jueves, 22 de diciembre de 2011

Viaje onírico

//Es algo más largo de lo habitual, así que, para leerla completa, debéis darle a "leer más", en la parte inferior de la entrada o pinchad en el título//:

Todo el mundo tiene sueños y esperanzas, o eso creo. El mío, personalmente, es ser un héroe. Salvar damiselas en apuros, proteger pueblos de malvados dragones y recibir cuantiosos recompensas. Además de tener el respeto de mis semejantes, claro está. Pero no creo que todo eso ocurra, no estoy hecho de esa pasta. No sabría ni por dónde empezar, así que me dedico a hacer pan. Soy panadero. No me siento frustrado por no haber podido cumplir mi fantasía, nunca me lo propuse seriamente, además, aún soy joven, me queda toda una vida para proponerme nuevas metas.

-¿Cómo ha quedado el pan esta mañana?- me pregunta una mujer con una amplia sonrisa.

Hace algunos años, se produjo un terrible incendio en el que murieron varios vecinos del pueblo. No solían suceder muchas cosas allí, así que aquel incidente causó mucho revuelo. Se decidió entonces, por consenso, dejar de emplear hornos particulares y construir un horno común para todos, por seguridad y comodidad.

Desde entonces trabajo aquí y me encargo de preparar el pan para todos. Tuvieron que enseñarme, pues en mi vida había horneado nada, pero con el tiempo fui cogiendo soltura y ahora me defiendo. Cada cual tiene su día de recogida, todo muy ordenado. Lo cierto es que es un trabajo cansado, pero no vivo mal. Y pan nunca me falta.

jueves, 15 de diciembre de 2011

Magia, se mi escudo

//Fin de "Excursión". Espero que el final sea del gusto de todos. Ya veréis a que me refiero//.


Al contrario de lo que pueda parecer, la magia es subjetiva y depende enteramente del observador. Hay para quien la electricidad es magia, el fuego es sobrenatural o el universo tiene consciencia y actúa. Estos pensamientos no son incompatibles con la vida en sociedad, a veces resultan un problema y, en ocasiones, son de utilidad.

María miraba absorta la montaña de piezas de Raquel y como está la iba esparciendo conforme seleccionaba aparentemente sin criterio una pieza tras otra.

-Y esa es la historia- murmuró Raquel sin mirarla- estás aquí, tal como profeticé y con tu Instrumento puedes regresar al mundo si lo deseas.

Por fin, una pieza cilíndrica con unas pequeñas muescas en ambos extremos encajó con la resistencia. Raquel dejó ambas piezas en el suelo, se levantó y desapareció tras la puerta que María no conocía. Volvió pasados unos minutos con un pequeño soldador y una barrita de estaño. Soldó la resistencia al tubo metálico bajo la atenta mirada de María.

-Le pondré pilas para encender la resistencia, le encajaré un palo y tendré una especie de bastón que quema y brilla un poco- explicó- si tuviese una bombilla, sería mucho más espectacular, pero bueno.

-¿Qué harás cuando te quedes sin pilas?- preguntó María, que se sentía desorientada y confusa.

-Tranquila, son recargables- contestó- y tengo el cargador. El problema será cuando se estropee la dinamo.

La conversación cesó ahí y Raquel reanudó la construcción del artefacto. María empezó a andar por la habitación, sin acercarse demasiado a Raquel. Miraba con curiosidad las ofrendas, casi todos eran tallados de madera, aunque no había un consenso en lo que representaban. Cuando se cansó, se puso a mirar los lomos de los libros: todos trataban sobre mecánica y electricidad… Y de pronto se acordó.

-¿Qué es “El Libro”?- preguntó- el hombre me dijo que si leía el Libro, lo entendería todo.

Raquel sonrió con desgana y miró a María. Dejó su creación a un lado, se levantó y se acercó también a la estantería. María se contuvo y no retrocedió, aunque se sentía tensa. Raquel cogió un libro de tapa negra, sin ningún título, y se lo tendió a María. Esta lo cogió y lo abrió por la primera página. Estaba en blanco.

