miércoles, 8 de febrero de 2012

Pausa

//He añadido un par de "guiños" en esta historia. No creo que os cueste encontrarlos. Ah, es larga, así que hay que darle a "leer más".//

Eva tenía prisa. No había dormido bien, por lo que se había levantado cansada. Había tardado, debido a esto, más tiempo del usual en realizar su rutina matutina, pero lo que cuando se quiso dar cuenta, llegaba tarde a trabajar. Salió de su piso con un ligero trote, patoso por la falta de costumbre, y llamó al ascensor. Miró las escaleras con culpabilidad: Vivía en un segundo piso, por lo que emplear el ascensor se podía considerar un acto de vagancia y un derroche energético.

Después de mirar el reloj por decimoquinta vez, apareció el ascensor. Eva entró rápidamente y se encontró cara a cara con un hombre, un vecino seguramente, cuyo nombre desconocía. Llevaba una abultada maleta marca MacGuffin, lo que justificaba su uso del ascensor. El hombre enarcó una ceja, sorprendido. Eva fingió no percatarse del gesto, avergonzada. Murmuró un suave «hola» que fue respondido con una inclinación de cabeza. Durante unos segundos, el tiempo pareció congelarse, pero pronto el ascensor se puso en marcha de nuevo.

Él miraba al frente, ella el indicador que mostraba en que piso se encontraban. Y cuando el 1 desapareció para dar paso al 0, todo se detuvo bruscamente y se apagaron las luces. Las puertas no se abrieron. Un instante después, se encendió un pequeña luz demasiado amarilla.

-¿Qué ha pasado?- preguntó Eva, nerviosa.

-Parece que se ha ido la luz- aventuró el hombre.

Eva pulsó el botón de emergencia, pero nada pasó.

-No funciona- gimió.

-Se ha ido la luz- repitió el hombre- no es que se haya atascado el ascensor. Es normal que no funcione.

Frunció el ceño, molesta, pues el comentario le sonó algo pedante.

-¿Y qué hacemos?- preguntó.

-No sé- respondió- no creo que podamos hacer nada.

El hombre sacó su teléfono móvil, pero no tenía cobertura. Lo mismo le sucedió a Eva.

-Habrá que esperar- murmuró ella.

El hombre asintió, tumbó su maleta y se sentó encima.

-¿Cree que tardarán mucho?- preguntó Eva, mirando al suelo con desaprobación, pues parecía realmente sucio.

-Pues depende de donde esté el fallo eléctrico- respondió el hombre- Si es cosa del edificio, será pronto. Pero si es algo de toda la ciudad, una especie de apagón general, igual tardan bastante.

Eva asintió preocupada. La tranquilizaba un poco saber que, aunque pendían de un hilo, se encontraban muy bajos, por lo que incluso si caían, no pasaría nada.

-¿Es claustrofóbica?- preguntó él.

-Hasta ahora no- dijo ella- pero nunca me había visto en una situación así.

-Lo mismo me pasa a mí- respondió el otro.

-Pues parece muy calmado- observó ella.

El hombre asintió, alagado.

-Hice un cursillo sobre cómo actuar en situaciones en las que suele cundir el pánico- explicó- un aspecto fundamental es aparentar la mayor calma posible aunque no se sienta, para evitar propagar el pánico.

Eva tuvo que reconocer que gracias a que el hombre se había mostrado seguro, ella no se había preocupado. Si hubiese empezado a gritar o hubiese reflejado miedo, seguramente también ella lo habría sentido.

-Es que soy guarda de seguridad en un teatro- comentó el hombre- por eso lo del cursillo. Aunque nunca ha pasado nada allí.

Eva asintió. La hacía sentir mejor saber que él estaba mejor preparado para afrontar la situación que ella por su trabajo y no por su sexo, como había supuesto en un principio. Ahora se sentía avergonzada por la distinción que había hecho.

-Me llamo Eva- dijo, tendiéndole la mano.

-Julián- respondió él mientras correspondía al gesto.

La luz de emergencia parpadeó y Eva se giró, alarmada.

-¿Se apagará si estamos aquí mucho tiempo?- preguntó.

-Supongo, aunque no estoy seguro- respondió Julián- de todos modos, tengo una linterna, así que no se preocupe.

Eva asintió de nuevo, aliviada por no encontrarse sola en esa situación. Ella solo llevaba las llaves de su casa y su coche, su móvil, algo para almorzar, un pequeño espejo que casi nunca usaba, una agenda y un paquete de pañuelos. Resignada, sacó un pañuelo, limpió un poco el suelo bajo sus pies y se sentó con las piernas cruzadas, agradeciendo llevar pantalones y no falda.

-Bueno, ¿y a qué se dedica, si no es indiscreción?- preguntó Julián.

-Soy crítica de cine- respondió ella, sin saber si sentirse orgullosa o no por ello.

-Así que ambos nos dedicamos al mundo del espectáculo, pero ninguno de los dos crea nada- dijo Julián, sonriendo.

Eva le devolvió la sonrisa, aunque en realidad sentía que sí creaba algo, pues al fin y al cabo tenía que escribir las críticas y requerían cierta creatividad.

-¿Sale en algún periódico?- continuó Julián.

-En el local- contestó ella- aunque alguna vez he escrito algo para alguno nacional.

Julián parecía impresionado, aunque bien podía ser fingido.

-¿Alguna vez ha hecho crítica teatral?- preguntó.

-No- admitió Eva- nunca.

-Qué pena- se lamentó él- ya sé que es estúpido, pero me gusta que las obras que se representan donde trabajo gusten, aunque yo no intervenga en ellas.

-Entiendo que quiere decir- respondió ella- a mí también me alegra que se valoren las críticas que salen de mi empresa, aunque no las haya escrito yo.

Julián asintió, complacido. La conversación terminó allí y durante un par de minutos el tiempo se escurrió monótonamente.

-¿Le importa si leo?- preguntó él, mientras se incorporaba levemente para abrir la maleta.

-No, no- dijo Eva- aproveche que aún tenemos luz.

Julián sacó un fajo de hojas unidas por unas anillas. No parecía un libro.

-Es el guión de la próxima obra- explicó, orgulloso- aún no la están representando. A los empleados nos dejan el guión, por si lo queremos leer.

-¿Es así en todos los teatros?- preguntó Eva con curiosidad.

-No tengo ni idea- respondió él- no he trabajado en ningún teatro más.

Durante un rato, Julián leyó y Eva se dedicó a actualizar su agenda con los números de más reciente adquisición, además de suprimir los inservibles. Era de ese tipo de cosas no lo suficientemente importantes, que únicamente se hacían cuando había mucho tiempo que perder. Cuando acabó, almorzó a pesar de que era demasiado temprano para ella y cuando no le quedaba nada por hacer, dejó vagar la mirada.

Se fijó en Julián y sus hojas, y trató de descubrir si el pasaje en que se encontraba era triste, cómico o emocionante por la expresión de su cara. Éste se percató de que estaba siendo observado y le devolvió la mirada. Eva la desvió rápidamente, incómoda.

-¿Le apetece leerlo?- sugirió Julián- yo tengo todo el tiempo del mundo.

-No, gracias- respondió ella.

-¿Lee usted mucho?- preguntó, abandonando al parecer la lectura.

-No, la verdad es que no- admitió Eva. Para ella, el cine era la evolución natural del teatro y la literatura, del mismo modo que el carruaje era predecesor del automóvil, y por tanto no tenía sentido su coexistencia. Había tenido largas y abundantes discusiones sobre esto con amigos y compañeros de trabajo, pero nunca había dado su brazo a torcer. En su opinión, los escritores y actores de teatro eran unos esnobs  que disfrutaban con su arte arcaico precisamente debido a ello. Pero no se sentía con ánimo de discutir, así que no añadió nada más.

-¿Y le importaría que le leyera yo una escena?- insistió Julián. Estaba claro que deseaba fervientemente que ella se enterara de la obra, tal vez para que fuera a verla o con la remota esperanza de que hiciera posteriormente una crítica teatral favorable, aunque no fuera ese su campo.

Eva dudó, pero lo cierto era que se aburría y no le importaba escuchar. Hacía una eternidad que nadie leía para ella.

-No, claro que no me importa- accedió ella- será un placer.

Julián volvió a la primera página, animado, se aclaró la voz y respiró hondo.

