martes, 8 de mayo de 2012

Caducidad

 //Segunda (y última) parte de "Erosión". Tengo intención de volver a la marcha de siempre, después de casi un mes descentrado. Espero que os guste//.
Los dos científicos se negaron a contestar a ninguna de mis preguntas, así que finalmente desistí. Me hicieron unos exámenes médicos para comprobar mi salud; más de una vez me miraron, alarmados, pero no hicieron ningún comentario. Tenía la vaga sensación de que todo era un montaje, pero me encontraba aturdido y simplemente obedecí todas las indicaciones que me hicieron. Me dieron de comer una especie de barrita sin sabor, pero que alivió mi apetito completamente.

Aunque era imposible percibir el paso del tiempo, estoy seguro de que paso bastante hasta que dejaron de hacerme pruebas. O por lo menos pruebas físicas. Me hicieron volver a la sala en la que había despertado y me indicaron que me sentara en mi sillón. Ellos hicieron lo mismo.

-¿Me puedo ir ya?- pregunté con voz cansada.

Los dos intercambiaron unas miradas graves.

-Aún no- dijo ella- tenemos que hacerte algunas preguntas.

Lo vi en sus ojos. No me dejarían marchar nunca.

-No pueden, quiero decir, no podéis retenerme contra mi voluntad- me quejé- eso es ilegal.

El hombre soltó una carcajada seca, que encontré bastante ofensiva.

-¿Había legislación sobre viajeros en el tiempo en tu época?- me preguntó.

-Soy una persona- dije mientras me cruzaba de brazos- y no he hecho nada malo, no me podéis retener.

El científico iba a responder, pero ella le tocó el hombro y le interrumpió.

-Es una situación muy complicada- me dijo ella, conciliadora- eres el primer hombre del pasado que hemos conseguido traer específicamente. Es un paso enorme para la ciencia, por favor, necesitamos que colabores.

-¿Qué quieres decir con «específicamente»?-pregunté- ¿me queríais traer a mí en concreto?

Ambos asintieron. Aquello sí que fue una sorpresa.

-¿Por qué?- pregunté- ¿Qué tengo de especial?

-Tu libro- respondió él.

-¿Qué libro?

-Puede que en el momento en el que te extrajimos aún no lo hubieses escrito- conjeturó ella- pero en algún momento de tu vida escribes un libro describiéndote en detalle.

Me quedo perplejo. ¿Escribo en el futuro un libro sobre mi mismo? No me sentía capaz de algo así.

-En el libro aseguras que te encantaría ver el futuro y que, si en algún momento se requiriera un voluntario del pasado para viajar en el tiempo, dabas tu total consentimiento para que se experimentara contigo- explicó él.

-Podemos enseñarte el libro, si quieres- sugirió ella.

Negué con la cabeza, la verdad es que no tenía muchas ganas de verlo.

-Por eso tenemos todo el derecho del mundo a retenerte- dijo el hombre con arrogancia.

Me sentí furioso, aquel hombre me sacaba de mis casillas. Traté de levantarme, pero fracasé de nuevo. Maldito asiento.

-¿Por qué no quieres ayudarnos? – quiso saber ella, nerviosa.

-Pues porque no- refunfuñé.

Ambos me miraron, desconcertados.

-Hmm- murmuró ella.

Entonces, por primera vez desde mi llegada, me paré a pensar en lo que estaba pasando. Había viajado en el tiempo. Se me había brindado una oportunidad única y yo me negaba en redondo a formar parte de ello porque… ¿no? Me quedé perplejo.

-Entiendo que todo esto te resulte muy confuso- aprovechó ella, al notar mi vacilación- pero piensa en el gran servicio que le prestarás a la humanidad si colaboras.

El hombre asintió, como dándome a entender que aquel razonamiento era lo más normal del mundo y yo era un estúpido por no darme cuenta. Era precisamente aquel hombre y su actitud lo que me predisponía en contra del proyecto. Daba igual que sus postulados fueran o no correctos, la forma era desastrosa y me sentía por naturaleza enemistado con él y con todo lo que defendía.

Una vez racionalizado el problema, fue más fácil controlarlo.

-Colaboraré- dije al fin- si él no participa.

Ella abrió mucho los ojos y él se puso rojo de rabia.

-¿Cómo te atreves, imbécil?- me gritó.

Sonreí mientras ella le ponía la mano en el hombro de nuevo y lentamente conseguía apaciguarlo; una pequeña venganza.

-El proyecto es tanto mío como suyo, el trabajo de toda nuestra vida- explicó ella con voz amarga- no puedes negarle el derecho a participar.

La culpabilidad me golpeó con fuerza y me hundí un poco en mi asiento. Empecé a pensar en una disculpa adecuada, pero el profundo desprecio que destilaba aquel hombre del futuro contra mí me disuadió.

-Está bien, puede quedarse- accedí- pero no responderé a ninguna de sus preguntas.

Los dos científicos se miraron unos instantes, sopesando mi oferta.

-¿Puede hacer preguntas a través de mí?- preguntó ella.

-Sí- accedí de nuevo- no hay problema.

Él accedió de mala gana y ella respiró, aliviada.

-Bueno, ¿y qué tengo que hacer?- pregunté animado, tras mi pequeño triunfo.

-Contestar a unas preguntas- respondió ella.

«Pues vaya» pensé, decepcionado. Esperaba ver los maravillosos avances de la tecnología.