-No lo entiendo.

-Era parte de la historia de Joaquín- contestó Raquel, con voz cansada- pensó que si teníamos algo que representara todas las respuestas y que con leerlo sabes que tienes que hacer, nadie cuestionaría nuestros actos.

-¿Y por qué está en blanco?- insistió María- ¿No es un riesgo?

Raquel se encogió de hombros.

-Supongo que Joaquín lo encontraría divertido- contestó- le gustaba saberse la esperanza de todos ellos. Pero yo no. Estoy cansada de vivir esta mentira.

Dio un paso hacia María, que se quedó inmóvil.

-Quiero volver al mundo real- prosiguió- y necesito tu GPS para poder hacerlo.

-¿Y qué pasa si no quiero dártelo?- preguntó María apenas sin voz.

Raquel vaciló y se acarició el pelo, abatida.

-Nada- dijo- no tengo ningún derecho a pedírtelo y no te lo voy a quitar, no soy una salvaje.

-Podemos irnos juntas- sugirió María.

-No, no podemos- contestó la otra- esta gente necesita a los hechiceros. Después de todo este tiempo lo he comprendido. Tal como te dijeron cuando viniste, es un motivo de fuerza mayor.

María miró su GPS durante un instante y lo guardó en el bolsillo de su chaqueta.

-¿Y eso por qué?- preguntó- ¿Por qué hacen falta? Tú misma lo has dicho, no aportan nada.

-Eso pensaba- respondió Raquel- pero los hechiceros aportamos algo muy valioso.

-¿El qué?

Raquel abrió los brazos y miró a María con determinación.

-¡Magia!- gritó.

-Pero no haces magia- argumentó María- solo les muestras cosas que no entienden. Creen que es magia, pero no lo es.

-Te equivocas- replicó Raquel- aquí, en el pequeño mundo del bosque, lo es.

Magia. Cuando era más joven, había soñado con ella. Había deseado que existiese, poder experimentarla, poder usarla, poder romper las leyes que establecía el mundo real…

-Tienes dos opciones- continuó Raquel- puedes marcharte sin más y volver a tu hogar; yo me quedaré aquí y ambas viviremos en mundos que no nos gustan. O puedes darme tu GPS y sustituirme. Tú decides.

María se quedó absorta. Cerró los ojos y inspiró aire muy lentamente por la nariz. Cuando no pudo más, lo soltó, también despacio, por la boca. Por último, volvió a abrir los ojos. Había tomado una determinación.

[MUNDO 1]

-Lo siento, pero no existe la magia- murmuró María.

Raquel bajó los brazos lentamente, sin dejar de mirarla.

-Si quieres acompañarme, bien y si no, me voy yo sola- prosiguió.

Raquel suspiró y volvió con paso cansado a su montaje.

-Espero que seas feliz en ese mundo- se despidió Raquel- y que te lo hayas pasado bien en esta excursión.

[MUNDO 2]

-De acuerdo-contestó María- yo me encargaré de que exista la magia.

Raquel ahogó un grito de alegría y, sin que María pudiese evitarlo, la abrazó.

-Muchas gracias- gimió Raquel- te lo agradezco de corazón.

María le tendió el GPS, que Raquel cogió con manos temblorosas.

-Espero que seas feliz en ese mundo- se despidió María- y que te lo hayas pasado bien en esta excursión.


***

Magia, se mi escudo. Oblígame a dudar. Dame esperanzas. Sorpréndeme. Y, sobre todo hazme creer que otro mundo es posible.

jueves, 8 de diciembre de 2011

Farándula

//Cuarta parte de "Excursión"//.


“Hace ya bastante años, cuando yo era joven y, a pesar de que no sabía casi nada, creía saberlo casi todo, vine al bosque. No me apasionaba la naturaleza, pero me parecía un lugar agradable, lejos de mi hábitat usual. Me acompañaba quien fue durante muchos años mi marido, Joaquín. Ninguno de los dos había ido apenas de excursión y por supuesto no sabíamos nada de orientación a excepción de que la brújula apunta siempre al norte, pero puesto que no llevábamos brújula, no sabíamos nada de orientación.

Aún no entiendo que nos impulsó a caminar sin rumbo, internándonos en la espesura cada vez más. Cuando nos quisimos dar cuenta, nos habíamos perdido. El problema de perderse en el bosque es que avanzar en línea recta se vuelve prácticamente imposible si no tienes experiencia. Al principio, nos lo tomamos como un juego, nos preguntábamos donde apareceríamos, que encontraríamos… Pero pronto nos empezó a invadir la inquietud, pues la comida iba menguando y no parecía haber progresos.

Y, sin venir a cuento, encontramos este poblado. Son totalmente autosuficientes, tienen un pozo, ganado y obtienen el resto del bosque. No necesitan nada más y por tanto son reacios a cualquier cambio. Nuestra llegada no fue bien recibida, éramos extraños, invasores para sus ojos. Nos prohibieron la entrada al poblado, dejando claro que recurrirían a lo que hiciese falta para lograr que dicha prohibición se cumpliese. No nos atrevíamos a alejarnos de allí, apenas teníamos comida y estábamos cansados. Entonces se nos ocurrió ofrecerles dinero, o cualquier cosa, con tal de ganarnos su favor. Por supuesto, rechazaron el dinero, pues en su pequeña comunidad carecía de utilidad… Pero abrieron mucho los ojos cuando vieron la cámara de fotos, el teléfono móvil, incluso el mechero. No entendían su funcionamiento, y puesto que no eran capaces de imitarlo, lo consideraron sobrenatural. Y ya que nosotros portábamos dichos Instrumentos, forzosamente poseíamos algo de sobrenatural.

Puede que parezca inmoral aprovecharse de la ignorancia de aquella gente tan simple, pero fueron ellos mismos los que empezaron a llamarnos “hechiceros”, nosotros solo tuvimos que callar y recibir cobijo y alimento. Por supuesto, teníamos detractores; no muchos, pero alguno había. Y en una comunidad tan pequeña, podía resultar un problema. Así que hicimos una exhibición de nuestros poderes. Llevábamos un repelente de insectos, que junto con el mechero nos permitió realizar la llamarada que tanto gusta a los jóvenes. También les dimos calambres, les deslumbramos con el flash, les asustamos con la vibración del móvil y alguna otra cosa de la que no me siento especialmente orgullosa.

No tardamos mucho en convencer a todos de nuestra superioridad. Joaquín empezó a crear una elaborada historia, que cogía un poco de aquí y un poco de allá. Su objetivo era que no fuese necesario realizar demostraciones periódicas, pues sabía que tarde o temprano no podríamos emplear la mayoría de nuestra mágica tecnología. El plan dio buen resultado, en parte por la predisposición del pueblo al misticismo, en parte por el entusiasmo que le ponía Joaquín a la historia. Al poco, teníamos el templo, lo que impedía a los lugareños saber que hacíamos, aumentando más el respeto que se tenía por nosotros. Incluso aprendieron nuestra lengua y fueron paulatinamente dejando de emplear la suya. Esto es algo que aún no comprendo. Tal vez pensaban que de este modo arañaban un poco de nuestro poder.

Yo quería volver a casa, al mundo real, pero Joaquín no parecía querer hacerlo. De todos modos, no sabíamos dónde estábamos ni como regresar y aquella pobre gente tampoco, desconocían incluso la existencia del exterior, pensaban que el bosque lo abarcaba todo. Le rogué a Joaquín que nos fuéramos, que cuanto más tardásemos en desaparecer, peor.

