domingo, 10 de abril de 2011

Espejos y ventanas

//Para compensar mi atraso la semana pasada, la adelanto esta//.

El inconfundible ruido que produce la colisión de metal contra metal resonó por todo el claro. Se repetía sin cesar. Una intensa pelea se estaba librando. El guerrero rojo, armado con una larga espada, golpeaba sin cesar al guerrero azul, que se cobijaba tras su enorme escudo esperando la oportunidad para darle muerte con la suya. Una leve vacilación del atacante fue suficiente para que cambiaran las tornas; ahora era el guerrero azul quien repartía golpes y el rojo el que se cubría esperando una oportunidad.

No sin esfuerzo, se zafó el guerrero rojo de su agresor y se colocó en guardia. Un par de metros separaban ahora a los dos contendientes. Se miraban con odio, sin dejar de jadear por el enorme esfuerzo que suponía moverse con aquellas pesadas armaduras de acero. El rojo inició la carga pero el azul repelió su ataque. Un empujón con el hombro hizo caer al azul, pero el rojo no pudo rematarlo, pues tuvo que recular cuando el azul segó el aire con su arma tan cerca de sus ojos que pudo ver a la muerte saludándole.

De nuevo, ambos se mantenían a prudente distancia tratando vanamente de recuperar el aliento. Esta vez fue el azul quien avanzó velozmente hacia su rival, para intentar abatirlo con una lluvia de golpes no demasiado precisos. Pero le fallaron las fuerzas y el arma se le resbaló de la mano; el rojo no desaprovechó la oportunidad y pasó al ataque, alejándolo rápidamente de su espada perdida. Un golpe demasiado amplio del guerrero rojizo permitió al azulado cogerle de las manos, por lo que quedaron tan cerca el uno del otro que podían mirarse directamente a los ojos.

Allí se inició un duelo de fuerza para ver quien conseguía arrancar el arma de las manos de su rival y dar el golpe de gracia. Pasó un minuto y no parecía que ninguno de los dos llevara clara ventaja, estaban igualados.

-Maldito seas- dijo uno.

-No, maldito seas tú- dijo el otro.

-Pagarás por tus crímenes, yo haré que pagues.

-¿Tú?- se rió- Tendrías que pagar por los tuyos antes.

-¡¿Mis crímenes?!- gritó el otro, ofendido- ¡Yo siempre he sido justo y bueno!

-¿Bueno?- soltó un bufido- Nadie en tu país es bueno, sois todos unos asesinos.

-Nosotros no torturamos a los prisioneros por diversión- dijo ofendido.

-¡Ni nosotros tampoco!

-¿Cómo osas decir eso?- chilló- ¡Muchos amigos míos han muerto a vuestras manos!

-No tantos como míos a las vuestras.

Se miraron, extrañados.

-Pero sois crueles invasores-explicó uno- venís a esclavizarnos y robar nuestras tierras.

-¡¿Qué?!- dijo el otro, incrédulo- Venimos a librar a nuestro pueblo vecino de la cruel tiranía de sus gobernantes, que los esclavizan y les roban sus tierras, y que pretenden hacer lo mismo con nosotros.

-Tengo entendido que les sacáis los ojos a los supervivientes capturados.

-Y yo que les partís brazos y piernas y los dejáis a su suerte, para que los devoren las bestias.

-¿Se cuenta algún chiste de nosotros en vuestra tierra?

-“¿Sabes por qué nos están invadiendo? Porque están tan gordos que ya no caben en sus tierras”. ¿Y en el tuyo de nosotros?

-“¿Sabes por qué esclavizan a su pueblo? Porque son tan vagos que necesitan esclavos hasta para hacer fuerza para cagar”.

Ambos se rieron con ganas.

-No pareces un mal tipo, aunque hueles fatal.

-Tú eres tan feo por fuera que dudo que puedas ser feo también por dentro, así que tienes que ser honrado.

Lentamente, ambos fueron soltando la espada, hasta que cayó al suelo. Se alejaron ambos de ella, prudencialmente.

-¿Por qué luchas tú?

-Por justicia. ¿Y tú?

-Por libertad.

-¿Justicia contra libertad? No parece que puedan estar en bandos contrarios.

-Me pregunto quién de los dos es el bueno y quien el malo. Antes lo tenía claro, ahora ya no lo sé. No he sido siempre una buena persona. Una vez le rompí un brazo a un primo mío.

-Yo lancé un pollo por un pozo.

-Yo le metí un escorpión en la bota a un conocido.

-Yo le arranqué la última página a un libro, para que nadie supiese el final.

-Yo oriné en la jarra de cerveza de un amigo mío, y luego se la bebió.

-¡Yo también!

Ambos se rieron con ganas de nuevo.

-Tengo que volver con mi escuadrón. Me estarán buscando.

-Yo también, no conviene estar a la intemperie cuando anochezca.

Ambos recogieron sus armas, se despidieron y se fueron, cada uno por su camino. Ambos fueron a sus casas, y contaron lo ocurrido a sus familias. Ambos se rieron entre dientes recordando los chistes. Ambos dejaron que les curaran las heridas, mientras fingían que no les dolían horriblemente.

Ambos les dijeron a sus compañeros, cuando tildaron a sus enemigos de monstruos.

“No son monstruos, no más que nosotros”.

Y ambos murieron en la guerra.

Y es que la guerra nunca es entre el color blanco y el negro.

Siempre es entre el rojo y el azul.

1 comentario:

  1. Muy entretenido, me ha alegrado el final que le has dado a la pelea, quien se lo esperaría

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