viernes, 18 de noviembre de 2011

Excursión

//Siento haberme retrasado. Serán dos entregas, más por las circunstancias que por voluntad propia/.


El sendero acababa y daba paso a la espesura, a la naturaleza, a lo desconocido. Es lo que María buscaba. Ya lo había hecho muchas otras veces en muchos otros lugares, adentrarse en un mundo nuevo y explorarlo, teniendo siempre cuidado en no perder la orientación, pues el retorno es importante. Hasta ese momento, había seguido un camino que otros había marcado antes que ella, pero estaba a punto de desmarcarse y, aunque no era seguro, emprender un camino que nadie antes había realizado. Sacó su libreta y apuntó escrupulosamente, con ayuda de su GPS y una brújula de la que no acababa de querer desprenderse, los datos pertinentes, que tal vez la sacaran de un apuro.

Una vez tomadas las medidas de rigor, respiró hondo y se zambulló en terreno salvaje. El ruido de las hojas y ramas al quebrarse bajo sus pies no era muy distinto del generado en el camino, más frecuente, desde luego, pero el mismo sonido al fin y al cabo. Contempló troncos de árboles, arbustos más o menos espinosos y cantidad de matojos y hierbas. Una ardilla la sobresaltó en su veloz huida y los saltamontes aparecían y desaparecían a cada paso que daba. El olor a húmedo se le metió en la nariz. Hacía frío, pero su vestimenta era lo bastante gruesa para que esto no supusiera un problema, por lo menos mientras hiciese sol: tenía que procurar que la puesta de sol la cogiese ya en el sendero, porque la oscuridad no es buena compañera de la orientación y no quería arriesgarse a perderse, ya le había pasado un par de veces, y dormir a la intemperie apenas con un saco y una manta en medio de ninguna parte no resulta agradable.

Pasada media hora en la que el paisaje no evolucionó apenas, María decidió hacer un alto para comer. No sabía qué hora era, pero no la necesitaba saber: tenía hambre, por tanto comía. No había nada más simple. Sacó de su mochila una manzana envuelta en un papel que comió sin prisa, pues no la había. Tiró el corazón de la fruta al suelo, algún animal se lo agradecería.

Reanudó su camino poco después. El bosque empezó a volverse más y más denso, hasta tal punto que empezó a complicarse el avance. Las copas de los árboles ocultaban casi por completo el sol, por lo que María tuvo que sacar una linterna para no tropezar con las raíces de los árboles. Esta situación no se prolongó mucho y pronto la vegetación desapareció casi por completo, como si aquella fracción de bosque que acababa de atravesar fuera una especie de muralla natural que separase el corazón del bosque del exterior.

María se quedó contemplando la vegetación de aquella zona largo rato, apenas sin moverse, era visualmente agradable, filtraba la luz sin que llegase a resultar molesto. Era un lugar perfecto para hacer picnic.

-¿Pero qué…?-oyó a sus espaldas.

María se giró, sobresaltada. Delante suya, un hombre mayor con una larga barba canosa y unas ropas que evocaban la palabra “silvestre” se las mirase por donde se las mirase, le miraba atónito.

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