-«Verdad»- leyó con voz ronca, lo que le obligó a carraspear, avergonzado- No leo nunca en voz alta, así que espero que no me lo tenga en cuenta si me equivoco o me paro.

Eva sonrió, le parecía una escena muy tierna.

-En absoluto- le animó- tómese el tiempo que haga falta.

Julián frunció el ceño mientras leía para sí detenidamente cada palabra y articulaba alguna sin voz, visiblemente nervioso.

-¿De qué trata?- quiso saber Eva, en parte para distraer un poco al hombre.

-Está ambientada en la antigua Grecia, pero tiene guiños a la actualidad- explicó- va de un sabio que descubre que la Tierra es esférica y quiere hacérselo entender a todo el mundo. Pero el protagonista no es él, es otro sabio que no se lo cree y trata de hacer ver a todos que es una locura.

-Suena interesante- comentó Eva con algo de condescendencia.

-Y cada personaje se llama como el papel que desempeña en la obra- prosiguió Julián más resuelto y animado- el protagonista se llama Protagonista, su amigo Amigo, el sabio Ciencia, el ladrón Ladrón… y así todos.

-Muy original- admitió Eva, tratando de recordar algo así en alguna película de la ingente cantidad que había visto.

-Es una crítica al sistema de educación, a los medios de comunicación y al fanatismo- dijo él- me gusta del teatro que suele tener más crítica social que el cine.

Eva, no acostumbrada al teatro, no podía juzgar si eso era cierto o no, pero le sonaba pretencioso. Se mordió la lengua y no dijo nada, esperando a que Julián se preparase. Tras un par de minutos, éste levantó la vista del manuscrito y la miró.

-¿Preparada?- preguntó.

-Sí- respondió ella.

Julián empezó a leer. Primero hablaba muy deprisa y se atascaba, pero tras tener que volver a repetir algunos fragmentos un par de veces, consiguió un ritmo agradable que mantuvo hasta terminar la escena. Entonces levantó la vista y miró a Eva, expectante.

-¿Qué le parece?- preguntó.

Eva organizó sus ideas durante un par de segundos. Siempre lo hacía antes de criticar alguna obra.

-Le falta algo de movimiento para mi gusto- dijo ella- pero ya le digo que no suelo ir al teatro, por lo que tampoco lo tenga muy en cuenta.

Julián asintió, algo decepcionado y guardó el manuscrito de nuevo en su maleta.

-Luego hay más «movimiento»- se excusó Julián- esa escena es introductoria y conviene ir poco a poco.

En eso Eva estaba de acuerdo, por lo menos en lo que a películas se refería: una escena de acción nada más empezar solía resultar poco convincente, salvo en casos excepcionales.

-Luego le leeré algo más- propuso Julián- si quiere.

-Claro- respondió ella. Muy a su pesar, la apetecía saber más.

La conversación volvió a extinguirse. Julián cerró los ojos y empezó a respirar pausadamente, mientras Eva revisaba algunos correos electrónicos recientes a los que podía acceder en modo offline. La luz de emergencia parpadeó de nuevo y poco después se apagó. Julián no dijo nada y Eva no quería interrumpir su sueño, por lo que decidió dormir también; al fin y al cabo, había pasado mala noche y el cuerpo le pedía reposo.

Despertó, desorientada, oyendo gritos. La oscuridad lo envolvía todo.

-¡¿Hay alguien ahí?!- gritaba una voz, algo amortiguada.

-¡Sí!- gritó Julián a modo de respuesta-¡Estamos atrapados!

-¡Ahora les sacamos!- respondió la voz.

Al momento, empezaron a oírse ruidos y aunque no podía identificarlos, la llenaron de euforia.

-Sería cosa del edificio- comentó Eva- no han tardado mucho.

-Por suerte- respondió Julián desde las sombras.

-¿Cómo acababa la obra?- preguntó Eva- ya no tendrá ocasión de leérmela.

La respuesta no fue inmediata, como si las palabras avanzaran con extrema lentitud a través de la oscuridad.

-El protagonista logra convencer a todos de que la Tierra es plana y hunde la reputación del sabio- explicó Julián con voz neutra.

-Resulta irónico- comentó Eva, animada- al final, vence quien no tiene razón.

Las puertas se abrieron de golpe, y la luz los cegó.

-¿Y la moraleja?

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