lunes, 7 de marzo de 2011

Transición

La colección estaba casi completa.

Un esfuerzo final y la acabaría. El trabajo de una vida. Su Odisea personal. ¿Cuántas veces se había dado por vencido? ¿Cuántas había fantaseado con no haberla empezado nunca? Tantas que ni lo recordaba. Pero, después de tantísima dedicación, al fin estaba a punto de lograrlo.

Su colección de lápices de colores pasaría a la historia. De eso no había duda. Había tantos que, de no haber sido por una milimétricamente estructurada distribución, habría resultado una tarea imposible encontrar el color verde “madrugada en el mar Báltico” o el azul “lagrima de bebé mapache”. Colores tan insólitos como esos poblaban innumerables estanterías, cajones y vitrinas.

Dedicaba horas enteras a recorrer la amplia estancia, saboreando (como solo un coleccionista saborea) cada uno de los finos instrumentos de coloreado que conformaban su variopinta colección.

Después de un par de minutos de regodeo, sacudió la cabeza y salió de la habitación. Aún quedaban cosas por hacer. Acercó su viejo teléfono fijo a su portátil de último modelo, y se puso a indagar en el vasto universo creado por los internautas. Chasqueó la lengua, nada nuevo. En sus páginas usuales no halló novedad alguna, y, aparte de packs de “Carioca” con un número ridículamente pequeño de colores. Nada que pudiese adquirir llamó su atenció. Se sintió irritado. ¿Había acabado su colección? El problema era que nunca se sentía satsifecho con la cantidad que ya poseía. Aquello le frustraba. Si por lo menos existiera un método de saber si había finalizado. Una vez alcanzado el objetivo de su vida, descansaría en paz. Pocos podían decir eso.

Tal vez ninguno.

Esa noche se fue a dormir con temblores. Era lo que le sucedía cuando no conseguía, como mínimo, una nueva tonalidad en el transcurso de la semana. Si conseguía un nuevo color, se calmaba todo el mes. Pero hacía años que no caía en sus manos un mísero color. Y había probado lo indecible. Tenía volúmenes enteros sobre el “fascinante” mundo del color. Pero, desde luego, lo que más le había servido había sido la aparición del código hexadecimal de colores. Le había abierto un horizonte infinito. El problema era que no podía cambiar con un simple chasqueo de dedos esa abstracta simbología a algo que todo el mundo entendiera. A pesar de todo, había sido un gran descubrimiento.

Soñó con lluvia y un sumidero desbordado por el enorme torrente que provocaba.

Despertó sudando. Lo primero que hizo, después de ir al baño, fue conectar su ordenador.

Sus plegarias habían sido escuchadas. Había salido un nuevo pack de colores. Un pack con todos los colores existentes. Todo color que no estuviera en ese pack, simplemente no podía ser considerado como tal.

Los tenía todos. Incluso tenía algunos que no venían en la lista. Se quedó mirando la pantalla, ensimismado, sin comprender. Después de un lapso eterno, se levantó y se dirigió con paso errante a la habitación donde almacenaba con celo su colección. Su mirada la recorrió de un lado a otro, viendo completada por fin la obra de su vida.





Empezaría con los rotuladores.

2 comentarios:

  1. dios, el final me ha matado. Pensé que no habría acabado la colección. Cuando te dije el tema, pensé en otra cosa, pero no está mal y menos para el poco tiempo que has tenido para hacerlo.

    Cambiando lo que te dije, para mi perfecto.

    ResponderEliminar
  2. cada semana te vas superando me gusto mucho y que sepas qu eya voy pillando tus metaforas jajajaja. un fuerte abrazo amigo! y gracias por compartir el blog conmigo, llenas de luz este universo oscuro del cual llamamos internet.

    ResponderEliminar