martes, 21 de febrero de 2012

Madurar

 //Me siento bastante orgulloso del resultado final. Podría haberlo pulido un  poco más, porque creo que el tema lo vale, pero no he podido resistirme a publicarlo cuanto antes. Espero que os guste//.

Me encuentro mal. Llevo arrastrando este malestar varias semanas ya y tengo la impresión de que me va a acompañar toda la vida. 

Es temprano, muy temprano, pero no puedo dormir. Tampoco me siento capaz de permanecer en cama aunque estoy cansado, por lo que estoy en la cocina bebiendo agua con la esperanza de ahogar mis pesares. Fui al médico, pero tras realizarme multitud de pruebas no pudieron más que aconsejarme que reposara. No he podido cogerme la baja, pues no sufro ninguna dolencia, así que he tenido que emplear días de vacaciones, por lo que depende cuanto dure esto, perderé el verano y puede que incluso las navidades. A mí me mujer le he dicho que estoy de baja, porque no quiero que se alarme ni me incordie; no me siento con fuerzas para discutir algo así.

jueves, 16 de febrero de 2012

Nueva normativa


Ricardo contemplaba, absorto, como caía la lluvia. Era una lluvia fina y hacía un día cálido; apetecía estar en la calle. Pero, como todos los allí presentes, tenía que trabajar.

Se abrió una puerta y entró Miguel con los hombros de la chaqueta picados de gotas y el pelo algo mojado.

-Buenos días- dijo en voz baja y, sin esperar respuesta, se fue a su despacho.

Ricardo frunció el ceño, molesto por lo impuntual que había sido su compañero, teniendo en cuenta que él siempre llegaba rigurosamente a tiempo a trabajar; no porque  que le gustase, sino porque era su obligación y debía cumplir con ella. Echó una última mirada a la puerta, ya cerrada, del despacho de Miguel y trató de volver a su cometido. Tras estar un par de minutos con la mirada perdida frente al ordenador, suspiró y volvió a embobarse mirando caer la lluvia.

-Ricardo- le llamó alguien. Este se giró, sobresaltado, pensando en una excusa convincente para su inactividad.

No era su jefe. Era Marcos, al que conocía de vista y con el que únicamente había intercambiado más de tres frases en una cena de empresa en la que tuvieron que sentarse uno al lado del otro.

-¿Qué pasa?- preguntó- ¿necesitas algo?

Marcos hizo un gesto con la cabeza señalando la puerta por la que había aparecido Miguel, que daba al pasillo.

-Ha dicho el jefe que vayamos todos a la sala de reuniones- dijo- Que da igual lo que estemos haciendo, que lo dejemos para luego.

Ricardo asintió, agradecido de tener una excusa para dejar el trabajo, en el que se sentía incapaz de centrarse.

-Díselo a Miguel, ¿quieres?- le pidió Marcos- yo iré a avisar a los demás.

Ricardo volvió a asentir sin convencimiento, dejó su ordenador en suspensión, recogió un poco su mesa y se dirigió al despacho de Miguel. Dio unos suaves golpes en su puerta y esperó la respuesta.

-Adelante- se escuchó, amortiguado.

Ricardo abrió la puerta y, sin soltar el pomo, se adentró un poco en el despacho de su compañero, al que no acostumbraba a entrar casi nunca.

-Dime- dijo Miguel, sin mirarlo. 

miércoles, 8 de febrero de 2012

Pausa

//He añadido un par de "guiños" en esta historia. No creo que os cueste encontrarlos. Ah, es larga, así que hay que darle a "leer más".//

Eva tenía prisa. No había dormido bien, por lo que se había levantado cansada. Había tardado, debido a esto, más tiempo del usual en realizar su rutina matutina, pero lo que cuando se quiso dar cuenta, llegaba tarde a trabajar. Salió de su piso con un ligero trote, patoso por la falta de costumbre, y llamó al ascensor. Miró las escaleras con culpabilidad: Vivía en un segundo piso, por lo que emplear el ascensor se podía considerar un acto de vagancia y un derroche energético.

Después de mirar el reloj por decimoquinta vez, apareció el ascensor. Eva entró rápidamente y se encontró cara a cara con un hombre, un vecino seguramente, cuyo nombre desconocía. Llevaba una abultada maleta marca MacGuffin, lo que justificaba su uso del ascensor. El hombre enarcó una ceja, sorprendido. Eva fingió no percatarse del gesto, avergonzada. Murmuró un suave «hola» que fue respondido con una inclinación de cabeza. Durante unos segundos, el tiempo pareció congelarse, pero pronto el ascensor se puso en marcha de nuevo.

jueves, 2 de febrero de 2012

Brogo el Terrible

//Ya tenía esta idea rondando mi mente un tiempo, pero no acababa de poder concretarla, porque sabía que tendría mucho diálogo y apenas narración. Al final he decidido no preocuparme por eso y me he puesto a ello. La verdad es que he disfrutado escribiendo como hacía ya varias semanas que no lo hacía. Agradezco a Vanesa por regalarme el libro de cartas a un joven novelista, que la verdad me ha dado una inyección de ganas de escribir. Espero que sea de vuestro gusto. Ah, y hay que darle a "leer más" para ver todo el texto.//

Brogo resopló, agotado. Se estaba volviendo mayor y le resultaba cada vez más difícil secuestrar princesas. Tal vez por eso esta vez había elegido un castillo pequeño y a una princesa no demasiado joven ni demasiado agraciada. La miró con resentimiento, pues le había valido más esfuerzo del calculado.

-¿Qué he hecho para merecer esto, dragón?- preguntó la princesa sin pizca de miedo.

Brogo echó un poco de humo por sus fosas nasales, airado. ¿Quién se había creído aquella mujer?

-¡Soy Brogo el Terrible!- rugió- ¡Y hago lo que quiero cuando se me antoja!

La princesa entrecerró los ojos y le echó una mirada asesina.

-Así que como eres grande y fuerte, vas abusando de todo el mundo, ¿eh?- musitó.

-Soy un dragón- gruñó Brogo- Secuestro princesas y aterrorizo a los campesinos.

La princesa bufó y le dio la espalda. Se encontraban en la guarida de Brogo, el cráter de un volcán inactivo. No había necesidad de vigilar a la rehén, pues no podría escalar la escarpada subida hasta la cima de ningún modo.

-Menuda excusa- dijo la princesa- lo pintas como si no tuvieses elección.

Brogo se tumbó tranquilamente en un rincón, donde acostumbraba a dormir.

-¿Y a qué sugieres que me dedique?- inquirió el dragón, molesto.

La princesa volvió a mirarle, igualmente molesta.

-Pues con que fuera a no incordiar, me conformaría- refunfuñó.