jueves, 31 de mayo de 2012

Unión

No es algo que vaya comentando por ahí, pero cuando voy caminando por la calle, me gusta pasar entre los niños pequeños y sus padres. Me refiero a esos niños que no hace tanto que aprendieron a andar y para los que todo está aún por descubrir y el paseo es una aventura. En general estos niños temen a los extraños y les aterra separarse de sus padres, porque saben que son ellos los encargados de protegerlos de todo mal. Aunque no vayan de la mano, existe entre la criaturilla y sus padres un vínculo, una especie de unión que va de uno a otro. Cuando paso entre ellos, imagino que sujeto con fuerza ese vínculo y empiezo a estirarlo, como si se tratara de una goma elástica, y conforme me alejo de ellos está cada vez más tensa. Muchas veces no es fácil pasar entre padres e hijo, los pequeños se escabullen frenéticamente hacia sus protectores y más de una vez he acabado tropezando por culpa de un choque o un movimiento inesperado (y desesperado) del retaco. Los padres se disculpan y el niño me mira con desconfianza o miedo. Me lamento por no haber sido capaz de capturar la unión y sigo mi camino.


Siempre me olvido de mi pequeño juego al poco tiempo y el enlace nunca se estira lo suficiente como para llegar a romperse, se disipa cuando dejo de pensar en él. Ni siquiera sé si puede romperse estirándolo. Supongo que da la impresión que lo que quiero es quebrar esa unión, pero lo cierto es que no me he parado a pensar que es lo que me resulta atractivo del juego, ni si está relacionado con algún trauma infantil que tuve, aunque no recuerdo haber tenido ninguno. Simplemente no sé porque lo hago.

Y tampoco sé por qué me ha venido ahora esto a la mente, teniendo en cuenta que ni hay niños ni uniones por aquí. Está anocheciendo, ya empiezan a verse las estrellas y estoy tirado en la hierba delante del chalet al que me han invitado a pasar unos días unos amigos (concretamente, una amiga y un amigo, que son pareja). No es que yo sea mucho de «escapar a la naturaleza» (pues mis amigos viven en uno de esos pueblos perdidos «con encanto», que parecen existir en su propia línea temporal, ajenos a todo), pero me apetecía cambiar un poco de aires y olvidarme un poco de todo después de mi catastrófico despido. No cabe duda de que por eso me han invitado a venir, para que no esté solo en mi piso sin nada que hacer más que darle vueltas y vueltas al asunto; no vaya a ser que me coja una depresión de caballo y me arroje por la ventana.

Supongo que se habrán tenido que coger vacaciones para poder venir aquí y tenerme controlado. Aunque suene egoísta, me alegra que se tomen tantas molestias por mí, me hace sentirme apreciado y es una sensación muy cálida. Como estamos a martes, supongo que han cogido tres días de permiso cada uno, para ligarlo con el fin de semana (en el que por suerte ninguno de los dos tiene que trabajar). Si no me recupero para entonces, no sé qué harán. Tal vez amplíen su permiso, aunque me parecería excesivo y me negaría en redondo. O tal vez solo uno de los dos lo haga, o se turnen o vete a saber. Aún queda mucho tiempo para entonces, y la verdad es que siento… bien. No tengo ganas de reír a carcajadas, pero no creo que eso sea cosas de depresión, es solo que ahora mismo no tengo delante nada que me haga gracia. Y eso que el cielo es muy grande (infinito, si nos ponemos quisquillosos) y forzosamente algo en algún punto debe ser cómico.

-Yep- dice Miguel desde arriba- ¿Qué haces?

Me pregunto qué quedará más dramático, si mirarle a los ojos o seguir contemplando el infinito. Finalmente me decanto por mirarle. Vale, ahora tengo que decir algo que no se pueda interpretar como: «estoy terriblemente deprimido», así que nada de «divagando» ni «pensando en mis cosas». Tiene que ser algo más dinámico, algo ingenioso que le haga ver que conservo el sentido del humor para que piense «parece estar mejor». Pongo el cerebro a trabajar. Empiezo a girar lentamente la cabeza hacia Miguel.

-Estaba contando las estrellas, pero creo que me retiro- digo.

Miguel no se ríe, me mira con gravedad. «Así no me ayudas» le quiero decir, pero si me pongo a la defensiva, se pensará que me estoy cerrando porque no confío en él. Así que pongo de nuevo mi cerebro a trabajar.

-De día es bastante más fácil- digo mientras me encojo de hombros.

Suena una pequeña carcajada; más que suficiente. Con torpeza, se tumba a mi lado.

-¿Te puedes creer que nunca he mirado las estrellas aquí tirado?- me dice con una sonrisa- no me puedo creer que no se me haya ocurrido nunca.

-Al final todo llega- murmuro.

Miguel no responde, solo mira a las estrellas. O tal vez solo finge mirarlas y mantiene la vista desenfocada mientras piensa que va a decirme.

-No te agobies por lo del trabajo- dice al cabo de un minuto- lo superarás.

-Tranquilo- digo mientras le hago un ademán con dejadez- solo es un trabajo, no es el fin del mundo. No me voy a morir de hambre.

Miguel asiente e intercambiamos una rápida mirada.

-Además nos tienes a Irene y a mí- asegura- lo sabes, ¿verdad?

-Sííí- digo con tono paciente.

Entonces me da una palmadita en el hombro, pero por culpa de cómo estamos tumbados, acaba rozándome el cuello y el gesto de camaradería me deja desconcertado unos segundos hasta que consigo entenderlo. Ambos nos quedamos callados, simplemente mirando el cielo. El tiempo se va escurriendo y me olvido incluso de que le tengo al lado.

-Le voy a pedir a Irene que se case conmigo- anuncia de golpe- deséame suerte.

