lunes, 18 de abril de 2011

Escisión

Tengo frío y estoy cansado. Maldigo de nuevo el momento en el que decidí salir a dar un paseo por la montaña. “Hace buen día, me apetece pasear” pensé. Pero se ha ido el sol y ha llegado el viento helado, que atraviesa ropa y carne hasta congelarte el alma. Veo una cueva. Siento cierto temor, pero mi cuerpo gime y me obliga a correr hacia el oscuro agujero en la roca.

Dentro, no hay corriente. Hace una extraña calidez, imposible de imaginar en la intemperie. Empieza a llover, chasqueo la lengua. No quiero quedarme aquí toda la noche, pero hay demasiado camino hasta mi casa para ir andando, además existe la posibilidad que resbale con el barro que la lluvia genera y tenga un accidente. Lo más sensato es permanecer en la cueva, rezando para que la situación no empeore.

Me adentro en la cueva buscando calor. No hay nada de humedad aquí dentro. Tampoco luz. Simple negrura. Tan densa que noto como se retuerce a mí alrededor. Un profundo escalofrío me acaricia la espalda. Quiero irme a casa.

-Has venido- dice una voz.

Me detengo, aterrado. Doy un paso atrás, luego otro.

-¿Quién anda ahí?- digo, constatando uno de los más arraigados tópicos.

-No soy “quien”- dice la voz.

-¿Qué?- digo sin comprender.

-¿Qué quieres saber?- pregunta la voz.

Retrocedo otro paso. Me giro hacia la entrada de la cueva y veo la luz que de ella sale. Aún llueve.

-Responderé a lo que sea que me preguntes- me explica la voz- una única pregunta, cuya respuesta conocerás con precisión.

Doy otro paso atrás. Un paso más y tendré vía libre para huir. Ahora ya no me importa mojarme.

-¿Nada te inquieta? ¿Nada aviva tu curiosidad?

Empiezo a correr hacia la entrada.

-Vuelve cuando quieras- se despide la voz.

Salgo de la cueva; la lluvia y el viento me azotan en todas direcciones. No me importa, he salido con vida.

En cuanto llego a mi casa, me doy una ducha caliente y me preparo un café. Enciendo el televisor y me pregunto porque mi vida no tiene sentido.

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