lunes, 2 de mayo de 2011

Prioridad

El inspector llamó educadamente a la puerta de la casa. Miro a su compañero con un grave gesto, sabían qué les deparaba la tarde. La puerta se abrió lentamente, tras ella apareció una mujer ya entrada en años. El inspector entró en la casa como una exhalación y con la fluidez de quien ha recorrido miles de casas, llegó al salón. Se trataba de una sala amplia, enormemente iluminada por un amplio ventanal que abarcaba la mitad de la pared que daba al exterior. Una malla metálica protegía el cristal de todo mal que pudiese ocurrirle, sin impedir que se filtrara agradablemente la luz, aunque molestaba a quien quisiera contemplar la vista. Las paredes eran de un color beige, sin apenas adornos. Un par de cuadros, así como una estantería sobre la que reposaba una pequeña estatuilla de una mujer recostada, cubierta por una especie de tela. Las baldosas del suelo tenían un sencillo dibujo en espiral en el centro, resultaba agradable a la vista, aunque eran demasiado oscuras para el tono de las paredes, excepto en las zonas donde daba directamente la luz, en las que despedía un fulgor que hacía destacar el grabado en espiral.

Le sorprendió al inspector no encontrar ninguna lámpara suspendida en el techo. Tomo nota mental de ello.

Justo debajo del ventanal, había una butaca color crema algo desgastada por la constante exposición al astro rey, ya que tampoco había cortinas. En aquella sala también había una mesa rectangular con un frutero de cristal en el centro, aunque en él no había ninguna fruta. Sorprendió al inspector no ver más que dos sillas, colocadas en extremos opuestos del rectángulo. Por último, cerca de la puerta de comunicación con el resto de la casa, un sillón negro, encarado hacia un viejo televisor colocado sobre una mesita de madera.

La habitación era demasiado grande para la poca cantidad de vida que contenía. Pero ese era problema del decorador.

Le quedaba poco tiempo antes de que la mujer se recompusiera y le abordara, así que con precisa vista de águila, buscó algo anormal. Llamó su atención unos pequeños orificios que se distribuían a una altura similar por toda la habitación, posiblemente, donde antes había algo colgado. Allí faltaban cuadros, y muchos. Aparte de esto, todo parecía en regla.

-¿Qué desea?-preguntó la mujer justo cuando el inspector había desistido en su búsqueda.

-Hemos recibido un aviso de esta dirección- explicó su compañero con voz suave.

La mujer no dejó de mirar al inspector, aunque no era él quien le hablaba.

-¿Aquí?-se extrañó- pues yo no he sido.

Hubo un tenso silencio.

-Y vivo sola- puntualizó.

El inspector miró a su compañero con gravedad.

-¿No es el número 78?

La mujer dio un suspiro de alivio.

-No, es el 76. No es la primera vez que pasa. Tengo que cambiar ese 6, el rabito es demasiado cerrado y parece un 8.

-Sí, sí que lo parece- comentó el inspector.

-Lamentamos las molestias- murmuró el compañero.

-Oh, no tiene importancia- sentenció la mujer.

Salieron de la casa a paso ligero. El inspector se rascó la nuca. ¿Para qué había servido aquel análisis del salón, al fin y al cabo?

-La vieja mentía, no vive sola- comentó el compañero- en la cocina, la mesa estaba preparada para dos.

El inspector le miró, indiferente.

-¿Y?

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