lunes, 7 de febrero de 2011

La Orden de Damocles (Parte I)

-Joder…- fue lo único que Daniel pudo articular cuando su teléfono móvil empezó a sonar, tanteó a ciegas en su mesilla de noche, y soltó una maldición cuando lo oyó caer al suelo. Abrió un ojo, vio la luz que desprendía el móvil y lo cogió. Le dio al botón de aceptar llamada y lo dejó hacer sobre la almohada.

-¿Si?- dijo, con un hilo de voz.

-¿Dani? Siento llamarte a estas horas…

-Pues no haber llamado, gilipollas- respondió Daniel, irritado.

-No la tomes conmigo- se quejó alguien al otro lado de la línea- ya te desahogarás con quien haya hecho esto… Estoy en la Calle “El Dorado”, pita cuando llegues y saldré a buscarte.

La idea de tocar el claxon a las… (¿Qué hora era? Tarde… No, más bien ya era temprano) a aquellas horas y despertar a todo un barrio le hizo aflorar una sonrisa.

-Voy para allá.

Daniel colgó, se levantó, algo más despejado, y fue alumbrado por la luz del móvil hasta el baño, se lavo la cara, se vistió, cogió las llaves de su coche, y en veinte minutos ya estaba camino de la Calle “El Dorado”. Él era inspector de policía, especializado en homicidios. No entró al cuerpo por vocación, su padre había sido poli… y el padre de su padre, y el padre del padre de su padre… Así que no tenía demasiada elección. Pero después de ver lo que algunas personas eran capaces de hacer, cambió su forma de enfocar su trabajo: Empezó a tomarse los casos como personales, no descansaba hasta no dar con el asesino, si fuera por él, ninguno de los que él atrapaba vivirían, pero si mataba alguno, dejaría de ser policía, y ya no podría detener a nadie más y eso si que no lo podía consentir.

Vivía solo, no porque fuera antisocial sino porque no quería obligar a nadie a tener que convivir con él, ya que sabía que no podría hacer feliz a nadie con su estilo de vida. Diez minutos después, llegaba a “El Dorado”. Tocó el claxon frenéticamente y no paró hasta que vio a David, él que le había llamado, tocar en su ventanilla.

-¡Imbécil de los cojones!- le gritó.

Daniel sonrió complacido, le gustaba ser extremadamente puñetero, era una de las pocas cosas que le divertían.

-¿Sabes la cantidad de denuncias que van a poner por esto? Dentro de nada, tendremos aquí a una legión de vecinos sedientos de sangre.

-Yo me he tenido que joder, pues que compartan mi sufrimiento.

-Eres como un crío… No se como puedes ser policía.

Daniel salió de su coche y vio por el rabillo del ojo como un pequeño contingente de ciudadanos visiblemente exaltados se aproximaban a su coche.
-Venga David, vamos, antes de que lleguen.

David suspiró y se puso en marcha a paso ligero, cuando Daniel pudo averiguar donde debía ir, empezó a correr y entró en el edificio. Segundos después, entró David, resoplando.

-¡Cierra, cierra!- le apuró Daniel

David cerró la puerta y echó el pestillo, que era especialmente grueso. A los pocos segundos, se oyó como se aporreaba la puerta, pero no abrieron.

-¿Sois imbéciles o que?- gritó alguien desde detrás de la puerta.

-Diles lo que pasa- le dijo Daniel a David.

-El propietario de esta casa ha muerto, somos policías y estamos investigando…

-… Y hemos hecho eso para que vengáis todos aquí y así poderos hacer algunas preguntas- sentenció Daniel

Hubo un breve silencio y luego la gente estalló en vítores, se oyeron carcajadas y algún que otro “¡Por fin!”.

Daniel descorrió el pestillo y abrió la puerta.

-¿Qué mierda celebráis?

-¡El Tirano a muerto! ¡Es a mejor noticia que nos podían dar!

-¿El Tirano?-dijo David, extrañado

-El dueño de esta casa era Marcos Henares, el cabrón más grande que ha parido madre- dijo uno.

-¿Por?- dijo Daniel, secamente, le irritaba ver a la gente tan feliz, independientemente de la causa.

