jueves, 22 de diciembre de 2011

Viaje onírico

//Es algo más largo de lo habitual, así que, para leerla completa, debéis darle a "leer más", en la parte inferior de la entrada o pinchad en el título//:

Todo el mundo tiene sueños y esperanzas, o eso creo. El mío, personalmente, es ser un héroe. Salvar damiselas en apuros, proteger pueblos de malvados dragones y recibir cuantiosos recompensas. Además de tener el respeto de mis semejantes, claro está. Pero no creo que todo eso ocurra, no estoy hecho de esa pasta. No sabría ni por dónde empezar, así que me dedico a hacer pan. Soy panadero. No me siento frustrado por no haber podido cumplir mi fantasía, nunca me lo propuse seriamente, además, aún soy joven, me queda toda una vida para proponerme nuevas metas.

-¿Cómo ha quedado el pan esta mañana?- me pregunta una mujer con una amplia sonrisa.

Hace algunos años, se produjo un terrible incendio en el que murieron varios vecinos del pueblo. No solían suceder muchas cosas allí, así que aquel incidente causó mucho revuelo. Se decidió entonces, por consenso, dejar de emplear hornos particulares y construir un horno común para todos, por seguridad y comodidad.

Desde entonces trabajo aquí y me encargo de preparar el pan para todos. Tuvieron que enseñarme, pues en mi vida había horneado nada, pero con el tiempo fui cogiendo soltura y ahora me defiendo. Cada cual tiene su día de recogida, todo muy ordenado. Lo cierto es que es un trabajo cansado, pero no vivo mal. Y pan nunca me falta.


-Tome un trozo- le aconsejo- que nadie se lo dirá mejor que usted misma.

La mujer acepta mi ofrecimiento y se come un pedazo de pan. La mira expectante, para ver su reacción. Tras un par de segundos, asiente satisfecha.

-Tienes un don- asegura- a mi no me quedaban tan bien cuando los hacía. Aunque si los amasas un poco más, te quedará más tierno.

Asiento educadamente. No los voy a amasar durante más tiempo. En parte porque supone más trabajo y por otra parte porque si hiciese los panes más tiernos, vendría otro a decirme que lo quiere más crujiente y hacer panes personalizados no me parece viable.

-Que lo disfrute- le digo a modo de despedida.

La mujer sonríe de nuevo y se lleva dos barras envueltas en un paño. Veo como se aleja lentamente, no tiene prisa. Trato de recordar su nombre, pero se me escapa.

Casi todo el mundo viene a primera hora a por su ración de pan, aunque siempre queda algún rezagado que llega más tarde, bien entrada la mañana, por lo que no me puedo ir a casa. Así que me toca esperar. He dormido poco, así que el sueño me va venciendo y pierdo la noción del tiempo.

Y, de pronto, un alarido. Me despierto, sobresaltado y confundido. Permanezco inmóvil, sin saber si ha ocurrido realmente. Otro alarido, seguido de un tercero. Aunque no me gusta dejar el pan sin vigilancia, me alejo del horno a paso ligero, en la dirección en la que creo haber oído los gritos. Un potente rugido me hiela la sangre. Es un sonido que no proviene de una garganta humana. A los pocos segundos, un sollozo agónico. Sigo avanzando con paso tembloroso, hasta que, por fin, lo veo: una bestia que saca varias cabezas de altura a los hombre que la rodean y apuntan con lanzas y espadas, tiene atrapada entre sus garras a una mujer, que llora aterrada. La bestia tiene dos grandes alas de murciélago, una cola acabada en punta y le salen dos cuernos de la frente. Es de un color rojo apagado, deslucido.

-Demonio- masculla uno de los lanceros.

Cuando uno de los hombres trata de acercarse al monstruo, este presiona con fuerza a la mujer y esta grita de dolor y de miedo, así que todos permanecen inmóviles, en tensión, sin saber qué hacer. La cola del demonio oscila rápidamente, cortando el aire.

-¡¿Qué haces aquí?!- grita uno de los hombres al verme- ¡Escóndete!

No necesito más, hecho un rápido vistazo a mí alrededor y en un instante me decido por el templo, es un lugar que transmite seguridad. Entro rápidamente; dentro hay media docena de personas, que me observan con ojos temblorosos.

-¿Ya lo han matado?- pregunta alguien.

-No- respondo- tiene a una mujer atrapada y no se atreven a acercarse.

Todos callan. Se oyen los sollozos de la mujer fuera y la fuerte respiración de la bestia.

-Ha despertado el Rey Demonio- dice en voz alta y clara una anciana- es la única explicación.

-¿Rey Demonio?- se extraña alguien- ¿Y por qué ha venido a nuestro pueblo?

La anciana niega lentamente con la cabeza, con un aire de solemnidad de quien se sabe escuchado y respetado.

-Este no es el Rey, solo uno de sus esbirros- explica- él estará en el Palacio Negro, bien protegido.

-¿De dónde ha sacado eso?- pregunto- no lo había oído nunca…

Entonces, se oye un rugido, luego un fuerte alarido y finalmente un fuerte estruendo. El templo retumba con cada sonido, amplificándolo ensordecedoramente.

-¿Qué creéis que ha pasado?- pregunta alguien.

-El demonio ha matado a la chica y los hombre se han lanzado a matarlo- dice la anciana- pero no lo conseguirán, la bestia es demasiado poderosa.

Se oye otro estruendo, este más cercano.

