sábado, 14 de abril de 2012

Renuncia


La pausa para el café. Un breve lapso en el que desconectar de todo y relajarse, a pesar de estar rodeados por la labor y es necesaria una inquebrantable voluntad para no acabar sorbiendo el líquido, taciturno, mientras se escurre tristemente el tiempo restante de descanso.

-Bueno- mascullé- será hora de ir tirando.

Eva me retuvo con un gesto mientras apuraba su taza a grandes tragos. Suspiré y tiré mi vaso desechable a la basura. Voló por mi lado el vaso de Eva, chocó contra la pared y cayó limpiamente al cubo. Le lancé una mirada de reproche.

-No te he dado- se defendió ella.

Sacudí la cabeza mostrando mi desacuerdo y nos pusimos en marcha.

-¡Esperad!- gritó alguien cuando ya habíamos salido.

Nos giramos y vimos a Enrique, el novato. Estaba pálido.

-Doctora Eva, doctor Hugo- dijo respetuosamente. Aunque me parecía que nombrar los títulos era innecesario, siempre sentía un hormigueo muy agradable cuando alguien decía «doctor Hugo».

-¿Qué pasa?- pregunté.

-Tienen que ver esto- rogó, inquieto. Eva y yo nos miramos. Los novatos solían ser bastante alarmistas y siempre pensaban que habían descubierto algo crucial que lo iba a cambiar todo. Pero no por ello debían ser despreciados, si habían sido aceptados en el Centro es que eran capaces.

-Pues vamos- accedió Eva con el tono seco y autoritario que solía emplear con los nuevos para amedrentarlos.

Los tres nos dirigimos al minúsculo laboratorio de Enrique. Siempre he pensado que no se puede obtener nada bueno en unas condiciones tan poco favorables, pero cada cual hace lo que puede.

Cuando llegamos, Enrique se sentó en la única silla y accedió a su ordenador. Eva y yo permanecimos en pie, algo incómodos.

-Miren- dijo Enrique señalando la pantalla.

Ambos la miramos. Personalmente esperaba no entender nada, pero lo cierto es que los conceptos clave de la investigación me eran familiares. El trabajo de Enrique parecía girar en torno a la esperanza de vida y que aspectos influían en ella.

-Dios mío- gimió Eva mientras se tapaba la boca con la mano.

La miré, alarmado, y volví rápidamente a la pantalla. No veía el problema.

-¿Estás seguro de esto?- continuó Eva.

Enrique asintió, cada vez estaba más pálido. Mi vista vagaba caóticamente, buscando el elemento que había hecho saltar la alarma de mis dos compañeros, pero no veía nada. Cambié el peso de pierna, incómodo.

-¿Hace cuanto que lo sabes?- preguntó Eva- ¿lo sabe alguien más?

-No, no se lo he dicho a nadie- se apresuró a decir Enrique- y lo he descubierto hace un par de horas. He estado tratando de encontrar algún error desde entonces, pero nada.

Mi vista se posó de pronto en un concepto que me era familiar. Seguí desde allí y también me tuve que llevar la mano a la boca.

-Joder- gruñí.

Enrique me miró, inquieto. De los allí presentes, yo era el que tenía más autoridad. Por tanto, recaía sobre mí la responsabilidad.

-¿Estás completamente seguro?- inquirí muy seriamente.

Él volvió a asentir. Me parecía imposible que pudiese empalidecer más.

-¿Qué hacemos?- me preguntó Eva.

Apreté los dientes, sin dejar de mirar la pantalla.

-Debemos comunicárselo al consejo de dirección- respondí- es nuestra responsabilidad informar de todos los descubrimientos realizados.

Eva se mordió el labio, indecisa.

-Si se comunica oficialmente al consejo de dirección, ya no habrá vuelta atrás- advirtió Enrique- se hará público.

Carraspeé, tenía la garganta seca.

-¿Y qué sugieres, que lo tapemos?- le dije.

-Sí- intervino Eva- creo que sería lo mejor.

Ambos la miramos, sorprendidos.

-No podemos taparlo- dije- tenemos que decírselo al consejo.

Eva negó lentamente con la cabeza.

-Enrique tiene razón- murmuró- si se lo decimos al consejo, se hará público.

-Bueno, tampoco sería el fin del mundo- comenté no demasiado convencido.

-Pues yo creo que será un desastre- afirmó Eva, firme.

Miré a Enrique, parecía estar de acuerdo con ella.

