domingo, 30 de noviembre de 2014

Versión escrita de lo que me sucedió en lo que se me planteaba como una tarde más bien tirando a aburrida



Antes de que empieces a leer este texto, quiero recalcar lo que ya he repetido muchas veces: no estoy loco. Sé que leyendo mi historia se podría pensar que eso es exactamente lo que me pasa, que algo no funciona bien dentro de mi cabeza y que todo lo que me ocurrió fue solo producto de mi mente, pero no es así.

Lo comento a modo de prólogo porque estoy cansado de tener que contar esta historia una y otra vez y que lo único que obtenga siempre de mis interlocutores sean miradas condescendientes y algún ocasional asentimiento mecánico, como dándome a entender que están escuchando con educación, aunque sé que, mientras, van ya decidiendo cuál de las diversas enfermedades mentales es la causante de mi locura (teniendo en cuenta mis síntomas), sin llegar a plantearse siquiera que todo esto me ocurrió de verdad.

Por eso he decidido escribir mi historia, para probar suerte, a ver si una versión mecanografiada, escrita con tinta o píxeles, tiene mejor aceptación que mi (ya más que desgastada) versión oral, hasta ahora infructuosa.

A cambio de darte acceso total a mis recuerdos, querido lector o lectora, te suplico que me hagas un pequeño favor. No te pido que me creas palabra por palabra, que devores mi historia y seas mi defensor, ya que sé que eso es imposible. Lo único que te pido, si no te supone mucha molestia, es que durante un segundo en algún punto del relato, en el momento que quieras, levantes la vista de estas líneas, te quedes mirando al infinito y te preguntes: “¿Será verdad?”.

No te pido nada más, solo eso. Solo un instante. Una duda pequeñita, cuando a ti mejor te venga. ¿Qué daño puede hacerte?

Bueno, gracias por tu atención. Paso ya a relatar el suceso en cuestión:

“Se me planteaba una tarde más bien tirando a aburrida, así que decidí que bien podía pasarla durmiendo. Me desvestí, apagué la luz y me metí en la cama. Resultaba triste que no me motivase hacer absolutamente nada y que permitiese que el tiempo se escurriese sin motivo alguno. Pero hay tardes así. Ojalá pudiese remediarlas.

Creo que llegué a cerrar los ojos antes de que alguien me zarandeara bruscamente para despertarme. Me incorporé de un salto, alarmado, mientras mi cerebro se ponía a funcionar a marchas forzadas. Nadie tenía llave de mi casa, salvo yo mismo.

—Vístete –me dijo mi visitante, oculto por las sombras.

Me tapé con la sábana todo lo rápido que pude (estaba desnudo), avergonzado. No hubo reacción ni ninguna frase más, por lo que tras unos segundos de calma aproveché para mirar a quien había interrumpido lo que prometía ser una tarde más bien tirando a aburrida. Sus facciones, aún enmascaradas por la penumbra, me sonaban mucho pero no acababa de relacionarlo con ninguno de mis amigos o conocidos.

—Vístete, venga –repitió. Parecía tener prisa.

Tanteé la pared a ciegas hasta que di con el interruptor. Tras un amortiguado “click” la corriente eléctrica empezó a circular a través del delgado hilo metálico de la bombilla. Éste, al no ser un conductor demasiado competente, presentó resistencia al paso de la electricidad, por lo que se calentó rápidamente hasta entrar en incandescencia, bañando de luz la habitación y revelando así el rostro de mi visitante.

—Coño –murmuré.

Natural que me sobresaltara. Y más natural aún que me sonara: a los pies de mi cama se encontraba… bueno, no sé exactamente cómo explicarlo. Era yo. Era exactamente igual a mí. No llevaba la misma ropa, claro, yo estaba desnudo, pero por lo demás éramos idénticos. No estoy hablando de un parecido razonable, no. Afirmo que esa persona era, con toda seguridad, yo.

—Date prisa, va –me instó.

Creo que por el bien de mi salud mental mi cerebro bloqueó la aparente paradoja que suponía que existiesen simultáneamente dos “yos”, así que me levanté, cubriéndome con la sábana, y cogí mi ropa dispuesto a obedecer, no sé muy bien por qué.

