miércoles, 20 de julio de 2011

Desarrollo

Me despierto antes de lo habitual, no encuentro ninguna postura que me resulte cómoda. Desorientado, me levanto y llego al baño. Me hurgo los lacrimales para quitarme las legañas mientras me miro al espejo con disgusto por el mal aspecto que presento. Me rasco la cabeza y siento que tengo el pelo grasiento, así que me dirijo a la ducha. Ahora que hace calor, tengo por costumbre dormir desnudo, lo que me ahorra unos insignificantes segundos de espera. Voy graduando la salida y temperatura del agua hasta que la siento tibia y empieza el ritual.

Hasta aquí todo normal.

Pero mientras el agua corre por mi cuerpo, siento que algo no encaja. Extrañado por esta sensación, voy palpando mi cuerpo, esperando encontrar el origen de esta aprehensión. Creedme si os digo que no tardo en descubrirla.

Me ha salido cola. En principio se podría pensar que es un juicio demasiado rápido, que estoy confundiendo un habón o una hinchazón con una extremidad, pero no cabía duda, era una cola.

Salgo de la ducha sin siquiera haberme enjabonado y me miro la cola en el espejo. Brota exactamente de donde (según mis vagos conocimientos anatómicos) debe acabar la columna. La toco con cuidado, es suave al tacto. Siento cierta repulsión al contemplarla, parece un enorme parásito. Estiro de ella levemente y noto como se tensa. Trato de hacer que se mueva pero soy incapaz, no sé cómo hacerlo.

Me siento en un taburete y desayuno, absorto en la contemplación de mi recién adquirida extremidad. Busco información en internet, pero solo encuentro estupideces, para variar.

Empiezo a experimentar, trato de vestirme ocultando la cola, pero abulta demasiado y es evidente su presencia. Reflexiono. Al fin y al cabo, no he hecho nada malo por lo que tenga que ocultarme. Llamo a mi médico y le explico la situación. Insiste en que vaya a verle, pero me avergüenza tener que salir a la calle. Después de una breve discusión, accede a venir a verme a mi casa, asegurando represalias en caso de que se trate de una simple broma. Tardará media hora en llegar. En ese lapso de tiempo, ordeno la casa lo mejor que puedo: vivo solo y no recibo visitas, por lo que el estado de higiene es bastante lamentable, aunque no resulta insalubre.

Llaman a la puerta. Pregunto por educación, aunque está claro que es el médico. Llevo puesto un albornoz únicamente, ya que no puedo utilizar ninguna prenda inferior sin realizar una oportuna abertura, pero no quiero dañar mi ropa interior aún. Durante al menos un incómodo minuto, el médico se me queda mirando sin decir ni hacer nada. Cuando se recobra, me explica que ha habido caso de malformaciones en recién nacidos, pero que es el primer caso registrado de alguien a quien, de la noche a la mañana, le crece una cola. Todo un misterio. Le pregunto con cierta urgencia si es posible extirparla. Me dice que debe realizar ciertas pruebas, pero que en principio es posible.

El resto de esa semana estoy en el hospital. Mi caso se mantiene en secreto para evitar un revuelo mediático. Durante este tiempo, aprendo a mover la cola. No es un movimiento preciso, apenas “menearla” tal como pueden hacerlo el resto de los animales. Mi estancia en el hospital finaliza cuando mi médico me informa que es posible extirpar sin riesgos para mi salud. Le doy las gracias.

Dos días después, me operan. Cuando despierto, se me informa de que la operación ha sido un éxito. No me dejan llevarme la cola a casa, me dicen que la necesitan para realizar diversos estudios. No tenía demasiado interés en conservarla, de todos modos. Antes de irme, me dan un galardón. Al parecer, he contribuido a la medicina y a la antropología más que una docena de investigadores mediocres. Acepto el galardón sin pretensiones, les doy las gracias por educación y regreso a mi casa.

Cuelgo el galardón en un corcho que tengo colgado en la cocina y me lo quedo mirando. “Por su inestimable ayuda a la investigación médica” reza el grabado.

Sonrío, complacido. Ya no tengo que agujerear mis calconcillos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario