lunes, 17 de octubre de 2011

Desgana

//El sábado me vino la inspiración y escribí esto. Pensaba guardarlo para una semana que estuviera sin ideas, pero acabo (domingo) de escribir otra y he pensado que no tiene sentido que las guarde para "cumplir", pues solo tengo que rendir cuentas ante mí mismo. Espero que las disfrutéis//.

Sacando energía de donde no quedaba, conseguí dar el golpe definitivo al último Trasgo Siniestro. Me dejé caer de rodillas allí mismo, pues no me restaban fuerzas para hacer nada más. Rescatar a la Princesa estaba resultando mucho más costoso de lo que en un inicio había supuesto, pero lo más duro había pasado… Nunca habría imaginado que los Trasgos fueran tan escurridizos.

Después de unos minutos, recuperé el aliento y me incorporé. Avancé sintiendo mis músculos agarrotados por el esfuerzo excesivo. Esperaba ver aparecer a la Princesa en cualquier momento, sollozando de alegría al ser finalmente rescatada de las garras del Brujo, seguramente huido en el último momento. En su lugar, apareció un Gato. Los Gatos siempre se les aparecen a los Aventureros (como yo) para guiar sus pasos en la dirección adecuada y revelarles un poco del porvenir.

-Saludos, Gato- dijo respetuosamente- ¿Y la Princesa?

El Gato sonrió gatunamente e hizo un rápido aspaviento con la cola.

-La tiene el Brujo en su Castillo- explicó.

Me quedé mudo, pues se suponía que el Brujo había encerrado a la dama en apuros en la Mazmorra, custodiada por los Trasgos Siniestros.

-¿Pero no se suponía que debía estar aquí?- inquirí, molesto.

El Gato arrugó la nariz ante el tono empleado, demasiado cortante para su gusto. A los Gatos se les trata con mimo y respeto, ya que se pegan la paliza de recabar toda la información necesaria sin quejarse ni una sola vez. Un sector del Gremio de los Gatos propuso que se diera alguna clase de recompensa a los suyos por la información prestada, pero lo cierto es que a una gran mayoría de los Gatos les apasiona su trabajo y no les parece ético cobrar por ello.

-La retuvo aquí un par de días, pero luego cambió de idea y se la llevó al Castillo -explicó- Al parecer, no le acabó de convencer este sitio.

Aquello me enfadó bastante, no se podía ir por la vida de forma tan desorganizada, cuando eliges una Guarida, te quedas con esa y no haces perder el tiempo a los Aventureros, que ya es bastante dura la vida sin la ayuda de los incompetentes.

-Bueno, ¿Y dónde está el Castillo? –pregunté, sintiendo como todo el cansancio acumulado me sobrevenía de golpe.

-Pues a un par de días a galope de aquí- contestó el Gato- Aunque no es un camino fácil.

Suspiré. Nunca era un camino fácil.

-Cuéntame –dije con desgana.

“Cuéntame” era la palabra mágica para los Gatos. Una vez se le decía “cuéntame” a un Gato, este se dejaba llevar y explicaba sin descanso toda la información relevante referente a la Misión. Se notaba que disfrutaban con esto, probablemente al ver cómo iba cambiando el semblante del Aventurero de turno conforme la cosa se iba poniendo absurdamente complicada.

-Para llegar al Castillo del Brujo, debes atravesar el Bosque Negro, hogar de los Pájaros del Terror, una especie de cuervos enormes antropófagos, que te darán caza incluso si consigues salir vivo del bosque. Son unos bichos muy puñeteros. Para poder acceder al Castillo, debes recorrer la Gruta, custodiada por el Dragón de Acero, que no puede ser herido por ningún arma y sus llamaradas funden la roca. Tu única posibilidad es conseguir la Espada Vibrante, que actualmente posee el mítico Caballero Gris, famoso por únicamente prestar ayuda a quien le haya conseguido vencer. El problema es que no se bate en duelo con cualquiera, solo acepta desafíos de los ganadores del Torneo, en el que solo los más diestros pueden participar. Cuando tengas la Espada y venzas al Dragón, accederás finalmente al Castillo. Debes extremar precauciones, el Castillo está fuertemente vigilado por los temibles Mercenarios del Este, gente bastante competente, me temo. Si consigues burlar la vigilancia, tendrás que buscar la habitación donde esconde a la Princesa, que seguramente esté llena de trampas. Luego solo quedará salir de allí con ella, volviendo a eludir la vigilancia. Ten cuidado, pues la Princesa es muy delicada y no puede correr, pues enferma crónica. Quizás el Brujo trate de asesinarte por la espalda, pero lo más probable es que no le veas el pelo.

