domingo, 24 de junio de 2012

La historia de tu nombre


-Pásame la sal.

Ese fue el primer comentario que se oyó durante la cena, pero no era una novedad: Las conversaciones se reducían a breves peticiones de utensilios culinarios o el cambio de canal en el televisor; alguna vez, y sin que se convirtiera en costumbre, comentaban alguna noticia, o contaban alguna anécdota que habían oído. Pero que se recordara, nunca había habido nada similar a una verdadera conversación. Pero eso no suponía un problema, ninguno de los allí presentes le daba importancia al asunto, siempre había sido así, no conocían otra cosa, y no les iba mal con ello, si se tenían que decir algo importante, ya se lo dirían cuando no tuvieran la boca llena de comida.

La mesa estaba presidida (a pesar de ser cuadrada) por el cabeza de familia, el siempre jovial Esteban, a excepción de sus puntuales ataques de suprema seriedad, en la que salía su yo oculto, temido y respetado a partes iguales. A su derecha, su mujer, Clara, con la habilidad de convencer a cualquier miembro de la familia de casi cualquier cosa, no se podía discutir con ella sin acabar cediendo; y no es que utilizara un tono autoritario ni nada, lo decía todo con una sonrisa, como si todo aquello no fuera con ella. A la izquierda de Esteban se sentaba Antonio, el hijo pequeño, pasaba por la etapa en que aún no eres adolescente, pero ya no eres del todo un niño, y empiezas a darte cuenta de que pasta está hecha el mundo. Por supuesto, nadie le llamaba Antonio, ni siquiera sus profesores, él era Toni, que había heredado los puntuales ataques de su padre, pero en vez de ser de extrema seriedad eran de deslumbrante lucidez. Le venían de pronto, sin importar que estuviera haciendo, levantaba la cabeza, ponía un gesto de asombro, y soltaba una de sus joyas, con la que todo el mundo se quedaba mudo. Y en el otro extremo de la mesa cuadrada, Raquel, la primogénita, que se parecía a su madre como si fuera su reflejo, a excepción de que su pelo era más claro, y que siempre guardaba unas profundas ojeras, fruto de trasnochar y madrugar siete días a la semana, ya que tenía que estudiar duramente, pero no quería desperdiciar su juventud delante de un libro de texto, quería exprimir hasta la última gota de su edad de oro. -“Dormiré más cuando acaben los exámenes” –decía, pero surgía algo después, como un trabajo a tiempo parcial, o vacaciones en casa de alguna amiga, o como le sucedía ahora, el carné de conducir, ya que se negaba a posponerlo a verano, y ni siquiera su madre fue capaz de hacerla entrar en razón.
 
-Puff, ese portero podría tener muñones en vez de manos, y haría lo mismo- dijo Esteban mientras observaba el televisor de reojo, más para si mismo que para sus interlocutores.

Raquel asintió mecánicamente, parecía absorta en su mundo. Clara sonrió, y siguió con lo suyo. Toni no hizo gesto alguno de haberlo oído, daba vueltas con el tenedor a una longaniza, sin decidirse a empezarla.

-¿No tienes hambre, cariño?- le preguntó su madre- Se te va a quedar fría.

Toni asintió, cortó un trozo y empezó a comer, masticaba sin gana.

-¿Te pasa algo? No tienes buena cara- inquirió su madre

-Estaba pensando que…- pero calló, así quedó la frase, y siguió comiendo

El padre perdió interés en la televisión, y miró a su hijo

-¿En que pensabas?-preguntó su padre, con tono despreocupado, sin lugar a dudas, era la conversación más larga que habían tenido ese mes.

-Pues…- Toni dudaba, desde luego, parecía preocupado, y esa preocupación se contagió rápidamente a sus padres.

-¿Te encuentras mal? ¿Te duele algo? ¿Te sientes enfermo?

-No…

-¿Has cateado algún examen y no sabes como decírnoslo?- preguntó su padre, con tono desenfadado, obviamente no era eso, Toni era listo, no iba apurado en el colegio.

-No- dijo con una media sonrisa

-¿Te has peleado con un amigo o con alguien de tu colegio?

-Mas o menos…- dijo Toni, sin demasiado convencimiento

-Si tienes problemas con algún matón, debes decírselo a tu profesor- le aconsejó su madre.

-Nadie me está pegando, mamá- dijo Toni, algo ofendido

-¿Pues que te pasa?- esta vez fue Raquel quien habló, no había participado antes, pero si seguía la conversación.

-El profesor me ha reñido…- confesó finalmente

Los hombros de su madre se relajaron, y su padre se reclinó en la silla, y volvió a mirar el fútbol, pero sin perder el hilo de la conversación.

