jueves, 7 de marzo de 2013

La escena antes del beso

Desde que había entrado en mi mundo había estado observándola. No sabía si ella era consciente de esto, pero poco importaba, no tenía intención de interferir en sus acciones de ningún modo: me disuadía el miedo a que me rehuyera y no poder ya siquiera mirarla. Bebía cada uno de sus movimientos: sus giros, sus pausas, su actitud inquieta e incansable… Y a cambio, no le daba nada, a pesar de que era obvio que necesitaba ayuda, porque aunque el esfuerzo que realizaba era inspirador, resultaba totalmente inútil. Mientras la contemplaba con afán casi científico, entendí que era la prueba viviente de que hace falta algo más que buena fe para triunfar frente a la adversidad. Hace falta además cierta comprensión de aquello que se enfrenta, sin llegar a la empatía, claro está, pero suficiente para entender qué fin persigue. 

Deseaba advertirla de que su esfuerzo era doblemente vano: ni conseguiría superar los obstáculos, ni encontraría lo que buscaba en caso de superarlos. No eran más que desesperadas cábalas qu- 

-¡Deja de mirar esa mosca de la ventana y ponte a estudiar!- me reprendió mi madre, severamente. 

Suspiré, me despedí mentalmente de mi hipnótica compañera y volví a lo mío.

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