Ocurrió un día cualquiera, como quien no quiere la cosa. Me fue entregado un panel de control. Cientos de botones, palancas y reguladores. Bombillas, pequeñas pantallas e interruptores. Nadie me explicó que debía hacer con él, pero allí estaba. Y era mío. Me incomodaba que allí estuviera, trataba de ignorarlo… Pero la curiosidad me fue venciendo lentamente, ¿para qué serviría tal y cual cosa?
Otro día cualquiera, pulsé el primer botón. Un sobre lleno de dinero cayó pesadamente encima de mi cabeza. El dolor me duró poco. Por supuesto, me fue imposible no volver a pulsarlo; cayó otro sobre. No cabía en mí de gozo. Viví un par de semanas que ahora se me antojan confusas y distorsionadas. Creo recordar que lo pasé bastante bien, aunque constantemente tenía chichones, ya que era condición indispensable que el dinero me “cayera del cielo”.
Un hecho que descubrí algo después es que cada vez que pulsaba aquel botón, brotaba en mi jardín una pequeña flor amarilla. Durante un tiempo pensé que era pura coincidencia, pero llegado a cierto punto, no quedaba duda alguna. Los chichones y el jardín florecido por aquella pequeña (aunque enormemente resistente) planta me parecían un pequeñísimo precio a pagar a cambio del estilo de vida que me estaba costeando.
Ahora me parece inconcebible, pero no sentí deseo alguno de probar ninguna otra función del panel. Hasta que, un tercer día cualquiera, me empezó a aburrir mi vida. Parece increíble, ¿no? Tenía cuanto el dinero me podía dar (salvo una cabeza sin chichones y un jardín libre de flores amarillas). Y sin embargo, empecé a ser desdichado. Había alcanzado un límite y eso me frustraba. Después de algunos quebraderos de cabeza, me aventuré por segunda vez con el panel. Esta vez, activé un interruptor. Desde ese momento hasta el día en que lo apagué, no dejó de llover. Y no volvió a llover hasta que volví a activarlo. Dueño y señor de la lluvia. Empezó como un juego, pero pronto me aburrí. Me vi en un aprieto, pues la lluvia seguía estando a mi servicio. Debía ir regulándola, pero me cansé, así que llovía martes, jueves y cuando tenía interés personal en aguarle el día a alguien.
Mi tercera exploración no tardó tanto, aunque esta vez la curiosidad se mezclaba con cierta aprehensión, pues, aunque había solucionado lo de la lluvia, podía haber acabado muy mal… Además, ¿qué pasaría cuando yo muriera? ¿Qué sería de la lluvia y de todo lo demás que pudiera llegar a controlar? Aún a pesar de estos lógicos pensamientos, moví un regulador que marcaba “Adelante” a “Atrás”.
Y todo el mundo empezó a rejuvenecer. Aunque sería más preciso decir que iba retrocediendo por lo que ya había pasado. Desaparecieron los chichones nuevos, pero volvieron los viejos. Había quien daba gracias al cielo y había quien maldecía su suerte. Cuando volví a dejar el regulador en “Adelante”, hubo protestas; cuando lo puse de nuevo en “Atrás”, hubo protestas. Finalmente lo dejé en adelante, por mantener la tradición. Aún hay quien me odia por ello.
Mi cuarta exploración tardó mucho tiempo en llegar. Tenía miedo de lo que pudiera ocurrir. Pero el poder que ejercía el panel sobre mí era irresistible. Debía saber más. Y lo supe. Supe cuanto debía saber.
Pero vosotros no lo sabréis.
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