miércoles, 10 de agosto de 2011

Maldad

Descanso tranquilamente en mi cómoda butaca, después de un duro día de trabajo. Aún no es demasiado tarde, aunque ya ha anochecido. No tengo ningún plan para lo que resta de día, así que permaneceré en casa, cenaré sobras (supongo que algo queda) y veré alguna película en la televisión hasta que me venza el sueño durante algún interminable desfile de anuncios. Sonrío ante la agradable perspectiva, pues ya no me restan fuerzas para hacer nada más.

Oigo un ruido a mis espaldas, me giro con parsimonia y mis ojos se encuentran con los de un hombre. Es un hombre adulto, atlético, con unas cejas espesas. Su boca es apenas una fina línea, pues todo él está en tensión. Lleva guantes y en la mano derecha empuña una pistola.

No siento ganas de gritar ni de correr por mi vida, pues no acabo de asimilar la situación. Simplemente, me quedo donde estoy y miro al asaltante extrañado.

-¿Quién es usted?- le pregunto, sin apenas pensar.

El hombre me apunta con el cañón de su arma y se acerca lentamente.

-He venido a matarle- informa mientras se coloca frente a mí.

Se me hiela la sangre. Su cara es demasiado seria como para tratarse de una broma. Hasta ahora, jamás había pensado en la muerte como algo real y posible. Más bien pensaba en ella como en alguna especie de concepto vago e impreciso, que ocurría en lugares lejanos a través de mi televisor. Es cierto que familiares míos han muerto y sentí pena porque vislumbré levemente qué jamás volvería a verlos ni a saber de ellos, pero aún así, no pensé que pudiera ocurrirme a mí. Supongo que no hay concienciación social de estas cosas, aunque tampoco creo que haga falta.

Salgo sobresaltado de mis pensamientos cuando el arma produce un chasquido metálico. No sé absolutamente nada de armas de fuego, por lo que desconozco la función de dicho sonido.

-¿Por qué va a matarme?- le pregunto sin poder dejar de mirar la inescrutable negrura del cañón del arma. Sé que al otro extremo hay una bala que saldrá despedida a enorme velocidad y perforará mi piel, mi carne y mis órganos. Supongo que el hombre está apuntándome a la cabeza, aunque también podría ser al cuello. No conozco donde resulta más mortífera la herida, pero lo que me preocupa es donde dolerá más. Según tengo entendido, la perforación del hueso es muy dolorosa, por lo que la cabeza debería ser peor. Pero tal vez resulte más rápido y no llegue a sentir nada.

-Me han contratado para hacerlo- dice el hombre secamente.

-Alguien no me tiene mucho aprecio- comento.

El hombre se encoje de hombros, sin dejar de apuntarme.

-¿Le gusta su trabajo?- le pregunto, pues el entumecimiento fruto del terror está remitiendo y siento una extraña calma.

-Es un trabajo- se excusa- Lo hago para poder vivir, no porque me guste hacerlo.

Lo cierto es que tiene sentido, la gente que disfruta realizando su trabajo es una minoría por la que nunca he sabido si sentir envidia o lástima.

-Entonces, si pudiese dejar de hacerlo, ¿lo dejaría?- le pregunto, con la esperanza de sacar algo en limpio, pues de nada sirve realizar hipótesis si luego no trato de corroborarlas. Esto no es cuestión de fe.

-Claro, si me tocase la lotería, por ejemplo, no tendría que volver a trabajar- contesta- Una pena que no me haya tocado, ¿eh?

Asiento sin mucha convicción. Si él no hubiese aceptado el trabajo, otro lo habría realizado en su lugar, pero no me quiero poner puntilloso, porque entiendo que quiere decir.

-¿Se considera una mala persona?- la pregunta me venía rondando desde hacía tiempo, mucho antes de la aparición del asesino. Y ya que no habrá otro momento para conocer la respuesta, no quiero desaprovechar la oportunidad.

El hombre tuerce el gesto y baja el arma, pensativo.

-En realidad, trato de no pensar mucho en ello. No es lo que esperaba hacer cuando era niño, desde luego. Sé que no todas las personas que mato se lo merecen, pero asumo que, en líneas generales, le hago un favor al mundo.

Hay un breve silencio, pues el hombre no parece haber acabado de hablar, por lo que yo no empiezo.