—Te espero fuera –me dijo mientras se levantaba y salía.

Alisé la camisa y me la puse en un suspiro, luego los calzoncillos y los pantalones. Intenté ponerme los calcetines, pero por algún motivo no atinaba. Respiré hondo y me miré las manos: me temblaban violentamente. Apreté los dientes, molesto. Mi otro yo me había transmitido su urgencia y de repente ya no tenía tiempo ni para calmarme ni para calzarme. Abrí el armario, saqué unas chanclas de playa y me las puse a toda prisa.

— ¿Aún no estás? –oí al otro lado de la puerta, justo cuando había acabado.

Abrí a modo de respuesta y me quedé… mirándome. Mi otro yo (a partir de ahora Prisas, para facilitar la comprensión del relato) no esperó ni un segundo, me cogió de la muñeca y me obligó a seguirle. Salimos de la casa, pero no se detuvo ahí y seguimos andando a paso ligero, dejando atrás calles que me eran conocidas, pues llevaba años entre ellas.

No me atrevía a hacer nada más que dejarme guiar por Prisas, mi mente trabajaba muy lentamente, como si se moviese a través de lodo: me sentía como cuando intentas beber de un vaso lleno justo hasta el borde, que desde el punto de vista de un observador externo todo parece transcurrir con una calma lenta y pastosa, como si el flujo del tiempo decidiera que ese momento bien se merecía un slow-motion, aunque lo que realmente pasaba era que no querías derramar el contenido y al parecer velocidad y precisión son antónimos. Bien por ti, mente: despacito y con buena letra.

Prisas parecía tener muy claro su destino, porque callejeaba sin detenerse, llegando a saltarse incluso un par de semáforos en rojo. A nadie pareció extrañarle que los dos fuéramos exactamente iguales: tal vez pensaran que éramos gemelos o tal vez no les importara en absoluto. Los nombres de las calles cada vez me sonaban menos, hasta que llegamos a una parte de la ciudad a la que no recordaba haber accedido nunca. No nos detuvimos entonces, seguimos caminando a paso rápido y pronto me di cuenta de que no sabía dónde estaba. Podía llamar a un taxi o pedir indicaciones, no es que estuviese perdido y desamparado, pero no saber exactamente donde me encontraba me incomodaba.

Tras superar la avenida nosequé y doblar una esquina apareció ante nosotros un parque enorme del que no recordaba haber oído hablar. Prisas resopló y aumentó un poco más el ritmo, sin dejar de tirar de mí. Entramos en el parque, pero abandonamos rápidamente el sendero que serpenteaba entre los árboles y la hierba, y nos internamos entre la vegetación (no es que fuera un bosque, pero había árboles y plantas, yo que sé).

Tras alejarnos unos metros, Prisas se acuclilló tras unos arbustos y me dio un tirón para que hiciese lo mismo, así que me escondí a su lado.

— ¿Qué hacemos aquí? –le pregunté, susurrando.

—Enseguida te lo explico –me aseguró, sin dejar de vigilar el sendero— ten paciencia.

Por segunda vez, tuve unos instantes de calma. Me quedé mirando a Prisas fijamente, embobado. Podía ser cosa mía, pero me parecía algo mayor que yo.

— ¿Quién eres? –le pregunté.

Prisas me echó una rápida ojeada, pero volvió a vigilar el sendero tras un instante.

—Pues tú, claro –respondió sin mirarme.

Reconozco que no fue el mejor modo de formular la pregunta.

—¿Pero cómo es posible? –continué— No tiene sentido.

Prisas me hizo un gesto para que bajase la voz y yo me encogí un poco, avergonzado.

—Soy tu yo del futuro –me informó—. Vengo de dentro de 3 años, concretamente.

Si se me puede acusar de tener algún tipo de anomalía en la mente, es la de ser capaz de aceptar afirmaciones a priori imposibles con bastante facilidad. O eso creo. A decir verdad no sé si considerarlo una anomalía, tampoco conozco a nadie que se haya encontrado con una versión futura de sí mismo, no sé si la reacción normal es aceptarlo tal cual, al vuelo, como hice yo. Sé que se ha teorizado mucho con las consecuencias de encontrarse a uno mismo: que si te vuelves loco, que si alteras el devenir de los acontecimientos, que si destruyes el universo… Pues a mí nada.

—¿Y qué haces aquí? –insistí— En el presente… mi presente, quiero decir.

Prisas no me respondió al instante. Siguió mirando al frente, soportando la presión de mis ojos firmemente clavados en él, expectantes.

—Vengo a evitar que cometas el peor error de tu vida –respondió al fin, mientras me hacía una seña para que mirase el sendero.

Justo pasaba una pareja paseando tranquilamente. Ninguno de los dos me sonaba: el hombre tenía una cara afable y era grandote. La mujer era preciosa, la verdad.

—Dentro de un par de días, los conocerás –me explicó Prisas— Aléjate de ellos. No te traerán más que desgracias, sobretodo dentro de tres años. Créeme, yo he pasado por ello y no merece la pena.

Sin dejar de observarlos, empecé a barajar posibilidades. ¿Se trataba de un tema de faldas: serían marido y mujer, y yo me interponía entre ambos, con catastróficos resultados? ¿O acaso él sería un mafioso y yo acababa metido en el mundo del crimen o en una tumba? ¿O tal vez me propondrían un negocio ruinoso y yo acababa en bancarrota? Conseguí apartar la vista de la pareja y volví a mirar a Prisas.

—¿Y qué es lo que pasará si no me alejo de ellos? –pregunté con cautela.

Prisas de nuevo se quedó callado, observando como la pareja se alejaba. Igual en este punto de la historia el nombre Prisas ya no le pega. Bueno, ya es tarde para cambiarlo. La vida funciona así, a veces tomas decisiones demasiado pronto o demasiado a la ligera y luego te arrepientes. A veces no te arrepientes, claro. No estoy diciendo que la vida sea una mala decisión tras otra. Es solo una pequeña reflexión que te cuelo aquí en medio del relato, para que veas que soy una persona cultivada.

—Al poco de conocerles, ella… —empezó a explicar Prisas con voz átona.

—¡Para! –exclamó alguien mientras emergía de un arbusto a nuestra espalda.

No os lo vais a creer. Era otra yo. Otra versión de mí mismo, vaya. Ambos nos quedamos con la boca abierta de par en par, pero mi cerebro no se bloqueó esta vez. O no tanto, por lo menos.

—Vengo de 5 años en el futuro –informó mientras se acercaba.

A éste se le notaba un poco más el paso de los años, ya era capaz de diferenciarlo de Prisas, o de mí mismo.

—¿5 años con respecto a quién? –pregunté con cautela.

—Siempre es con respecto a la fecha a la que se viaja –me explicó Prisas—. Es decir, 5 años con respecto a ti, 2 con respecto a mí.

—Así es –confirmó el otro yo.

Sé que no tiene mucho sentido lo de que se le notaba el paso de los años, porque el salto temporal era más pequeño que el anterior, pero os juro que la diferencia entre Prisas y el nuevo era apreciable. Os aseguro que los distinguía.

Prisas echó un vistazo al sendero: la pareja había desaparecido, así que se incorporó y yo hice lo propio. El yo mayor (Cinco, a partir de ahora, para permitir que el relato fluya mejor) nos alcanzó y miró directamente a mi otra versión futura, aunque no tan futura.

—Estás cometiendo un grave error –le aseguró.

—Pero debe evitar a esa pareja –se defendió Prisas enérgicamente—. No tiene por qué pasar por lo mismo por lo que pasé yo.

—Tú no lo sabes todo –replicó Cinco—. Las cosas se acaban arreglando, con ambos. Si impides que los conozca, es cierto que no sufrirá lo que tanto tú como yo hemos sufrido, pero le estarás robando también una parte buena de su futuro… y de tu futuro.

Prisas se quedó atónito.

—¿… se arregla? –murmuró.

Cinco asintió y le dedicó una sonrisa cálida. Yo no entendía de qué estaban hablando, pero me parecía una conversación bastante trascendente y no quería interrumpirla para pedir que me pusieran al día, así que permanecí callado, al margen, pero prestando toda mi atención, intentando descifrar que era lo que pasaba con la parejita.