-Este hombre era dueño de toda esta calle, tenía TODAS las casas, nosotros vivíamos alquilados. También era él quien nos daba el trabajo… Así que dependíamos de él completamente y se aprovechaba de nosotros. Nos chantajeaba, nos cobraba lo que quería y nos pagaba lo que quería… Pero no es momento de recordar todas las atrocidades que el Tirano cometió, ¡porque está muerto, y se acabó todo!

-Ahora que él ya no está- dijo Daniel, paladeando las palabras- su heredero lo recibirá todo… Más os vale que no sea peor.

Se hizo el silencio y Daniel se dio por satisfecho, le hizo un gesto a David y entraron ambos a la casa.

-Tenemos una calle de sospechosos, todos querían matarlo… Genial- dijo Daniel, con sarcasmo.

-Al menos no empezamos de cero- dijo David

-Esto es peor- objetó Daniel.

Ambos atravesaron el amplio recibidor de aquella casa, a ambos lados de la pared, cuadros y cuadros se sucedían… Desde luego, era tan largo y estaba tan sobrecargado para que los invitados vieran el poder del dueño…

-Aquí está Marcos Henares- dijo David seriamente.

Daniel miró el cadáver, y una sonrisa afloró en sus labios.

-Joder, que ganas tengo de pillar a quien haya hecho esto- dijo.

Marcos Henares se encontraba sentado en una butaca, con una espada clavada verticalmente en su cráneo. Habían dibujado en el suelo un símbolo: Se parecía a la cruz cristiana, pero los laterales contaban con unas líneas verticales, dándole el aspecto de un paraguas o de…

-Una espada- dijo David- eso del suelo es una espada.

-Muy agudo- dijo Daniel, sarcástico- ¿Lo has descubierto antes o después de darte cuenta que lo que sale de la cabeza del muerto no es una peluca?

-Vete a la mierda Dani… Nunca había visto una cosa así… ¿Y tú?

-Yo esto no, pero he visto cosas peores.

-Esta claro que esto es premeditado.

-Nah, se estaba retocando el flequillo con el pincho y sin querer se ha matado.

-Déjalo ya, no tiene gracia.

-¿Dónde está todo el mundo?- preguntó Daniel, al percatarse que no había ningún otro policía.

-Te he llamado a ti primero, los demás estarán por llegar, supongo.

Daniel asintió lentamente, mientras recorría la habitación con la mirada, en busca de alguna anomalía… Solo aquella habitación ya era más grande que toda su casa, y el mobiliario valía más que todo lo que él poseía.

-Realmente vivía como un rey- comentó David

-Pues yo me alegro de que haya muerto- dijo Daniel secamente.

-Tú te alegras de la muerte de todos los que son felices, en serio que no se porque eres policía, deberías estar en un psiquiátrico.

-Yo no me alegro de la muerte de todo el que no sea un puto desgraciado, me alegro que mueran aquellos que son felices perjudicando a otros.

-Tu concepto de “perjudicar” es bastante amplio, perdona que te diga.

-Eso no es verdad- dijo Daniel, sin dejar de escudriñar la habitación- para mi “perjudicar” es empeorar la situación de alguien, si tú le robas a alguien el bolso, estás empeorando su situación con respecto a antes de quitárselo, y si eso te hace feliz, aún a pesar de que sabes que es a costa de otras personas, entonces mereces mi desprecio.

-¿Por qué lo dices como si fuera cosa mía?- le recriminó David

-Era un ejemplo, joder, que pareces tonto.

-Ya se que es un ejemplo, pero no hacía falta que te refirieras a mi directamente.

-¿Lo has entendido?- preguntó Daniel, cortante.

-Si, pero…

-¡Pues te callas!- gritó, exasperado- ¡Era un puto ejemplo, no le des más vueltas!

David no contestó y salió de la sala, murmurado que iba a esperar al resto. Daniel se quedó mirando fijamente la espada que sobresalía del cráneo de Marcos Henares, preguntándose si el que lo había hecho estaba feliz por ello en ese mismo momento.
“Te encontraré” pensó, “Y te lo preguntaré yo mismo”.

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