza que había demostrado, pero aún así se negó a aceptarlo. No podía hacerlo. Podía ser que a ojos de los hombres fuese merecedor del título.
Pero no ante los de los gigantes.
!!!!!Muy bien !!!!Eres un campeon. TU FAN N2
ResponderEliminarLa sorpresa de que no hay sorpresa final. Final sin sorpresa, eso sí que es una sorpresa. ¿O la sorpresa es el título, "Justo pago"?
ResponderEliminarMuy lograda la descripción del esfuerzo y del espíritu competitivo, más aún cuando lo tuyo no es el deporte ni la competición. Bravo Felipe.
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