Contemplo con orgullo mi reino. Mi fortaleza en la bruma. Mi castillo onírico. Mi bastión inexpugnable. Soy dueño y señor de todo cuanto veo. A un gesto de mi mano, se baja una pasarela, por la que entran preciados suministros. A una leve inclinación de cabeza, se preparan las huestes para defender el castillo. Basta un leve suspiro para tener a mí alrededor todo cuanto puedo desear. Incluso aquello en lo que mi mente aún no había pensado.
Una sonrisa se dibuja en mi rostro. Los primeros invasores están llegando.
Desde luego, no me preocupa. Cuento con mi propio ejército, invencible, incansable, imparable. Una primera oleada de enormes cuervos choca con mis valerosos guardianes. Uno tras otro, todos son repelidos. Hay gritos de júbilo entre mis tropas.
Y llega un periodo de tranquilidad. Paz. De nuevo, el simple disfrute del momento. Por extraño que parezca, luego son estos apacibles momentos los que se desdibujan en mi mente, y las cruentas batallas las que prevalecen. Lo he aceptado como inevitable, ¿para qué luchar contra algo que no puedes vencer?
Llega la segunda oleada. Esta vez, son muñecos de nieve. Esta batalla es aún más dura, pero finalmente salimos victoriosos. Un rastro de aguanieve queda por toda la muralla. Aún así, ha sido un rotundo éxito.
Pero no nos engañemos, la moral va decayendo. “Los inexpugnables ” de hace apenas un suspiro se han transformado en “los invictos”. Puede parecer lo mismo. Desde luego, no lo es.
Y sin darnos apenas tiempo a recobrar el aliento, llega una tercera oleada, más mortífera que las otras dos. No es fácil de combatir. Es una masa viscosa y oscura, que va ganando terreno centímetro a centímetro. Mis aliados hacen lo que pueden, pero sus esfuerzos son vanos. Pronto, la desesperación se entrevé en sus ojos. La masa negra va consumiéndolo todo.
Y cuando todo parece perdido, aparecen los magos blancos. Con sus rostros benevolentes y sus túnicas holgadas. En un abrir y cerrar de ojos, todo se llena de luz. La negrura se escurre entre las gritas de las piedras, huyendo de la cálida luz.
La satisfacción me llena. La tercera plaga ha sido contenida. Ya pueden empezar los festejos en el reino de la noche perpetua. Mi reino. Donde soy dueño y señor…
De pronto, todo empieza a temblar. Un estruendo lo inunda todo. Mis valientes guerreros se llevan las manos a los oídos, temblando. No hay fuerza lo suficientemente poderosa para luchar contra ese divino poder. Una melodía se va formando, primero débil, pero va cobrando intensidad.
Todos me miran. Sabían tan bien como yo que este momento iba a llegar. El deber me llama. Es algo ineludible. Contemplo por última vez mi reino. Lo echaré de menos…
Pero el compromiso con el despertador es ineludible.
No hay comentarios:
Publicar un comentario