lunes, 6 de diciembre de 2010

Oscuridad enlatada

Camino lentamente, arrastrando los pies. Mire donde mire, sólo hay negrura. Negrura bien definida, sólida e impenetrable. Más de una vez, me he acercado a ella y la he rozado con las yemas de mis dedos. No es una textura desconocida. Es áspera, como la realidad. Me pregunto que habrá detrás de este insondable muro. Desecho el pensamiento. No vale la pena desperdiciar fuerzas en algo inútil. El muro negro no puede ser derribado con las manos desnudas… Sigo avanzando, como tantas otras veces, iniciando de nuevo el ciclo: Avanzar, rozar mi prisión, parar. La desesperación no me consume. No es del todo desagradable estar aquí. Y es que estoy completamente solo. Ningún alma mora aquí, ya que ninguno de sus recipientes así lo quiso. Supongo que yo haré lo mismo, cuando desfallezca y ya no pueda ni completar mi sencillo ciclo. Pero la llegada de mi caída se pospone una y otra vez. Leves rayos de luz llegan intermitentemente, trasformando el absorbente negro en indiferente gris. Mi esperanza es monocromática. Vago sin rumbo, sí. Pero no sin objetivo. El origen de la luz debe estar en algún punto del infinito. Ahí me dirijo. Procuro no pensar en qué pasará cuando llegue. Porque sé que la oscuridad que me envuelve espera ávidamente a devorar esa débil esperanza. Es lo único que perturba mi sueño, perder mi esperanza. “Si no la tuvieras, no existiría ese miedo a perderla”- me susurra al oído. Y poco a poco, esa idea va tomando fuerza. ¿Para qué combatir al rival omnisciente? De nuevo, detengo mi marcha y me acerco a la que debe ser la última pared que voy a rozar. Pero esta vez, algo es diferente. Me mancho. La oscuridad se adhiere a mi dedo, mostrando debajo… ¿verde? Apenas el grosor de una hoja de oscuridad.
Todo cobra sentido. No me he rendido a estar en la oscuridad. Me he rendido de estar en ella. No me equivoco. Todo se consume. Abro los ojos. El mundo monocromático queda reservado de nuevo para personajes de películas antiguas. Los colores me expresan su alegría, al verme de vuelta. Me echaban de menos. Echaban de menos insuflarme los conceptos a los que están relacionados. Disfruto el momento. Pero sé que volverá a pasar. Sé que, tarde o temprano, el negro volverá a engullirme. No le culpo. También me echa de menos y quiere que sienta su color.
Únicamente le pido que, la próxima vez, me deje llevar un abrelatas.

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