domingo, 22 de abril de 2012

Erosión

//Lamento la tardanza y que sea tan corto, esta semana no estaba inspirado. Ah, y tendrá otra entrega. Esta es más bien una especie de presentación chapucera//.

Hacía una temperatura agradable, aún no era muy tarde y me sentía lleno de energías, así que decidí ir a dar un paseo. Me calcé una chaqueta fina y salí de mi casa, sin preocuparme demasiado de si dejaba bien cerrado o a qué hora volver. Simplemente salí por la puerta, aspiré aire profundamente y empecé a andar. Fui contemplando sin demasiado interés los escaparates y a los transeúntes, mientras me alejaba más y más de mi hogar. No quería tener que estar pendiente de la hora, así que decidí que cenaría en cualquier lugar cuando tuviese hambre. Encontré estimulante un plan tan poco perfilado, aunque en general me consideraba una persona prudente, poco amante de los riesgos. Se me ocurrió que podría llamar a algún amigo y preguntarle si le apetecía cenar conmigo. Saqué mi teléfono móvil y llamé.

-¿Diga?- respondió alguien al otro lado de la línea.

-Hola, soy yo- dije.

-Ah, hola- dijo mi amigo- ¿qué pasa?

-¿Te apetece salir a cenar por ahí?- le pregunté- hace un día estupendo.

Hubo un corto silencio, tal vez de sorpresa. He de reconocer que no era un plan que encajara demasiado bien con el concepto que mi amigo debía tener de mí.

-No puedo, mañana madrugo- se disculpó.

-Oye, que solo es cenar- dije- te puedes acostar a una hora perfectamente razonable aunque vengas.

«Bueno, probablemente». Mi amigo pareció dudar.

-¿Quién va?- preguntó, sopesando la posibilidad.

Me rasqué la cabeza, sabiendo que mi respuesta no iba a beneficiar a mi causa.

-Pues tú y yo, no he llamado a nadie más- admití con sinceridad.

-¿Y se lo ibas a decir a alguien más?- quiso saber.

-No tenía intención de hacer ninguna cena gigante, yo también tengo que madrugar mañana- respondí- pero sí que podían venir uno o dos más.

Otra breve pausa de indecisión.

-Si viene alguien más, voy- prometió.

Sonreí y le colgué, establecido de mutuo acuerdo que le volvería a llamar si conseguía un tercer (e incluso cuarto) integrante. Rebusqué en mi agenda en busca de algún otro simpatizante que no viviese demasiado lejos y que considerara moderadamente probable que quisiera venir.

Encontré a uno, pero no llegué a hacer la llamada. Sentí como algo tiraba de mí y luego me precipité por algo que no puedo recordar. Cuando volví a abrir los ojos, me encontraba en una especie de sillón mullido. Frente a mí, un hombre y una mujer con unos uniformes bastante extravagantes; me recordaban vagamente a médicos.

-¿Dónde estoy?- balbuceé, desorientado.

-Tiene un acento peculiar- comentó la mujer con una entonación que sonó a extranjera- era esperable.

Traté de incorporarme, pero me fallaron las fuerzas.

-¿Dónde estoy?- repetí.

-En el futuro- contestó el hombre- a 1000 años de tu presente.

Le miré, atónito. Hacía un escaso minuto estaba planeando una cena improvisada y… ¿ahora estaba en el futuro? Era descabellado.

-Lamentamos haberte arrancado de tu tiempo- añadió la mujer.

Traté de volver a levantarme, pero el asiento cedía bajo la presión que yo ejercía y no conseguía incorporarme. Tampoco pude rodar para dejarme caer por un lado, era como si el asiento estuviera reteniéndome deliberadamente. Los dos científicos (o por lo menos pensaba que eran científicos) me miraban, divertidos.

-Pensaba que en su época disponían de mecanismos automáticos- comentó él.

-Tal vez fueran aparatos muy rudimentarios- respondió ella.

Les miré, molesto.

-Déjenme salir de aquí- les amenacé.

-Que tiempo verbal más curioso- dijo ella mientras me observaba retorcerme.

El hombre asintió, no parecía disfrutar de mi pelea con el sofá (o lo que rayos fuera) como lo hacía ella.

-¿Cómo me levanto?- pregunté, desesperado.

-Pidiéndolo, obviamente- me contestó el científico. Parecía molesto por mi incompetencia.

Fruncí el ceño ante tanta arrogancia.

-Levánteme, por favor- rogué, extendiendo la mano.

-Otra vez- comentó ella- se refiere a nosotros en tercera persona en vez de en segunda. Es curioso.

-Tal vez tenga un fallo de lenguaje- aventuró él- tampoco comprende las indicaciones.

-Estoy siendo educado- dije amargamente- puedo hablaros en segunda persona, no tengo ningún «fallo de lenguaje».

La mujer sonrió, impresionada.

-¿Es una muestra de cortesía de tu época emplear una sintaxis equivocada?- me preguntó.

-No- respondí- solo hablar en tercera persona cuando te dirijas directamente a alguien a quien tengas respeto o no conozcas.

-¿Y no os resultaba confuso?- preguntó ella.

-Pues no- contesté, irritado por las miradas condescendientes- me resulta mucho más confuso levantarme de esta cosa.

-Pídele que te levante- respondió él- pero sin esa estupidez de la sintaxis alterada.

-Levántame- dije, aturdido.

La masa a mi espalda se endureció y me empujó suavemente hacia adelante, hasta que me puso en pie. La sensación había sido extraña, estaba seguro de que me había dejado una mancha de barro en la espalda.

-¿Qué queréis de mí?- pregunté.

-Todo a su tiempo- respondió ella- hay mucho que hacer.

1 comentario:

  1. Intrigante, Felipe. La trama y el título, a ver qué tienen que ver entre sí. Esperaremos con impaciencia la continuación.

    ResponderEliminar