lunes, 17 de octubre de 2011

Teorías

//Ah, y por si alguien se inquieta, tranquilos. El miércoles seguiré con la historia de la caja.//


Tal vez debido a que no me gusta mi vida me apasiona imaginar otros mundos con otras leyes, otros habitantes y otro estilo de vida. Algunos mejores que el mío y otros peores. En general, no suelo compartir estos pensamientos con nadie, pues está bastante arraigada la creencia de que “el mundo es como es”. Sin discusión. Por eso el descubrimiento de que la Nube de Polvo que rodea nuestro planeta no es infinita y que tras ella se esconden otros planetas como el nuestro ha alimentado enormemente mis esperanzas de que, lo que en un principio solo podía ocurrir en mi imaginación, es posible (aunque no probable) que exista.

Como ya he dicho, no suelo compartir esto con nadie, pero se me ocurrió una idea que me pareció enormemente original y fui a plantearla al Hogar del Saber, un centro en el que un grupo bastante numeroso de científicos que abarcan casi todo el campo del saber escuchan pacientes las ideas del resto de la población. En general, resulta una pérdida de tiempo, pero por todos es sabido que algunos avances puntuales son gracias a las alocadas ideas de quien no ha sido condicionado por una formación especializada. Y allí fui yo con mi idea.

Nunca había ido al Hogar del Saber, pues nunca se me había ocurrido nada que me pareciese digno del tiempo de personas cualificadas, pero sentía que aquello merecía la pena .Como hacía poco que se había descubierto la existencia de otros mundos (eso sí, deshabitados), tuve que hacer una cola bastante larga, pues la sección de Astronomía, como se había rebautizado a la sección que anteriormente se ocupaba únicamente de la Nube de Polvo, estaba repleta de curiosos.

Por fin, llegó mi turno. Me enfrentaba cara a cara con una mujer mayor y obesa, que parecía bastante frustrada: lo cierto era que una sección entera del conocimiento había cambiado, y en consecuencia habían tenido que aprender Astronomía a marchas forzadas, pues los conocimientos aprendidos se tornaron obsoletos. Este era el principal motivo de la cara de infinito cansancio que poseía.

-Verá –dije apenas en un susurro- creo que la Nube de Polvo no es imprescindible para la vida.

La mujer abrió la boca, como si la hubiera afrentado gravemente. No dijo nada durante unos segundos, aprovechó para recomponerse y mirarme con incredulidad.

-¿En qué te basas para defender una hipótesis tan… particular?- preguntó suavemente, aunque me pareció que había una nota de enfado en su voz.

Había estado practicando mentalmente aquella conversación, por lo que mi respuesta fue inmediata.

-Hasta hace poco se pensaba que era la Nube de Polvo la que emitía luz y calor, condiciones indispensables para la vida, ¿no?

-Así es- convino la mujer, con escepticismo.

-Pero eso no es cierto- continué- se ha descubierto que son las enormes bolas de fuego las que emiten esa luz y ese calor y que simplemente pasan a través de la Nube hasta nosotros. Entonces, ¿por qué la Nube es imprescindible? ¿Qué impediría a un mundo sin Nube sobrevivir?

La mujer se me quedó mirando. Las búsquedas hasta ahora de otro mundo con Nube de Polvo que se pudiese colonizar habían fracasado una y otra vez. Los que creían en el Creador defendían que no se encontraría ninguno, pues había sido el Creador en persona quien había puesto aquella barrera divina para defenderlos. Eso explicaba porque eran el único mundo que poseía vida.

-¿Sabes por qué nos abrigamos más cuando hace más frío?- me preguntó la científica. Me molestó que me tratase como si fuera estúpido, puede que no hubiese estudiado ninguna especialidad aún, pero había recibido mi formación y había absorbido toda la información referente al espacio conforme iba saliendo.

-Porque el cuerpo, que está más caliente que el ambiente, cede calor tratando de igual la temperatura- expliqué- esta diferencia es más acusada cuanto más frío hace, por lo que la pérdida de calor es mayor.

La mujer parecía impresionada, pues en general los jóvenes, a pesar de que se les trata de enseñar, debido a la falta de interés, retienen una fracción diminuta de lo aprendido. La cosa cambia cuando se elige la especialidad, pues es entonces cuando se aprende lo que se quiere.

-Si nos ponemos un abrigo- continué- funciona como un aislante que hace que nuestro calor se transfiera más lentamente al exterior. Cuanto más grueso es el abrigo, más tarda en salir.

La mujer sonrió; al parecer, había dicho lo que ella quería oír.

- Muy bien- saboreaba las palabras- pues la Nube de Polvo es nuestro abrigo. Sin él, el calor que genera nuestro mundo se perdería en el frío espacio. Temperaturas tan bajas que licuaría nuestra atmósfera. Además del hecho que estaríamos a merced de meteoritos y la luz directa de las bolas de fuego, que se ha comprobado daña gravemente la piel y los ojos.

Me quedé pensativo, sintiéndome ridículo. Seguramente no sería la primera persona que iba con aquella idea. El orgullo herido hacía trabajar a mi cerebro a toda máquina, buscando una salida para semejante batacazo.

-Bueno- dije sin tener muy claro por dónde iba a salir- puede que nosotros no podamos vivir sin Nube de Polvo, pero igual existen otras razas que si que pueden.

-No veo como- replicó rápidamente la mujer, sabiéndose ganadora.

-Pues- musité- por ejemplo, si tuviésemos una especie de abrigo natural excepcionalmente grueso que nos protegiese de las temperaturas extremas y de la luz directa de las bolas de fuego. Y con respecto a lo de que se licuaría la atmósfera… Se han encontrado mundos sin Nube de Polvo con atmósfera gaseosa, por lo que simplemente hace falta estar más cerca de una bola de fuego para que nos dé más calor, como cuando te acercas a una hoguera y notas que el ambiente es más cálido.

Me sentí satisfecho con mi razonamiento, estaba un poco cogido por los pelos por lo de la capa anti-frío y anti-luz, pero todo era posible en el infinito espacio.

La mujer resopló, molesta.

-Puestos a suponer, puedes decir que si existiera una raza que no necesitase respirar ni comer, podrían vagar por el espacio libremente, sin necesidad de ningún mundo.

No tuve más remedio que admitir que la base de la argumentación era la misma, así que me levanté con un suspiro. Desde el momento en que había quedado claro que no era aplicable para nosotros, aquella conversación había perdido interés para la mujer. No podía culparla, tenía que atender a mucha gente que simplemente se aburría en su hogar. Me gustaría pensar que mi conversación había sido diferente a las del resto, pero lo dudaba. Al fin y al cabo, me había despachado con analogías simples de fácil digestión.

Cierto tiempo después, aquella conversación sería repetida hasta la saciedad en multitud de debates, pues se encontró una raza capaz de vivir fuera de la Nube de Polvo. De nuevo se demostró que el Hogar del Saber era de enorme importancia, pues ayuda a los investigadores a sacar todo su potencial.

Pues había sido aquella visionaria científica la que había teorizado sobre lo que posteriormente fue un hecho: La existencia de los Pájaros, unas extrañas criaturas que no necesitaban respirar ni comer y vagaban por el espacio libremente… Sin necesidad de ningún mundo.

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