-Todo el mundo sabe que el tabaco es malo y sigue habiendo fumadores- reflexioné- ¿va a dejar la gente de ser feliz porque la felicidad perjudica la salud?

-Le estás quitando importancia- se quejó Enrique- se podrían vivir más de doscientos años una vida sin felicidad.

Doscientos años. Por supuesto era un cálculo aproximado, pero no dejaba de ser un dato abrumador.

-Personalmente no voy a dejar de buscar ser feliz por esto- comenté- y al resto de la gente le pasará igual.

-Con su edad, tampoco habría gran cambio- comentó Enrique, pero su comentario fue ignorado.

-Motivo de más para no decirlo- argumentó Eva atropelladamente- ¿cómo te sentirás durante un momento dulce, al ser consciente de que sentirte así te está robando años de vida a un ritmo alarmante?

Suelto un bufido, contrariado. Ciertamente no sería agradable.

-¿Qué buscamos aquí, sino mejorar la vida de la gente?- insistió Eva- no creo que promover la infelicidad sea mejorar la vida de nadie.

-Pues yo creo que privar a las personas de la mitad de su esperanza de vida tampoco es precisamente positivo- argumenté- lo mejor sería decirlo y que cada cual haga lo que considere mejor.

Enrique parecía indeciso, pero Eva se mantuvo firme.

-Todo el mundo se verá afectado- dijo Eva- habrá menos gente feliz y más con ansiedad, se sentirán culpables al disfrutar de cualquier cosa.

Me crucé de brazos, inflexible.

-No creo que tengas derecho a robarle cien años de vida a todo el mundo- la reprendí- déjales decidir.

-Creo que Hugo tiene razón- murmuró Enrique- hay que darles la oportunidad de elegir que es bueno para ellos.

Me sentí triunfante durante un segundo, pero me entró el pánico sabiendo que esa sensación me estaba matando. Me recorrió la espalda un escalofrío y me mareé. Trastabillé y no me caí porque Eva me sujetó a tiempo.

-¿Estás bien?- me preguntó.

Asentí débilmente con la cabeza, buscando una excusa convincente.

-Me gustaría ir al baño- gemí.

Eva asintió y me sirvió de apoyo hasta el lavabo. Aunque se ofreció a entrar conmigo, ya me sentía más recuperado y entré solo. Me refresqué la cara y estuve un par de segundos contemplando mi reflejo, ojeroso y pálido. Cuando me sentí dispuesto, salí del aseo: Eva ya no estaba. Volví al laboratorio de Enrique, allí estaban ambos. Al verme entrar, Eva me sonrió ampliamente.

-¡Había un error!- me informó con entusiasmo.

Miré la pantalla, pero ya no mostraba los resultados de la investigación. Luego miré a Enrique: también sonreía, pero parecía tenso. No podía culparle, habían sido unos minutos muy desagradables.

-Es un alivio- murmuré.

-Necesito una tila o algo- comentó Eva- ¿nos tomamos un descanso?

10 comentarios:

  1. Eso seria la razon de mi longetividad.Eres un filosofo.FN2

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  2. Profundo, Felipe. Y con final feliz, que de vez en cuando también se agradece. Muy bien la tensión mantenida durante medio relato hasta saber qué es lo que tanto influia en la felicidad. Y muy bien la disquisión casi ensayística sobre si a veces es preciso mantener a la gente en la ignorancia para que no hagan un mal uso de "su" felicidad. Ya lo decían los griegos que la felicidad está la ignorancia de la verdad, o sea que cuanto más sabemos menos felices somos (es cierto que también somos más libres, menos manipulables, etc). Tu relato es el paradigma de esto: si no sólo supíéramos, sino que además lo que supiesemos es que la felicidad acorta la vidad, todavía seríamos más infelices (más longevos, pero más infelices). O sea que quizás es mejor no saber tanto.

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    1. ¿Quién tiene derecho a decidir que es bueno y que no lo es? ¿Los científicos? ¿El gobierno? ¿Dios? Prefiero la felicidad al conocimiento, pero no quiero que nadie decida por mí que me hace feliz.

      Así que lo mejor es no pensar en ello.

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  3. tambien me gusta mucho leer al Anonimo que sabe juzgarte con tanta ecuanimidad. fn2

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  4. Saber y decidir, esa es mi opcion, es lo mas libre. Desasosegante el relato,

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    1. Este relato se puede reducir a una línea: ¿Qué es más importante, ser feliz o ser libre? Hace falta una voluntad y un idealismo férreo para elegir libertad. Mi más sincera admiración por ello.