Yo, más o menos a partir de lo de los cuervos come-hombres me sentí demasiado cansado. Escuché por educación todo lo que el Gato tenía que decir.

-¿Entonces el Brujo no hará nada?- pregunté, pues me parecía lo único positivo de lo que había dicho y quería aferrarme a ello.

El Gato negó enérgicamente. Parecía disfrutar con todo aquello.

-Lo más probable es que espere a que la hayas rescatado y cuando esté de nuevo en Palacio, la secuestre otra vez. No le costará mucho, es bastante ingenioso para esas cosas.

Solté una amarga carcajada, no pude evitarlo.

-¿A qué viene ese empeño en secuestrar a la Princesa? No es especialmente bonita, ni lista, ni valiente, ni locuaz, ni nada- reflexioné, con la verdad por delante.

-La verdad es que al Brujo le encanta desafiar a las fuerzas del Bien, pero prefiere hacerlo desde la comodidad de su Castillo. Y como ningún héroe iba a darle muerte, se vio obligado a secuestrar a una Princesa para que viniera alguien. Si por él fuera, no habría Princesa involucrada, créeme. No es mala persona, pero tiene demasiado tiempo libre…

El Gato se me quedó mirando, esperando a que me pusiese decididamente en marcha. Pero lo cierto es que no tenía intención de hacerlo, aquello era demasiado trabajoso para alguien sin ganas.

Contra todo pronóstico, me puse en marcha, no me preguntéis por qué.

Atravesé el Bosque Negro… Nunca pude volver a mirar a los cuervos igual. Vencí el Torneo, la verdad es que no se presentó mucha gente. Al Gato se le olvidó decirme que el lugar del Torneo era al otro lado del Bosque Negro, por lo que tuve que desandar lo andado. Batí al Caballero Gris, que, sinceramente, me decepcionó bastante, era un viejecito que apenas se podía mantener en pie, así que el duelo fue al Guiñote. La Espada Vibrante hizo honor a su nombre, porque no paró de vibrar en todo el camino, me llevaba frito. Otro paseo por el Bosque Negro. Resultó cierto que solo se podía herir al Dragón de Acero con la Espada Vibrante, pero era porque solo aceptaba bajar del techo para pelear si la llevabas. Otro dura batalla al Guiñote, el Dragón no estaba con ánimos para una pelea sin cuartel y a mí tampoco me apetecía mucho.

Los Mercenarios del Este me descubrieron enseguida, pero les expliqué la situación: si acababan conmigo, era poco probable que viniera alguien más en meses como mínimo y no era probable que el Brujo los mantuviera a sueldo para hacer bonito. Por el contrario, si yo rescataba a la Princesa, el Brujo la recapturaría y yo tendría que volver, por lo que el Brujo no prescindiría de su guardia. Los Mercenarios se mostraron muy razonables y me condujeron hasta donde estaba la Princesa. Incluso me desactivaron las trampas cuando se lo pedí educadamente. Sin duda, lo peor fue el viaje de vuelta. Resultó que la Princesa estaba especialmente debilitada, por lo que tuve que llevarla en una silla de ruedas. Y atravesar el Bosque Negro llevando la silla, mientras los Pájaros del Terror me incordiaban y la Princesa se quejaba casi me hace abandonar y eso que estaba ya a punto de acabar.

Cuando llegamos al Palacio, no nos dejaron entrar. Yo estaba a punto de obedecer a la voz de mi cabeza que me decía que no dejara títere con cabeza, pero finalmente accedieron a los chillidos de la Princesa, que parecía que de un momento a otro iba a caer muerta… Allí estaba el Brujo, saludándonos cordialmente y preguntando a la Princesa que tal se encontraba.

Nos explicó las nuevas: había conquistado Anacronia, reino de la Princesa, excepto un metro cuadrado que no recordaba exactamente donde estaba.

“Por allá, en el Bosque Negro” dijo.

Por mí, se lo podía quedar.

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