miércoles, 9 de noviembre de 2011

Volumen de control

La vida en Aquí Mismo es predecible y tranquila. Todo el mundo se conoce y sabe que se debe esperar de cada cual. Están los hermanos Coronas (hermano y hermana, para ser precisos), nunca de acuerdo cuando discuten entre ellos y siempre cuando lo hacen con otros. Está Eva, que se encarga de cuidar al ganado y su marido Mario, que se encarga de la distribución de las materias obtenidas. Está Eduardo, el agricultor, que comparte casa con Alfonso y Manuel, sus ayudantes, con todas las bromas que eso conlleva. También está Isabel, una anciana que no se dedica a nada, pero que posee dinero suficiente para poder permitírselo. Sin olvidar a Marcos, sin trabajo fijo, pero capaz de hacer cualquier chapuza y en general encargado de traer el agua del pozo y distribuirla. La única conexión con el mundo, Marisa, es la comerciante; tiene la única tienda del lugar y cada mes va a la gran ciudad a conseguir productos nuevos, en los que el pueblo se gasta el dinero que les paga la anciana por sus productos y servicios. Están también Marta y Carolina, amigas totalmente inseparables, tanto que rechazan constantemente a todos sus pretendientes, pues no desean dejar a la otra sola. Ah, y el viejo Lucas, que duerme en una improvisada caseta y que siempre acaba como mediador, juez y jurado en todas las disputas, pues al parecer todo lo sabe… o eso hace creer, por lo menos. Y por supuesto los “forasteros”, Rubén y Julia, que llegaron hace apenas quince años de algún lugar vago e impreciso para quedarse, al parecer, para siempre, cuando descubrieron que no había restaurante, cafetería o bar alguno. Por lo menos hasta que llegaron.

La vida es predecible y tranquila, sí, pero no por ello es fácil. Todos trabajan duro (unos más que otros, eso sí) para poder vivir. Todos saben que Julia se va renegando a casa de Marta y Carolina, es para poner a caldo a Rubén, que va a ver a los agricultores para hacer lo propio. Todos saben que cuando Marisa arranca su furgoneta el primer día de mes, volverá pasados dos, sin falta. Todos saben que por muchas veces que Enrique Coronas le proponga una cita a Carolina, esta siempre le rechazará con una risita. Todos saben que el día catorce Isabel va a comer al bar-cafetería-restaurante “Aquí Mismo”, que pide una sopa de verduras y un poco de pollo y que deja generosas propinas. Y cuando suena una maldición a todo volumen, todos saben que es Mario, al que se le han vuelto a caer los tomates por negarse a hacer varios viajes.

Hasta que un día, sin más, Isabel murió. No fue culpa de nadie, simplemente le llegó la hora. Con Isabel muerta, ya no obtuvo el “Aquí Mismo” dinero, solo trueques de alimentos y utensilios a cambio de comidas. Al no ingresar dinero, no pudo comprar especias y cacharros a Marisa. Tampoco el resto pudo comprarle nada, pues entre ellos todos practicaban el trueque. Entre lágrimas, Marisa tuvo que despedirse del pueblo, pues su negocio quebró. Sin el aliciente de novedades, el pueblo murió un poco, pero logró aguantar. Se convirtió en un lugar triste, en el que todos se limitaban a sobrevivir. La convivencia se empezó a volver difícil. Tras una acalorada pelea, Carolina mandó al cuerno a Marta y aceptó finalmente la propuesta de Enrique. La unión fue acogida con entusiasmo, pues era una novedad. Casi todos colaboraron en la construcción de una casa bastante modesta, a la que se fue a vivir Celia (Coronas), aliviada de poder quitarse de en medio, pues ya se veía como sobrante en una casa que había dejado de ser suya. No mucho después, la soledad de Marta se le hizo insoportable y empezó una relación con Manuel, con el que no demasiado después acabó viviendo (en la casa de ella, por descontado).

De estas uniones nacieron vástagos. Si Isabel no hubiese muerto, Marisa no se habría ido, la discusión entre Marta y Carolina no se habría producido y no se hubiesen separado. En consecuencia, no hubiera habido uniones ni vástagos. Por lo menos no en Aquí Mismo.

Lo que es seguro es que el día catorce ya nadie pide sopa de verduras y un poco de pollo.

Suerte para dicho pollo, ¿no?

//Posiblemente alguno no haya entendido el título. Un volumen de control es un espacio que tu delimitas y sobre el cual trabajas, sin considerar lo que pase en el exterior, siempre y cuando no afecte a lo que pasa dentro. Básicamente, cuanto ocurre fuera del volumen de control... no ocurre//.

1 comentario:

  1. Sorprendente el relato, Felipe. Más un experimento que un relato. Y, en efecto, alguno, como yo, no había entendido la razón de ser del título.

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