-Así que no, no me considero una mala persona- concluye- igual que supongo que los soldados tampoco, a pesar de que también matan seres humanos.

Aquello me sorprende. Siempre había pensado que los criminales eran conscientes del daño que hacían al mundo, que eran “los malos”. Al parecer, no es así, aunque tampoco puedo juzgar el comportamiento ni pensamiento de todos ellos por el de este único individuo.

-Pues no se ofenda, pero yo creo que sí que es usted malo- le confieso- Mata personas que no desean morir. Independientemente de que hayan hecho con sus vidas, les arrebata algo que les es muy preciado y que usted ni siquiera desea.

La cara del hombre se ensombrece y me mira sin decir nada. Espero un tiempo prudencial para que diga algo, pero permanece delante de mí, paralizado. Así que, puesto que aún no he dicho todo lo que tengo que decir, continúo.

­-Se escuda en que lo hace para vivir, que su vida depende de ello- de pronto, se me ocurre- ¡Es usted un vampiro!

El hombre alza las cejas, sorprendido. Me levanto y el hombre retrocede ágilmente mientras vuelve a apuntarme con su arma. Su mirada vuelve a ser fría y tensa.

-Piénselo- digo eufórico- le arrebata la vida a los demás para poder seguir viviendo usted. En cierto modo, les chupa la sangre porque la necesita como alimento.

El hombre ya no parece escucharme, a mi entender, está bastante molesto.

-Las personas a las que mato siempre dicen cosas en sus últimos momentos- dice el hombre lentamente- En general, suelen insultarme. Otros suplican y apelan a mi humanidad. Otros juran venganza.

Se genera otro silencio, mientras el hombre me mira y yo miro su arma.

-Pero es la primera vez que me llaman vampiro- admite- Y, la verdad, me ha dolido bastante.

-Lo lamento, no era mi intención ofenderle- digo, sintiéndome estúpido por disculparme ante quien ha de ser mi asesino. Pero no puedo evitarlo, no me siento a gusto hiriendo a otras personas.

El hombre niega con la cabeza.

-No, no se disculpe. Para qué negarlo, tiene razón.

Por primera vez, pasa por mi cabeza la esperanza de salir vivo de esta. Justo entonces, vuelve el miedo, pues ahora tengo algo que perder.

-Entonces, ¿Qué opina ahora de su trabajo?- le pregunto, expectante.

Suena un estruendo y antes de que pueda entender que ha pasado, he muerto.

En mi opinión, fue un momento bastante inoportuno para dispararme, porque quería saber que pensaba el asesino. Bueno, dado que finalmente me mató, supongo que no planea renunciar a su trabajo. Tal vez acepte el hecho de que su vida depende de la muerte de otras personas, igual que todos (o casi todos) aceptamos la muerte de animales que nos han de servir de alimento. O tal vez no le de mayor importancia a este hecho y siga pensando que “en líneas generales” hace una buena labor. Otra posibilidad es que acepte la maldad inherente a su labor como consecuencia inevitable a la que se tendrá que acostumbrar, así como los albañiles se acostumbran a un profundo bronceado y los camioneros a la soledad.

Y aunque ya no tengo forma de saberlo, espero que la respuesta a mi última pregunta fuese:

-Ser vampiro es un trabajo como otro cualquiera…

3 comentarios:

  1. Otra vez formidable, Felipe.
    Estupendo el final, con la originalidad continuación de la narración por el protagonista tras su propia muerte, casi como si fuese un espectador de la misma, y estupendo el hecho de que en ningún momento se sepa el móvil del asesinato de encargo, reforzando la idea de que eso no tiene ninguna importancia en el desarrollo del relato ni en la forma de actuar de los dos personajes. Enhorabuena.

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  2. Para que negarlo, como siempre me ha encantado, aunque no logre salir de mi asombro, como puede escribir un hombre inteligente muerto?.

    Esta frase es buenísima y roza la genialidad "Suena un estruendo y antes de que pueda entender que ha pasado, he muerto."

    Un premiazo guapo.

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  3. Realmente no es que lo esté escribiendo, simplemente lo está narrando. Era necesario que continuara el relato después de él muerto, así que esa era un solución.

    Y gracias por tu comentario.

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