Me persigue allá donde vaya.
No soy lo bastante rápido para darle esquinazo, ni lo bastante lento para que finalmente me alcance. Nos mantenemos en un precario equilibrio, que a todas luces no puede durar eternamente. Hay días en los que incluso me puedo permitir un leve descanso, no pensar en él, ni en su inexorable avance. Otros, por el contrario, siento su helado aliento recorriendo todo mi cuerpo, como si simplemente estirando su brazo pudiera alcanzarme. Siento su hambre voraz, insaciable, por todas partes.
Me aterra pensar lo que pasará cuando me vuelva a alcanzar. Recuerdo nítidamente cuando lo hizo. Tomé el camino equivocado, y no pude evitar que me alcanzara. Dolor, frustración, tristeza… Eso es lo que sentí mientas masticaba mis entrañas. Luego, me dejó ir. Podría haberme quedado allí mismo. No habría vuelto a perseguirme, si permanecía allí. Pero la vida sigue, y aún no había llegado a mi destino. Así que reinicié la marcha. Pensé que, después de aquello, me dejaría en paz. Ya no había nada que pudiera interesarle. Por supuesto, me equivocaba.
Y ahora, me vuelve a perseguir. Ahora ya no siento pánico por lo desconocido, por no saber qué sucederá cuando me alcance. Sé exactamente qué va a hacerme. Y por eso, tengo más miedo aún. Pero, ¿Qué me queda, salvo seguir corriendo? ¿Volverme y luchar? Desde luego, ese no es mi estilo. Tantas cosas podrían salir mal… Confiaré en que, de un modo u otro, todo se solucione. Aunque sé que es mi perseguir personal, y que no buscará otra presa. Aunque sé que nunca se cansará de perseguirme. Aunque sé que nunca seré suficientemente rápido para perderlo. Aún a pesar de todo eso, espero que todo se solucione.
No quiero perder otro.
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