-¿Qué has hecho?- preguntó suavemente su madre.

Toni parecía al borde del llanto, y se mantuvo unos segundos totalmente inmóvil, centrando todos sus esfuerzos en no derramar ni una lágrima.

-Le he hecho una pregunta… -dijo entrecortado-  y se ha enfadado.

-Pues vaya profesor de mierda- dijo Esteban, algo enfadado- si no puede resolver dudas, no vale para profesor.

La conversación concluyó allí, aunque todos querían saber que había preguntado Toni, no querían que empezara a llorar, y era lo más probable si seguían presionándolo.

La cena acabó sin mayores percances, aunque Toni se dejó casi todo, su madre no se lo echó en cara, siempre que uno de sus hijos sufría alguna desgracia, era especialmente permisiva con ellos ese día.
Esa noche hacían un programa que milagrosamente gustaba a toda la familia; como ninguno coincidía en gustos, pocas veces se sentaban todos juntos en el sofá a ver la televisión, y menos en época de exámenes, cuando Raquel se encerraba en su cuarto o salía, y no se la volvía a ver hasta el desayuno. Pero el día que hacían ese programa, era sagrado, todos debían ir a verlo, sin importar otras obligaciones. -“Tampoco dura tanto, puedo estudiar cuando acabe”- era la reflexión de Raquel, y su excusa para pasar un breve rato en familia.
Cuando aún faltaba un cuarto de hora para que empezara el programa, ya estaban todos reunidos delante del televisor, observando impasibles el final del programa anterior. Cuando acabó, Esteban pulsó el botón de “Mute” y la televisión enmudeció.

-Toni, si quieres puedo ir a hablar con tu profesor, no puede ser que se niegue a contestar a tus dudas.

-No hace falta… Me dijo que esa clase de preguntas no las podía resolver un profesor, que le tenía que preguntar a mis padres…- Toni miraba fijamente las imágenes insonorizadas que se sucedían, como si aquella conversación no le afectara.

La tentación y la curiosidad se aliaron con la lengua, y traicionaron al cerebro de Raquel

-¿Qué le preguntaste?

Clara y Esteban enmudecieron, deseaban tanto como su hija saberlo, pero no se habían atrevido a formular la cuestión.

Toni vaciló, y tragó saliva instintivamente

-Pues… Le pregunté si merece la pena seguir viviendo.

Todos se quedaron estupefactos, ni siquiera se dieron cuenta de que el programa había empezado y Toni, el único que miraba fijamente la pantalla, no parecía tener ninguna intención de avisarles.

-¿Qué?-preguntó Raquel bruscamente, con tono de total incredulidad

Toni no dejó de mirar el televisor, como si evitando el contacto visual pudiera evitar enfrentarse a las preguntas de sus padres.

Clara le hizo un gesto imperativo a Raquel, esta suspiró, algo irritada, y se levantó.

-Me voy a estudiar

Toni levantó la cabeza rápidamente, tenía los ojos muy abiertos, había entrado en su estado de lucidez.

-¿Por qué vas a estudiar?-preguntó. No preguntaba por curiosidad, eso los quedaba claro a todos, quería demostrar algo.

Raquel vaciló unos segundos, no podía acostumbrarse a los repentinos cambios de su hermano, al igual que tampoco podía acostumbrarse a los cambios de su padre: Habían llevado a Toni al psicólogo, pero este había determinado, después de una extensa charla con él y con sus padres, que no sufría ningún trastorno mental, no era una enfermedad lo que tenía, y bromeando afirmó que a él también le gustaría la habilidad de tener momentos de genialidad. Ni a Toni ni a su padre parecían acomplejarlos lo más mínimo tener esos “ataques”, así que, aunque eran extraños, no se les daba una gran importancia, había aprendido a convivir con ellos.

-Va a estudiar porque quiere ir a la universidad- le explicó Clara, en vista del mutismo de Raquel.

-¿Y por que quiere ir a la universidad?- inquirió Toni

-Porque necesita ir a la universidad para poder trabajar en lo que le guste- continuó su madre

Toni miró a Raquel fijamente, y puso un gesto de no entender nada

-¿Te gusta trabajar? Pero si es un rollo…

Raquel sonrió, cuantas veces se había cuestionado ella el funcionamiento del mundo... Pero jamás había expresado su disconformidad en voz alta.

-No es que me guste trabajar-dijo Raquel, lentamente- pero necesito trabajar para vivir. Y ya que tengo que trabajar, al menos que sea en algo que me parezca entretenido…

-¿Trabajar para vivir? ¿Si no trabajas te morirás?-continuó Toni con el ataque.

Raquel se enfadó, pero no podía concretar porque, toda aquella conversación en general la irritaba.