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    2. No me seas reduccionista, Felipe. ¿Cómo no va a ser posible ser feliz y libre, a la vez? ¿Sólo porque lo dijeran los griegos? Es una civilización superada. Se puede ser libre y feliz, saber y ser feliz, no vivir en la ignorancia y ser feliz. Sólo hace falta inteligencia para saber qué es lo que importa o no de lo que se sabe, y cuándo debe importar. Tú mismo eres un vivo ejemplo de ello. Si no fuera así tu final feliz se acaba convirtiendo en una tragedia. Y si no, míralo desde el polo opuesta: en ausencia de libertad - aunque sea libertad física, más fácil de entender - no hay felicidad posible; ésta es finalmente la razón por la que han fracasado todos los regímenes totalitarios en el mundo (comunismo, dictaduras en general...) porque el sacrificio de la libertad en beneficio de la felicidad (aunque en este caso se trate de la "felicidad colectiva") acaba sin la una y sin la otra. O sea que mejor concluir lo contrario, es más positivista: a modo de silogisimo, si libertad = búsqueda de la felicidad => más libertad = más probabilidades de ser feliz. Ale, buenas noches.

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    3. No discuto que se pueda ser libre y feliz, no soy tan extremista. Solo planteo que considera cada uno más importante.

      Y el problema de la esclavitud como ejemplo de como la falta de libertad genera desdicha no me parece adecuado. ¿No crees que la infelicidad de ellos deriva de SABERSE esclavos? Al fin y al cabo, si les convencieran de que son unos privilegiados (ya sea por comparación con épocas pasadas o regiones colindantes, o gracias a la religión), a pesar de carecer por completo de libertad, no creo que se sintieran desdichados. Es el conocimiento de la situación, el darse cuenta de que hay cosas mal lo que trae consigo la infelicidad. ¿Consideras que las vacas son infelices antes de llegar al matadero, por estar condenadas? No, porque no lo saben. Por eso sigo defendiendo que la felicidad y el conocimiento están enfrentados. Y personalmente lo digo pensando en los niños, cuyos padres se desvelan por protegerlos del conocimiento que les perjudico (mediante la censura) mientras tratan de hacerlos felices satisfaciendo sus deseos. Y creo que es opinión general que la infancia es una etapa dulce y maravillosa.

      Y el problema de las dictaduras es que la "felicidad colectiva" al final no se traduce en felicidad individual. Si un sistema consisitiera en unos "padres" que nos protegieran de todo conocimiento que nos perjudicara y se desviviera por traernos la felicidad, sin corromperse ni obcecarse con mantener el poder, creo que funcionaría bien.

      Así que planteamos la cuestión con nuevas palabras: ¿si pudieras, volverías a la infancia?

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  5. Felipe, esto podría ser una disquisición fin, y probablemente tanto tú como yo tenemos razón. Hay muchos ejemplos donde el conocimiento implica felicidad (por ejemplo saber de la hambruna en Africa te hace más infeliz que si no lo supieses, saber que tu pareja te engaña también te hace más infeliz, por poner unos ejemplos. De hecho, y por reduccion al absurdo, si se diera el caso extremo de que lo conocíeramos TODO en la vida, y no nos quedara NADA por aprender, no tendriamos ni un sueño, ni una ilusión. Pero dado que el conocimiento es también una necesidad para casi todo el mundo, es decir, NECESITAMOS SABER, el no satisfacer esta necesidad sería una fuente terrible de infelicidad. Por eso mantengo que seguir aprendiendo nos hace, como normal general, más felices, aunque sólo sea porque nos hace más libres para tomar decisiones con criterio, pero también porque nos hace tener este mismo criterio para saber apreciar la importancia de todas las pequeñas o grandes cosas que nos deben permitir ser felices. Dicho de otra forma: sin saber no podemos ni siquiera saber cuándo no somos felices, ni por qué somos felices hoy y no lo somos mañana. Sobre tu pregunta de si volvería o no a la infancia, mi respuesta es que no, porque en otras cosas en aquella época yo no te había conocido todavía. Otra prueba más de que el conocimiento (en este caso de tu existencia) te da muchas veces puntos para ser algo más feliz.
    Por cierto, algunos (tu fan nº2 la primera, pero también otros fans) estamos intrigados sobre tu relato de esta semana. ¿Qué pasa, vaguete?

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