Y, un día, cuando me desperté, no estaba. Había una nota en la que me pedía que dijera que estaba realizando un conjuro muy importante y que no se iba a mostrar en algún tiempo. Le busqué por todas partes, pero había desaparecido. Me había abandonado, o eso creía. Pensé en huir, pero no sabía a dónde. Me sentía sola, así que empecé a hablar con los lugareños individualmente y no solo para pedirles cosas: quería saber cómo eran, que aspiraciones tenían, cuáles eran sus miedos… De mis conversaciones con ellos entendí algunas cosas. Entre ellas, que todo el esfuerzo de Joaquín había sido en vano, las demostraciones de “magia” habían sido suficiente para ellos, la historia no era más que un añadido al que no prestaban demasiada atención. También descubrí que, al contrario de lo que yo pensaba, ellos no deseaban aprender a utilizar los Instrumentos: eran sagrados, solo los hechiceros debían emplearlos. Y, lo que más me asombró de todo: se alegraban de tenernos en el pueblo, a pesar de que no aportaban nada tangible al pueblo. Lo consideraban un honor.

Empecé a sentir remordimientos por estar allí. Decidí contarles la verdad, aunque sabía que no me iba a suponer nada bueno. Pero no pude hacerlo, pues contra todo pronóstico, Joaquín volvió; y trajo consigo nuevos aparatos, todos con efectos muy pintorescos: el que más gustó al pueblo fue un pequeño coche teledirigido, que contemplaban absortos, sin comprender. Además, trajo muchas pilas y una dinamo, además de transformadores y adaptadores, con lo que pudimos cargar la cámara y los móviles. Joaquín me dijo que su intención era hacer viajes periódicos a la ciudad y traer cosas nuevas con las que impresionar a “sus súbditos”, como empezó a llamarlos. Le rogué que nos fuéramos, pero no me hizo caso. Tampoco me explicó como había salido del bosque, a pesar de que se lo pedí insistentemente. En su siguiente viaje trajo el ordenador, aunque no consiguió que funcionase nunca. Y, en su tercer y último viaje, no regresó.

Pasado un tiempo, los lugareños empezaron a preocuparse y tuve que soltarles una especie de cuento heroico, en el que Joaquín debía sacrificarse por el bien de todos y no volver jamás. Lo creyeron a medias, pero el hecho de tener un único hechicero y no dos les turbaba, así que les dije lo que querían oír, que aparecería otro hechicero en sustitución de Joaquín…”

-Y aquí estás tú- acabó Raquel.

miércoles, 30 de noviembre de 2011

Rituales

//Tercera parte de "Excursión". Continuación de "Influencia social"//.

María miró la habitación en la que acababa de entrar, sin comprender: un ordenador descansaba sobre una mesa artesanal, junto a una radio en perfecto estado y un teléfono móvil algo desfasado. Una de las paredes estaba cubierta por una enorme estantería, también artesanal, que no contenía demasiados libros; transmitía sensación de vacío. El resto de la sala estaba llena de estatuillas de madera y de más fruslerías, seguramente ofrendas del pueblo a…

-Me llamo Raquel- dijo la hechicera, que estaba sentada sobre un cojín frente a una montaña de piezas metálicas y, algo separada, una resistencia de las que pueden encontrarse dentro de las estufas.

… a Raquel. Lo cierto es que se había dejado llevar, se sentía desvalida y finalmente había cedido ante aquel hombre, cosa que no habría hecho en una situación normal. Por eso, no había pensado detenidamente en que iba a suceder, ni siquiera se lo había planteado. Pero ver a aquella mujer, Raquel, apenas una década mayor que ella, trasteando con resistencias en mitad del bosque la dejaba completamente descolocada.

-Eh…- fue lo único que pudo decir. Frunció el ceño, no le gustaba quedarse sin habla.

Raquel sonrió y se levantó del suelo perezosamente. María se fijó en que iba vestida únicamente con un ligero camisón; no vio más ropa por la estancia, aunque divisó una puerta diferente de la que ella había empleado para entrar. La mujer le tendió la mano y María se la estrechó automáticamente.

-¿Cómo te llamas?- preguntó amistosamente. Parecía una mujer alegre y muy abierta.

-Uhm… María- dijo ella, aún vacilante.

La otra sonrió, tal vez la situación le pareciera divertida, o tal vez era parte de su carácter.

