sábado, 25 de enero de 2014

Ella

[Antes de nada: Es un relato de amor. Me gustaría que tuvierais eso en mente al leerlo]

Tras un par de minutos dudando frente a la puerta, me armé de valor y entré. Ella levantó la vista de los textos que tenía entre las manos. Me dedicó su atención un par de segundos y retomó lo que estaba haciendo como si tal cosa.

-Hola- murmuré.

-Hola- respondió secamente.

Me quedé allí, de pie, plantado junto a la puerta. Hacía ya tanto que no se ilusionaba al verme... Al cabo de unos minutos, volvió a levantar la vista.

-¿Querías algo?- preguntó.

La dureza de su mirada me entristecía profundamente. Y sabía que era solo culpa mía. Había sido yo quien había ido tras de ella, quien le había hecho promesas fáciles de decir y difíciles de cumplir que finalmente había roto, quien la había cambiado. Ahora todo aquello me parecía un capricho y una irresponsabilidad, pero estoy seguro que en su momento mis sentimientos fueron sinceros, jamás traté de engañarla.

-Pasaba a ver como estabas- comenté- hacía mucho que no venía.

-¿No me digas?- dijo, venenosa- No me había dado cuenta.

No me iba a enfadar, tenía todo el derecho del mundo a estar molesta.

-¿Cómo te va con la nueva, la pintora?- quiso saber- escuché que todo el mundo estaba entusiasmado con ella y que se alegraban del cambio.

-Hace meses que tampoco la veo- respondí con sinceridad- y no todo el mundo la prefería.

Ella no respondió, siguió con sus textos.

-Ella es más divertida, ¿no?- comentó, como de pasada, al cabo del rato.

Suspiré, estaba celosa. Nunca antes se había visto en esta situación y no lo encajaba bien.

-Es... diferente- contesté- es más atrevida y más desenfadada que tú. A veces eres demasiado estricta.

Pude ver en sus ojos que aquello le dolió.

-Pero no es ni la décima parte de interesante que tú- le aseguré, tratando de alagarla- tu me llenas mucho más.

-Te llenaba- me corrigió.

-Me llenas- insistí.

Dejó los textos y me miró.

-Estoy cansada de todo esto- me dijo- ¿hacía cuanto que no venías? Joder, ya ni me acuerdo. ¿Y cuándo fue la última vez que lo hicimos en serio? ¿Un año, dos?

-Sabes que no puede ser más de un año- le recriminé- todos los años participamos.

-El concurso no cuenta- afirmó- digo aparte de eso.

-Pues no lo sé, no hace tanto- contesté, obstinado.

-Mejor no hablemos de las últimas veces.- se quejó- Fueron lamentables.

-Pues entonces supongo que 9 o 10 meses- admití.

-Vaya, perdone usted- se burló- no es un año, son solo 10 meses de nada.

-Hay más cosas en mi vida a parte de ti, ¿sabes?- le recriminé, molesto.

-Ya me he dado cuenta- siseó, dolida.

Nos quedamos los dos callados. Aquello no iba bien. Iba fatal.

-Mi padre y mi abuela aún preguntan por ti- comenté, desesperado. Si apelar a ellos no funcionaba, tiraba la toalla.

Aquello la hizo sonreír. Por supuesto, me callé que mi abuela también preguntaba por la otra, no quería estropearlo. Entonces sacudió la cabeza y se recordó a si misma lo enfadada que estaba conmigo.

-Bueno, ya me has saludado- dijo fríamente- adiós.

Pero no me fui. Me adelante y me arrodillé frente a ella. Rodeé sus muslos con mis brazos y coloqué mi cabeza en su regazo.

-Por favor, no me odies- supliqué.

-No esperes que me apiade de ti tan fácilmente- dijo, sin apartarme- lo que me has hecho no tiene nombre.

-Lo siento- dije entrecortadamente- por favor, perdóname.

-Te he apoyado siempre- me recriminó- siempre te he ayudado, te he dado consejo y he sido muy MUY paciente contigo. Más de lo que mereces. ¿Alguna vez me oíste quejarme por cómo me tratabas a veces? ¿Por cómo me utilizabas?

Yo negué con la cabeza. No quería mirarla a los ojos, me daba vergüenza.

-He estado contigo desde que eras un niño...- recordó.

Y me acarició el pelo. Su voz se hizo más dulce.

-¿Te acuerdas de cómo nos conocimos?- me preguntó- ¿de nuestra primera vez?
                                  
Sonreí con nostalgia. ¿Cómo iba a olvidarlo?

-El resultado fue un poco ridículo- comentó- pero como nos miró tu madre...

-Sí- admití- fue algo especial.

Siguió pasando sus dedos por mi pelo. Aquello me reconfortaba.

-Hacíamos buena pareja, ¿verdad?- fantaseó ella.

-La mejor- contesté yo.

-Y una mierda,- me recriminó con renovada dureza- me has abandonado. No haríamos tan buena pareja si ya llevo aquí tanto tiempo.

No pude responder a eso.

-¿A qué has venido, Felipe?- me susurró.

-No lo sé,- dije- de verdad que no.

-Si quieres otra oportunidad, estoy dispuesta a dártela- admitió ella.

Levanté la cabeza de su regazo y la miré a los ojos.

-¿De verdad?- pregunté.

Ella me señaló toda la habitación.

-¿Por qué crees que sigo en esta mierda de sitio?- me preguntó- podría haber recogido mis cosas y haberme ido para no volver.

Permanecí callado.

-Respóndeme- me pidió- ¿Por qué crees que sigo aquí?

-No sé- dije al instante.

-¡Por ti, imbécil!- me gritó, mientras me ayudaba a levantarme.

-No te puedo prometer que vaya a funcionar si lo volvemos a intentar- confesé.

-Lo sé- respondió- no me importa.

Ambos sonreímos.

-Pues cuando estés preparado, aquí estaré- me dijo.

Y de pronto me asaltó una terrible urgencia, que me quemaba por dentro.

-Vamos a hacerlo ahora- dije con decisión.

La emoción vibró en sus ojos.

-¿...ahora?- murmuró.

Yo la agarré de la mano y la obligué a levantarse. Todos sus textos se derramaron por el suelo: textos acabados, textos sin acabar, textos que jamás serían acabados y textos que aún solo estaban en su cabeza. Ella trató de recogerlos, pero yo avancé hacia la puerta inexorablemente y se vio arrastrada tras de mí. La abrí sin miramientos y ambos salimos de su habitación.

-Hacía tanto que no salía...- murmuró, aturdida- ya ni recordaba lo que era estar fuera.

Yo seguí avanzando, ajeno a todo: había tanto por hacer que no podía esperar ni un segundo.

Ella echó un último vistazo a su habitación, antes de perderla de vista. No sabía si volvería allí pronto. Tal vez todo aquello no resultara. Tal vez llegara el día en que se cansara de esperar y realmente recogiera sus cosas y se fuera para no volver. Aunque la entristecía, era una posibilidad.

Sacudió la cabeza: decidió no pensar en lo que estaba por venir, no tenía control sobre ello; dependía solo de mí: tal vez volviera a quedarse sola en la habitación, tal vez no.

Su habitación, en la que ya llevaba tanto tiempo viviendo, en la que hacía tantos años que había decidido asentarse.

Una habitación llena de textos: textos acabados, textos sin acabar, textos que jamás serían acabados y textos que aún solo estaban en su cabeza.

Una habitación en mi mente.

Una habitación en la que vive (y en la que espero que viva aún muchos, MUCHOS años) la alegoría de mi pasión por escribir.