miércoles, 10 de octubre de 2012

Vagina y probeta

En teoría hoy no debía ir al laboratorio porque estoy de vacaciones, pero me habían llamado muy excitados pidiéndome que fuera, que era importantísimo y que bien podía perder una mañana de rascarme la tripa en el sofá para ver aquello. Se habían negado a entrar en detalles, pero según habían dicho, era “un bombazo”. Para que nos entendamos, en mi laboratorio no suele haber “bombazos”. No es que estemos de brazos cruzados, pero nos dedicamos a una investigación muy aplicada, por lo que los resultados no suelen ser sorprendentes. Esperas que salga tal y cual, y cuando lo consigues, pasas a otra cosa. No es una revolución tecnológica lo que buscamos, perseguimos una progresión lenta y segura, en la que he depositado toda mi confianza, pues los cambios paulatinos suelen ser bien recibidos, mientras que los “bombazos” suelen dar bastantes problemas. 

Así que entre que debería estar de vacaciones y que los “bombazos” no son lo mío, entro en el laboratorio de mal humor. El olor a productos químicos me embota la nariz, pero resoplo y entro en el pequeño despacho al que he sido convocado. Descubro que, en realidad, no conozco al hombre que se levanta para recibirme, pero el laboratorio es lo bastante grande como para que eso pueda ocurrir. Lo que más me llama la atención es la jaula que tiene sobre la mesa, dentro de la cual un pequeño ratón roe sin prisa una manzana. 

-Me alegra que hayas venido- dice a modo de saludo- ¿qué tal las vacaciones? 

Me quedo atónito durante un momento. Es un trato muy familiar para no conocernos de nada… ¿O tal vez él si me conoce pero yo nunca me he fijado en él? La situación me resulta incómoda, pero al final decido imitar su estilo. 

-Cortas- me quejo- desde el primer día ya parece una cuenta atrás para volver aquí. 

Mi recién descubierto compañero asiente sin decir nada, para que el tema no se prolongue. 

-Bueno, ¿para qué estoy aquí?- pregunto sin dejar de mirar al roedor. 

-Necesito tu valoración sobre algo- me contesta. 

Permanezco callado. No nos conocemos, así que lo que quiere no es una opinión de amigo, alentadora y sesgada. Busca una opinión sincera, directa y posiblemente negativa. Quiere saber a qué atenerse cuando presente el descubrimiento ante gente que no tenga un interés especial en su triunfo. Es una especie de entrenamiento. Me habrá escogido precisamente por la ausencia de relación. 

-¿Es sobre la rata?- le pregunto. 

-No, no es sobre la rata- responde. 

-¿Entonces que hace aquí?- insisto. 

No tengo nada en contra de los ratones. Pero un animal en un laboratorio suele emplearse para saber si un producto es o no tóxico, así que si hay ratas, es que se está manejando algo potencialmente peligroso. Un “bombazo”, peligroso y encima en vacaciones. Genial. 

-También necesitaba su opinión- bromea- y parece que da el visto bueno. 

El ratón seguía a lo suyo. Y con seguía a lo suyo me refiero a que seguía vivo. 

-Venga, dime que pasa- le pido, molesto- que estoy de vacaciones, joder. 

Mi compañero sonríe y me palmea la espalda. Debe estar realmente contento, porque su actitud no es nada reflexiva. 

-Te lo cuento mientras almorzamos, ¿vale?- sugiere. 

Pongo una mueca, pero accedo. Vamos a la salita del café. Está abarrotada, totalmente llena. Debe estar todo el equipo. Frunzo el ceño: nunca está todo el equipo a la hora de almorzar, siempre hay unos cuantos que almuerzan por libre, o más tarde, o directamente no almuerzan. Pero hoy están absolutamente todos, estoy seguro. ¿Nos habrá reunido a todos para contarnos la noticia a la vez y así asegurarse que no había filtraciones antes de hora? 