-Joder Toni, no eres idiota, sabes a que me refiero.

Toni sonrió, complacido. Aquello no era propio de él, ellos dos nunca discutían, tenían poco en común, y Raquel estaba casi siempre fuera, así que se veían poco.

-Raquel se refiere a que necesitas dinero para vivir, y para ganar dinero necesitas un trabajo- dijo Clara, sustituyendo rápidamente a la alterada Raquel.

-Pero el dinero no ha existido siempre, ¿Cómo vivían antes de tener dinero? ¿Morían porque no tenían dinero?

Clara sonrió, desde su etapa universitaria no había tenido una conversación de ese tipo, en los “debates” que se formaban a veces en algunas clases. Ella había estudiado una carrera “de letras” sin tener muy claro en que iba a trabajar. No llegó a acabar su carrera, y se puso a trabajar de dependienta en una librería. No le apasionaban los libros, pero leía de vez en cuando, que es mucho más de lo que se podía decir de muchos de sus compañeros. Algunos años después conoció a Esteban, que trabajaba en una empresa, pero nunca le había querido decir de que: “Eso no importa”-le había dicho-“El trabajo es para ganar dinero y ya está. Sinceramente, no entiendo a esos que se obsesionan con su trabajo”. A ella le pareció una filosofía poco productiva, pero decidió no preguntar, y seguía sin saber exactamente en que trabajaba su marido. Hacía algunos años que la librería había cerrado, pero ya no le vio sentido a buscar un nuevo trabajo, Esteban ganaba dinero suficiente para vivir sin despilfarrar, y aunque a veces  se sentía nostálgica de su etapa universitaria o laboral, no se sentía desgraciada en absoluto.

-Me recuerdas a mi cuando era joven- comentó Esteban, mientras miraba extrañado a su mujer, que se había quedado en las nubes- Tampoco entendía el mundo, no entendía porque tenía que trabajar…

Sonrió y miró a su hijo, que había vuelto a mirar al televisor, Raquel se fue a su cuarto, visiblemente ofendida, y Esteban sonrió.

-¿Y que hiciste papá?-preguntó Toni.

-No quería trabajar porque me daba pereza, pero cambiar el mundo para que no tuviera que trabajar me daba más pereza aún-dijo Esteban, sonriente. Nunca le había comentado esto a nadie, ni siquiera a su mujer… En el pasado, había sentido reparo en decir eso, por aquello de que pensaran los demás, pero ya le traía sin cuidado. No era infeliz, no disfrutaba con su trabajo, pero no era infeliz. Le gustaba cada momento que pasaba con su familia, tenía miedo de que si se distanciaba de ellos y dejaba de cuidar su relación, su vida quedara vacía, así que se esforzaba por hacer actividades familiares tanto como podía, y para su entender, funcionaba bastante bien, se sentía orgulloso de su trabajo como padre.

-Eso no lo sabía- dijo Clara, con su sonrisa típica, imposible distinguir si era forzada o real.

-¿Y al final que decidiste, papá?

-Pues trabajar, naturalmente… Fui a la universidad, trabajé duro por sacar buenas notas, y conseguí un buen trabajo. Me casé con tu madre, y tuvimos dos hijos, supongo que no hace falta que te diga como se llaman.

-¿Por qué me llamo como me llamo?

-Es cierto, nunca se lo hemos dicho- le dijo Esteban a Clara.

Esta asintió, y Esteban entendió que su turno de palabra había acabado.

-¿Llamo a Raquel?-preguntó Toni. Ya no estaba tenso, ni parecía a punto de romper a llorar.

-Pregúntale si quiere venir, pero no la obligues.

Toni se levantó de un salto, y se fue corriendo por el pasillo.

-Nos ha salido filósofo el chico- comentó Esteban

-Eso parece- respondió Clara, algo aliviada, aunque la frase aún resonaba en su cabeza “¿Merece la pena seguir viviendo?”.

Al cabo de unos segundos, Toni volvió y se sentó.

-¿Viene?

-Dice que ahora vendrá, que tiene que terminar la página.

Esteban miró el televisor, ya estaba en los anuncios de la mitad del programa, y nadie se había percatado, sonrió complacido, ni en sus mejores sueños había pensado que podían tener una noche en familia contando historias de cuando eran pequeños… Apagó la televisión del mando, y la imagen de una joven sosteniendo un frasco de colonia se desvaneció. Nadie se dio cuenta. Todos permanecieron callados, y hubo un breve momento de tensión.

-Han dicho que mañana lloverá- comentó Esteban, maldiciéndose por hacer uso de el tiempo, el tópico más grande de entre los tópicos.

-Pues habrá que sacar los impermeables del armario-continuó la vana conversación su mujer.

