jueves, 16 de febrero de 2012

Nueva normativa


Ricardo contemplaba, absorto, como caía la lluvia. Era una lluvia fina y hacía un día cálido; apetecía estar en la calle. Pero, como todos los allí presentes, tenía que trabajar.

Se abrió una puerta y entró Miguel con los hombros de la chaqueta picados de gotas y el pelo algo mojado.

-Buenos días- dijo en voz baja y, sin esperar respuesta, se fue a su despacho.

Ricardo frunció el ceño, molesto por lo impuntual que había sido su compañero, teniendo en cuenta que él siempre llegaba rigurosamente a tiempo a trabajar; no porque  que le gustase, sino porque era su obligación y debía cumplir con ella. Echó una última mirada a la puerta, ya cerrada, del despacho de Miguel y trató de volver a su cometido. Tras estar un par de minutos con la mirada perdida frente al ordenador, suspiró y volvió a embobarse mirando caer la lluvia.

-Ricardo- le llamó alguien. Este se giró, sobresaltado, pensando en una excusa convincente para su inactividad.

No era su jefe. Era Marcos, al que conocía de vista y con el que únicamente había intercambiado más de tres frases en una cena de empresa en la que tuvieron que sentarse uno al lado del otro.

-¿Qué pasa?- preguntó- ¿necesitas algo?

Marcos hizo un gesto con la cabeza señalando la puerta por la que había aparecido Miguel, que daba al pasillo.

-Ha dicho el jefe que vayamos todos a la sala de reuniones- dijo- Que da igual lo que estemos haciendo, que lo dejemos para luego.

Ricardo asintió, agradecido de tener una excusa para dejar el trabajo, en el que se sentía incapaz de centrarse.

-Díselo a Miguel, ¿quieres?- le pidió Marcos- yo iré a avisar a los demás.

Ricardo volvió a asentir sin convencimiento, dejó su ordenador en suspensión, recogió un poco su mesa y se dirigió al despacho de Miguel. Dio unos suaves golpes en su puerta y esperó la respuesta.

-Adelante- se escuchó, amortiguado.

Ricardo abrió la puerta y, sin soltar el pomo, se adentró un poco en el despacho de su compañero, al que no acostumbraba a entrar casi nunca.

-Dime- dijo Miguel, sin mirarlo. 

Aún tenía el pelo húmedo, pero se había quitado la chaqueta mojada, que descansaba en un perchero.

-El jefe nos ha convocado en la sala de reuniones inmediatamente- explicó Ricardo- a todos.

Miguel alzó las cejas, sorprendido, y tras dejar sus cosas en orden, le siguió. Por un momento, Ricardo se preguntó si debía avisar a alguien más, pero como no había recibido ninguna indicación al respecto, se encaminó a la sala de reuniones.

-¿Y qué quiere el jefe?- quiso saber Miguel.

Ricardo se encogió de hombros y no dijo nada, aún estaba molesto por el retraso del otro. Por el camino se cruzaron con Marina, que les saludó amablemente y que se enteró gracias a ellos de la reunión. La puerta de la sala estaba abierta así que entraron sin llamar. Se habían dispuesto una veintena de sillas formando un círculo, en una de ellas, estaba sentado el jefe, que fumaba un cigarro tranquilamente. No había nadie más.

-Sentaos- dijo el jefe sin quitarse el cigarro de la boca.

Miguel se sentó rápidamente y Ricardo, tras una breve vacilación, se sentó a su lado. Marina se sentó junto a Ricardo, y este sintió que era un pequeño triunfo frente al otro hombre, al que no podía evitar ver como un rival. Los tres miraron al jefe, pero este no se percató o fingió no hacerlo. Al poco llegaron Juan y Ángela, que se sentaron a cuatro sillas de distancia de donde estaban ellos tres, sin necesidad de ninguna indicación.

-¿Les molesta si fumo?- preguntó el jefe, mirando a los recién llegados

Juan negó con rapidez, pero Ángela se quedó callada unos segundos.

-Estoy mal de la garganta- murmuró ella- así que si no lo hace se lo agradeceré.

-Faltaría más- dijo el hombre mientras se levantaba, buscando un cenicero. Entraron cuatro personas más, el jefe hizo gestos para que se sentaran y salió de la sala.

-Ahora vuelvo- informó antes de desaparecer.

Llegaron David y Daniel, compañeros inseparables, acompañados de Alejandro, y posteriormente María, Julia, Eva y Nuria, antes de que el jefe volviera, ahora sin cigarro. Su sitio había sido ocupado en su ausencia, pero no pareció contrariado, permaneció de pie.
Llegó Marcos con tres personas más, que se sentaron donde pudieron.