Prisas sacudió la cabeza.

—No, no merece la pena –repitió—. Tú ya no te acuerdas bien porque han pasado ya algunos años, pero yo lo tengo muy reciente. Da igual lo que pase luego, él no tiene que pasar por lo mismo.

A Cinco pareció molestarle bastante que Prisas no le diese la razón. A mí también me sorprendió: si te encuentras con una versión futura de ti mismo y te da un consejo, pues lo aceptas, ¿qué vas a saber tú que él no sepa? Y esto no es un caso hipotético. Lo estaba viviendo. Tal vez el hecho de que Prisas fuese también un viajero en el tiempo le predisponía a no creer ciegamente a otro, pues no se veía afectado por el aura de misterio que rodea al viajero temporal.

—¿Así que estás dispuesto a perderte las cosas buenas de la vida solo por evitar las malas? –preguntó Cinco a modo de síntesis— No me reconozco a mí mismo en esa afirmación.

Tampoco a Prisas le hizo gracia el tono en el que le hablaba Cinco, a mi parecer.

—Con el tiempo, el dolor se relativiza y se le busca un sentido –contestó Prisas—. El ser humano hace eso para no amargarse y quedar atrapado en los remordimientos de su pasado. Si tienes la sensación de que todas tus experiencias, buenas y malas por igual, confluyen y se emplean en hacer que continúes avanzando y mejorando, seguir adelante es mucho más fácil, pues tienes el empuje del pasado. Pero eso funciona solo a toro pasado, me temo, no cuando el dolor es reciente porque la herida está aún fresca. Es un mecanismo que tenemos para no reconocer cuando nos hemos equivocado del todo y hemos malgastado nuestro valioso tiempo. Siempre se intenta sacar algo de provecho de toda experiencia, pero hay algunas de las que sencillamente no se saca nada bueno y es mejor evitarlas. Y eso intento hacer, ayudarle a evitar una experiencia larga, amarga y sobre todo dolorosa.

No pude aguantar más. Se estaba debatiendo sobre mi futuro, el presente de Prisas y el pasado de Cinco y no podía participar porque no sabía de qué estaban hablando. Me parecía que tenía yo todo el derecho a saber y opinar.

—¿Alguien me puede explicar qué es lo que pasó con la pareja? –pedí.

Cinco y Prisas se miraron. Luego me miraron. Hubo unos segundos de silencio bastante incómodos, pero luego Cinco se recompuso y me miró con intensidad.

—Al poco de conocerles, ella… —empezó a explicar Cinco, con voz solemne.

—¡No sigas! –exclamó alguien mientras emergía de un arbusto a nuestra espalda.

Cinco y Prisas se giraron y quedaron con la boca abierta. A mí, como que ya no me pillaba tan de nuevas. Era una tercera versión futura de mí mismo, claro.

—Bueno, me estabas contando lo de la pareja –insistí, molesto por la interrupción.

—Vengo de 8 años en el futuro –anunció el recién llegado, sin hacerme caso—. No puedo permitir que se cometa un error tan grande hoy.

— ¿Error? –dudó Cinco, también ignorándome.

—Sí, error –confirmó el nuevo.

—Para eso he venido yo –explicó Prisas—, para evitar que él conozca a la pareja y así evitar todo lo que pasará luego.

Me sentía cada vez más frustrado, porque parecían estar evitando deliberadamente explicar en qué consistía el “tremendo error” que ocurriría al parecer tres años después de conocer a la pareja, es decir, en el presente o pasado reciente de Prisas, o eso había entendido yo.

—Yo he venido a impedir que lo evite –respondió Cinco—. Sé que todos lo pasamos mal con lo que sucedió, pero no te puedes poner a deshacer todo lo que ha ocurrido, porque aunque puede que una experiencia sea negativa a corto plazo, a la larga puede resultar beneficiosa…

—Yo no lo he pasado mal aún –me quejé— ¿Alguien me puede explicar que…?

— ¡Qué no merece la pena! –exclamó Prisas, interrumpiéndome, pero sin escucharme— Da igual que pueda resultar de ello algo positivo, hay muchas formas de ser feliz y no tenemos por qué pagar un alto precio si existen alternativas.

