martes, 22 de noviembre de 2011

Influencia social

//segunda entrega de "Excursión"//


María retrocedió instintivamente, demasiadas historias, demasiadas películas y noticias como para no sentir cierto temor por aquel desconocido, aparecido de la nada en el corazón del bosque impenetrable. Estaba segura de poder escapar de él si se daba el caso, aunque probablemente tendría que desprenderse de su mochila y todo su valioso contenido.

-¿Quién eres?- preguntó el hombre. Su tono fue grave, inquisitivo, como el que encuentra a alguien inmóvil frente a su casa y no conoce que intenciones puede tener.

-Soy excursionista- se apresuró a explicar María- no soy de por aquí, ¿es este su terreno? Si es así, discúlpeme, me marcharé enseguida.

El hombre entrecerró los ojos, desconfiado. No llevaba ningún arma ni nada que pudiera emplear como tal, pero María tuvo miedo de que tratara de agredirla. A pesar de darse largas caminatas, no era una persona muy atlética, por lo que perdería irremediablemente si se abalanzaban sobre ella.

-Sí, estas tierras son muestras- dijo. Tenía un acento extraño que no había oído nunca, pero sonaba a interior, a pueblo perdido y olvidado por el resto del mundo.

-¿Me puede indicar el camino a la ciudad?- preguntó María- se lo agradecería mucho.

El hombre se encogió de hombros ambiguamente: tanto podía ser que no conocía el camino como que no quería decirlo.

María suspiró y sacó de su mochila el GPS; con suerte funcionaría y podría encontrar la dirección a tomar. Al ver el aparato, el hombre dio un grito de sorpresa y se arrodilló ante ella, con la cabeza firmemente apoyada contra el suelo.

-Perdóneme, hechicera- sollozó el hombre- no sabía que se trataba de uno de los suyos.

María se quedó paralizada ante el cuerpo postrado ante ella, sin saber qué hacer. Su primer impulso fue huir, pues por la ropa y el comportamiento de aquel hombre, cada vez estaba más convencida de que se trataba de un desequilibrado.

-Oiga, se equivoca de persona- contestó María cautelosamente- no sé por quien me ha tomado, pero está claro que no soy yo.

El aludido levantó la cabeza, desesperado.

-¡No! ¡Usted es hechicera!- gritó- ¡Porta un Instrumento!

María siguió los ojos del hombre: miraban el GPS. Lentamente, volvió a meterlo dentro de su mochila, pues su visión parecía perturbarlo. En cuanto desapareció de la vista, volvió a levantarse y se sacudió el polvo de las rodillas y la frente.

-Tiene que acompañarme a la aldea- sentenció- tiene que leer El Libro, entonces lo entenderá todo.

María lanzó un rápido vistazo a su alrededor. Las posibilidades de encontrar la salida del bosque sin la mochila era muy escasas.

-Mira, tengo que volver a mi casa- trató de excusarse- no quisiera ofenderle ni molestarle, pero no puedo ir.

El hombre dio un paso indeciso hacia ella, pero luego retrocedió rápidamente.

-Por favor, acompáñeme- suplicó- mi pueblo la necesita.

La súplica parecía sincera y la probabilidad de volver al sendero antes de que se ocultase el sol se iba reduciendo conforme pasaba el tiempo.

-En serio que lo lamento- repitió María- pero yo no soy hechicera, me debe haber confundido.

Esta vez, el hombre avanzó sin dudar hacia ella; María gritó y retrocedió ágilmente hasta que el hombre se detuvo, consternado.

-No entiende la importancia de que venga al pueblo- gimió el hombre- sin una hechicera, pereceremos.

María adivinó la desesperación en los ojos de su interlocutor, un miedo real a algo que, según parecía, ella (o alguien parecido a ella) podían solucionar.

-Si no viene, la obligaré a venir- amenazó.

Sintió ganas de llorar y de irse a su casa, esconderse bajo su gruesa colcha y fingir que nada había pasado.

-Solo quiero irme a casa- suplicó ella- por favor, déjeme ir.

El hombre se frotó las sienes, vacilante.

-Lo lamento mucho, joven- se disculpó- pero es cuestión de vida o muerte. Por favor, acompáñame.

María respiró hondo, tratando de calmar la ansiedad. El hombre no dijo nada durante el desesperado ritual; no había prisa, la decisión ya estaba tomada.

-Está bien, iré- dijo con voz temblorosa- pero si está engañándome y me pasa algo, recaerá sobre su conciencia.

El hombre no contestó, permaneció inmóvil, mirándola.

-¿Lo entiende?- insistió María- estoy confiando en su buena voluntad. ¿Qué clase de mundo sería este en que las buenas intenciones se recompensan con desgracias?

El hombre desvió la mirada, como un niño pequeño que recibe una regañina.

-Le prometo que no le pasará nada malo- sentenció- pero por favor, acompáñeme.

María asintió, se descolgó la mochila y de uno de los múltiples compartimentos sacó un cuchillo, que solía emplear para pelar las naranjas; no era gran cosa, pero peor es nada. Lo ocultó en el bolsillo de la chaqueta, lo bastante amplia para dicho fin.

El hombre le mostró una leve sonrisa de agradecimiento y se puso en marcha; ella le siguió sin decir nada. Al principio, el “guía” se giraba para comprobar que aún le seguía, pero tras un par de minutos dejó de hacerlo.

El trayecto duró algo menos de una hora; llegaron a un pequeño pueblo compuesto por filas de cabañas, rodeado de espesura; una pequeña isla en un mar de árboles. Una construcción destacaba sobre las demás, tanto por su tamaño y estilo de construcción como por el estado de conservación: mientras que el resto estaban hechas únicamente de madera y barro, esta tenía una base de piedra, que le confería el aspecto de una mansión entre pequeñas casas. El hombre fue directo a ella, ignorando a las personas que fueron saliendo de las casas conforme avanzaban, alarmados o curiosos. Aunque hubo muchos murmullos, nadie se dirigió a ellos ni les cortó el paso, llegaron a la puerta del edificio grande sin problemas.

-Solo los hechiceros pueden entrar en el templo- dijo mientras se apartaba y le indicaba a María que entrara.

María le miró fijamente, pero el hombre le mantuvo la mirada firmemente.

-Solos los hechiceros pueden pasar- repitió- así ha sido siempre.

La puerta se abrió sin dificultades cuando la empujó, se notaba que se prestaba gran cuidado a los aspectos del templo a los que los habitantes tenían acceso, pues era un signo de respeto. Tras dicha puerta, se encontraba una pequeña antesala, para evitar que algún curioso pudiese ver el interior del sagrado templo “por accidente”. Una segunda puerta, ésta mucho más modesta, bloqueaba su paso. Sin poder evitar sentir una creciente curiosidad, María atravesó la puerta.

-¿Pero qué…?- dijo ella.

-Oh, otra hechicera- fue la respuesta- pasa, pasa y ponte cómoda. Ya verás que bien te lo vas a pasar aquí.

//Al final no serán dos partes, serán más. Espero que no os importe//.

1 comentario:

  1. Tranquilo, no importa que sean más de dos partes, más intriga si cabe. Va bien.

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