Le echo una mirada para ver si bromea, pero está completamente serio. En realidad, ahora que me fijo, parece nervioso.

-No necesitas suerte, ya sabes que te dirá que sí- le respondo.

Miguel asiente con la cabeza, aunque no parece muy convencido.

-Y enhorabuena- añado.

-Aún no me ha dicho que sí- matiza.

Le doy un leve golpe en el brazo.

-No seas cenizo, va- le increpo- Estáis hechos el uno para el otro.

-¿Pero y si se asusta porque no se siente preparada y me rechaza?- dice- Nada volvería a ser igual.

-¿No la has tanteado un poco?- le pregunto- sacar el tema a relucir y ver cómo reacciona.

Miguel niega sin dejar de mirar las estrellas.

-No me he atrevido- confiesa- si hubiese reaccionado mal, no sé que habría hecho yo.

Le miro gravemente. No hace ni una semana que yo fracasé en mi vida y perdí mi trabajo, no quiero tener que estar tratando de infundir determinación a alguien porque tiene miedo a fracasar. Es como si me dijera a la cara «no quiero acabar como tú». Sé que Miguel es mi amigo y que realmente tiene un dilema que seguramente le esté haciendo pasar un mal rato, pero no me siento con ánimos para esto.

Además esta situación me resulta rara. Conocí a Miguel en la universidad y fui yo quien le presentó a Irene, que era amiga (colega, más bien) mía desde el instituto. Si tienen un hijo, estoy seguro que yo seré el padrino. No hay nadie que les conozca mejor, salvo el uno al otro. Y Miguel no es así. Nunca ha tenido miedo de ser rechazado, es más, nuestra principal fuente de risas en los primeros años del periodo universitario, antes de que empezaran a salir, fue ver como Miguel trataba de ligar con frases completamente ridículas, y ver como de vez en cuando triunfaba. Me pregunto dónde habrá quedado aquella actitud desenfadada y a mis ojos perfecta para encarar la vida.

-¿Cómo se lo vas a pedir?- le pregunto.

Miguel se encoje de hombros.

-Lo típico, supongo- responde- rodilla al suelo y «¿quieres casarte conmigo?»

Decepcionante, sin duda.

-¿No crees que deberíais estar solos cuando se lo pidas?- le pregunto, pues a falta de más actividades, voy a pasar mucho tiempo con ellos.

-No se lo voy a pedir ahora- se defiende él.

-¿Y cuándo se lo vas a pedir?- insisto.

-No sé, un día de estos- responde vagamente.

Chasqueo la lengua. Pensaba que era un plan sólido y que ya estaba todo preparado, no que era una idea vaga y aún por tomar forma. Al parecer, tendré que intervenir.

-Díselo hoy, ahora- le digo.

Miguel niega con la cabeza.

-No, es demasiado pronto- responde.

-No digas tonterías- le contesto- es un momento igual de bueno que cualquier otro.

Miguel se incorpora hasta quedar sentado; se nota que se está poniendo bastante nervioso.

-Tú mismo has dicho que mejor que estuviéramos solos- me recuerda con voz áspera.

-Es que no te vas a atrever si estás solo- le respondo.

Se me queda mirando sin decir nada, como congelado en el tiempo.

-Si no se lo dices tú, se lo digo yo- amenazo mientras me incorporo ágilmente.

-¡No!- aúlla mientras me agarra de un brazo- ¡No le digas nada!

Trato de zafarme, pero me sujeta con desesperación. Dejo de hacer fuerza y finjo rendirme, pero en cuanto su agarre se relaja un poco, doy un tirón y me suelto. Doy tres rápidas zancadas hacia la casa, sin tener muy claro que voy a hacer.

-¡Si dice que no, tú lo habrás roto todo!- me amenaza.

-¡No te va a decir que no!- le respondo a voz en grito.

Casi he llegado a la puerta.

-¿Pero y si dice que no?- pregunta Miguel- ¡serás tú el que lo ha estropeado todo!

Dudo. ¿Y si lleva razón y ella le rechaza? Sería un golpe durísimo para él. ¿Por qué me creo en derecho de decidir sobre sus vidas?

Entonces la puerta se abre desde dentro. Irene me mira a los ojos.

-¿Qué está pasando aquí?- inquiere.

Me giro hacia Miguel, que me lanza una mirada desesperada.

-Nada- murmuro, sin poder pensar una excusa potable.

-Una pena- comenta ella, mirando ahora a Miguel- porque si alguien me hubiese propuesto matrimonio, por ejemplo, habría tenido que decir que sí.

Miguel abre mucho los ojos, Irene le sonríe.

-¿Te casas conmigo?- pregunta con un hilo de voz.

-Claro- responde ella.

Ambos corren al encuentro y se abrazan con tanta fuerza que me cuesta creer que puedan seguir respirando.

-Te quiero- dice ella.

-Te quiero- responde él.

Ha salido bien.

Miro de nuevo al cielo, las estrellas ya se ven nítidas. Me centro en una y me esfuerzo en buscarle un significado a lo que llevo de día, hallar una especie de línea que una todos los puntos y que pueda extrapolar hacia adelante para saber qué es lo próximo que tengo que hacer y a donde me llevará mi devenir.

No obtengo respuesta.

Bueno, tal vez eso sea una respuesta en si misma. 

2 comentarios:

  1. Muy logrado, Felipe. Bien traído el mensaje defendiendo el impulso (irreflexivo)a la hora de tomar decisiones. Actúa según tus impulsos, si no otros lo harán por tí. Pero hasta sin mensaje queda bien. Me ha gustado.

    ResponderEliminar
  2. He pasado un buen rato.te encuentro mas maduro.Se feliz. fn2

    ResponderEliminar