— ¿Y existen alternativas? –inquirió Cinco, acalorado— ¿Acaso sabes qué pasará si evita a la pareja? No, no tienes ni idea. Piensas que, de algún modo, todo irá mejor, pero puede ser un tremendo error. Yo le estoy ofreciendo la seguridad de una vida agradable de aquí a 5 años y tú solo le ofreces incertidumbre, ir esquivando todo lo que te haga daño confiando en que lo que reste sea la felicidad. Pero no tiene por qué ser así.

—También le aseguras dolor –respondió Prisas—. Te conformas. Te acobardas.

— ¡No, tú te acobardas! –gritó Cinco.

El nuevo había permanecido callado hasta entonces mientras ellos dos se gritaban, pero entonces se interpuso entre ellos y les miró seriamente.

—Tranquilos –les pidió.

Ambos respiraban entrecortadamente.

—Propongo ir a casa para hablar de esto con más comodidad y de forma más reservada –dijo el nuevo (A partir de ahora Neutro, para no armar más lío con los nombres).

Neutro se giró hacia mí. Yo estaba bastante nervioso, porque sentía que se estaba decidiendo mi futuro sin tenerme en cuenta. ¿Tan difícil habría sido preguntarme qué opinaba?

— ¿No te importa que sigamos esta conversación en tu casa, verdad? –me preguntó Neutro.

Yo me encogí de hombros. Neutro asintió y los cuatro nos pusimos a andar hacia mi casa. Andamos con calma, Prisas y Cinco un poco adelantados para no llamar tanto la atención, y Neutro y yo detrás.

—No es un tema nada fácil, tendrás que perdonarles –se disculpó Neutro, en un tono de voz demasiado bajo para que los otros dos le oyesen, después de un buen rato de silencio.

— ¿Pero qué es lo que pasará con la pareja? –pregunté, casi en súplica.

Neutro me miró, perplejo.

— ¿No te lo han explicado? –se sorprendió.

—Apenas –me quejé— Sé que les conoceré en unos días y que no me traerán más que desgracias, sobre todo dentro de tres años, donde pasará algo realmente malo. Pero al parecer, dentro de cinco años la cosa se ha arreglado y todo va bien. ¡Pero no sé qué es lo que pasa!

Neutro se rascó la cabeza, indeciso.

—En tu casa te lo explicaremos –me prometió.

Sonreí, satisfecho. Por fin alguien me hacía caso. La conversación se quedó ahí y durante el resto del trayecto Neutro permaneció pensativo. Yo tenía una urgencia tremenda por llegar a casa y enterarme finalmente de todo lo que había pasado, pero no apreté el ritmo porque todos estaban andando a un ritmo normal.

—De todos modos, el hecho en sí no es relevante –comentó Neutro cuando estábamos a punto de llegar— Simplemente plantéatelo así: ¿Prefieres evitar la experiencia porque tiene una parte muy negativa, a pesar de que también te aportará cosas? ¿Te parece bien que ellos hayan intervenido?

Vi como Prisas sacaba una llave de su bolsillo y abría la puerta de mi casa, y entraba junto con Cinco. Neutro se había parado para hablarme, así que yo también me paré. Quería entrar y enterarme de todo pero Neutro me miraba muy seriamente.

—Deberías tener clara la respuesta a esas preguntas antes de entrar –me recomendó— Ahí dentro no te van a dejar pensar.

Me di cuenta de que ese era mi tercer momento de calma. Tragué saliva, respiré hondo y le devolví la mirada a Neutro.

—No lo sé –confesé— No tengo ni idea. ¿Qué debo hacer?

Neutro se encogió de hombros.

—Antes de nada, necesito saber qué es lo que opinas tú –contestó.

Justo lo que quería, que me preguntaran que opinaba yo. ¿No querías decidir? Pues toma dos tazas. Respiré hondo una segunda vez.

—Si tengo que elegir, supongo que mejor que no me avisen de lo malo que me va a pasar –respondí, no muy convencido-. Prefiero tomar mis propias decisiones.

Neutro entrecerró los ojos.

— ¿Estás seguro? –insistió— Te enfrentarías a lo desconocido.

