miércoles, 19 de enero de 2011

Esperanza

[Antes de nada: No es un relato de amor. Me gustaría que tuvierais eso en mente al leerlo]


Estoy embelesado. En realidad, siempre lo he estado, solo que aún lo sabía. La veo en todas partes. Su forma se desdibuja en cada nube, en cada sombra, en cada figura que se me aproxima con ojos indiferentes.

Veo por doquier pequeñas chispas de calidez. Siento que algunas me rozan, haciéndome tiritar cuando se extinguen. Y sé que son suyas. Es ella la que me las trae. Sólo para mí. Sé que ella es mía, no puede ser de otra manera. Cualquier otra alternativa es inconcebible. Otros dicen poseerla o haberla poseído. Eso me enfurece. Me enfurezco con ellos, por sus desesperadas mentiras. Y me enfado conmigo. Siempre estoy enfadado conmigo. Pero no puedo enfadarme con ella. Y es que ella es mi mundo y mi futuro. Sé que ella velará por mi bien. Si no fuera por ella, no vería nada. Solo quedaría azar y desolación. Por ello debo conservarla. Debo hacer lo que sea por ella, incluso cosas innombrables. Pero sé que son por una buena causa. Todo lo hago por ella. Todos saben de su generosidad y sabiduría.
Veo su mano fugazmente, se despide. Se me encoge el corazón. Otras veces lo ha hecho. Se despide y finge irse. Entonces, la desesperación me invade y me rompo en pequeños trocitos. Pero siempre sale de su eficaz escondite para recomponerme. Es una dura labor, pero no se ha quejado. Nunca. Siento que esta vez es diferente. Todas las otras veces he sentido que es diferente, pero esta vez, seguro que lo es. No va a volver. Me giro para ver como mi sombra se relame: Voy a ser suyo de nuevo. Algo trepa por mi espalda. Nada bueno trepa por las espaldas. Pero no hago nada. Ya no está mi protectora para velarme.

Algo sale por el cuello de mi camisa. Es un reluciente reloj, que con sus delicadas patas se encarama a mi cabeza, colocándose cómodamente donde ella solía posar su mano para consolarme. El frío contacto del metal me desorienta al principio, pero lentamente se va calentando al contacto con mi piel. Esta vez no me he roto, apenas unas finas grietas. No se diferencian en nada de los estragos de la edad. El reloj en mi cabeza me susurra palabras de ánimo. Nada que se pueda transcribir. Nada tangible. Pero cumplen su cometido, me animan.

Me he encontrado otra figura. Apenas perfilada. Pero me ha asegurado que ella era suya. He sentido lástima. Lástima por él. Lástima por mí. Y lástima por ella. Le he asegurado que había sido mía. No me ha creído. Ha salido corriendo creyendo haberla visto en el destello de unos ojos.

Me la he encontrado. Me mira fijamente. Sigue igual, tal vez incluso más hermosa, más cautivadora, más deseable. Ella es todo lo que siempre he querido. La miro y me sonríe. Su sonrisa me hace sonreír. Las grietas de mi piel se van soldando. Mi rostro se va desdibujando. El reloj de mi cabeza se aparte diligentemente cuando ella quiere posar de nuevo su mano en mi cabeza. Vuelve reptando a mi espalda, a la espera de volver a ser necesitado. Pero sé que mientras ella esté conmigo, todo lo demás es innecesario.

Me ha parecido verla, pero no era ella. Era la figura. Pero esta agrietada. Encima de su cabeza, en un precario equilibrio, se mantenía una botella de cristal, con un contenido oscuro. Le he dicho que ella volvía a ser mía. Me ha mirado con lástima. No entiende nada. Solo es otro triste personaje de la interminable lista.
He salido corriendo, la he visto en el destello de unos ojos.

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