miércoles, 12 de octubre de 2011

La delgada línea que nos separa

Hasta el mismísimo instante en que abrí la caja y comprobé que todo aquello era posible, estaba bastante convencido de que en algún punto de toda la cadena de acontecimientos que debía desembocar en mi “encuentro”, el sentido común se iba a imponer y mi sueño seguiría siendo sueño y no realidad, como dictaba la lógica. Pero, como suele ocurrir, no podemos ser totalmente fríos y algún “quizás” escapaba de su jaula para no hacerme desistir en mi espera. En general, no considero alimentar falsas esperanzas como algo productivo, pues es un esfuerzo que no se ve recompensando (más bien penado), pero al parecer esta vez ha merecido la pena: no recuerdo haberme llevado una alegría tan grande en toda mi vida.

Aunque esto solo es una teoría, creo que todo el mundo espera que tarde o temprano se invente algo que cumpla sus anhelos insatisfechos. No me refiero a una especie de máquina de la felicidad, sino más bien a “cosas” (pues no se le puede dar más precisión a algo que no se entiende) que hagan o te ayuden a hacer lo que tú deseas. Por poner algunos ejemplos, un casco que te hiciera aprender, una pastilla que sanara inmediatamente cualquier enfermedad o una mochila que te permitiese volar. Pero el hecho es que resulta indiferente que sea un casco, una pastilla o una mochila. Lo que desea todo el mundo es un aparato que te permita hacer realidad tus deseos, ya sea aprender sin esfuerzo, librarte de una enfermedad indeseable o volar. Posiblemente no exista un modo más eficaz de hacer feliz a alguien que entregándole uno de estos objetos. Pero precisamente por ser objetos tan codiciados y tan íntimamente ligados al mundo de los deseos, nos parece inconcebible que puedan pertenecer a la realidad y asumimos que no es posible que existan. No los buscas, pues no pueden haber elementos tan perfectos en un mundo que no lo es.

Por todo esto que he dicho, cuando mi deseo hecho realidad salió de la caja sin dejar de mirarme, me sobresalté; más bien esperaba que se esfumara en el aire. Me pregunté si las reacciones de los compradores anteriores habrían sido similares a la mía o incluso más exageradas, llegando a desmayarse o negar lo que estaban viendo.

-Hola.

De pronto, todo en mi mente se detuvo, como quien pausa momentáneamente la película que está viendo por una inoportuna intromisión. Y, por fin, mi cerebro aceptó la situación. La escena no ocurría únicamente en mi mente, como otras veces. Tal vez era eso lo que lo había confundido, la similitud entre lo que estaba viviendo y lo no vivido pero sí pensado. Como quien descubre que un ritmo que consideraba de su invención es en realidad parte de una famosa canción y no sabe si dudar de su mente o de la realidad.

-Hola- respondí.

Ese fue el último paso. El escalón que te conduce finalmente al piso superior, después de tantos otros que no lo han hecho. Una sonrisa completamente incontenible brotó en mis labios. Una de esas sonrisas que tiempo después, al recordarla, te hace sonreír de nuevo, aunque con menos fuerza. Una de esas sonrisas que piensas se van a prolongar hasta el fin de tus días, lleguen cuando lleguen.

La sonrisa del sueño cumplido.

El problema fundamental de contar estas cosas es que no se comparte el íntimo deseo de quien las cuenta, por lo que el efecto no se aplica a quienes escuchan o leen. Por ello, quiero que imaginéis vuestro deseo encarnado en algo que pueda hablar y tenga ojos, solo un instante, e imaginéis como sería tenerlo delante y saberlo vuestro. Pensadlo seriamente y no solo como una posibilidad remota. Consideradlo un hecho. Vuestro deseo más íntimo hecho realidad, sin más, después de tantos años enjaulado en los sueños. Me latía el corazón tan rápido que sentí pánico de morir. Temí tanto por mi vida que se me saltaron las lágrimas; me sentí ridículo y eso mitigó mi miedo.

-¿Soy lo que esperabas?- fue la pregunta de mi deseo. Empleó un tono suave, como si dudara de que la pregunta resultara adecuada.

Negué con la cabeza, esperaba un desengaño.

-No eres lo que esperaba, pero eres lo que quería.

Una sonrisa afloró en los labios de quien no había cumplido mi deseo, sino que lo era.

-Me alegro.

Yo también me alegraba. Aún me quedaba una semana de “vacaciones”, cuando acabara, tendría que devolver la caja y volver a mi rutina. Me pregunté si para aquel entonces seguiría conmigo, aunque no había motivos para suponer lo contrario.

Hubo unos segundos de absoluto silencio. Yo aún no había regresado del incierto futuro, pero escuché con nitidez el que había de ser el pistoletazo de salida:

-Bueno, ¿por dónde empezamos?

1 comentario:

  1. Estupendo, Felipe. En mi opinión has mantenido la tensión necesaria alargando algo más el despeje de la incógnita, con recursos que antes no habías empleado como la interlocución directa al lector y la apelación a sus sentimientos y deseos. Además consigues una sensación de avance en la resolución de la ecuación, al desvelar de momento que se trata de un animal "parlante", pero nada más. Con ello creas la ansiedad de querer deprisa por parte del lector, que es lo mejor que a un contador de historias le pueda pasar, que el lector quiera devorar deprisa las líneas para ver qué ocurre. Te felicito, porque es un tipo de relato distinto al que habitualmente has tocado, y te defiendes extraordinariamente bien. Y de verdad que muy bien las disquisiciones sobre la naturaleza de los deseos humanos y las formas de hacerlos realidad. Lo dicho, seguiremos esperando con impaciencia la nueva entrega.

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