Yo asentí débilmente. Estaba abrumado y quería entrar en casa. Neutro chasqueó la lengua, se volvió y se dirigió a mi casa. Yo le seguí, confundido. Sacó una llave tal como había hecho Prisas, abrió y ambos entramos. Al cruzar el umbral y llegar al salón, me quedé helado. Había allí una docena de versiones de mí mismo, de distintas edades.

— ¿Y bien? –dijo Prisas.

—Prefiere que no se lo digan –masculló Neutro.

Cinco y la mitad de los allí presentes se pusieron a gritar de alegría, histéricos y me cubrieron de abrazos rabiosos. Si hasta ese momento pensaba que no entendía nada, aquello fue la gota que colmó el vaso.

— ¡Victoria! ¡Hemos ganado! –coreaban.

La otra mitad de los “yos” presentes permanecía silenciosa, algo abatida. Prisas parecía abochornado y Neutro estaba taciturno.

Por fin, se calmaron un poco y me soltaron. Cinco sonreía de oreja a oreja.

— ¿Qué está pasando? –pregunté— ¿Alguien me puede explicar de qué va todo esto?

Prisas y Neutro se me acercaron.

— ¿Qué pasará con la pareja? –inquirí, angustiado— ¿de dónde sale toda esta gente? ¿Por qué están tan contentos?

—Eso no importa –musitó Prisas-. Ya hace mucho que no importa.

— ¿Qué…? –murmuré -¿Qué no importa?

—Lo que pase con la pareja –siguió-. No estamos aquí por eso.

Miré a Cinco y a Neutro. Ambos asintieron, corroborando la historia.

—No lo entiendo –confesé.

—Es una excusa para sacar el tema –continuó Prisas—. Una excusa para presentar nuestros alegatos a favor y en contra. Una excusa para hacerte elegir. Una competición para ver quién es más persuasivo.

— ¡Y hemos ganado nosotros! –exclamó Cinco, mientras le chocaba la mano a uno de los “yos” sonrientes.

Me senté, aturdido. Todo me daba vueltas.

— ¿Qué…?

—Hubo un tiempo en el que sí que te importó, al principio– continuó Prisas, sombrío. Hablaba refiriéndose a mí, pues al fin y al cabo, todos éramos uno-. Un tiempo en el que no hacías los viajes como pasatiempo, sino para intentar evitar los errores del pasado. Pero no importaba cuantas cosas cambiaras, siempre había algo que no terminaba de convencerte en algún momento de tu vida, algo de lo que te arrepentías, o de lo que te arrepentías de haberte arrepentido. Tantas cosas querías cambiar, que acabaste con coincidir con otras versiones de ti hablándole a tu yo pasado, tratando de enseñarle cómo debía vivir su vida. Y no siempre estabais de acuerdo entre vosotros.

Miré a todos los allí presentes. ¿Todos habían conocido a la pareja? ¿Todos habían pasado por esto?

—Te asustó haberte equivocado alguna vez al haber aconsejado a algún tú pasado y empezaste, todos empezasteis, a contradeciros entre vosotros, dando consejos opuestos. Un caos.

Cinco se sentó a mi lado y me guiñó un ojo con complicidad.

— ¿Y sabes qué? – me preguntó-. Nada cambió. Se evitaban unos errores y se cometían otros. Puede que las vidas fueran distintas, pero el fondo era el mismo para todos… al fin y al cabo, si alguno hubiese estado completamente satisfecho con su vida, no habría recurrido a los viajes en el tiempo para cambiar el pasado.

—Tantos erais que forzosamente algunos coincidíais en opinión- relató Neutro—, y empezasteis a hacer alianzas. Hace ya tiempo que es más importante convencer al propietario del mundo de que tenemos razón para ganar al otro bando que tratar de mejorar su vida.

—Pero eso se acabó- anunció Prisas con desgana—. Ésta ha sido la última intervención. A partir de ahora, no habrá más viajes en el tiempo.

Abrí mucho los ojos.

—¿Por qué? —quise saber.

Neutro me señaló.

— Ha sido tu decisión— me explicó—. No saber, para poder vivir tranquilo. No era decisión que pudiésemos tomar entre todos, así que quien te convenciese esta vez ganaba definitivamente.