-No entiendes nada, ¿eh?- comentó- igual hasta has pasado miedo.

María se sonrojó y bajó la vista: nunca se le había dado bien responder ante afirmaciones tan directas. Raquel le hizo un gesto para que esperara y se puso a buscar algo entre la multitud de ofrendas, sin tocarlas mucho, hasta que encontró una especie de almohada con aspecto de nube.

-No tengo ni idea de qué está hecho esto- comentó- pero la verdad es que es muy original.

Le dio un par de golpes para quitarle el polvo y se lo tendió a María mientras avanzaba hacia ella.

-Me da un poco de pena usarlo de cojín, pero no te puedo ofrecer nada mejor- lamentó.

-Eh, prefiero estar de pie- contestó María, pues la confusión la obligaba a no relajarse.

Raquel abrió la boca, pero no dijo nada, se encogió de hombros y se sentó sobre su cojín, manteniendo la almohada-nube en su regazo.

-¿Cómo has llegado aquí?-preguntó la hechicera- no es un lugar muy concurrido que digamos.

María cambió el peso de pierna y cerró los ojos. Inspiró por la nariz todo lo lento que pudo hasta que no pudo más y lo soltó igual de despacio, pero por la boca. Raquel no interrumpió en ningún momento; permaneció callada, mirándola. Gracias a esto tuvo tiempo de organizar sus ideas y rememorar lo que había pasado. En realidad, la historia era bastante corta.

-He venido de excursión al bosque- empezó- y me he encontrado con el hombre que está ahora vigilando la puerta. Me ha dicho que soy una hechicera y que tenía que venir al pueblo, que era un motivo de fuerza mayor y por tanto si era necesario me obligaría. Así que no he tenido más remedio.

-Qué curioso- murmuró la otra, que no parecía demasiado sorprendida- ¿pasó algo antes de que te llamara hechicera?

-Sí- contestó María- saqué mi GPS de la mochila y empecé a usarlo.

Sin necesidad de decir nada, María sacó el GPS y se lo mostró a Raquel. Esta lo miró con sorpresa y tendió una mano para que se lo dejara. María dudó, pero finalmente se lo entregó. La otra mujer examinó el aparato con curiosidad, aunque no lo activó en ningún momento, solo observaba las conexiones que podía tener y buscó como quitar la carcasa, aunque cuando vio el nerviosismo de María se detuvo y se lo devolvió.

-Nunca había visto uno- admitió Raquel- ¿para qué sirve?

-Es como un mapa- explicó María- que te dice exactamente tu posición en cada momento vía satélite.

Raquel abrió mucho los ojos y se levantó de un salto, sin dejar de mirar el ingenio.

-¿Funciona dentro del bosque?- preguntó apremiante.

La visible excitación de Raquel hizo retroceder a María, pero asintió.

-Aunque no en todo el bosque- puntualizó- solo en las zonas en las que el follaje es escaso.

Raquel se acercó a ella ágilmente; María no pudo evitarla, en un par de segundos la tuvo a un palmo.

-Enséñame como funciona- le rogó.

María encendió el artilugio, que empezó a cargar: al cabo de unos segundos, se formó un mapa, en el que se veía una enorme zona verde correspondiente al bosque y un pequeño punto amarillo que latía, representando su posición. Raquel observó el mapa con ojo experto y frunció el ceño.

-Según esto, no tardaría ni un día en salir del bosque- masculló- ¿es eso correcto?

María asintió, tensa.

-Yo he entrado en el bosque esta mañana- comentó.

-Pensaba que era mucho más grande- murmuró más para sí misma que para ella- si lo hubiera sabido…

Raquel extendió la mano para coger el aparato, pero María se apartó rápidamente y quedó fuera de su alcance. La otra respondió dando un paso hacia ella y María retrocedió con ella.

-Está bien- dijo Raquel, con una sonrisa forzada- está bien.

Con paso cansado, volvió hasta su cojín y se dejó caer en él. Se puso a buscar entre la montaña de piezas, comparando ocasionalmente alguna con la resistencia.

Durante algo más de un tenso minuto, Raquel pareció olvidarse de la existencia de la otra, pero seguía allí:

-¿Quién eres? ¿Qué hace esta gente aquí? ¿Por qué te llaman hechicera? ¿Por qué tanto interés en mi GPS?- preguntó María.

Raquel levantó la vista, su sonrisa habitual había vuelto, aunque aún tenía un poco de la tensión de antes y algo de ternura.

-Con tantas emociones había olvidado que acabas de llegar…

Agarró la almohada-nube, que estaba justo a su lado y se la pasó. María la atrapó en el aire, era muy blanda, aunque había pequeños bultos algo más duros en el interior.

-Siéntate- le aconsejó- los cuentos hay que escucharlos con comodidad.


//Y no, aún no acabo//

martes, 22 de noviembre de 2011

Influencia social

//segunda entrega de "Excursión"//


María retrocedió instintivamente, demasiadas historias, demasiadas películas y noticias como para no sentir cierto temor por aquel desconocido, aparecido de la nada en el corazón del bosque impenetrable. Estaba segura de poder escapar de él si se daba el caso, aunque probablemente tendría que desprenderse de su mochila y todo su valioso contenido.

-¿Quién eres?- preguntó el hombre. Su tono fue grave, inquisitivo, como el que encuentra a alguien inmóvil frente a su casa y no conoce que intenciones puede tener.

-Soy excursionista- se apresuró a explicar María- no soy de por aquí, ¿es este su terreno? Si es así, discúlpeme, me marcharé enseguida.

El hombre entrecerró los ojos, desconfiado. No llevaba ningún arma ni nada que pudiera emplear como tal, pero María tuvo miedo de que tratara de agredirla. A pesar de darse largas caminatas, no era una persona muy atlética, por lo que perdería irremediablemente si se abalanzaban sobre ella.

-Sí, estas tierras son muestras- dijo. Tenía un acento extraño que no había oído nunca, pero sonaba a interior, a pueblo perdido y olvidado por el resto del mundo.

-¿Me puede indicar el camino a la ciudad?- preguntó María- se lo agradecería mucho.

El hombre se encogió de hombros ambiguamente: tanto podía ser que no conocía el camino como que no quería decirlo.

María suspiró y sacó de su mochila el GPS; con suerte funcionaría y podría encontrar la dirección a tomar. Al ver el aparato, el hombre dio un grito de sorpresa y se arrodilló ante ella, con la cabeza firmemente apoyada contra el suelo.

-Perdóneme, hechicera- sollozó el hombre- no sabía que se trataba de uno de los suyos.

María se quedó paralizada ante el cuerpo postrado ante ella, sin saber qué hacer. Su primer impulso fue huir, pues por la ropa y el comportamiento de aquel hombre, cada vez estaba más convencida de que se trataba de un desequilibrado.

-Oiga, se equivoca de persona- contestó María cautelosamente- no sé por quien me ha tomado, pero está claro que no soy yo.

El aludido levantó la cabeza, desesperado.

-¡No! ¡Usted es hechicera!- gritó- ¡Porta un Instrumento!

María siguió los ojos del hombre: miraban el GPS. Lentamente, volvió a meterlo dentro de su mochila, pues su visión parecía perturbarlo. En cuanto desapareció de la vista, volvió a levantarse y se sacudió el polvo de las rodillas y la frente.

-Tiene que acompañarme a la aldea- sentenció- tiene que leer El Libro, entonces lo entenderá todo.

María lanzó un rápido vistazo a su alrededor. Las posibilidades de encontrar la salida del bosque sin la mochila era muy escasas.

-Mira, tengo que volver a mi casa- trató de excusarse- no quisiera ofenderle ni molestarle, pero no puedo ir.

El hombre dio un paso indeciso hacia ella, pero luego retrocedió rápidamente.

-Por favor, acompáñeme- suplicó- mi pueblo la necesita.

