domingo, 17 de junio de 2012

Honradez

El niño se toqueteaba la cremallera de la cazadora, ansioso. De vez en cuando echaba miradas furtivas hacia la puerta. Su padre trataba de leer el periódico y no prestarle atención, pero no podía concentrarse. Pasaba las páginas habiendo leído únicamente los titulares, incluso si le interesaba la noticia, porque no sabía que más hacer. Estaba convencido de que si trataba de consolarlo y darle ánimos, no haría más que confirmar al niño sus sospechas: la inyección que le iban a poner dolía mucho.

-Papá, vámonos- rogó el niño.

El padre le echó un vistazo y le sonrió.

-Es por tu bien- le dijo.

-¡Pero es que me va a doler!- lloriqueó.

«No te va a doler», quería decirle. Pero sería mentira, si que le iba a doler. No mucho, claro, pero si lo suficiente para que decirle lo contrario fuera mentir. Y se había propuesto seguir a rajatabla todos los valores que trataba de inculcarle a su descendiente. De vez en cuando resultaba agotador, pero la sensación de estar haciendo bien las cosas lo compensaba con creces.

-Ya verás cómo es mucho menos de lo que te piensas- comentó el padre mientras volvía al periódico- hay niños que son alérgicos y les tienen que poner vacunas todas las semanas.

El niño abrió mucho los ojos, horrorizado.

-Y están vivitos y coleando- añadió.

¡Zas! Le arrebató el periódico.

-Es mentira- dijo el niño- a nadie le pinchan todas las semanas.

-Yo no digo mentiras- le dijo su padre.

-No me lo creo- refunfuñó.

El padre miró alrededor, pero estaban solos en la sala de espera. Se sintió desconcertado, normalmente estaban atestadas. Bueno, era entresemana y no estaban en urgencias, tal vez era normal… Pero era muy inoportuno, si hubiera alguien podría confirmarle al niño que a algunos niños alérgicos les pinchaban todas las semanas. Tendría que pensar en otra cosa.

-¿Cómo quieres que te lo demuestre?- le preguntó.

El niño meditó unos instantes, cuidándose de mantenerse fuera del alcance del adulto, para conservar el botín a salvo.

-No sé- respondió.

«Es difícil demostrarle a alguien que eres honrado» pensó el padre. Por más que se devanó los sesos, no encontró ningún método para convencer a su hijo que lo que decía era cierto.

Entonces salió una enfermera de detrás de la puerta y sonrió al niño.

-Te toca- le dijo amigablemente.

El padre se levantó y avanzó hacia la puerta. El niño vaciló: no quería entrar, pero tampoco quería quedarse solo; así que entre quejidos y sollozos le siguió. Cuando por fin atravesó el umbral, la enfermera cerró tras ellos.

-Te toca pinchazo, ¿eh?- dijo la enfermera con tono dulce.

El niño asintió con timidez; estaba pálido. El padre le puso una mano en el hombro para darle ánimos mientras la enfermera sacaba una aguja esterilizada y cogía un frasquito con una etiqueta verde.

-¿Sabes lo que hace una vacuna?- le preguntó la enfermera al niño.

Este negó con la cabeza sin apartar la vista de la fina aguja.

-Pues aunque no te lo creas, te pone un poquito de una enfermedad- le explicó la enfermera- como es tan poquito no te pones malo, pero tus defensas generar anticuerpos contra los virus y así cuando viene la enfermedad de verdad, tu cuerpo ya está preparado para pelear. Es como entrenarse para una pelea.

Introdujo la jeringuilla en el frasco y extrajo parte del líquido. Tenía un tono amarillento poco atrayente. Aunque la explicación había distraído un poco al niño, en cuanto la enfermera se acercó a él con la vacuna en la mano, este retrocedió y se pegó mucho a su padre.

La enfermera le miró, sorprendido.

-¿Por qué te escondes?- preguntó, mirando la jeringuilla- ¿por esto?

El niño desvió la mirada y se resistió a los delicados intentos de su padre para que saliera de su escondite.

-Pues si quieres no te la pongo- le aseguró.

Padre e hijo la miraron, uno alarmado y el otro esperanzado.

-¿Sabes lo que es la anestesia?- le preguntó.

El niño asintió.

-Pues esto es anestesia- dijo la enfermera señalando la jeringa- es para que no te duela la vacuna cuando te la ponga después. Pero vamos, que si no quieres que te la ponga, te pongo la vacuna directamente y listo.

El niño la miró con horror, y lentamente salió de su refugio.

-Es que se quejaban los niños de que las vacunas dolían mucho, así que ahora los anestesiamos primero para que no les duela nada de nada- le explicó mientras le pasaba un algodón empapado de alcohol por el brazo.

El niño miró a su padre, indignado. El padre miró a la enfermera, sin entender demasiado bien que estaba pasando. De pronto se acordó.

-¿A que es verdad que a algunos niños alérgicos les ponen vacunas todas las semanas?- preguntó.

-Claro que es verdad- dijo la enfermera mientras le clavaba la aguja rápidamente- sin ir más lejos, yo soy alérgica y todas las semanas me tengo que pinchar, porque sino mi cuerpo no está preparado para pelear y entonces tengo mocos, tos y me lloran los ojos.

Antes de que hubiera acabado de hablar, la inyección ya estaba puesta.

-Ni una gotita de sangre- anunció, orgullosa.

El niño se frotó el brazo buscando el punto donde la aguja le había mordido. No pudo encontrarlo.

-Ya te puedes ir, campeón- le dijo la enfermera.

El niño la miró, confuso.

-Era la vacuna de verdad, no la anestesia- le confesó mientras le guiñaba un ojo- ¿a que ni te has enterado?

El pequeño se miró el brazo, atónito.

-Y tú que no le hacías caso a tu padre cuando te decía que no te iba a doler…- le reprochó la enfermera en tono jovial- para la próxima vez, ya sabes que no duele.

Les despidió con una sonrisa y salieron. Antes de salir del hospital, el niño ya había dejado de toquetearse el brazo y corría de un lado a otro, disfrutando su exploración del mundo cotidiano. El padre iba absorto en sus pensamientos. Puede que para el niño no hubiese supuesto nada, pero para él sí. Había tratado de tranquilizar al niño empleando la verdad, pero había sido incapaz. La enfermera, en cambio, sí que lo había conseguido. No se sentía derrotado por eso, al fin y al cabo ella tendría que lidiar con cientos de niños pequeños con miedo a que les pinchasen, así que ya sabía camelárselos.

Seguramente había ido perfeccionando su técnica niño a niño, vacuna a vacuna, hasta dar con un método que rara vez fallaba.

-La enfermera era muy simpática- comentó el niño mientras le daba patadas a una piedra.

El padre asintió. No tenía más remedio, se había propuesto decir siempre la verdad.

-Sí, muy simpática.

3 comentarios:

  1. OLE. ESTE ME HA GUSTADO MAS.EL ULTIMO ME DEJO BOQUIABIERTA.FAN2

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    1. Gracias. Me he dado cuenta que casi todos los que he escrito últimamente son un poco deprimentes, así que quería cambiar eso... Aunque al final se me ha ido por los derroteros de siempre.

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  2. Interesante, Felipe, como de una cosa cotidiana sacas una historia con intriga mantenida hasta el final. También a mí me ha gustado.

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