jueves, 2 de febrero de 2012

Brogo el Terrible

//Ya tenía esta idea rondando mi mente un tiempo, pero no acababa de poder concretarla, porque sabía que tendría mucho diálogo y apenas narración. Al final he decidido no preocuparme por eso y me he puesto a ello. La verdad es que he disfrutado escribiendo como hacía ya varias semanas que no lo hacía. Agradezco a Vanesa por regalarme el libro de cartas a un joven novelista, que la verdad me ha dado una inyección de ganas de escribir. Espero que sea de vuestro gusto. Ah, y hay que darle a "leer más" para ver todo el texto.//

Brogo resopló, agotado. Se estaba volviendo mayor y le resultaba cada vez más difícil secuestrar princesas. Tal vez por eso esta vez había elegido un castillo pequeño y a una princesa no demasiado joven ni demasiado agraciada. La miró con resentimiento, pues le había valido más esfuerzo del calculado.

-¿Qué he hecho para merecer esto, dragón?- preguntó la princesa sin pizca de miedo.

Brogo echó un poco de humo por sus fosas nasales, airado. ¿Quién se había creído aquella mujer?

-¡Soy Brogo el Terrible!- rugió- ¡Y hago lo que quiero cuando se me antoja!

La princesa entrecerró los ojos y le echó una mirada asesina.

-Así que como eres grande y fuerte, vas abusando de todo el mundo, ¿eh?- musitó.

-Soy un dragón- gruñó Brogo- Secuestro princesas y aterrorizo a los campesinos.

La princesa bufó y le dio la espalda. Se encontraban en la guarida de Brogo, el cráter de un volcán inactivo. No había necesidad de vigilar a la rehén, pues no podría escalar la escarpada subida hasta la cima de ningún modo.

-Menuda excusa- dijo la princesa- lo pintas como si no tuvieses elección.

Brogo se tumbó tranquilamente en un rincón, donde acostumbraba a dormir.

-¿Y a qué sugieres que me dedique?- inquirió el dragón, molesto.

La princesa volvió a mirarle, igualmente molesta.

-Pues con que fuera a no incordiar, me conformaría- refunfuñó.

-Mira- dijo el dragón con impaciencia- ya he discutido esto miles de veces y estoy cansado. Así que déjame en paz.

La princesa se acercó a paso ligero al dragón y le dio una patada.

-¡No te pienso dejar en paz! –chilló- ¿Acaso tu me has dejado en paz a mí?

Brogo batió sus alas y creó una ráfaga de aire que hizo caer al suelo a la princesa. Pero volvió a levantarse y pateó de nuevo al dragón. Este gruñó, incómodo, pero no se movió.

-La cosa es muy simple- dijo Brogo entre dientes- yo te secuestro, viene un caballero o un intrépido guerrero, o quien sea, te rescata, os casáis y todos contentos. Pero si no dejas de darme patadas, quien venga solo va a encontrar una pila de huesos.

La princesa retrocedió un poco, pero solo para coger carrerilla: le dio una patada con todas sus fuerzas.

-Me estás hinchando las narices- amenazó el dragón, incorporándose trabajosamente- normalmente las princesas se quedan aterradas en un rincón, sollozando y rogando por su vida. ¿Qué pasa contigo?

-No me gusta el sistema y no me gustan los que se escudan en el sistema para justificar sus acciones- explicó la princesa mientras intentaba patear la cola del dragón, que no dejaba de moverla para mantenerla fuera del alcance de la mujer- Y por tanto no me gustas tú.

El dragón se giró ágilmente hasta que quedar cara a cara con la pequeña princesa.

-¿Yo me escudo en el sistema?- preguntó- ¿Y tú qué, que aprovechas haber nacido noble para no dar palo al agua?

La princesa puso los brazos en jarra.

-Me da igual que creas que soy una hipócrita- contestó- el hecho es que tú te escudas en el sistema y por eso no me gustas.

-¿Y qué debo hacer? ¿Morirme de hambre?- gruñó Brogo.

-Oye, que yo no he dicho que no caces para comer- se quejó la princesa- nosotros cazamos ciervos, conejos y pájaros; no estaría bien que me quejara de que cazases humanos o lo que fuera.

El dragón miró a la princesa, irritado.

-Pues antes el aprovecharte del sistema no te ha impedido acusarme de nada…

La princesa puso cara de paciencia infinita y suspiró.

-Todos necesitamos comer para vivir- replicó la princesa- pero no necesitas secuestrar princesas, no es algo vital.

-Bueno, no es vital para mí- se excusó el dragón- pero es necesario para el sist… para que todo siga fluyendo. Somos un catalizador para las uniones entre aventureros y princesas. Si fuera por vosotros, os casarías nobles con nobles y podría gobernar cualquier incompetente.

La princesa se puso roja de rabia.

-¿Estás diciendo que los nobles no sabemos hacer la O con un canuto?- bramó indignada.

-Está claro que hay de todo- se justificó Brogo- pero con el sistema secuestro-rescate-boda, nos aseguramos que solo hombre resueltos, valientes y capaces gobiernen. Si te fijas, los feudos con hijos varones que gobiernan por casta suelen ir peor que en los que un dragón ha intervenido.

-Vamos, que en el fondo nos estás haciendo un favor a todos- dijo la princesa, sarcástica- porque está claro que un tío cachas lo bastante falto de sentido común como para venir a combatir con un lagarto de varias toneladas que vomita fuego en el cráter de un volcán es el tipo idóneo para administrar un feudo. Cualidades como la inteligencia, el don de gentes o el saber algo de administración y economía son prescindible, ¿verdad?

El dragón desvió la mirada, contrariado. La princesa sonrió, triunfante.