Cinco me palmeó la espalda y sonrió. Empecé a encontrarme fatal, sentía que la cabeza iba a estallarme y necesitaba descansar. Me arrastré hasta mi habitación, ignorando a todos los allí presentes, me desnudé, me metí en la cama y cerré los ojos.

Cuando desperté, ya no había nadie”.

Hasta aquí mi historia. Hasta hoy no he vuelto a verles y estoy seguro de que jamás lo volveré a hacer.

Y, por supuesto, no hay día que no me arrepienta de la decisión que tomé en lo que se me planteaba como una tarde más bien tirando a aburrida. Gracias por leerme.

sábado, 25 de enero de 2014

Ella

[Antes de nada: Es un relato de amor. Me gustaría que tuvierais eso en mente al leerlo]

Tras un par de minutos dudando frente a la puerta, me armé de valor y entré. Ella levantó la vista de los textos que tenía entre las manos. Me dedicó su atención un par de segundos y retomó lo que estaba haciendo como si tal cosa.

-Hola- murmuré.

-Hola- respondió secamente.

Me quedé allí, de pie, plantado junto a la puerta. Hacía ya tanto que no se ilusionaba al verme... Al cabo de unos minutos, volvió a levantar la vista.

-¿Querías algo?- preguntó.

La dureza de su mirada me entristecía profundamente. Y sabía que era solo culpa mía. Había sido yo quien había ido tras de ella, quien le había hecho promesas fáciles de decir y difíciles de cumplir que finalmente había roto, quien la había cambiado. Ahora todo aquello me parecía un capricho y una irresponsabilidad, pero estoy seguro que en su momento mis sentimientos fueron sinceros, jamás traté de engañarla.

-Pasaba a ver como estabas- comenté- hacía mucho que no venía.

-¿No me digas?- dijo, venenosa- No me había dado cuenta.

No me iba a enfadar, tenía todo el derecho del mundo a estar molesta.

-¿Cómo te va con la nueva, la pintora?- quiso saber- escuché que todo el mundo estaba entusiasmado con ella y que se alegraban del cambio.

-Hace meses que tampoco la veo- respondí con sinceridad- y no todo el mundo la prefería.

Ella no respondió, siguió con sus textos.

-Ella es más divertida, ¿no?- comentó, como de pasada, al cabo del rato.

Suspiré, estaba celosa. Nunca antes se había visto en esta situación y no lo encajaba bien.

-Es... diferente- contesté- es más atrevida y más desenfadada que tú. A veces eres demasiado estricta.

Pude ver en sus ojos que aquello le dolió.

-Pero no es ni la décima parte de interesante que tú- le aseguré, tratando de alagarla- tu me llenas mucho más.

-Te llenaba- me corrigió.

-Me llenas- insistí.

Dejó los textos y me miró.

-Estoy cansada de todo esto- me dijo- ¿hacía cuanto que no venías? Joder, ya ni me acuerdo. ¿Y cuándo fue la última vez que lo hicimos en serio? ¿Un año, dos?

-Sabes que no puede ser más de un año- le recriminé- todos los años participamos.

-El concurso no cuenta- afirmó- digo aparte de eso.

-Pues no lo sé, no hace tanto- contesté, obstinado.

-Mejor no hablemos de las últimas veces.- se quejó- Fueron lamentables.

-Pues entonces supongo que 9 o 10 meses- admití.

-Vaya, perdone usted- se burló- no es un año, son solo 10 meses de nada.

-Hay más cosas en mi vida a parte de ti, ¿sabes?- le recriminé, molesto.

-Ya me he dado cuenta- siseó, dolida.

Nos quedamos los dos callados. Aquello no iba bien. Iba fatal.

-Mi padre y mi abuela aún preguntan por ti- comenté, desesperado. Si apelar a ellos no funcionaba, tiraba la toalla.

Aquello la hizo sonreír. Por supuesto, me callé que mi abuela también preguntaba por la otra, no quería estropearlo. Entonces sacudió la cabeza y se recordó a si misma lo enfadada que estaba conmigo.

-Bueno, ya me has saludado- dijo fríamente- adiós.