-¿Falta alguien?- preguntó el jefe, mirando a Marcos.

-No, estamos todos- contestó este.

El jefe asintió y permaneció donde estaba, mirando a todos los presentes.

-Supongo que ya sabréis que ha salido la nueva normativa- inquirió con voz severa.

Algunos asintieron, otros permanecieron quietos en sus sillas, incómodos por no tener la información.

-Bueno, pues uno de los cambios es que se debe nombrar un portavoz de cada sección- explicó el jefe, pasando por alto que era obligatorio conocer la normativa vigente. Nadie dijo nada, pues no estaban seguros de lo que aquello significaba.

-No puedo nombrar al portavoz personalmente- continuó- debéis nombrarlo vosotros, entre todos.

El grupo intercambió miradas.

-¿Qué funciones tiene el portavoz?- preguntó Daniel.

-Se encargará de hacerme llegar todas las quejas y sugerencias de vuestra sección, asistirá a reuniones periódicamente y será el responsable de la coordinación con cualquier otra sección cuando sea necesario- explicó el jefe, sin detenerse. Se notaba que lo había recitado tal como se lo habían explicado a él.

Ricardo se sintió aliviado de que estuvieran reunidos solo para escoger un represente: por un momento había temido que la empresa hubiese quebrado y les mandaran a todos a la calle.

-Por supuesto el trabajo extra implicará una remuneración económica- añadió el jefe.

Nadie dijo nada, pero el ambiente de la sala cambió sustancialmente, todos lo notaron.

-Cuando hayáis elegido, avisadme- dijo mientras salía y cerraba la puerta tras de sí.

Se hizo el silencio, pero no duró mucho.

-Lo primero sería ver quien quiere presentarse- sugirió Eva.

Todos asintieron, conformes.

-Yo me presento- añadió, levantando la mano.

Casi una decena de manos más se alzaron. Entre ellas, las de Ricardo y Miguel.

-Parece que vamos a estar aquí un rato- comentó Juan con una sonrisa cansada; él no se presentaba.

Ricardo echó una rápida mirada a Miguel. Nunca había entablado amistad con él, y tampoco habían discutido nunca, por lo que cualquier otro día le hubiese sido indiferente su candidatura. Pero, por algún tipo de asociación extraña, sentía que debía superarle a toda costa. No le vendría mal el dinero extra e independientemente de lo que hubiese hecho este, se habría presentado, pero no podía negar que deseaba con todas sus fuerzas vencerlo.

-¿Y qué hacemos?- preguntó David, que se había presentado- ¿Votamos?

Casi todos los candidatos fruncieron el ceño. David era un tipo muy extrovertido, que granjeaba simpatías allá donde iba. Teniendo en cuenta que cada candidato se votaría a sí mismo y eran aproximadamente la mitad de los votantes, obtener tres o cuatro votos equivalía prácticamente a ganar, y David contaba, además de con su propio voto, con los de de Daniel y Alejandro con casi absoluta seguridad, que no se habían presentado.  Además, en caso de que se produjera un empate por la victoria y tuvieran que hacer una segunda votación, gran parte de los votos propios irían para él. Sin ir más lejos, si Ricardo no ganaba, le votaría, pues le consideraba un hombre capaz.

A regañadientes, todos asintieron, pues la votación era el método de elección popular por excelencia.

-Antes podríamos explicar un poco porque queremos el puesto y que medidas tomaremos si somos elegidos- sugirió uno de los que había llegado con Marcos… Le sonaba que se llamaba Ignacio, pero no estaba seguro.

-Un poco de campaña, ¿eh?- dijo David con media sonrisa.

Ignacio agachó la cabeza, avergonzado, pero asintió. La mayoría estuvo conforme.

-Yo propongo que no valga votarse a uno mismo- dijo Nuria- o no acabaremos nunca.

Ricardo iba a oponerse, pues eso no hacía más que darle votos a David, pero Miguel se le adelantó.

-No creo que sea buena idea- objetó.

Nuria entrecerró los ojos, contrariada.

-¿Por qué no?

Ricardo agradeció haber sido más lento que Miguel, pues no le hubiera gustado enfrentarse directamente con nadie, le habría resultado muy incómodo y podría haber metido la pata. Sin embargo, Miguel parecía muy resuelto.

-Todos deseamos el puesto, por eso nos hemos presentado- respondió Miguel, firme- si no nos podemos votar, votaremos no al que consideremos más apto, sino al que consideremos que tiene menos posibilidades que nosotros, para no obstaculizarnos.

Nuria no respondió, pero siguió mirando a Miguel.

-Y el resultado puede ser… inesperado- comentó Miguel, con una sonrisa irónica.
Aunque Ricardo estaba de acuerdo con la postura de Miguel, se sintió incapaz de no contradecirle.

-Bueno, pero si el resultado da muchos empates, como se teme Nuria, probaremos su método- dijo- creo que somos todos adultos responsables, y votaremos al que creamos mejor; al fin y al cabo nos tiene que representar.

Nuria aceptó la derrota con honores y se relajó. Miguel se quedó mirando a Ricardo unos segundos, pero finalmente se encogió de hombros.

-Bien.

Y empezó la campaña. La inauguró Eva, hablando de lo mucho que iba a esforzarse por mejorar las condiciones en las que trabajaban y por, gracias a una buena coordinación con otras secciones, mejorar el rendimiento, lo que con casi toda seguridad les granjearía buena reputación y algún aumento. Le siguió Nuria, sentada a su lado: ella habló del mucho tiempo que llevaba en la empresa, y que gracias a su experiencia obtendría buenos resultados, pues sabía exactamente qué aspectos debían cambiar para el beneficio de todos. Posteriormente habló un tal Pablo, que les contó las penurias por las que estaba pasando al estar su mujer y su hijo en el paro.

Ricardo se sorprendió al darse cuenta que estaba divagando y que había ignorado las promesas y ruegos de casi todos sus compañeros.

-… iré uno por uno preguntándoos que es lo que no os gusta y trataré de solucionarlo- prometió Ignacio- da igual el tiempo que me lleve.

Dicho esto, se sentó. Ricardo se fijó en que habían seguido un estricto orden en los discursos, siguiendo la línea que formaba el círculo de sillas. Si seguían el orden lógico, le tocaría a David, luego a Miguel, luego a él y por último a Ángela.

-Bueno, todos me conocéis- dijo, con una pizca de arrogancia- la verdad es que me llevo bien con el jefe, por lo que será más fácil que le vaya llevando quejas. Además vivo cerca, por lo que no me será difícil venir a las reuniones aunque sean a horas intempestivas.

Daniel soltó una carcajada y se disculpó, avergonzado. David le ignoró y miró a Pablo, que se removió inquieto en su silla.

-Siento lo que estás pasando y sé que todo ingreso extra que tengas es bien recibido- dijo con seriedad, contrastando con su habitual conducta jovial- pero, con todos mis respetos, los extras de este puesto no te van a solucionar la vida, así que no lo pintes como si el sustento de tu familia estuviera en nuestras manos.

Pablo le aguantó la mirada, sin mostrarse avergonzado ni culpable.

-¿Para qué quieres tú ser portavoz? – inquirió Pablo, incluso más serio que David- ¿Para estar más cerca de ser el nuevo jefe? ¿Para poder comprarte una moto? Quizás os haya parecido exagerado, pero realmente necesito el dinero.

David no respondió, permaneció en pie, mirando a Pablo. El tiempo pareció congelarse. Y, por fin, David se sentó sin añadir nada más. Ricardo tuvo que contener una sonrisa de la que se avergonzaba enormemente: aquello había dejado a David totalmente fuera de juego, incluso podía significar que Daniel y Alejandro se replantearan sus votos. No significaba necesariamente su victoria, pero estaba seguro que su discurso, al ser de los últimos, mantendría el poder de persuasión hasta el momento de la votación, lo que le daba cierta ventaja.

-Me gustaría retirar mi candidatura- murmuró Ángela, antes de dar tiempo a Miguel a decir nada- no me sentiría bien sabiendo que le estoy quitando el pan de la boca a una familia que lo necesita, cuando con lo que tengo vivo bien.

Ángela miró a Pablo con compasión y este sonrió, agradecido. Los demás candidatos se removieron, inquietos. Todos dirigieron su mirada hacia Miguel y Ricardo, pues solo quedaban ellos dos. La presión era enorme, se esperaba de ellos que capitularan en favor del necesitado, como correspondía a personas cívicas y altruistas. Ricardo miró a Miguel, vacilante; si su rival capitulaba, también lo haría él y con toda seguridad Pablo ganaría. Pero Miguel le sostenía la mirada a Pablo y parecía inmune a la presión grupal. Ricardo se contagió de parte de su determinación y se relajó. Ninguno de los dos iba a renunciar. Cuando los demás fueron conscientes de ello, la presión se redujo, aunque hubo cuchicheos y miradas acusadoras.

