Sé fuerte
Cada
vez que le hablaba del último sobre rechazado veía
el orgullo en sus ojos. Los días especialmente malos ella siempre me abrazaba
cariñosamente y me aseguraba que hacía lo correcto, que debía ser fuerte. Me
pedía que, por mucho que mis compañeros me presionaran, me mantuviese firme en
mi decisión. Me susurraba que, aunque de todos modos la gente pensara que era
corrupto, yo no debía ceder.
Yo siempre asentía, callado,
tratando de atesorar aquellos maravillosos momentos que tanto necesitaba,
alejado de todas aquellas asfixiantes miradas de reproche. Saber que ella creía
en mí me daba fuerzas: si podía engañar a mi madre, podía engañar a cualquiera.
Escudo de letras
Cuando acabe la noche
Lo que daría porque fuese ya
de día y su dulce voz me susurrase “lavavajillas”, “espumadera” o “colesterol”... o
cualquier otra cosa, lo que fuera. Normalmente la salida del sol marca el fin
de las pesadillas y tengo la esperanza que será entonces cuando parpadeará, me
mirará y dejará de ser un frío cadáver sobre mi cama.
Sin palabras
Las palabras que ha aprendido
por la noche las repite entre dientes por la mañana obsesivamente, decidido a no
olvidarlas. No aprende para aprobar un examen o para impresionar a nadie, lo
hace para sí mismo. Ahora es incapaz de expresar con palabras todo el horror
que sintió cuando vio aquellas chanclas con calcetines, así que aprende vocabulario
con la vana esperanza de ser capaz algún día.
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