Pero no me fui. Me adelante y me arrodillé frente a ella. Rodeé sus muslos con mis brazos y coloqué mi cabeza en su regazo.

-Por favor, no me odies- supliqué.

-No esperes que me apiade de ti tan fácilmente- dijo, sin apartarme- lo que me has hecho no tiene nombre.

-Lo siento- dije entrecortadamente- por favor, perdóname.

-Te he apoyado siempre- me recriminó- siempre te he ayudado, te he dado consejo y he sido muy MUY paciente contigo. Más de lo que mereces. ¿Alguna vez me oíste quejarme por cómo me tratabas a veces? ¿Por cómo me utilizabas?

Yo negué con la cabeza. No quería mirarla a los ojos, me daba vergüenza.

-He estado contigo desde que eras un niño...- recordó.

Y me acarició el pelo. Su voz se hizo más dulce.

-¿Te acuerdas de cómo nos conocimos?- me preguntó- ¿de nuestra primera vez?
                                  
Sonreí con nostalgia. ¿Cómo iba a olvidarlo?

-El resultado fue un poco ridículo- comentó- pero como nos miró tu madre...

-Sí- admití- fue algo especial.

Siguió pasando sus dedos por mi pelo. Aquello me reconfortaba.

-Hacíamos buena pareja, ¿verdad?- fantaseó ella.

-La mejor- contesté yo.

-Y una mierda,- me recriminó con renovada dureza- me has abandonado. No haríamos tan buena pareja si ya llevo aquí tanto tiempo.

No pude responder a eso.

-¿A qué has venido, Felipe?- me susurró.

-No lo sé,- dije- de verdad que no.

-Si quieres otra oportunidad, estoy dispuesta a dártela- admitió ella.

Levanté la cabeza de su regazo y la miré a los ojos.

-¿De verdad?- pregunté.

Ella me señaló toda la habitación.

-¿Por qué crees que sigo en esta mierda de sitio?- me preguntó- podría haber recogido mis cosas y haberme ido para no volver.

Permanecí callado.

-Respóndeme- me pidió- ¿Por qué crees que sigo aquí?

-No sé- dije al instante.

-¡Por ti, imbécil!- me gritó, mientras me ayudaba a levantarme.

-No te puedo prometer que vaya a funcionar si lo volvemos a intentar- confesé.

-Lo sé- respondió- no me importa.

Ambos sonreímos.

-Pues cuando estés preparado, aquí estaré- me dijo.

Y de pronto me asaltó una terrible urgencia, que me quemaba por dentro.

-Vamos a hacerlo ahora- dije con decisión.

La emoción vibró en sus ojos.

-¿...ahora?- murmuró.

Yo la agarré de la mano y la obligué a levantarse. Todos sus textos se derramaron por el suelo: textos acabados, textos sin acabar, textos que jamás serían acabados y textos que aún solo estaban en su cabeza. Ella trató de recogerlos, pero yo avancé hacia la puerta inexorablemente y se vio arrastrada tras de mí. La abrí sin miramientos y ambos salimos de su habitación.

-Hacía tanto que no salía...- murmuró, aturdida- ya ni recordaba lo que era estar fuera.

Yo seguí avanzando, ajeno a todo: había tanto por hacer que no podía esperar ni un segundo.

Ella echó un último vistazo a su habitación, antes de perderla de vista. No sabía si volvería allí pronto. Tal vez todo aquello no resultara. Tal vez llegara el día en que se cansara de esperar y realmente recogiera sus cosas y se fuera para no volver. Aunque la entristecía, era una posibilidad.

Sacudió la cabeza: decidió no pensar en lo que estaba por venir, no tenía control sobre ello; dependía solo de mí: tal vez volviera a quedarse sola en la habitación, tal vez no.

Su habitación, en la que ya llevaba tanto tiempo viviendo, en la que hacía tantos años que había decidido asentarse.

Una habitación llena de textos: textos acabados, textos sin acabar, textos que jamás serían acabados y textos que aún solo estaban en su cabeza.

Una habitación en mi mente.

Una habitación en la que vive (y en la que espero que viva aún muchos, MUCHOS años) la alegoría de mi pasión por escribir.