Le di un puntapié a una piedra, esperando que así desapareciera mi enfado. La piedra golpeó un árbol que se encontraba un poco más adelante. Por culpa de la leve vibración que produjo, una hoja seca se desprendió y fue cayendo lentamente, hasta rozar la nariz de un hombre que descansaba a los pies del árbol. Este se levantó y miró a su alrededor, desconcertado. Vio la piedra, que descansaba a poca distancia suya, y le dio una fuerte patada.
La piedra voló un par de metros y fue a parar contra un cubo de basura metálico, que resonó estruendosamente. Una nube de moscas salió en desbandada. Una de ellas fue a dar de bruces contra el ojo de un perro que paseaba con su humano acompañante. Este dio un respingo y se detuvo. Fue gracioso.
El perro ladró a la mosca. Una mujer que leía en un banco levantó la cabeza, curiosa. Cuando volvió a agacharla, sostenía una guía telefónica, y no un libro. A su espalda, un ninja contratado por las Páginas Amarillas se frotó las manos, satisfecho. El ninja desapareció en una nube de humo cuando apareció el espía británico, que le seguía la pista desde Sudáfrica.
Visto el fracaso, el espía se compró un helado en un puesto cercano, lo que le permitió al vendedor realizar la venta un millón. Esto le valió al espía una entrada para el parque temático de ciencia-ficción. Pero no le iba ese rollo, así que tiró la entrada en la primera papelera que encontró, ligeramente abollada porque alguien la había apedreado.
Un niño, que había estado viendo con asombro cada uno de los pasos del elegante hombre de las fuerzas británicas, metió la mano en la papelera y encontró la entrada junto a un grueso libro que alguien había dejado allí hace poco. Se dirigió apresuradamente hacia el que debía ser su padre (por el asombroso parecido de sus camisas) y se la mostró triunfante.
Una traicionera ráfaga de aire… no consiguió arrancársela al crío de las manos, pero sí consiguió que a mí se me volara el mal humor.
Miré a mí alrededor, con cierto asombro. Había seguido el increíble devenir de los sucesos, sin poder creérmelo. Se podía decir que yo había sido el artífice de todo aquello. ¿O había sido la piedra? ¿O el hombre que dormía bajo el árbol? ¿O la mosca? ¿O el perro? ¿O la mujer? ¿O el ninja? ¿O el espía? ¿O el vendedor? ¿O el niño? ¿O el viento? Desde luego, todos habían formado parte de un gran todo. Incluso se podía decir que mi patada a la piedra estaba condicionada por un suceso anterior, el que me había provocado el enfado.
¿Gracias a quién tenía ahora el niño la entrada en su mano? Todos tenían parte del mérito. Ese pequeño mundo, cuyos únicos elementos eran un árbol, una papelera y un banco, había ido tejiendo un suceso infinito. ¿Acabaría alguna vez lo que su patada había empezado? Era difícil saberlo. Y es que eso ya no dependía de él.
El mundo cambia constantemente. Cambia cada vez que respiramos, con cada pensamiento, con cada intento fallido y con cada éxito. No sirve de nada esforzarse por mantenerlo estático. Va contra natura. Dejad que os arrastre hacia donde deba. Al final, desembocará donde haga falta.
Confiad en ello.
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