Entro a la salita y descubro milagrosamente dos sitios libres. Él no llega a entrar, se ofrece a ir a por los cafés, a lo que accedo y desaparece en dirección a la máquina, a por ellos. Me siento y le espero. Nadie me hace ningún comentario, cosa que agradezco, no tengo ganas de hablar con nadie. Me pongo a pensar. ¿Qué sentido tiene explicarme un “bombazo” en una sala tan abarrotada? No tiene sentido. 

-Aquí tienes- dice nada más aparecer, mientras me ofrece el café con una amplia sonrisa. Parece incluso más contento que antes. 

Le doy un sorbito, compruebo que está demasiado caliente y lo dejo sobre la mesa. 

Se hace el silencio. Absoluto silencio. Normalmente siempre hay un par de conversaciones y alguien trasteando por el laboratorio, pero hoy estamos todos en la salita del café y nadie habla. 

Coge una manzana y me tiende otra a mí. La acepto y le doy un bocado. Ambos masticamos en completo silencio. Doy otro sorbito al café. Echo un rápido vistazo a mi alrededor, extrañado por la falta de bullicio. 

Todos nos miran. En realidad, todos me estaban echando miraditas desde que había llegado, pero suponía que era porque había estado de vacaciones y les sorprendía verme. Pero no, no era por eso. 

-¿Cómo está la manzana?- me pregunta con tono distraído. 

Miro la manzana. Y de pronto todo encaja. Todos estaban en el ajo. El ratón. ¿Qué estaba comiendo el ratón? Fruta. ¿Qué fruta...? Una manzana. “También necesito su opinión” había dicho sobre el ratón. El ratón había probado la manzana y no había notado nada raro. Y ahora era mi turno. Había probado la manzana… Y la verdad es que no había notado nada raro. ¿Le habría echado algo? Me la había ofrecido él, podía haberla tenido preparada desde antes de que yo llegara. Eso explicaría el trato informal, para poder invitarme a almorzar y ofrecerme fruta sin que desentonase. 

-Está normal- digo con cautela- sabe a manzana. 

Alguien se levanta y se va. El resto nos sigue mirando disimuladamente, al darse cuenta que me he percatado, fingen no prestar atención. 

-Vale, vamos a mi despacho- dice mi compañero- ya acabamos de almorzar allí. 

-Yo ya estoy lleno- miento mientras tiro el resto de la manzana a la basura y apuro el café. Fijo mi vista en él intensamente, tratando de penetrar en su mente para descubrir la razón de todo esto. 

Me parece ver un destello de angustia cruzar sus ojos durante un segundo. Vale, no cabe duda, le había hecho algo a la manzana. No da más muestras de estar contrariado: nos levantamos y nos vamos a su despacho. Él si se lleva su manzana. Llegamos a su despacho, él se sienta y yo no tengo más remedio que permanecer en pie. 

-¿Te sientes raro?- me pregunta tras haber estado observándome en absoluto silencio durante más de un minuto. 

-No, estoy perfectamente- mascullo molesto por este extraño juego al que estamos jugando. 

Asiente y le da otro bocado a su manzana. 

-¿Qué opinas de…?- empieza a decir con voz vacilante, pero se detiene a un gesto mío. 

-¿Qué le has echado a mi manzana?- inquiero, tajante. 

Mi colega frunce el ceño, contrariado al ver alterada la línea que había decidido seguir. Permanece en silencio durante una cantidad inusualmente larga de tiempo, como si tuviese que recomponer cachito a cachito todo lo que va a decirme porque yo se lo he hecho añicos. Me siento culpable, pero desecho la sensación al recordar que él me ha ofrecido una manzana alterada sin consultarme si quería participar en su experimento. 

-Es una manzana artificial, la hemos hecho aquí- responde con firmeza, de golpe, mientras atrae mi atención hacia la que tiene en la mano. 

-¿Hecho…?- murmuro. 

-Hecho- confirma- fabricado. 

Extiendo la mano. Parece dudar un instante, pero me la pasa. Le doy un nuevo bocado, ahora saboreando con más detenimento. Sabe a manzana. 

-Me tomas el pelo- digo. No nos dedicamos a ingeniería genética ni a alimentación. Simplemente, no encajaba. 