-Por lo menos es mejor que vuestro actual sistema- se defendió Brogo- está claro que no necesariamente todos los aventureros son buenos gobernantes, pero ninguno resulta un completo inútil, como a veces pasa con los nobles. ¿O no te acuerdas cuando se nombró regente a aquel niño que casi lleva a la guerra a toda la comarca? ¿O a aquel paliducho que no había salido del castillo en su vida? ¿O aquel obeso que mandó matar a los mulos de arar porque no le gustaban? ¿O…?

-¡Basta!- gruñó la princesa- Te estás pasando.

Ahora fue el dragón quien se mostró triunfante.

-Nosotros actuamos como un filtro- concluyó- si se te ocurre algo mejor, soy todo oídos.

-El sistema de castas lleva toda la vida funcionando- arguyó la princesa- no va a cambiar por mucho que te esfuerces.

-Ahora eres tú la que cae en razonamientos que nada tienen que ver- la acusó el dragón- también llevamos los dragones desde siempre secuestrando princesas y eso no te impide quejarte.

-Yo no digo que no te puedas quejar del sistema feudal- se excusó la princesa- sólo digo que esto es en vano, porque ni tú ni yo podemos cambiar nada.

Brogo meneó la cabeza, disconforme.

-Eso no es verdad- continuó el dragón- podrías renunciar a tu puesto privilegiado y dejar que los campesinos trabajaran para sí mismos.

-Anarquía- dijo la princesa como vomitando la palabra- Y cuando vinieran los invasores, ¿quién les defendería?

-Los dragones podríamos encargarnos de que todo el mundo respetara los límites de su propio territorio- sugirió Brogo.

-Vamos, que os convertirías en los nuevos nobles- comentó la princesa amargamente- porque supongo que exigirías cierto pago de las diferentes regiones por dicha protección.

-Únicamente alimento, para no tener que ir a buscarlo y perder valioso tiempo de vigía por culpa de ello- se defendió el dragón.

La princesa asintió exageradamente, como el que le da la razón a un loco.

-Eso dices tú y dices ahora, ¿qué os impediría apoderaros de todo cuando desaparezcan los líderes? Porque no creo que vuestro altruismo dure para siempre. ¿O te fías de la buena voluntad de todos tus congéneres?

Brogo resopló, vacilante.

-No puedo responder por todos ellos- admitió.

-Eso me parecía a mí- contestó la princesa- no puedes basar todo tu sistema en la bondad de un grupo que estará fuertemente expuesto a hacer el mal. Con esto no digo que seáis malos por naturaleza, pero el poder corrompe. Pero no hace falta que te lo diga, te aprovechas de tu superior fuerzas para hacer lo que te viene en gana.

-No estás aquí para darme lecciones de moral- gruñó el dragón.

-Si no aprecias mi compañía, puedes devolverme a mi casa- sugirió la princesa- pero si me quedo, me vas a hacer caso.

-También te puedo devorar y fin de la historia- amenazó Brogo.

-¿Ves? Te aprovechas de tu superioridad física para imponer tu voluntad- dijo la princesa con cierta malicia- Es un don que te ha concedido la naturaleza, no te lo has ganado de ninguna forma. Haces exactamente lo mismo que los nobles de los que tanto te quejas, aprovecharse de lo que se les ha concedido, sin importar si es justo o no.

El dragón parpadeó, sorprendido.

-Nunca lo había visto así- admitió lentamente. Luego, con la misma lentitud, se volvió a tumbar, decaído.

La princesa vaciló, pues esperaba una respuesta mordaz del dragón, que no parecía llegar.

-¿Qué pasa?- preguntó ella, extrañada.

-Bueno…- murmuró el dragón- acabas de hacer añicos mis creencias, no estoy precisamente contento.

La princesa se rascó la nunca, sintiéndose culpable.

-Estaba realmente enfadada- se disculpó, sintiéndose ridícula por hacerlo- pero realmente no tenía intención de herirte.

-No, si tienes todo el derecho del mundo- dijo el dragón, ronco- al fin y al cabo te he secuestrado y todo lo que has dicho es verdad. El único que ha actuado mal aquí soy yo.

La princesa le miró, incrédula.

-¿Entonces aceptas que yo tengo razón?- inquirió- ¿aceptas el sistema feudal?

-No puedo oponerme a un sistema idéntico al que yo empleo- respondió el dragón- no estaría bien.

La princesa no supo que decir, así que permaneció callada.

-Mañana por la mañana te devolveré a tu casa- prometió el dragón- no tengo fuerza ni ánimo para hacerlo ahora, espero que lo entiendas.

-No te preocupes- murmuró ella- no tengo prisa.

El dragón le dio las gracias, se acurrucó y cerró los ojos. La princesa se quedó allí plantada, ensimismada. Lentamente, se colocó en un rincón de la cueva en el que habían colocado una tela y se tumbó allí.

Sabía tan bien como Brogo que el sistema feudal tenía carencias y que solo lo defendía por ser ella directamente beneficiada de él. También sabía que había desacreditado al dragón, pero que eso no significaba que estuviera equivocado. Quería seguir discutiendo, quería ir gestando lentamente un sistema que fuese beneficioso para todos. Pero el dragón había resultado demasiado blando para ello.

La princesa frunció el ceño, incómoda. El dragón estaba llorando.




2 comentarios:

  1. Bien, Felipe, con tus señas de identidad: vuelta al mundo de los dragones, las características contradicciones de tus personajes que no saben muy bien de què lado ponerse, ni de qué lado ponerse el lector respecto de ellos, la dicotomía de rebelarse o agachar la cabeza frente lo establecido, y el final como casi siempre abierto, supeditado a que sea el lector quien imagine el final que él quiera. Muy característico, sí señor

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  2. me ha gustado.Tu fan n 2

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