-No estamos decidiendo quien necesita más el puesto- dijo Miguel, sin levantarse- sino quien está más capacitado para llevarlo a cabo. Y, objetivamente, no creo que ese seas tú, Pablo.

Todas las miradas se centraban en Miguel, que no había dejado de mirar a Pablo desde la última intervención de este.

-¿Y por qué no?- preguntó Pablo con confianza tras su victoria sobre David, el claro favorito, aunque con cierto resentimiento por la acusación.

-Sigo vuestro rendimiento activamente y el tuyo ha bajado considerablemente, supongo que a causa de tus problemas -contestó Miguel, sin inmutarse- No creo que sea conveniente sobrecargar a alguien cuyo rendimiento ya está bajando por el estrés.

Ricardo sintió un escalofrío. Si se proponía desacreditarle, lo tendría fácil: últimamente perdía bastante el tiempo y le costaba horrores concentrarse en su labor. Por suerte no tenía mucho trabajo en esas fechas y, por lo menos en su opinión, no resultaba evidente su falta de actividad.

También Pablo parecía contrariado. Buscó miradas de apoyo en sus compañeros, pero todos parecían algo aturdidos.

-Yo no tengo porqué hacer promesas- continuó Miguel, sin apartar la vista de Pablo- llevo realizando las tareas que se van a asignar ahora al coordinador desde hace ya algún tiempo y sin remuneración, podéis preguntarle al jefe, os lo confirmará.

Pablo ya no sostenía la mirada a Miguel, ahora se miraba los pies, ceñudo. Ricardo tragó saliva. Miguel había ganado, indiscutiblemente. Poco podía hacer él para superar aquello. Y se empezaba a dar cuenta de los inconvenientes de ser el último: todos los argumentos que podía emplear, todas las promesas, ya habían sido usadas. Todas las miradas estaban fijas en él, incluso la de Miguel. Ricardo se levantó, inseguro.

-Bueno- dijo con un hilo de voz- si me votáis, pondré un buzón de sugerencias…

Se quedó callado, no sabía que decir. Todos seguían mirándole. Miguel le miraba. Quería gritar que él había llegado tarde a trabajar, que esa no era la actitud adecuada para el representante de la sección, pero sabía que sería en vano, que conseguiría desacreditarle fríamente. Respiró hondo. Poco importaba lo que dijera.

-En realidad, creo que todos lo haríamos bien- comentó, desganado- no parece un trabajo muy complicado.

Todos le miraron, extrañados.

-Lo único que hay que hacer es ir a hablar con el jefe cuando se rompa algo o falte algo- prosiguió Ricardo- ir a reuniones en las que no tendrás apenas que participar. Seamos sinceros, casi nunca cooperamos entre secciones, ya me cuesta saberme todos vuestros nombres como para tener contactos fuera de aquí.

Ricardo se dejó caer en su silla, rendido.

-Si me queréis votar, pues bien- masculló- pero vamos, que eso ya cada uno…

Empezaron las votaciones. Se repartieron trozos de papel en los que cada cual ponía el nombre del candidato al que votaban. Ricardo decidió votar a Miguel, quien iba a ser claro vencedor, para tratar de demostrarse a sí mismo que aquello no le importaba, aunque se sentía despagado. Tardaron poco en reunir los votos. Fueron Juan y Marina quienes contaron los votos.

-El ganador es… David- anunció Marina con voz átona.

Este soltó una carcajada incrédula, y miró a Alejandro y Daniel alternativamente. Estos le palmearon la espalda y le dieron la enhorabuena. Ricardo estaba igual de sorprendido que él. Miró a Miguel, sin comprender. Este le devolvió la mirada e hizo gesto de «otra vez será».
Marcos se levantó y se desperezó disimuladamente.

-Voy a avisar al jefe- dijo mientras salía de la sala.

La puerta se cerró con un suave golpe.

-¿Qué ha pasado?- le preguntó Ricardo a Miguel.

Este se levantó y se pasó la mano por el pelo, que aún brillaba por la humedad.

-Nada que no se pueda olvidar contemplando la lluvia.

4 comentarios:

  1. Desconcertante final desde luego...

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  2. siempre hay intriga final.tu fan n 2

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  3. Desde luego, siempre nos dejas las neuronas cavilando....

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  4. Llevo un rato dándole vueltas al final, y no le pillo el intríngulis final. A veces pienso que lo que quieres es quedarte con nosotros, tus sufridos lectores.

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