-Te lo aseguro, la hemos sintetizado en este mismo edificio. 

Miro al ratón, que sigue dando mordisquitos tímidos a la supuesta fruta. Algo en mi interior se revuelve, incómodo. 

-¿Cómo?- pregunto. 

Se encoje de hombros. 

-Todo empezó de casualidad. Ya llevamos bastante tiempo trabajando en esto. 

Una evasiva. No me extraña. 

-No sabía nada- me quejo. 

-Solo los que trabajamos en el proyecto lo sabíamos- se defiende- teníamos que evitar filtraciones. Además, no estábamos seguros de si nos iba a salir bien. 

Permanezco callado. Le devuelvo la manzana. Siento una leve náusea, como si mi cuerpo empezase a rechazar la fruta sintética. Mi compañero me mira con gravedad al ver como palidezco debido al malestar. 

-Venga ya- me recrimina- sabes tan bien como yo que no todo lo natural es bueno y lo artificial malo. 

Me remuevo, inquieto. Sí, claro que lo sé. Si pensara que todo lo artificial es malo, no trabajaría en un laboratorio. 

-Aún no sabemos si vamos a poder venderlo- me confiesa- la legislación sobre alimentos es bastante estricta, además de que la opinión pública estará en nuestra contra. Pero confiaba en que por lo menos la comunidad científica nos apoyara… 

-¿No os apoya?- inquiero. 

-Aún no lo hemos hecho público, tú eres la primera persona ajena al proyecto a quien se lo decimos. 

-Entonces aún no sabéis si la comunidad científica os apoyará o no- razono. 

-Tú eres miembro de la comunidad científica, y tu opinión ha quedado clara- responde, abatido. 

-Oye, que yo no he dicho que esté en contra- me defiendo. 

-Tu cara ha hablado por sí misma. 

De fondo, el blando sonido del ratón royendo la “fruta”. 

-Bueno, es que me ha chocado mucho- me quejo- ni siquiera me había planteado algo así. 

-Realmente no es tan raro- reflexiona- los componentes de la manzana no nos son desconocidos: fibra, aminoácidos y esas cosas. Tampoco te digo que sea fácil, pero no hemos hecho magia. 

Me repaso los dientes con la lengua, tratando de encontrar un signo de que empiezo a podrirme, pero todo sigue en su sitio. 

-No sé, no me parece bien- admito- no es por eso de “jugar a ser Dios”, simplemente me parece que no es una buena idea. 

Mi compañero sacude la cabeza, frustrado. 

-Es exactamente igual que una natural- insiste- ni te va a alterar el organismo, ni te va a ocurrir una reacción imprevisible al digerirla, ni te vas a intoxicar. 

Me siento como un niño al que sus padres le reprenden porque no lo gusta la verdura. 

-¿Es igual ABSOLUTAMENTE en todo?- inquiero. 

Él flaquea un poco, vacilando entre verdades a medias. 

-Bueno, no tiene semillas- reconoce- así que no se puede sembrar para obtener más. Pero eso lo considero más bien un beneficio… así nadie puede hacer más sin nuestro permiso y tenemos controladas todas las unidades fabricadas. Además… como no tiene corazón en el centro, se puede comer toda. 

-Pues entonces no es una manzana- concluyo- es otra cosa. 

-¿Sólo porque no se puede reproducir?- pregunta al instante, contrariado- ¿entonces qué pasa, que las mujeres estériles no son mujeres? 

Me muerdo el labio, aturdido. Se nota que tenía esa respuesta preparada, pues era sin duda el Talón de Aquiles de su defensa. 

-Es distinto- murmuro sin mucho convencimiento. 

-Lo que pasa es que no te gusta lo de “jugar a ser Dios”, aunque digas que no es eso- me recrimina. 

-No es eso- insisto- es que la alimentación me parece un campo muy delicado y no creo que debamos meternos. 

-También la salud es un tema delicado y sin embargo los medicamentos sintéticos son una de las puntas de lanza de lo que entendemos por civilización moderna. 

No puedo negar eso, pero la idea de la comida completamente sintética (no únicamente procesada) me repele. 

