sábado, 10 de septiembre de 2011

El poderoso de los poderosos

Muy lejos, en el vasto océano, hay una isla. Nadie ha desembarcado nunca en sus costas, pero está habitada desde tiempos remotos. La población, como todas las sociedades cerradas, teme los misterios del exterior, pues de él solo les llega desgracia en forma de potentes vientos y lluvia. Pero, muy de vez en cuando, el mar implora su perdón ofreciendo presentes que deposita delicadamente en las costas. Son objetos misteriosos, algunos de brillantes colores, algunos duros y algunos tan ligeros que van contra la razón. Los habitantes saben que el mar solo los recoge y se los entrega, pero no los crea. Son los Poderosos quienes los fabrican para cumplir propósitos que a los humildes isleños se les escapan.

Los Poderosos pueden hacer cualquier cosa y así lo demuestran, pues ellos crean las tormentas que los azotan y hacen brillar el Sol que les da vida. Los lugareños les han visto sobrevolar el cielo mucho más alto que los pájaros y surcando el mar para ir más allá del horizonte, pues vagan sin cesar en el mar infinito. Fueron los Poderosos quienes crearon esa isla para ellos, la única isla en toda la interminable extensión de agua. Nadie sabe a ciencia cierta por qué la vida en la isla es tan dura y acarrea tanta privación y sufrimiento. Pero los lugareños la consideran una prueba: Los Poderosos están creando una isla mucho más grande y perfecta a la que trasladarán a aquellos que hayan sabido aguantar y esperar, así que deben separa a los que son dignos de los que no. Así es, todo cuanto tienen que hacer es quedarse allí nutriéndose de esas esperanzas a la espera de un mundo mejor. Por supuesto, la muerte no supone un obstáculo, pues devolverle la consciencia a quien la ha perdido es un juego de niños para los Poderosos.

Solo hay una cosa que los Poderosos no toleran y es que se invada su hogar, el infinito mar. “Nosotros en la isla y ellos en todo lo demás” reza el dicho. Aquellos que osan pisar el mar son castigados tanto por los Poderosos como por los isleños: Los Poderosos les prohíben la entrada a la nueva isla y los isleños acaban con su vida, pues bien es sabido que el que pisa el mar una vez desea volver a hacerlo.

Un día, mientras Yerenek daba un paseo por la orilla contemplando el maravilloso mar, encontró a un hombre inconsciente. Estaba completamente empapado y las olas le golpeaban una y otra vez, tratando sin duda de empujarlo lejos de un terreno al que no pertenecía. Portaba algo extraño encima de la piel, una especie de segunda piel de un color extraño, un color que solo habían visto en los presentes del mar. Yerenek corrió al poblado e informó a los habitantes. Hubo mucho revuelo, pero al final se decidió capturar al desconocido.

Hablaba una lengua extraña, desconocida para ellos, y parecía bastante asustado. Repetía una y otra vez “náufrago”. Todos tenían curiosidad, pues había venido del mar. Por supuesto, no podía ser un Poderoso, pues era claramente humano, pero podía ser un enviado de ellos con algún designio. Así que, puesto que ellos le habían enviado a través del mar, no tenía sentido matarlo precisamente por haberlo hecho.

Se acogió al Enviado en el poblado y lentamente fue aprendiendo la lengua. Además, era el único que podía tocar el agua. Todos aguardaban expectantes el día que dominara suficiente el idioma para transmitir el mensaje. No convenía presionarle, cuando los Poderosos tuvieran previsto que hablara, hablaría. El Enviado aprendió muchas cosas sobre la isla, los Poderosos y el mar. Solía asentir con gravedad cuando descubría algo nuevo.

Y un día, finalmente, les reunió a todos. Parecía muy nervioso y contagió su nerviosismo a los nativos.

-He tratado de prepararme lo mejor que he podido para este día- dijo el Enviado- Pues sé que solo tengo una oportunidad y necesito que todo quede claro.

Su tono era solemne y solo el silencio le respondía, pues todos contenían el aliento.

-Soy…- prosiguió- Un Poderoso.

Antes de que nadie dijera nada, el Enviado alzó los brazos, rogando calma. El shock (y la ira en algunos casos) era colosal, pero nadie se movió.

-Y la isla más grande más allá del mar existe- proclamó con voz grave.

Esta vez no pudo evitar gritos de asombro. Muchos lloraron de felicidad mientras otros le miraban, recelosos, pues algo en todo aquello no encajaba.

-Pero no es lo que esperáis- prosiguió- No es un lugar perfecto sin sufrimiento.

De nuevo, solo silencio. Algo se resquebraja en la mente de todos.

-Allí vivimos los Poderosos- continuó- Allí creamos los presentes que os trae el mar, y los artefactos que nos permiten volar y surcar el mar.

-Pero los Poderosos viven... Quiero decir, vivís en el mar- puntualizó un lugareño.

El Enviado meneó la cabeza, con cierto disgusto, pues si empezaban a hacer preguntas nunca acabarían.

-Vivimos en muchas islas, no solo en una- explicó- Necesitamos cruzar el mar para ir de una a otra. Aunque también se puede ir por el cielo. Pero en el mar no vive nadie. No es un lugar sagrado, podéis usarlo siempre que queráis.

Hubo gritos ahogados, pero el Enviado levantó nuevamente los brazos y suplicó silencio.

Y empezó a hablar.

Les explicó ellos no habían creado el mar ni la isla. Les explicó que ellos no enviaban las tormentas para castigarlos. Les explicó que ellos no los vigilaban ni velaban por sus destinos. Les explicó que no podían devolverle la vida a los muertos. Y les explicó que ellos no les ponían a prueba para saber si eran dignos. Todas esas creencias eran un error, fruto de una falta grave de información.

-Todas esas cosas- concluyó-, las hace Dios.

1 comentario:

  1. Original, Felipe, y desconcertante el final, más viniendo de tí. Ya me explicarás quién es el Enviado (¿otro humano cualquiera, porque si no en algo me he perdido?

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