La súplica parecía sincera y la probabilidad de volver al sendero antes de que se ocultase el sol se iba reduciendo conforme pasaba el tiempo.

-En serio que lo lamento- repitió María- pero yo no soy hechicera, me debe haber confundido.

Esta vez, el hombre avanzó sin dudar hacia ella; María gritó y retrocedió ágilmente hasta que el hombre se detuvo, consternado.

-No entiende la importancia de que venga al pueblo- gimió el hombre- sin una hechicera, pereceremos.

María adivinó la desesperación en los ojos de su interlocutor, un miedo real a algo que, según parecía, ella (o alguien parecido a ella) podían solucionar.

-Si no viene, la obligaré a venir- amenazó.

Sintió ganas de llorar y de irse a su casa, esconderse bajo su gruesa colcha y fingir que nada había pasado.

-Solo quiero irme a casa- suplicó ella- por favor, déjeme ir.

El hombre se frotó las sienes, vacilante.

-Lo lamento mucho, joven- se disculpó- pero es cuestión de vida o muerte. Por favor, acompáñame.

María respiró hondo, tratando de calmar la ansiedad. El hombre no dijo nada durante el desesperado ritual; no había prisa, la decisión ya estaba tomada.

-Está bien, iré- dijo con voz temblorosa- pero si está engañándome y me pasa algo, recaerá sobre su conciencia.

El hombre no contestó, permaneció inmóvil, mirándola.

-¿Lo entiende?- insistió María- estoy confiando en su buena voluntad. ¿Qué clase de mundo sería este en que las buenas intenciones se recompensan con desgracias?

El hombre desvió la mirada, como un niño pequeño que recibe una regañina.

-Le prometo que no le pasará nada malo- sentenció- pero por favor, acompáñeme.

María asintió, se descolgó la mochila y de uno de los múltiples compartimentos sacó un cuchillo, que solía emplear para pelar las naranjas; no era gran cosa, pero peor es nada. Lo ocultó en el bolsillo de la chaqueta, lo bastante amplia para dicho fin.

El hombre le mostró una leve sonrisa de agradecimiento y se puso en marcha; ella le siguió sin decir nada. Al principio, el “guía” se giraba para comprobar que aún le seguía, pero tras un par de minutos dejó de hacerlo.

El trayecto duró algo menos de una hora; llegaron a un pequeño pueblo compuesto por filas de cabañas, rodeado de espesura; una pequeña isla en un mar de árboles. Una construcción destacaba sobre las demás, tanto por su tamaño y estilo de construcción como por el estado de conservación: mientras que el resto estaban hechas únicamente de madera y barro, esta tenía una base de piedra, que le confería el aspecto de una mansión entre pequeñas casas. El hombre fue directo a ella, ignorando a las personas que fueron saliendo de las casas conforme avanzaban, alarmados o curiosos. Aunque hubo muchos murmullos, nadie se dirigió a ellos ni les cortó el paso, llegaron a la puerta del edificio grande sin problemas.

-Solo los hechiceros pueden entrar en el templo- dijo mientras se apartaba y le indicaba a María que entrara.

María le miró fijamente, pero el hombre le mantuvo la mirada firmemente.

-Solos los hechiceros pueden pasar- repitió- así ha sido siempre.

La puerta se abrió sin dificultades cuando la empujó, se notaba que se prestaba gran cuidado a los aspectos del templo a los que los habitantes tenían acceso, pues era un signo de respeto. Tras dicha puerta, se encontraba una pequeña antesala, para evitar que algún curioso pudiese ver el interior del sagrado templo “por accidente”. Una segunda puerta, ésta mucho más modesta, bloqueaba su paso. Sin poder evitar sentir una creciente curiosidad, María atravesó la puerta.

-¿Pero qué…?- dijo ella.

-Oh, otra hechicera- fue la respuesta- pasa, pasa y ponte cómoda. Ya verás que bien te lo vas a pasar aquí.

//Al final no serán dos partes, serán más. Espero que no os importe//.