-Piensa en como se verá afectada la economía- le digo- todo el sector de la agricultura se derrumbará. Mucha gente lo pasará mal. 

-Mucha gente YA lo pasa mal- me replica seriamente- si gracias a esto se obtiene comida con menos esfuerzo y coste, se podría enviar más a los necesitados al mismo precio. ¿Le niegas la comida a esa pobre gente? 

-Eso es demagogia- refunfuño. 

-También lo tuyo- contesta. 

La situación se ha vuelto tensa, tengo ganas de irme a mi casa y olvidarme de todo esto. De decirles “haced lo que queráis, pero no contéis conmigo”. Pero no puedo hacer eso. 

-No creo que todos los descubrimientos sean buenos- comento. 

-Ni yo- admite él- pero este en concreto sí. No tiene ninguna desventaja, salvo que la sociedad lo rechaza porque va en contra de sus creencias. 

-Pues si la gente no lo acepta, deberíais dejarlo- razono. 

Me responde con un fuerte golpe en la mesa, la frustración empieza a convertirse en rabia. 

-¡Pero es irracional! ¡Es estúpido!- grita- ¡Me cago en la puta, ¿por qué no lo entiendes?! 

Aprieto los puños y contengo las ganas de dar media vuelta e irme. Respiro hondo y poco a poco nos vamos tranquilizando. 

-Perdón- masculla. 

Le disculpo con un movimiento de cabeza. Ambos nos quedamos mirando el ratón. A él no parece importarle en absoluto la procedencia del alimento, sigue hundiendo cada vez más el morro en el agujero que ha ido creando, como si de un gusano se tratase. Maquiavélico. 

-¿Si ahora una empresa fabricara unos seres idénticos a las personas, exactamente igual que habéis hecho con las manzanas, los aceptarías como iguales?- le pregunto seriamente. 

Durante unos segundos parece confuso, como si le hubiese dado un sartenazo (no sé porque me viene a la cabeza esa comparación). Se cruza de brazos. Sabe que es una pregunta trampa, por eso está tan alterado. Solo aceptándolos como iguales, cuando obviamente no lo son, puede mantener su postura, por tanto, es insostenible. 

-No creo que sea extrapolable a lo que estamos hablando- se queja. 

-¿Por qué no?- insisto, triunfante- son exactamente iguales en todo, piensan, sienten, tienen miedos, esperanzas… pero no se pueden reproducir y han salido de una probeta en vez de una vagina. 

Se estremece. De pronto, han cambiado las tornas y soy yo quien defiende el progreso y él la tradición. 

-Centrémonos en las manzanas, por favor- dice, algo inquieto. 

-¿Qué problema tienes?- digo, sabiendo que he metido el dedo en la yaga- ¿no te gustan las personas sintéticas? 

-Simplemente no veo la relación con lo que estamos hablando- se defiende, con los brazos aún cruzados. 

-Pues yo creo que está bien clara- refunfuño. 

-Da igual, ya he oído tu opinión sobre las manzanas- sentencia mientras se levanta- puedes irte. 

No me voy. Me quedo mirándole fijamente. Me devuelve la mirada. 

-Gracias por tu colaboración- recalca, como buscando las palabras mágicas para que desaparezca. 

-¿Te gustan las manzanas sintéticas y no las personas sintéticas?- insisto- ¿no te parece un contrasentido? 

Mi compañero aprieta los puños y de pronto siento miedo de que me golpee. Avanza un paso hacia mí y yo retrocedo. Golpeo con el codo la jaula del roedor, que suelta un chillido y se refugia en su ridícula casita. 

-Vete- me ordena, con tono autoritario- vete de una vez. 

Pero yo no me muevo. 

Mantengo la mirada fija en la jaula. 

En la manzana. 

En el agujero que el ratón ha roído profundamente, hasta el centro mismo de la fruta. 

Y en el corazón que por ahí asoma.

1 comentario:

  1. Bien, Felipe, ya se echaba de menos la profundidad de tus elucubraciones. Y tus finales contradictorios. Me ha gustado.

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