-Está lanzando cosas- comenta alguien- espero que no golpee el templo…

Y algo golpea el templo. Algo grande y muy pesado. Se rompen cristales y caen esculturas. Una escultura en concreto me llama la atención: parece hecha de un material distinto al resto, como si no fuese de la misma época… Al acercarme, puedo ver que representa a un hombre portando una vaina, que sujeta en la mano en vez de llevar colgada. No sé por qué lo hago, pero trato de desenvainar el arma de la estatua… y cede. De un tirón la saco: es una especie de puñal largo, no puede considerarse una espada. Un “Ooooh” general llena la estancia.

-¡Eres el elegido!- exclama la anciana- ¡Debes matar al demonio!

De pronto, todas las miradas están fijas en mí. Debo matar a la bestia y salvar el pueblo. Me invade una sensación contradictoria, al ver por fin mi deseo cumplido y tener que arriesgar la vida por ello. Mi mente se queda en blanco y, sin entender exactamente que hago, me dirijo apresuradamente al exterior. Salgo sin miramientos, el demonio me da la espalda mientras lidia sin demasiados problemas con los aguijonazos y cortes desesperados de los combatientes, no se ha percatado de mi presencia. Doy cinco pasos decididos y lo apuñalo por la espalda. El monstruo lanza un bufido y luego tose. No le da tiempo a hacer nada más, se derrumba pesadamente, muerto. Los guardias me miran, incrédulos.

-¿Cómo…?- es todo cuanto consigue articular uno.

En un par de minutos, todo el pueblo está rodeándome a mí y a la bestia. La mujer a la que el monstruo había atrapado sigue viva, aunque gravemente herida, tal vez no se salve. Todos me miran con admiración y respeto. Es incluso mejor de lo que esperaba. Una sensación indescriptible.

-Eres el elegido- dice la anciana.

Miro el cadáver del demonio y luego mi arma. Parece imposible, pero realmente  lo he hecho. He matado al monstruo yo mismo.

-Debes acabar con el Rey Demonio- proclama la anciana- o más criaturas vendrán aquí. Solo tú puedes hacerlo.

“Solo tú puedes hacerlo”, esa frase resuena en mi mente. Una euforia que nunca antes he sentido me invade. Es el éxito. Y el saberme único e irremplazable.

-De acuerdo- digo, sin pensar- me enfrentaré al Rey Demonio.

Y comienzo mi viaje. Tengo que llegar al Palacio Negro, donde se guarece el monstruo. El camino no es fácil, pero voy en un estado de embotamiento constante, como si mi cuerpo se moviese solo y yo únicamente tuviera que dejarme llevar. Es una sensación curiosa.

Cuando vuelvo en mí, me hayo frente al portón del Palacio Negro, abierto ante mí. No sé cuánto tiempo ha pasado, me siento como recién levantado. Lentamente, la racionalidad vuelve a apoderarse de mí y me cuestiono por primera vez que estoy haciendo. No tengo noción alguna de combate ni de emplear armas, ¿cómo voy a enfrentar al Rey Demonio? Ni siquiera sé que pinta tiene, cuáles son sus habilidades o si el Palacio está custodiado. Me siento pequeño y fuera de lugar. ¿Estoy capacitado para realizar esta labor? La respuesta obvia es no. Pero, sin embargo, una voz aún resuena en mi cabeza “solo tú puedes hacerlo” y la imagen del demonio muerto vuelve una y otra vez. El elegido. El destino elige a quien va a triunfar, no puede ser de otro modo.

Con paso nuevamente decidido, entro en el Palacio. No encuentro resistencia, está desierto. Unas enormes escaleras conducen inequívocamente al salón del trono, donde sin duda se encuentra el Rey Demonio…
Ciertamente, conducen al salón del trono. Y no me equivoco, está el Rey Demonio. Solo hay un problema, está muerto. Tiene múltiples heridas por todo el cuerpo, parece haber librado su última batalla hace poco.

-¡Eh!- grita alguien a mi espalda- ¿Quién eres?

Me giro: un hombre grande embutido en una colosal armadura me observa con desconfianza.

-He venido a matar al Rey Demonio- contesto, vacilante.

-Pues llegas tarde- replica enérgicamente- hace unas horas, el destacamento al que pertenezco acabó con él.

Le miro, atónito.

-Fue una dura lucha- añade- muchos murieron.

-No lo entiendo- murmuro, confuso.

El guerrero se rasca la cabeza, vacilante.

-No hay mucho que comprender: se denunciaron varios ataques de demonios en diversos pueblos cerca de aquí, así que nos ordenaron acabar con la amenaza y eso hemos hecho. Ya no queda ni un demonio.

Miro mi espada y me siento estafado.

-Pero se supone que solo el elegido puede vencer al Rey Demonio- replico.

-Y supongo que eres tú, ¿no?- responde el guerrero.

Asiento enérgicamente.

-¿Y cómo sabes que eres el elegido?- me pregunta.

-Bueno, me lo dijo una anciana de mi pueblo- digo titubeante- y maté al demonio que nos atacó…

El hombre enarca una ceja, incrédulo.

-Pues como ves, no eres el único que mata demonios- dice- y no deberías creer todo lo que dicen las ancianas, algunas no están bien de la cabeza.

Permanezco callado, sin saber que decir.

-De todos modos- continúa- es increíble que hayas matado un demonio, te felicito por ello.

Asiento con desgana.

Menudo chasco.

2 comentarios:

  1. hola felipe me ha gustado mucho tu yaya

    ResponderEliminar
  2. Esta vez no te he visto venir, Felipe.
    Y eso que adivinaba un cierto desengaño final para el protagonista (tu impronta). Eso está bien.

    ResponderEliminar