-¿En qué fecha vivías exactamente?- preguntó.

Se lo dije, sintiendo un pequeño triunfo el que no supieran exactamente mi procedencia. El saber que no eran omniscientes me hacía sentir menos turbado.

-¿En qué trabajabas?

También se lo dije. Me molestó un poco que hablara en pasado. Estaba claro que para ella había pasado muchísimo tiempo, pero yo aún recordaba nítidamente la puerta que no había cerrado con llave, el ambiente cálido de la tarde y la llamada.

-¿Entiendes el concepto de «religión»?

Asentí. No ahondaron en el tema.

-¿Entiendes el concepto de «democracia»?- preguntó.

El hombre soltó un bufido, como si ella hubiese dicho algo ridículo.

-Claro- respondí, tratando de ignorarle- vivía en una.

Se produjo un silencio muy extraño. Ella desvió rápidamente la mirada hacia él, que mostraba una sonrisa petulante.

-¿Qué pasa?- le inquirí directamente, agraviado.

-Según nuestros archivos, el sistema político de tu época era una dictadura- explicó ella con voz suave.

-Pues no es así- respondí- era una democracia.

-Eso es lo que tú crees- matizó el científico, pasando por alto mis exigencias- pero en realidad vivías en una dictadura.

-No tienes ni puta idea de lo que hablas- le amenacé, airado.

El hombre sonrió y no respondió. La mujer me miró, incómoda.

-¿Qué sistema político tenéis ahora?- quise saber.

-Democracia- respondió ella rápidamente.

-Obviamente- añadió él.

-¿Y si ahora alguien de mil años en el futuro llegara y os dijera que en realidad hay una dictadura, le creeríais?- les pregunté.

-Eso no va a pasar- respondió él con firmeza.

Fruncí el ceño, frustrado por lo intransigente que estaba mostrando.

-Bueno, ¿pero y si pasará?- insistí.

-Supongo que al principio no me lo creería- reflexionó ella- pero al final le tendría que dar la razón.

-Solo lo dices porque te conviene- la acusé agriamente.

-No, no- se apresuró a defenderse- puede que a mí me estén engañando para tenerme controlada, pero a alguien que no vive en nuestro tiempo y ha podido estudiar nuestro sistema de forma objetiva no podrían manipularlo.

Enmudecí, tenía cierto sentido. De todos modos me negué a rendirme.

-¿Entonces admitís que puede ser que ahora mismo viváis en una dictadura pero que os estén engañando?

-Me extrañaría, pero puede ser- admitió ella.

-No- dijo él rotundamente.

Ella suspiró, consternada. ¿Se estaría arrepintiendo de no haber aceptado que se fuera?

-Nosotros vivimos en una democracia, indiscutiblemente- sentenció.

-Igual que yo- dije, aferrándome a ello.

-No, tú no- respondió él.

-Y tú tampoco- continué yo.

-Me da igual lo que tú digas- masculló él- eres del pasado y por tanto no dispones de los conocimientos necesarios para entenderlo.

-Soy del pasado comparado contigo- puntualicé- también tú eres del pasado si te comparamos con alguien mil años en el futuro desde ahora.

El hombre le ordenó a su asiento que le alzara y se puso en pie.

-No tienes ni idea de cómo es nuestro sistema y yo si se como es el tuyo- me gritó, rojo de rabia- ¿y te atreves a juzgarnos pero no nos dejas juzgarte a ti?

Me amedrenté, aquel hombre parecía capaz de abalanzarse sobre mí en cualquier momento.

-No voy a contestar a nada más- dije con un hilo de voz- devolvedme a mi casa.

Ella puso una mueca de desagrado, pero él me siguió mirando con la misma resolución y violencia.

-No irás a ningún lado- aseguró- nunca volverás a tu ca-

Tal como había sucedido hacía mil años, sentí una succión cuya procedencia no supe localizar y cuando me quise dar cuente, estaba en una sala completamente distinta. Todo estaba muy oscuro, no veía nada. Sentí una leve náusea y me encogí todo lo que pude.

-¿Dónde estoy?- grité, desorientado.

-Mil años en el futuro- dijo una voz átona desde todas partes.

Puesto que YA estaba mil años en el futuro, seguramente se tratara de mil años en el futuro DESDE el futuro, es decir, dos mil años desde mi presente.

-¿Por qué estoy aquí?- pregunté, inquieto.

-Así lo solicitaste- explicó la voz.

Me sentía mucho menos confuso de lo que cabría esperar. No perdí el tiempo farfullando y gimoteando que no había pedido tal cosa. No recordaba haberlo hecho, pero tampoco recordaba haber escrito aquel dichoso libro que ni siquiera había llegado a ver.

-Tengo una pregunta- dije.

-Aclararé todas tus dudas- aseguró la voz.

Carraspeé.

-¿Qué sistema político había hace mil años aquí?- pregunté.

-Una dictadura- respondió la voz al instante.

Solté una carcajada seca que no sentó bien a mi estómago. La siguiente pregunta era obligatoria.

-¿Y hace dos mil?

2 comentarios:

  1. Me ha gustado mucho, Felipe. Muy original. Y creo vislumbrar un mensaje de optimismo final en el sentido de que el individuo cada vez será más dueño de su destino social.

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    1. Con leves altibajos, creo que el futuro siempre nos conduce a un lugar mejor.

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