Llegó Raquel, arrastrando los pies, y se sentó en el suelo, apoyando la espalda contra la pared. Miró a su madre, expectante. También Toni miraba a su madre, así que fue ella la que empezó a hablar.

-Lo siento por ti, hijo, pero tu nombre no tiene mucha historia… No sabíamos como llamarte, y desde luego no iba a aceptar el nombre que sugirió la madre de Esteban.

Esteban resopló, pero no tuvo más remedio que sonreír, Clara tenía razón, ni siquiera se había planteado darle aquel nombre…

-¿Qué nombre era?- preguntó Raquel, con un punto de malicia

Clara sonrió, y Esteban también: De mutuo acuerdo, habían decidido hace ya muchos años que JAMÁS le dirían a su hijo aquel nombre. Pero de negarle aquel derecho a su hija no habían hablado…
Clara se levantó con esfuerzo, y se aproximó a su hija, le hizo un gesto para que se acercara más, y le susurró algo al oído. Su hija abrió mucho los ojos, y empezó a reír a carcajada limpia.

-¿En serio ese es el nombre que jamás ibas a aceptar?

La madre asintió, algo avergonzada

-A mi no me parece tan feo- comentó Esteban, algo molesto- Mi madre lo dijo con toda su buena intención.

-Es un nombre feísimo- dijo Raquel, con una media sonrisa.

Esteban hizo un gesto de desdén con la mano, y cruzó los brazos.

-¿Y porque Antonio?-preguntó Raquel, más animada que nunca- No es un nombre muy original.

-En esa época, sacaron un libro que se volvió muy famoso, el autor se llamaba Antonio… Y de ahí tú nombre.

Toni sonrió

-Entonces no tengo un nombre común, tengo nombre de escritor- comentó, alegre.

-¿Y que hay de mí?-preguntó Raquel: Había pasado de una muda indiferencia a un entusiasmo infantil.

Clara sonrió, nostálgica.

-Parece que eso sea de otra vida… Raquel era mi mejor amiga cuando era pequeña, y una vez nos prometimos que si alguna vez teníamos hijas, las llamaríamos con el nombre de la otra… Perdimos el contacto ya hace mucho, pero me pareció que ponerte Raquel te convertía en la representante de mi infancia- Clara la miró con ternura- Aunque ya no eres una niña, que digamos.

Raquel asintió, tenía la mirada iluminada, se levantó como un resorte.

-Es momento de que me vaya a estudiar- declaró- Pero espero que esto se repita alguna vez, ha sido…

-¿Guay?- sugirió Esteban

-Suena extraño en tu boca- dijo Raquel- pero supongo que algo así.

Se despidió con un movimiento de dedos, y se fue a su cuarto.

-Tu también a la cama- le dijo Clara a Toni.

Este asintió, y acompañado por su madre, se dirigió a su habitación. Esteban encendió la televisión, el programa ya había acabado, y había empezado un debate sobre… Bueno, la verdad es que no le importaba lo más mínimo, se sentía satisfecho.

-Que duermas bien, hijo- dijo Clara.

Toni sonrió, cansado, y se acurrucó entre las sábanas.

-Iré a hablar con tu profesor mañana- sentenció la madre.

-Realmente no hace falta

-¿Y eso por que?

Toni sonrió

-No le pregunté nada.

-¿Qué? ¿Entonces por que…?

Toni la miró, sorprendido

-Para que pasara lo que ha pasado… ¿No?





domingo, 17 de junio de 2012

Honradez

El niño se toqueteaba la cremallera de la cazadora, ansioso. De vez en cuando echaba miradas furtivas hacia la puerta. Su padre trataba de leer el periódico y no prestarle atención, pero no podía concentrarse. Pasaba las páginas habiendo leído únicamente los titulares, incluso si le interesaba la noticia, porque no sabía que más hacer. Estaba convencido de que si trataba de consolarlo y darle ánimos, no haría más que confirmar al niño sus sospechas: la inyección que le iban a poner dolía mucho.

-Papá, vámonos- rogó el niño.

El padre le echó un vistazo y le sonrió.

-Es por tu bien- le dijo.

-¡Pero es que me va a doler!- lloriqueó.

domingo, 10 de junio de 2012

Suerte

Era de noche y hacía frío. La calle estaba desierta, no estaba el tiempo como para salir a dar un paseo. La última persona con la que me había cruzado, hacía veinte minutos, me había mirado con desconfianza y había apretado el paso, seguramente deseando encontrarse ya en su destino. Estaba apoyado contra una farola y me removí, incómodo: el frío del metal estaba empezando a colarse por mi ropa y me helaba la espalda. Miré mi reloj, si en quince minutos no aparecía nadie, me iría a casa.